El Camino de las Sombras (66 page)

«¡Dioses!» Estaba allí para salvar a Elene, y le asustaba lo que ella le diría. Ridículo. O a lo mejor no era lo que diría, sino cómo lo miraría. ¡Lo había dado todo por ella! Pero eso Elene no lo sabía. Lo único que podía saber era que ella no había hecho nada y aun así estaba en la cárcel.

En fin, esperando no iba a arreglar nada.

Forzó la cerradura, retiró la invisibilidad del ka'kari y se bajó la máscara negra.

La celda de tres por tres estaba ocupada por un camastro y una chiquilla pequeña y guapa sentada en el regazo de Elene. Kylar apenas reparó en la niña. No podía apartar los ojos de Elene. Ella le devolvió la mirada, atónita. Su rostro era una máscara, en un sentido más literal de lo que a Kylar le habría gustado, puesto que tenía los dos ojos morados por los golpes que él le había propinado. Parecía un mapache con cicatrices.

Si no fuera culpa suya y se tratase de otra persona, se habría echado a reír.

—¡Padre! —exclamó la niña pequeña. Se zafó del regazo de Elene, que seguía mirando fijamente a Kylar y apenas reparó en que se soltaba. Uly pasó los brazos alrededor de Kylar y lo abrazó—. ¡Madre dijo que vendrías! Juró que nos salvarías. ¿Ha venido contigo?

Kylar apartó con esfuerzo su mirada de Elene, cuyos ojos se habían entrecerrado de repente, e intentó soltarse de la pequeña.

—Hum, tú debes de ser Uly —dijo.

«¿Madre?» ¿Se refería a Mama K? ¿O a su niñera? Ya aclararía lo de «padre» más adelante. ¿Qué iba a decirle? «Lo siento, probablemente tu madre está muerta y fui yo quien la mató, pero al final cambié de idea y le di el antídoto, o sea que no es culpa mía que esté muerta, ah, y anoche maté a tu padre también. Soy su amigo. Lo siento.»

Se agachó para poder mirarla a los ojos.

—Tu madre no viene conmigo, Uly, pero estoy aquí para salvarte. ¿Puedes ser muy pero que muy silenciosa?

—No diré ni pío —dijo ella.

La niña carecía de miedo. O no tenía sentido común, o Elene había sido un prodigio calmando sus temores.

—Hola, Elene —dijo Kylar mientras se ponía en pie.

—Hola, sea cual sea tu nombre.

—Se llama Durzo, pero podemos llamarle Zoey —explicó Uly.

Kylar le guiñó un ojo, agradecido por la interrupción. Aunque los niños fueran en general insoportables, la pequeña había cortado una conversación que no le interesaba mantener, y mucho menos allí y en ese momento.

Elene miró a Uly de reojo y luego otra vez a él, preguntando con la mirada: «¿Es tuya?». Kylar sacudió la cabeza.

—¿Vienes? —preguntó.

Elene frunció el entrecejo. Lo tomó por un «sí».

—Sígueme —le dijo a Uly—. Ni pío, ¿vale? —Mejor que se pusieran en marcha, y deprisa. Los asuntos sentimentales enrevesados podían esperar a más tarde, o para siempre.

Lo siguieron mientras Kylar caminaba visible y nervioso hasta la rampa. Elene llevaba a Uly de la mano y se iba deteniendo mientras Kylar se adelantaba. Cuando llegaron a los dientes tallados, atrajo a Uly hacia sí y empezó a hablarle en tono tranquilizador.

Kylar subió por la rampa y entreabrió la puerta.

La puerta se sacudió cuando tres flechas se clavaron en la madera.

—¡Mierda! —exclamó.

Había sido demasiado fácil. Debería habérselo imaginado. Su esperanza había sido que el caos descolocara a todo el mundo. Volvió a cerrar la puerta y partió la llave en la cerradura. «Que los cabrones la echen abajo si quieren.»

