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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

El caballero errante (9 page)

Pasó la mañana y empezó la tarde. Los ruidos apagados del torneo fueron diluyéndose. Se filtró el crepúsculo en la celda, pero Dunk seguía sentado al lado de la ventana, contemplando la incipiente oscuridad y tratando de ignorar su estómago vacío.

De pronto oyó pisadas y el tintineo de unas llaves de metal. Se levantó justo cuando se abría la puerta. Irrumpieron dos centinelas, uno de ellos con una lámpara de aceite, seguidos por un criado con una bandeja de comida. El último en entrar fue Egg.

—Dejad la lámpara y la bandeja y salid —ordenó.

Obedecieron los tres, pero Dunk se fijó en que dejaban entreabierta la pesada puerta de madera. El olor a comida le hizo descubrir lo famélico que estaba. Había pan con miel, un cuenco de puré de guisantes y una brocheta de cebollas asadas y carne muy hecha. Se sentó al lado de la bandeja, rompió la hogaza de pan con las manos y se metió un trozo en la boca.

—No hay cuchillo —observó—. ¿Temen que te ataque?

—No me lo han dicho. —Egg llevaba un jubón ajustado de lana negra, ceñido a la cintura y con mangas largas forradas de raso rojo. La pechera estaba adornada por el dragón de tres cabezas de la casa de Targaryen—. Dice mi tío que debo pediros humildemente perdón por haberos engañado.

—Tu tío —dijo Dunk—. Es decir, el príncipe Baelor.

El niño parecía abatido.

—Yo no quería mentir.

—Pues lo hiciste, y en todo. Empezando por tu nombre, porque yo nunca he oído hablar de ningún príncipe Egg.

—Es un diminutivo de Aegon. Me lo puso mi hermano, que ahora está en la Ciudadela aprendiendo a ser médico. A veces Daeron también me llama Egg, y mis hermanas.

Dunk cogió la brocheta y mordió un trozo de carne. Era cordero, con alguna especia de ricos que desconocía. Le goteó la grasa por la barbilla.

—Aegon —repitió—. Claro, cómo no. Igual que Aegon el Dragón. ¿Cuántos reyes ha habido que se llamaran Aegon?

—Cuatro —contestó el niño—. Cuatro Aegones.

Dunk masticó, tragó y rompió otro trozo de pan.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Para reírte de un caballero pobre y estúpido?

—No. —El niño estaba a punto de llorar, pero plantó cara como todo un hombre—. Yo tenía que ser escudero de Daeron, que es mi hermano mayor. Aprendí todo lo necesario para hacerlo bien, pero Daeron no es demasiado buen caballero, y como no quería participar en el torneo al salir de Summerhall esquivó a la escolta. En vez de dar media vuelta siguió directamente hasta Vado Ceniza, pensando que sería el último lugar donde nos buscarían. Me rapó él, sabiendo que mi padre enviaría soldados en nuestra búsqueda. Daeron tiene el pelo normal, entre castaño y rubio, y no destaca, pero yo lo tengo igual que Aerion y mi padre.

—La sangre del dragón —dijo Dunk—. Lo sabe todo el mundo: cabello rubio plateado y ojos violetas.

Siempre tan duro de mollera, pensó.

—Sí. Por eso me rapó Daeron. Quería que estuviéramos escondidos hasta el final del torneo, pero entonces me confundisteis con un mozo de cuadra y… —Bajó la mirada—. A mí me daba igual que Daeron participase o no, pero quería ser escudero de alguien. Lo lamento, Ser. De veras que lo lamento.

Dunk lo miró, pensativo. Él también sabía lo que era desear algo hasta el extremo de no retroceder ante la peor de las mentiras.

—Hasta ayer creía que eras como yo —dijo—, y puede que tuviera razón, pero no como pensaba.

—Seguimos teniendo en común el hecho de ser de Desembarco del Rey —dijo el niño esperanzadamente.

Dunk no pudo contener la risa.

—Sí, tú de lo alto de La Colina de Aegon y yo de lo más bajo.

