—¡Oh, Dios mío! ¡Es uno de mis profesores en la universidad! ¿Qué demonios está pasando aquí?
—No lo sé —dice, y es verdad, ahora mismo no lo sabe. De algún modo, Emma ha conseguido escapar. Los gritos que ha oído debían de ser de Adrian. Y los disparos, ¡Emma Green debe de haberle disparado! Es perfecto. Todo es absolutamente perfecto—. Oye, ¿cómo te llamas? —pregunta.
—Emma.
—Escucha, Emma, llevo aquí encerrado… Ni lo sé, he perdido la noción del tiempo. Por favor, por favor, tienes que dejarme salir de aquí. Lo has matado, ¿verdad? Al tipo que me secuestró, ¿no?
—No. Sigue vivo, solo está herido —dice ella, mirando por encima del hombro hacia el pasillo.
—Le has disparado, ¿verdad? Por favor, dime que le has disparado.
—Ha sido él quien me ha disparado a mí.
—Mierda, ¿sigue ahí fuera? Tienes que darte prisa. ¡Tienes que dejarme salir enseguida!
—¿Está solo ahí dentro? —pregunta ella.
Cooper se aparta para que pueda ver la habitación.
—Mi madre está aquí conmigo —le dice.
—¿Qué le pasa a su madre?
—Es lo que intento decirte. La ha matado. Anoche la mató aquí, delante de mí y no he podido hacer nada para evitarlo —dice—. Ha sido lo peor… lo peor que me ha pasado en la vida. —Y realmente así había sido. Había rodeado el cuello de su madre con sus propias manos y le había dicho que lo sentía una y otra vez mientras a ella se le salían los ojos de las órbitas y él le arrebataba la vida. La amaba, pero aún amaba más su libertad. No había otra opción. La policía la habría interrogado. Ella les habría dicho que un demente pensaba que su hijo era un asesino en serie. La policía se habría preguntado si habría algo de cierto en ello, puesto que una de sus alumnas había desaparecido. Dos alumnas, si contabas la que había desaparecido hace tres años.
—¡Oh, Dios mío! —exclama ella.
—Por favor, tienes que dejarme salir.
—Espere un segundo.
Emma retrocede un paso y la puerta se abre hacia fuera, hacia el pasillo. Una sobrecogedora sensación de alivio se apodera de Cooper. Ya siente el entusiasmo que le provoca poder matar a Adrian. Nota el sabor de la excitación que le provoca estar a solas con Emma Green. Por primera vez se da cuenta de que ella está completamente desnuda. Cooper sale de la celda. Esto no es ni Sunnyview ni Eastlake.
—¿Dónde demonios estamos?
—No tengo ni idea —responde ella—. Pero creo que son dos.
—¿Qué?
—Alguien me secuestró el lunes por la noche —dice ella—, y me abandonó en alguna parte, en un edificio. Luego alguien me sacó de ese edificio y me trajo a este. Y no era el mismo tipo.
—¿Dónde está ahora el que está herido?
—Por allí —dice ella señalando el pasillo.
Ese pasillo está en una casa. Parece una casa normal con una celda acolchada y no una clínica psiquiátrica abandonada. El pasillo está enmoquetado y se le antoja especialmente ancho. Hay unas mesillas anticuadas adosadas a la pared con figuritas de cerámica encima, algunas acuarelas que no parecen muy buenas y que probablemente pintaron los propietarios de la casa. Cooper da dos pasos hacia la habitación de la que había dicho haber salido Emma, la puerta se abre de repente y aparece Adrian.
De un lado de la cara le chorrean sangre y fluidos mientras con la palma de la mano se tapa una herida. También le sangra un pie, parece como si se lo hubieran aporreado con un martillo. Adrian levanta la pistola.
