Se sirve un segundo vaso de zumo, se mete la Taser en el bolsillo, toma la pistola y abre la puerta del cuarto en el que Emma Green permanece atada a una cama parecida a la que ha utilizado él para dormir. Piensa que tal vez este fuera el dormitorio principal para las víctimas antes de que les llegara la hora y las mataran. El mobiliario es anticuado, con muchas curvas y molduras, y la colcha está llena de motivos florales. La ventana está abierta, el aire es cálido y la chica está casi dormida; Adrian la mira desde la puerta, sin moverse. Quiere olerle el pelo y apartárselo de la cara con un dedo. Unos minutos después, ella empieza a revolverse como si lo hubiera notado. Abre los ojos de repente y los fija en él. La chica retrocede horrorizada.
—Soy el que te ha encontrado y te ha ayudado —dice—. Mira, te he traído algo para beber.
—¿Qué… qué es lo…? —dice ella antes de empezar a toser. El cuerpo se le tensa mientras intenta cubrirse la boca con la mano, pero las tiene atadas a la cabecera de la cama—. ¿Qué es lo que quieres? —pregunta.
La chica está desnuda, pero anoche, cuando la ató a la cama la cubrió con una sábana. Adrian se da cuenta de que lo ha tomado por el tipo que la secuestró. ¿No llegó a ver a Cooper?
—Por favor, yo no soy quien te secuestró —dice—. Yo intento ayudarte. —Adrian se acerca a la cama y a ella no le queda espacio para retroceder. Adrian tiende el vaso hacia ella—. Quiero que bebas esto —dice—. Quiero que te pongas mejor. —Y antes de que ella pueda responder, le acerca la bebida a la boca y ella traga el líquido ávidamente.
—¿No te acuerdas de mí? —pregunta mientras ella bebe—. Te he ayudado. Te he metido en la bañera para refrescarte, te he dado agua y te he quitado la cinta americana que te tapaba los ojos.
Adrian aparta el vaso y la chica asiente lentamente. Tiene los labios mojados por el zumo y algunas gotas en la barbilla. También tiene que acordarse del pegamento luego, cuando salga a comprar.
—Me acuerdo. Me metiste en el maletero de un coche con algo que olía a muerto —dice—, pero si tú no me secuestraste, ¿por qué me tienes atada?
—Es complicado —responde Adrian, y es que siempre lo es—. Yo intento ayudarte —dice, lo que no es exactamente una mentira. Quiere ayudarla para que se recupere y así poder ofrecérsela a Cooper.
—Pero me has secuestrado —replica ella.
—No, te he encontrado —dice Adrian.
—Entonces, ¿por qué me tienes atada?
—Es complicado —repite. Le ha gustado esa respuesta, la utilizará también con Cooper cuando empiece a preguntarle cosas de las que no le apetezca hablar.
—Si no me has secuestrado —dice—, ¿podrías desatarme? Y también necesito comer algo… no he comido nada desde hace varios días.
—Te desataré —dice él— y te daré comida, pero primero tú debes entender que no conseguirás comprender lo que sucede. Si tú me ayudas, yo podré ayudarte y entonces podrás comer y podré llevarte a casa —dice Adrian. La primera parte es verdad pero la segunda no y Adrian se da cuenta de que se ha ruborizado. Odia mentirle a una persona tan… tan hermosa.
—¿Ayudarte? —pregunta ella—. ¿Qué quieres que haga exactamente?
—Estoy herido —dice él mientras se mira la pierna. Aún con la pistola en la mano, intenta arremangarse la pernera de los pantalones pero la Taser que lleva en el bolsillo se lo impide. La saca y la deja sobre la cómoda que tiene detrás, lejos del alcance de Emma Green. Luego se levanta la pernera de los pantalones cortos que lleva puestos y muestra la gasa—. Anoche me dispararon y se ha infectado, necesito que me limpies la herida y que me la vendes.
—No soy enfermera —replica ella.