—No hay tanta distancia, Ser.

Dunk cogió un trozo de cebolla.

—¿Debo tratarte de vos? ¿De excelencia? ¿Cómo?

—En la corte sí, señor —admitió el niño—, pero en las demás ocasiones si lo preferís podéis seguir llamándome Egg.

—¿Qué harán conmigo, Egg?

—Mi tío desea veros cuando hayáis acabado de comer.

Dunk apartó la bandeja y se levantó.

—Pues ya he terminado. Después de dar una patada a un príncipe en la boca no pienso hacer esperar a otro.

Lord Ashford había cedido sus aposentos al príncipe Baelor. Fue, pues, a las estancias del señor del castillo adonde lo condujo Egg (no, Aegon; tendría que acostumbrarse).

Baelor leía a la luz de una vela de cera de abeja. Dunk se arrodilló delante de él.

—En pie —dijo el príncipe—. ¿Os apetece vino?

—Como gustéis, excelencia.

—Sirve a Ser Duncan una copa del tinto dulce de Dorne, Aegon —ordenó el príncipe—. E intenta no echárselo encima, que bastante le has perjudicado ya.

—No lo hará, excelencia —dijo Dunk—. Es buen chico y buen escudero. Además sé que no me quería ningún mal.

—No es imprescindible quererlo para hacerlo. Al ver como trataba su hermano a aquellas titiriteras Aegon tendría que haber acudido a mí y no a vos. Con ello no os hizo ningún favor. En cuanto a vuestra reacción… Es posible que yo la hubiera compartido, pero soy príncipe del reino, no caballero errante. Al margen del motivo, nunca es prudente golpear al nieto de un rey cuando está furioso.

Dunk, muy serio, asintió con la cabeza. Egg le ofreció una copa de plata rebosante de vino, que él aceptó y de la que bebió un sorbo.

—¡Odio a Aerion! —dijo Egg con vehemencia—. Además, tío, no tuve más remedio que avisar a Ser Duncan porque el castillo quedaba demasiado lejos.

—Aerion es tu hermano —dijo el príncipe con firmeza—, y dicen los sacerdotes que debemos amar a nuestros hermanos. Ahora déjanos solos, Aegon. Quiero hablar con Ser Duncan en privado.

El niño dejó el frasco de vino e inclinó rígidamente la cabeza.

—Como mandéis, excelencia.

Salió por la puerta de los aposentos y la cerró con suavidad.

Baelor Rompelanzas escrutó los ojos de Dunk un largo rato.

—Permitidme una pregunta, Ser Duncan: ¿hasta qué punto sois buen caballero? ¿Cuál es, con franqueza, vuestro dominio de las armas?

Dunk no supo qué contestar.

—Ser Arlan me enseñó a usar la espada y el escudo, y a lancear con blancos fijos.

El príncipe Baelor parecía preocupado por la respuesta.

—Hace unas horas que ha vuelto al castillo mi hermano Maekar. Encontró a su heredero borracho en una posada, a un día de caballo en dirección al sur. Él jamás lo admitiría, pero tengo para mí que su esperanza secreta era ver a sus hijos llevándose la palma del torneo por encima de los míos. Lo cierto es que lo han avergonzado, pero ¿qué puede hacer él? Son sangre de su sangre. Maekar está enfadado y necesita un blanco para sus iras. Os ha escogido a vos.

—¿A mí? —dijo Dunk, acongojado.

—Aerion ya lo ha convencido, y no puede decirse que Daeron os haya sido de gran ayuda. Queriendo excusar su propia cobardía ha contado a mi hermano que a Aegon se lo llevó un ladrón de gran estatura con quien se encontró inesperadamente en el camino. Temo, señor mío, que os hayan identificado con ese ladrón. Según el cuento de Daeron durante todos estos días ha estado persiguiéndoos sin descanso para rescatar a su hermano.

—Pero Egg le dirá la verdad. Perdón, Aegon.