—¡De vuelta al túnel! —dijo, tirando de Elene para que apretara el paso—. No me veréis, pero estaré aquí. Os protegeré. Vosotras escuchad mi voz —dijo mientras la sustancia negra del ka'kari salía burbujeando por sus poros.

Si Elene se sobresaltó al verlo desaparecer ante sus narices, lo disimuló bien. Siguió avanzando deprisa con Uly de la mano.

—¿Tengo que correr? —preguntó al aire vacío.

—Basta que camines rápido.

La puerta que conducía a los sótanos del castillo no estaba vigilada, gracias a los dioses. Quizá la confusión de tomar un país entero serviría a sus propósitos. Quizá las flechas de la puerta solo se debían a que una patrulla había encontrado los cuerpos por casualidad.

Kylar cerró la puerta y rompió la otra llave. Subieron despacio por una escalera y salieron a un pasillo de servicio en el castillo propiamente dicho.

Al cabo de poco llegaron a una intersección en el pasillo. A un lado había unos soldados khalidoranos de permiso, reclinados contra la pared y contándose chistes. Kylar detuvo a Elene y caminó hacia ellos, pero entonces oyó que uno le decía algo a un ocupante de la habitación abierta que tenían detrás.

Si los mataba, quienquiera que estuviese en la habitación daría la alarma. El podría escapar, pero Elene y Uly no. Volvió con ellas.

—Pasad cuando os lo diga —ordenó—. Ya.

Elene se echó el chal por encima de la cabeza y cruzó por delante del pasillo poco a poco, con la espalda encorvada y la cabeza gacha, un pie vuelto hacia dentro y arrastrándolo por el suelo. Parecía una vieja arpía. Y tapaba casi por completo a Uly.

Tardó más en cruzar la bifurcación pero, cuando uno de los soldados la vio, ni siquiera dijo nada a los demás.

—Buen truco —comentó Kylar, que se puso a su altura mientras ella retomaba su paso rápido normal.

—Donde yo crecí, las chicas tontas no permanecen vírgenes —dijo Elene.

—Creciste en el lado este —observó Kylar—. No es exactamente como las Madrigueras.

—¿Crees que es más seguro trabajar rodeada de nobles salidos?

—¿Adónde vamos? —preguntó Uly.

—Chis —exhortó Kylar mientras se acercaban a otra bifurcación.

El pasillo que estaban siguiendo llevaba a las cocinas. Pero, a juzgar por el jaleo que se oía dentro, no era un buen camino para llevar a las chicas. La puerta de la derecha estaba cerrada, y el pasillo de la izquierda, despejado.

Kylar sacó sus ganzúas, aceptando el riesgo de que saliera alguien de las cocinas. No le hacía gracia la idea de seguir el camino que parecía ofrecer menor peligro.

La cerradura cedió enseguida, pero habían atrancado la puerta con algo pesado desde dentro. Seguramente algún criado había hecho lo posible por bloquearla durante el golpe.

—¿Adónde vamos? —volvió a preguntar Uly.

Kylar sabía desde el principio que la niña acabaría por ponerlo de los nervios, pero había esperado que tardara más. Dejó que esa vez le mandara callar Elene.

Con su Talento, podía derribar la puerta y lo que fuera que la atrancaba, pero el ruido atraería a quien estuviese en las cocinas, y Kylar tenía una sensación de apremio. No quería dejar allí a las chicas mientras exploraba.

—A la izquierda —susurró.

Ese pasillo se torcía y subía por varios tramos de escalones. Kylar oyó un tintineo de cotas de malla y el golpeteo de unas botas con tachuelas por detrás de ellos.

—¡Deprisa! —dijo.

Los hombres que tenían detrás avanzaban a un trote tranquilo, de modo que no perseguían fugitivos sino que tan solo respondían a alguna orden. Kylar retrocedió hasta el pie de la escalera y entrevió al menos veinte soldados.

Corrió para atrapar a Elene y Uly. Iban pasando por delante de puertas y, sin preocuparse de quién pudiera oírles, Kylar empezó a probar las manecillas. Todas estaban cerradas.