—Pero eres una mujer —dice Adrian, a quien, por experiencia, le parece que las mujeres siempre saben lo que hay que hacer—. Por favor, ayúdame con la herida y dejaré que te marches.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo?
—Yo no miento —dice, pero no solo miente sino que además se siente mal por ello.
—Entonces, ¿qué quieres que haga exactamente?
—Que me limpies la herida y me la vendes. Quiero que me cures.
—Y si lo hago me soltarás.
—Por supuesto.
—¿Me lo prometes?
—Por la vida de mi madre.
—Entonces tendrás que desatarme.
—Tengo una pistola —dice Adrian agitándola levemente a pesar de que está seguro de que ella ya la ha visto—. Si intentas escapar te dispararé. Por favor, no me obligues a hacerlo, te aseguro que es lo último que quisiera tener que hacer —dice Adrian. Y esta vez la frase entera es cierta.
—¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?
—Hay unas cuantas cosas en el baño, pero muchas cosas no sé qué son y la mayoría llevan mucho tiempo ahí.
—Entonces desátame y tráeme todo lo que tengas.
—No. Te lo traigo todo primero y luego te desato.
Adrian vuelve al baño una vez más. Se mira fijamente en el espejo. Sigue teniendo el sarpullido, igual de intenso, pero ya no está ruborizado, en todo caso se ve pálido, muy pálido. Como un fantasma. Lo mete todo en una bolsa de plástico y se lo lleva a la habitación. Vuelve al baño y llena un cubo con agua caliente y encuentra también un poco de algodón y un par de trapos limpios.
—Será más fácil si te quitas los pantalones —dice la chica.
—Ah… No sé. Creo que está bien así —responde Adrian después de recordar la vez que vomitó encima de aquella prostituta.
—Es que estorbarán todo el rato.
—Es que… —No sabe cómo terminar. Jamás se ha quitado los pantalones con una mujer cerca a excepción de la noche anterior, mientras la madre de Cooper lo ayudaba. Pero ella era más como una madre, no tanto una mujer, y la diferencia es muy grande—. No me quitaré los pantalones.
—De acuerdo. Lo has decidido tú. Ahora tienes que desatarme.
—Lo sé.
—Y me gustaría beber algo más.
—Cuando hayamos acabado.
—¿Me prometes que me soltarás?
—Parece que no me creas.
—Te creo —dice ella—. Al fin y al cabo me has salvado de quien me secuestró, y te lo agradezco.
Adrian sonríe. Le gusta.
—¿Cómo te llamas? —pregunta ella.
—Adrian. —No tenía previsto contarle cómo se llama y no puede creer lo rápido que se lo ha dicho.
—Me gusta tu nombre, Adrian.
—¿Sí?
—Claro —dice ella con una sonrisa. Y menuda sonrisa. Adrian nota que el corazón le late más fuerte—. Me recuerda a las novelas románticas clásicas.
—¿Ah, sí?
—Te lo aseguro —dice ella—. Adrian…
—¿Sí?
—Oh, nada. Simplemente pronunciaba tu nombre. Me gusta.
A Adrian le encanta que le guste. Le hace sentirse… querido.
—Yo me llamo Emma —le dice—. Emma Green. Estoy muy contenta de que me lleves a casa, Adrian, porque mi familia estará preocupada por mí. Especialmente mi madre. Imagino que debe de estar llorando mucho. Y mi padre también. Y mi hermano. Mi madre tiene cáncer —le explica—. Se está muriendo.
—¿De verdad tiene cáncer? —pregunta Adrian.
—Sí, claro. No sería capaz de inventarme algo así.
—¿Te gusta leer libros sobre asesinos en serie? —pregunta él e inmediatamente añade—: ¿O libros sobre psicología?
—¿Qué? No, no, nunca he leído ninguno. ¿Por qué?