—Sí, no lo dudo —repuso el príncipe Baelor—, pero a él también se le conoce más de una mentira. No hace falta que os lo diga. ¿A cuál de sus hijos dará crédito mi hermano? En cuanto a las marionetistas, Aerion hará que parezcan culpables de alta traición. El dragón es el emblema de la casa real. Representar a uno decapitado, con serrín rojo brotándole del cuello… En fin, que no dudo de su inocencia, pero pecaron de imprudentes. Aerion lo presenta como un velado ataque a la casa de Targaryen, una incitación a rebelarse, y es muy probable que Maekar esté de acuerdo. Mi hermano es de talante susceptible, y como Daeron lo ha decepcionado tanto tiene puestas todas sus esperanzas en Aerion. —El príncipe tomó un sorbo de vino y dejó la copa—. Más allá de lo que crea o deje de creer mi hermano, hay algo indiscutible: que le pusisteis las manos encima a un representante del linaje del dragón. Se trata de un delito por el que debéis ser juzgado y castigado.

—¿Castigado?

A Dunk no le agradó la palabra.

—Aerion quiere vuestra cabeza, con o sin dientes. Os prometo que no la tendrá, pero lo que no puedo negarle es un juicio. Dado que mi padre, el rey, se halla a cien leguas de aquí, se impone que mi hermano y yo presidamos vuestro juicio en compañía de lord Vado Ceniza, en cuyos dominios nos encontramos, y de lord Tyrell de Altojardín, de quien es vasallo. La última ocasión en que se declaró culpable a un hombre de golpear a alguien de sangre real se decretó que perdiera la mano autora del golpe.

—¿Mi mano? —exclamó Dunk, horrorizado.

—Y también vuestro pie. ¿O no es verdad que le disteis una patada?

Dunk se había quedado sin habla.

—Como es natural exhortaré a la compasión a los demás jueces. Soy la Mano del Rey, heredero del trono, y mi palabra goza de cierta autoridad. También la de mi hermano, por desgracia. He ahí el peligro.

—Pero… —dijo Dunk—. Pero excelencia… No…

No lo hacían por traición. Sólo era un dragón de madera, sin nada que ver con príncipes reales. Eso habría querido decir, pero se había quedado sin palabras. Nunca habían sido su fuerte.

—No obstante, tenéis otra posibilidad —dijo con calma el príncipe Baelor—. Ignoro cuál de las dos es preferible, pero os recuerdo que cualquier caballero acusado de un delito posee el derecho a exigir un juicio por combate. Os pregunto pues una vez más: Ser Duncan el Alto, ¿cuál es, con franqueza, vuestro dominio de las armas?

—Un juicio de siete —dijo sonriente el príncipe Aerion—. Tengo entendido que estoy en mi derecho.

Ceñudo, el príncipe Baelor tamborileó con los dedos sobre la mesa. Lord Vado Ceniza, que estaba a su izquierda, asintió con lentitud.

—¿Por qué? —quiso saber el príncipe Maekar, inclinándose hacia su hijo—. ¿Tienes miedo de enfrentarte sólo con este caballero errante y dejar que los dioses decidan si son ciertas tus acusaciones?

—¿Miedo? —dijo Aerion—. ¿Miedo yo de alguien así? No seas absurdo, padre. Pienso en mi querido hermano. También Daeron ha recibido ofensa del tal Ser Duncan, y tiene derecho a ser el primero en derramar su sangre. El juicio de siete nos permitiría enfrentarnos con él los dos.

—Ahórrame tus favores, hermano —murmuró Daeron Targaryen. El hijo mayor del príncipe Maekar presentaba un aspecto todavía más penoso que al encontrarlo Dunk en la posada. En esta ocasión parecía estar sobrio y no había manchas de vino en su jubón rojinegro, pero tenía los ojos inyectados en sangre y le cubría la frente una fina capa de sudor—. Me satisfaré con aplaudirte cuando mates al rufián.

—Eres demasiado amable, hermano del alma —dijo el príncipe Aerion, todo sonrisas—, pero sería egoísta negarte el derecho a demostrar la verdad de tus palabras con peligro de tu cuerpo. Debo insistir en que se celebre un juicio de siete.