—Dios —dice Cooper, y agarra a Emma para protegerla de lo que le viene encima, la cubre con su propio cuerpo en un instinto que supone que procede del Cooper Riley anterior al divorcio y a Natalie Flowers. El disparo sale muy desviado e impacta en una pared, lejos de ellos, por lo que a Cooper se le ocurren dos cosas: que Adrian probablemente no había utilizado jamás una pistola hasta hoy, y que no tiene puntería porque solo ve por un ojo.
—¡Éramos amigos! —grita Adrian antes de volver a disparar. La segunda vez no se desvía tanto.
—Vamos —dice Cooper, que pasa de envolver a la chica con su cuerpo a agarrarla por un brazo. La habitación de la que acaba de salir le proporcionaría una seguridad inmediata, pero eso lo dejaría de nuevo en la casilla de inicio, encerrado a merced de Adrian.
Desgraciadamente, es su única opción. La puerta está abierta y obstaculiza el pasillo, para poder pasar tendría que cerrarla, eso le llevaría un segundo o dos más y no cree que tengan tanto tiempo.
—Pensaba que te caía bien —dice Adrian. Cooper no está seguro de si es a él a quien se dirige.
Empuja a Emma hacia dentro de la habitación y se lanza tras ella. El impacto contra el suelo es todo cuanto necesita su vejiga para ceder y vaciar un cuarto de su contenido antes de que Cooper pueda recuperar el control de sus esfínteres. Supone que dispone de cinco segundos para tomar una decisión antes de que Adrian cierre la puerta o los dispare.
—¿Tienes un arma? —pregunta Cooper.
—¿Qué? No, no, claro que no.
Cooper mira a su alrededor dentro de la habitación. Tiene los pantalones empapados, su vejiga intenta por todos los medios seguir vaciándose. De hecho, le duele más que antes. Antes no había nada que pudiera servir de ayuda y ahora tampoco.
Excepto su madre.
Su madre no tiene por qué haber muerto en vano.
Un guardia se me acerca y me pide que lo siga. Tiene la frente amplia, arrugada por el estrés, y el labio inferior le sobresale más de un centímetro respecto al superior; son ese tipo de labios que no te gustaría tener cuando estás muy resfriado. Me escolta hasta un detector de metales, donde me cachean por si llevo armas o drogas escondidas. Todo queda registrado en las cámaras de seguridad que nos controlan desde cuatro ángulos distintos y que, por fuerza, deben de estar desconectadas la mayor parte del tiempo a juzgar por la cantidad de drogas y de armas que llegan a entrar en este lugar. Me conducen hasta la sala de visitas, que está al otro lado de una reja corredera que se abre a medida que nos acercamos a ella. En la sala de visitas hay aproximadamente una docena de mesas cuadradas, todas marcadas de un modo u otro, con muescas en los cantos, líneas y rayas donde se han arrastrado cosas y pequeñas palabras grabadas sobre la madera. Unas cuantas están ocupadas por tipos vestidos con monos frente a seres queridos que llevan ropa de verano. En la sala hay aire acondicionado, lo que no permite que las visitas se hagan a la idea del calor que hace dentro de las celdas en esta época del año, ni el frío que llega a hacer en invierno. Los últimos cuatro meses he entrado en esta sala por el otro lado. Esta vez el guardia me suelta una lista de cosas que no puedo hacer. Edward Hunter está sentado tras una mesa con las manos sobre el regazo, mirándome e intentando recordar de qué me conoce. Me siento frente a él y ninguno de los dos nos ofrecemos para darnos un apretón de manos.
—Gracias por acceder a verme —le digo.
—No recuerdo haber cruzado ni una sola palabra contigo mientras estuviste aquí dentro —dice—, ¿qué podría ser tan importante para que te hayas decidido a volver?
—Ha desaparecido una chica.