—¿Por qué vamos al salón del trono? —preguntó Uly.

Kylar se detuvo. Elene miró a la niña, con cara de estar tan sorprendida como él.

—¿Qué? —preguntó Kylar.

—¿Por qué vamos al...?

—¿Cómo sabes adónde vamos? —la interrumpió Kylar.

—Vivo aquí. Madre es doncella. Nuestra habitación está justo...

—Uly, ¿conoces un camino para salir? ¿Uno que no pase por el salón del trono? ¡Rápido!

—Se supone que no debo subir aquí —dijo la niña—. Me meto en líos.

—¡Maldita sea! —exclamó Kylar—. ¿Lo conoces o no?

Uly negó con la cabeza, asustada. «Claro, habría sido demasiado fácil, ¿no?»

—Qué buena mano tienes con los niños, ¿eh? —dijo Elene. Acarició a Uly en la mejilla y se puso en cuclillas para mirarla a la cara—. ¿Has subido aquí alguna vez, Uly? —preguntó con dulzura—. No nos enfadaremos, te lo prometo.

Sin embargo, Uly estaba demasiado asustada para decir nada.

Los pasos se acercaban.

—¡Moveos! —dijo Kylar, que agarró a Elene de la mano para hacerla correr, con la mocosa a rastras.

No le gustaba aquello. Estaba demasiado claro. Era demasiado conveniente que solo hubiera un camino.

«Un camino. ¡Eso es! En este castillo nunca hay solo un camino.» Kylar estudió las paredes y los techos mientras corrían. Ni siquiera intentó abrir las puertas que iban dejando atrás. Doblaron otra esquina y derrapó hasta pararse.

Su forma parpadeó hasta volverse visible.

—Elene, ¿ves ese tercer panel? —Señaló hacia arriba.

—No —respondió ella—. Pero ¿qué tengo que hacer?

—Empujarlo. Yo te auparé. Hay pasillos secretos por todo el castillo. Busca una salida. A lo mejor Uly puede ayudarte.

Elene asintió y Kylar se agachó con la espalda apoyada contra la pared. Elene se levantó la falda y subió un pie a su muslo. Frunció el ceño al caer en la cuenta de que tendría que pasarle la falda por encima de la cabeza, pero no vaciló en trepar hasta sus hombros y, por último, sus manos. Fue ayudándose con la pared para no perder el equilibro. Entonces Kylar se puso en pie y extendió los brazos para elevarla por los aires.

Elene empujó el panel para soltarlo, lo apartó a un lado y se coló en un pasadizo bajo. Cuando Kylar alzó a Uly, ya se había dado la vuelta para asomarse.

—¿Podrás cogerla? —preguntó Kylar.

—Más vale —dijo ella. Tenían a los soldados casi encima.

Kylar lanzó a Uly por los aires con facilidad. «Hay que ver lo útil que es el Talento.»

Elene la atrapó y empezó a resbalar por la base del pasadizo hasta que llegaron a colgarle los hombros en el aire. Entonces debió de encontrar algún punto de apoyo dentro del hueco, porque dejó de escurrirse. Gruñó y, con Uly contoneándose para ayudar, consiguió subir a la niña con ella.

—Uy, aquí sí que he estado —dijo Uly.

Kylar sacó una daga y la lanzó en dirección a Elene. Ella la cogió al vuelo.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con esto?

—¿Aparte de lo obvio? —preguntó Kylar.

—Gracias. Ahora sube. Hay sitio. Date prisa.

Kylar no se movió. «Si haces lo correcto dos veces, te costará la vida», había dicho Dorian. «Hay cosas más valiosas que la vida», había dicho Blint. «No puedes pagar por todo lo que has hecho —había dicho el conde—, pero tampoco estás más allá de la redención. Siempre hay una salida. Y si estás dispuesto a hacer el sacrificio, el Dios te dará la oportunidad de salvar algo de incalculable valor.»