—Por nada —le dice. Sospecha que está intentando sintonizar con él. Utiliza mucho su nombre y la historia sobre el cáncer de la madre se supone que tiene que despertar su compasión… Eso es lo que Adrian ha leído en los libros sobre asesinos en serie, pero si ella no lee esa clase de libros, entonces no tiene por qué saber ese tipo de cosas. No está intentando engañarlo, simplemente es buena persona. Ha pasado tanto tiempo con malas personas que continuamente está buscando cosas malas en la gente buena.
—¿Tienes algún antiséptico, Adrian? —pregunta ella.
—¿Eh?
—Antiséptico.
—Ah, sí, seguro.
—¿Puedes darme un poco?
Adrian rodea la cama y la desata. Ella se incorpora hasta quedar sentada, con cuidado, para que no se le caiga la sábana. Se frota las muñecas mientras le desata los pies. Tiene las muñecas enrojecidas y la piel desgarrada, debe de ser duro permanecer atado casi una semana como lo ha estado ella. Está enfadado con Cooper por lo que le ha hecho a esa chica, podría haberse limitado a encerrarla en una habitación. Cuando se ve libre de los pies, la chica se inclina hacia delante lentamente y se frota los tobillos.
—¿Me puedes dar el antiséptico? —pregunta ella.
Adrian se lo da. Ella lo destapa y empieza a untarse la crema en las muñecas y los tobillos. Mientras tanto, él la mira, observa cómo va de una extremidad a otra y le gustaría ofrecerle su ayuda, pero no lo hace. Le gusta la idea de aplicarle crema y ayudarla, pero no cree que a ella le gustase tanto la idea.
—Duele de verdad —dice ella.
—Lo siento. La próxima vez… —Se da cuenta de su error y se calla de repente. Baja la vista, incapaz de mirarla a los ojos, mientras espera a ver cuánto tarda en percatarse, mientras espera a ver qué tarda en decir: «La próxima vez, ¿qué? Has dicho que me soltarías». No sabe cómo acabar la frase y afortunadamente no tiene que hacerlo porque es ella quien lo saca del aprieto.
—Echémosle una ojeada entonces, ¿de acuerdo? —dice ella sin hacer caso del comentario. Adrian se alegra de ello—. ¿Qué ha ocurrido?
—Alguien me ha disparado.
—¡Oh, pobre! —exclama ella. La voz de la chica lo tranquiliza, parece como si la pierna ya no le doliera tanto. La imagen siguiente es inmediata: Adrian se ve a sí mismo sentado con esta mujer al lado, en el porche, contemplando un amanecer con ella y no con Cooper. Siente un calor agradable en el pecho y nota que tiene la cabeza algo enturbiada, pero no está seguro de lo que está pasando. Las muñecas le brillan a causa de la crema. Adrian no puede dejar de mirarlas.
—No duele tanto como parece —dice Adrian, aunque es mentira. No quiere que ella sepa que el dolor lo está atormentado—. ¿Sabes? He sufrido heridas peores —añade. Inmediatamente desea no haberlo dicho.
Ella se ajusta la sábana bajo las axilas y se la sujeta con los brazos por fuera.
—¿Está todo dentro de la bolsa de plástico?
—Sí.
—Para empezar deberíamos lavar la herida —dice ella—.¿Te parece bien? ¿Quieres que lo haga por ti?
—De acuerdo.
—Tienes las piernas bonitas, por cierto —comenta ella.
—Ah… ¿de verdad?
—Claro, Adrian, ¿no te lo habían dicho nunca?
—Mmm… no. Jamás.
—¿Jamás? Me cuesta creerlo —dice ella y sonríe de forma que a él se le contagia—. ¿Tienes algodón?
—En la bolsa.
—Empecemos, pues.
Adrian le da la bolsa y ella saca lo que hay dentro y lo dispone todo sobre la cama que tiene al lado. Además del antiséptico hay más ungüentos, vendas, gasas, esparadrapo, un imperdible, pastillas, cremas y unas tijeras. Adrian no les quita el ojo de encima a las tijeras. Quiere quitárselas, pero al mismo tiempo no desea que ella se lo tome mal. Necesita quitárselas sin que parezca como si no confiara en ella. Realmente empieza a pensar que sería una lástima ofrecérsela a Cooper.