—Desaparecen muchas chicas —dice él—. Mi hija desapareció y murió, ¿por qué debería preocuparme por el resto de la gente? —Su voz suena neutra, es como si lo mantuvieran químicamente equilibrado. Cuando habla de su hija, lo hace sin emoción. Suena desaguado, vacío. A su esposa la mataron a tiros en el mismo atraco a un banco del que me había hablado Schroder, el banco en el que trabajaba Jane Tyrone. La hija de Edward fue secuestrada, pidieron un rescate por ella y Edward fue a buscar a los tipos que la tenían. Lo que les hizo a esos tipos por haber matado a su familia es el motivo por el que está aquí encerrado.
—Siento lo que le ocurrió a su familia —le digo.
—Sé que así es. A ti también te mataron a una hija —dice—. ¿Llegaste a matar a quien le hizo daño?
—Por favor, he venido a pedirle que me ayude.
—Lo hiciste, estoy seguro de que lo hiciste —dice—. ¿Llevas un monstruo dentro? Al mío le gusta el sabor de la sangre.
Si Edward Hunter no está recibiendo ningún tipo de medicación, espero que empiecen a administrársela pronto. Si ya la está recibiendo, entonces deberían subirle la dosis. Su manera de hablar me recuerda a Jesse Cartman. Sin duda Jesse Cartman llevaba un monstruo dentro que pedía desesperadamente que le dieran de comer.
—La chica en cuestión se llama Emma Green —digo mientras me inclino hacia delante—. La secuestraron el lunes por la noche y creo que sigue viva. Se la llevó un tipo llamado Cooper Riley. Más tarde, los dos fueron secuestrados por un ex paciente mental llamado Adrian Loaner.
—Parece como si ya supieras todo lo que puede saberse al respecto.
—No sé dónde están.
—Bueno, pues yo tampoco. Ni siquiera había oído hablar de ellos. No es que salga mucho de aquí, ¿sabes? Y no me gusta ver las noticias. ¿Cómo podrían gustarme? Cada día las mismas historias con nombres distintos. No hay nada que pueda gustarme de todo eso.
—¿Qué relación tiene con Murray y Ellis Hunter?
—¿Eh? ¿Qué?
—Murray y…
—Ya sé. Te he oído. Son mis tíos, por parte de padre —dice, y por primera vez se implica en la conversación—. Apenas los conozco. No los vi durante muchos años después de que mi padre, bueno, ya sabes, de que lo arrestaran. Los vi en los funerales de mis abuelos, eso es todo. Casi nunca hemos hablado y si me cruzara con ellos por la calle mañana mismo ni siquiera los reconocería.
—Solían trabajar en Grover Hills.
—¿Qué es eso? ¿Algún tipo de residencia para jubilados?
—No exactamente —digo, y se lo explico a continuación.
—¿Y qué es lo que quiere saber acerca de ellos?
—¿Tiene idea de dónde viven?
—En absoluto. ¿Por qué? ¿No los encuentra?
—Están muertos.
—¿Qué… qué quiere decir? ¿Cómo?
—Asesinados.
—Dios —dice—. ¿Quién ha sido?
—Adrian Loaner.
—El tipo que tiene a Emma Green.
—Fue paciente de Grover Hills. Todo nos hace suponer que sus tíos abusaban de él y de los demás internos.
—Ah, ya veo —dice mientras se incorpora y se agarra al canto de la mesa—. Ahora me doy cuenta de por qué ha venido. Cree que llevan dentro los genes de los Hunter, ¿verdad? Lo que nos convierte en hombres sanguinarios. Mi padre lo tenía, yo lo tengo y ahora resulta que ellos también.
Dos de los guardias nos miran pero no se nos acercan, aunque parece como si estuvieran preparándose para hacerlo. Sigo hablando en voz baja.
—Sus tíos hicieron daño a mucha gente. Y también mataron a mucha gente, por lo que parece.
—Entonces han recibido su merecido —dice, encogiéndose de hombros.
—Supongo que sí.
—Así pues, ¿para qué has venido?
—Porque tenían que llevarse a sus víctimas a alguna parte.