Miró a Elene. «Algo de incalculable valor, y tanto que sí.» Le sonrió. Ella lo miró como si estuviera loco.

—¡Kylar, date prisa!

—Es una trampa, Elene. Si me pierden aquí, buscarán por los pasadizos secretos. No puedo protegerte en esos falsos techos, no hay sitio para pelear. Sal del castillo. Ve a ver a Jarl al Jabalí Azul, él te ayudará.

—Te matarán, Kylar. Si es una trampa, no puedes...

—Sí que he mirado —la interrumpió él. Sonrió—. Y tienes unas piernas estupendas.

Le guiñó un ojo y desapareció.

Capítulo 63

El vürdmeister Neph Dada maldijo a Roth Ursuul por enésima vez ese día. En teoría servir a uno de los hijos herederos del rey dios era un honor. Como ocurría con todos los honores del rey dios, aquel también tenía su letra pequeña. Si un príncipe fracasaba en el
uurdthan
, castigaban a su vürdmeister además de a él. Y se exigía obediencia al príncipe. Una obediencia absoluta, salvo en las órdenes que pudieran contrariar al rey dios.

Y por eso maldecía Neph. No estaba exactamente desobedeciendo a Roth, pero sí deshacía algo que el príncipe había comenzado. Algo que, a decir verdad, Roth creía haber completado. Algo cuya interrupción estaba requiriendo todas las habilidades de Neph. Por suerte, Roth había estado demasiado ocupado asegurando el castillo y la ciudad para preguntar dónde se había metido su vürdmeister. Además, ya tenía sesenta meisters a sus órdenes, tres de ellos vürdmeisters casi tan poderosos como Neph. Si Roth había enviado hombres a buscarlo, la pequeña habitación de servicio que Neph se había apropiado estaba lo bastante aislada para que nunca pudieran encontrarlo.

Su obra —su insignificante engaño, su rebelión y su apuesta para granjearse el favor del rey dios— yacía estirada sobre la cama. Era una chica hermosa. No era que el rey dios anduviera escaso de jóvenes guapas, pero esa tenía coraje. Temperamental, inteligente y, lo mejor de todo, una novia viuda y virgen, además de una princesa. Jenine de Gyre era todo un trofeo. Un trofeo para coronar el harén del rey dios. Un trofeo que Neph había arrebatado de las mismísimas garras de la Muerte.

Cualquier vürdmeister tan viejo como él sabía mucho sobre la preservación de la vida, por supuesto. Obraba en su propio beneficio a medida que envejecían. «Pero yo soy un genio. Un genio.»

Su plan había cristalizado mientras Roth despotricaba, una explosión diarreica de palabras sin sentido que el chico soltaba. Como de costumbre. El corte que Roth había hecho a Jenine había sido afortunado. Solo un lado del cuello, no tan profundo que seccionara la tráquea. Neph la había dejado desangrarse hasta que perdió las fuerzas. Entonces le presionó levemente el diafragma con un sutil zarcillo de magia para extraerle el aire de los pulmones, le cerró los ojos con otros dos y usó un cuarto para sellarle la herida del cuello. Luego había actuado con rapidez para desviar la atención de su cuerpo y que nadie se fijase en que todavía respiraba, y la chica había sido suya.

Había matado a siete doncellas buscando el tipo de sangre adecuado para ella. «Un trabajo chapucero.» Debería haberlo hecho mejor, pero al menos funcionó. Había decidido dejar la cicatriz. Le daba a la princesa cierto aire. Como detalle final, había encontrado a una chica de la ciudad que se parecía a ella y había hecho empalar su cabeza sobre la puerta oriental con el resto de la familia real. Si se encontraba el color de pelo justo y se imitaba el peinado, lo único que hacía falta para completar el parecido era golpear la cara lo suficiente. Pese a todo, pensó, había realizado un trabajo estupendo, aunque hubiese resultado agotador.

A la mañana siguiente, el rey dios llegaría y dispensaría a Roth Ursuul su favor o su castigo. En cualquier caso, Neph prosperaría.

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