Dunk estaba desorientado.

—Excelencia, señores —dijo de cara al estrado—, no entiendo nada. ¿Qué es un juicio de siete?

El príncipe Baelor cambió de postura, señal de que estaba incómodo.

—Se trata de otra forma de juicio por combate, una forma antigua y poco usada.

Cruzó la manga con los ándalos y sus siete dioses. En todos los juicios por combate el acusador y el acusado piden a los dioses que decidan su pleito. Los ándalos creían que si en cada bando luchaban siete caballeros habría más posibilidades de que los dioses, viéndose honrados, intervinieran en la consecución de un resultado justo.

—Acaso se debiera a algo tan sencillo como el gusto por la lucha —dijo lord Leo Tyrell con una sonrisa cínica—. Poco importa. El caso es que Ser Aerion está en su derecho y que tendrá que ser un juicio de siete.

—¿Y tendré que luchar con siete hombres? —preguntó Dunk, desesperado.

—No a solas —dijo el príncipe Maekar con impaciencia—. No os hagáis el tonto, que de poco os servirá. Deben luchar siete contra siete. Tendréis que encontrar seis caballeros más que peleen a vuestro lado.

Seis caballeros, pensó Dunk. Tanto daban seis como seis mil. El no tenía hermanos, primos ni antiguos camaradas ligados a él por mil y una batallas. ¿Qué motivo habrían tenido seis extraños para arriesgar sus vidas en la defensa de un caballero errante contra dos príncipes reales?

—Excelencia, señores —dijo—, ¿qué ocurre si no hay nadie que tome mi partido?

Maekar Targaryen lo miró fríamente.

—Si la causa es justa habrá hombres que la defiendan. Si no encontráis a nadie, señor mío, significará que sois culpable. ¿Hay cosa más clara?

Dunk nunca se había sentido tan solo como al salir del castillo de Vado Ceniza y oír el choque del rastrillo a sus espaldas. Caía una suave llovizna, liviana como rocío, pero el contacto del agua le daba escalofríos. Al otro lado del río los pocos pabellones donde seguían encendidas las hogueras aparecían circundados por un halo de luz.

Supuso que la noche estaría en su tramo final En pocas horas lo encontraría el alba. Y con el alba, pensó, vendrá la muerte.

Pese a haber recuperado su espada y sus monedas cruzo el río con pensamientos lúgubres. Se pregunto si esperarían de él que saliese huyendo a lomos del primer caballo. Nada se lo impedía. A partir de entonces ya no sería caballero, sino un simple forajido en espera del día en que lo prendiera algún noble y le cortara la cabeza. Más vale morir caballero que vivir así, pensó con tozudez. Pasó cerca del terreno de justas mojado hasta la rodilla. Estaban oscuros casi todos los pabellones; sus dueños dormían, pero quedaban algunas velas dispersas. Oyó llegar del interior de una carpa un rosario de gemidos y gritos de placer, y se preguntó si moriría sin haber conocido mujer.

Entonces oyó el relincho de un caballo y supo con certeza que era Trueno.

Cambió la dirección de sus pasos, echó a correr y lo encontró atado a Castaño junto a un pabellón circular iluminado por dentro por un vago resplandor dorado. El estandarte del poste central estaba mojado, pero Dunk logró discernir la curva oscura de la manzana de los Fossoway. Se parecía a la esperanza.

—Juicio por combate —suspiró Raymun—. ¡Por todos los dioses, Duncan! Eso significa lanzas de guerra, hachas de batalla… ¿Os dais cuenta de que las espadas tendrán filo?

—Raymun el Reticente —se burló su primo, Ser Steffon, cuya capa de lana amarilla estaba sujeta por una manzana de oro y granates—. No temas, primo, que es un combate de caballeros, y no siéndolo tú no corre peligro tu pellejo. Disponed al menos de un Fossoway, Ser Duncan. Del maduro. Vi perfectamente lo que le hacia Aerion a aquellas titiriteras y estoy de vuestro lado.

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