—Ya te lo he dicho, no sé dónde viven.
—He estado en su casa. Estaba llena de recuerdos de la gente a la que habían matado.
—Puto gen de mierda —exclama.
—Pero no tenían a las víctimas allí. Entonces, ¿dónde? ¿Tiene alguna idea al respecto?
—Como ya te he dicho, no los conocía. De verdad que no. Ojalá pudiera ayudarte. Podría ayudarte si supiera algo, pero es que no sé nada.
—Tiene que haber algo —digo mientras la frustración y el cansancio empiezan a hacer mella en mí—. Por favor, tiene que haber algo.
—Ya te lo he dicho, si supiera algo te lo diría. Entiendo que está en juego la vida de una chica, lo entiendo. Pero no sé nada. Hace unos seis años que no los veía.
—Desde los funerales de sus abuelos.
—Sí, ya te lo he dicho antes.
—El mismo tiempo que hace que abandonaron Grover Hills.
—¿Y? —pregunta.
—Eso significa que cuando sus abuelos murieron, ellos dejaron sus empleos. ¿Por qué tendrían que haberlo hecho?
Se encoge de hombros.
—No lo sé.
No lo sabe, pero todo empieza a tomar forma. Dejaron sus empleos porque ya no necesitaban la Sala de los Gritos de Grover Hills. Tenían algún lugar donde pudieron construir su propia sala.
—Sus abuelos, ¿dónde vivían?
—Se mudaron hace mucho tiempo. Yo solía vivir con ellos cuando era un niño. Tenían una casa bastante bonita cerca del centro, pero siempre quisieron tener algo más grande, con mucho terreno. No mucho después de que yo me marchara se compraron una granja antes de jubilarse. Estuvieron trabajando en la granja durante unos… déjame pensar… siete u ocho años, supongo, antes de la muerte de mi abuelo. Mi abuela murió poco después, creo que de tanto que lo echaba de menos.
Una granja. Es perfecto.
—¿Y qué pasó con la granja?
—No lo sé. La vendieron, supongo.
—¿No lo sabe?
—Creo que se la dejaron en herencia a sus hijos, a Ellis y Murray, y yo siempre imaginé… mierda, imaginé que la habrían vendido, pero no crees que así sea, ¿verdad? ¿Crees que es allí adonde se llevaban a sus víctimas?
—¿Dónde está?
—Necesitará un mapa —dice.
—Tengo uno en el coche.
—Entonces tome también un lápiz. Necesitará unas indicaciones.
Su colección está escapando. Tanto trabajar duro, tanto planificar las cosas para luego ver cómo se van al garete. Ya no le duele la herida del disparo de anoche en la pierna, ni siquiera el pie le duele comparado con lo que está ocurriendo dentro de su cabeza. Su pie, su pobre pie herido, ¿cómo se lo curará? ¿Podrá salvar los dedos? Y su ojo, su pobre ojo herido, que parece que lo tenga ardiendo.
Se ha quitado el imperdible. Está en el suelo del dormitorio en el que Katie lo ha traicionado. No volverá a confiar en ella jamás. Le había fallado cuando era un niño. Le falló hace unos meses, cuando intentó pagarle a cambio de sexo. Y ahora le ha fallado de nuevo. Casi tanto como las heridas, le duele que lo haya engañado. No sabe cuántas balas quedan en la pistola, pero sabe que no sería sensato gastarlas todas, por eso de momento ha decidido no disparar más. Ni siquiera está seguro de querer disparar a su propia colección. Las cosas aún pueden salvarse. Lo único que debe hacer es cerrar la puerta de la celda, dejar que pase el tiempo y luego intentará perdonarlos, lo intentará de veras, porque además puede recurrir a la madre de Cooper o a Katie para que lo ayuden a curarse las heridas. Aún existe la posibilidad de disfrutar de ese amanecer en el porche con Cooper una mañana y con Katie a la mañana siguiente.