—¿Esa gasa está pegada a la herida? —pregunta la chica mientras se inclina hacia delante para verla mejor. El pelo le cae por detrás abierto como unas cortinas, a través de las cuales Adrian puede verle la columna vertebral, que parece una fila de nudillos que le baja por la espalda, suave y pálida. La piel del cuello es tersa y hay gotas de sudor en la superficie. A Adrian le apetece pasarle un dedo por encima y hacer que esas gotas se le escurran por el cuerpo.
—Sí —se oye decir a sí mismo.
—Tenemos que deshacernos de ella.
—¿De la pierna? —pregunta él, y de repente vuelve a verse a sí mismo dando vueltas por su habitación, acabando los pasos en números impares y siente que la sangre desaparece de su rostro. Tiene ganas de vomitar.
—No, la gasa —responde ella—. Sería horrible tener que cortarte la pierna —dice, y lo hace de manera que él no se sienta estúpido por haberse equivocado. Adrian no sabe qué le ha hecho pensar que se refería a la pierna, no tiene sentido. Se siente idiota. En el pasado, la gente se habría reído de él por el hecho de haber malinterpretado algo tan simple.
—Esto te va a doler —le advierte—. Pero tengo la sensación de que no tendrás ningún problema. Mira, la empaparemos bien antes. Así debería salir más fácilmente.
—De acuerdo. Gracias.
Ella empapa uno de los trapos en agua y él le contempla los dedos, la manera como el pelo se le pega a la cara. Tiene el corazón acelerado. Ella escurre el trapo y a él le encanta el sonido del agua cuando vuelve a caer en el cubo. Hace que le vengan ganas de salir a nadar, algo que no ha vuelto a hacer desde que era niño. Emma le sostiene el trapo sobre la gasa del muslo, mira a Adrian y le sonríe. A él, las piernas se le están convirtiendo en gelatina. Ojalá estuviera sentado. Ella levanta una esquina de la gasa. Está pegada, pero tampoco tanto como parecía.
—Solo un poco más —dice ella—. Aunque también puedo sacártela de un tirón. ¿Lo prefieres así?
—Sí —dice él, y en menos de medio segundo desde que la palabra ha salido de sus labios y ¡zas!, ya se la ha arrancado del muslo—. Ay-dice él—, ay, eso…
—Has sido muy valiente —dice ella con una sonrisa.
Él le responde con otra sonrisa para intentar ocultar el dolor. Le recuerda a Katie, la chica de la que se había enamorado, aunque Emma es mucho más simpática que Katie. Mucho más bonita y agradable. Y a pesar de que es mucho más joven que Adrian, se da cuenta de que se está enamorando. Es como si volviera a tener trece años. Por supuesto, su madre diría que se está obsesionando, pero su madre se equivocaría.
—Vamos a ver cómo está eso —dice Katie. No, Katie no, Emma. Cuando en el futuro se sienten en el porche para ver cómo amanece tendrá que tener cuidado para no cometer ese error—. Uf, tiene mal aspecto. Deja que te la limpie —dice mientras empapa un poco de algodón en antiséptico.
—Es viejo —dice Adrian, y asiente en dirección al mismo antiséptico que ella se ha puesto en las muñecas y los tobillos.
—Estas cosas no caducan —comenta ella—. Confía en mí, solo ponen fechas de caducidad para asegurarse de que vas a comprar más. Es completamente inofensivo.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que estoy segura. Yo también lo he usado, ¿no?
Y así es, pero cuando ella lo ha usado no sabía que era viejo y Adrian se siente mal porque no se lo ha dicho antes de que se lo pusiera. Tiene que tomar una decisión: ¿la cree o no? ¿Confía en ella? Al final decide que sí. Es buena persona, eso es evidente, y en la buena gente se puede confiar.