El coleccionista (51 page)

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Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

Como el Predicador le había dicho, lo único que necesita es tener un poco de fe. Y ahora mismo lo que tiene que hacer es cerrar esa puerta.

Apenas puede apoyar peso en la pierna, y en todo caso, solo toca el suelo con el talón, apoyando el hombro en la pared. Camina con la pistola por delante, sin dejar de apuntar hacia la entrada de la Sala de los Gritos.

Sale la madre de Cooper. Tiene los ojos entreabiertos y la cara flácida. Está de pie, pero se sostiene de un modo extraño, como una marioneta en un espectáculo de títeres, con las extremidades laxas y fuera de control. Se le acerca y Adrian retrocede un paso. No esperaba que sucediera eso. La apunta con la pistola como puede, le tiembla la mano, le duele todo el cuerpo. Con la mano libre se tapa el ojo herido.

—¿Qué quieres? —pregunta.

Ella no responde. Adrian retrocede otro paso y su peso se desplaza sobre el pie malo, la pierna le falla y está a punto de caer al suelo.

—No me obligues a dispararte —dice gritando por encima del zumbido que le llena los oídos.

Más cerca. Un poco más cerca.

—Atrás —dice él.

Aprieta el gatillo. Dos veces. Un disparo acaba en el techo y el segundo en el pecho de la mujer. En lugar de salir disparada hacia atrás como cuando disparan a alguien en las películas, ella se precipita hacia delante. Vuelve a dispararla y esta vez le acierta en la barriga, pero ella sigue avanzando hacia él y Adrian levanta los brazos para evitar que lo pegue, levanta incluso la mano con la que se cubría el ojo cuando la madre de Cooper cae sobre él. Adrian retrocede tambaleando y esta vez no consigue mantener el peso sobre el pie, se cae y acaba con el cuerpo tendido en el suelo y la cabeza atrapada contra el tabique de yeso, en el que ha dejado una marca producida por el golpe. Adrian la aparta a empujones. Ella cae al suelo junto a él y las caras de ambos quedan confrontadas.

Cooper está de pie delante de él, parece furioso. Tiene la parte delantera de los pantalones empapada y aún lleva la camisa manchada por la sangre de la chica a la que mató hace dos noches. ¿Ya han pasado dos noches? Cuando lo mira se ve también el pie y se da cuenta de que también ha perdido el segundo dedo herido y no está seguro de cuándo ha sucedido.

Adrian vuelve a apuntar, pero ya no tiene la pistola en la mano, la tiene vacía. Está indefenso, como lo había estado tantos años atrás cerca de la escuela, cuando estaba en el suelo y se le mearon encima. De hecho, tiene la misma sensación que entonces, la de saber lo que se avecinaba. Cooper se inclina, recoge el arma y se le acerca.

—Me duele —dice Adrian—. Por favor, Cooper, ayúdame. Eres mi mejor amigo.

Cooper se agacha, apoya el cañón de la pistola en el pecho de Adrian y sonríe. Adrian también sonríe. Todo irá bien. El cañón de la pistola está caliente. Al cabo de un momento tiene la sensación de estar sufriendo un ataque al corazón. Se le tensan todos los músculos del cuerpo y el ojo deja de dolerle. El mundo parpadea lleno de luz ante sus ojos, como cuando el médico acudía a verlo al hospital y le iluminaba los ojos con una linterna. Todo se vuelve blanco de nuevo cuando el cañón se calienta una vez más. Y luego todo se oscurece. Tiene dos pozos de sangre en el pecho. Adrian contempla cómo el mundo se desvanece con el único ojo por el que todavía ve.

Observa a Katie, a su amada Katie, a la que tanto ha amado durante todos esos años. La ve salir de la habitación, desnuda y hermosa. Jamás se la ofrecería a Cooper, jamás. Cooper se levanta y se acerca a ella.

Y las últimas palabras que oye Adrian son las que Cooper le dice a Katie.

—Hay algo que debería contarte —dice mientras le da la espalda a Adrian y levanta el arma hacia Katie—, porque hasta ahora no he sido completamente sincero contigo.

Y luego Adrian se ve a sí mismo en el porche, ya es un anciano y está contemplando el amanecer junto a Katie, Cooper ya no forma parte de sus vidas, el amanecer empieza a desvanecerse, a convertirse en noche, la mano de Adrian sobre la de ella, la oscuridad es completa y todo termina.

57

Pienso en lo que le prometí a Donovan Green. Quiere cinco minutos con Cooper Riley y si Adrian Loaner no hubiera estado implicado en esto, tal vez se los concedería. En lugar de eso, decido llamar a Schroder. Será lo mejor para Emma, para Schroder y para mí. Necesito estar a buenas con Schroder. Sin duda, volveré a necesitar su ayuda más adelante. El teléfono de la cárcel está lleno de ralladuras, nombres y fechas grabadas, y hay un guardia a mi lado, escuchando todo lo que digo.

Schroder me dice que han conseguido una orden para poder ver los historiales médicos de los pacientes de Grover Hills así como los archivos del personal que allí trabajaba y que los tendrá antes de una hora. Me dice que empezarán a interrogar al personal más o menos a la hora de comer y que todos los que han trabajado alguna vez allí tienen abogado. Le digo que me parece bien y le doy la dirección del lugar donde creo que retienen a Emma Green. Me pregunta cómo he llegado a esa conclusión y le digo que no hay tiempo para explicaciones, que tiene que encontrarse conmigo allí, que esta vez estoy en lo cierto. Probablemente tenga unos veinte minutos de ventaja sobre él. En veinte minutos puede pasar cualquier cosa. Me pide que lo espere y le digo que iré a echar un vistazo y que lo llamaré si veo algo sospechoso.

—¿Desde dónde? Adrian se ha cargado tu teléfono móvil.

—No voy a limitarme a quedarme allí esperando sin más. Veinte minutos es mucho tiempo.

—Tate…

—Tengo que ir —digo justo antes de colgar.

Empiezo a andar alejándome del teléfono cuando, después de dar no más de dos pasos, cambio de parecer. Llamo a Donovan Green.

—¿Tiene un boli a mano? —pregunto.

—Sí.

—Entonces apunte esto —digo y le doy la dirección—. Estoy prácticamente seguro de que Emma está allí.

—¿Está bien?

—No lo sé. Pero si quiere sus cinco minutos con Cooper Riley, más vale que se dé prisa.

Cuelgo, seguro de que Green no podrá llegar allí antes que la policía. Si Emma sigue viva, será una reunión fantástica. Si está muerta, acabo de decirle a Donovan dónde está, verá el cuerpo de su hija y se vendrá abajo. Pero eso es lo que quiere, eso es lo que yo querría si estuviera en su lugar y eso es lo que le debo.

Las indicaciones que me ha dado Edward Hunter son bastante buenas, pero hace tantos años que estuvo allí por última vez que tiene cierto margen de vaguedad. Se ha mostrado seguro la mayor parte del tiempo, lo que me ha hecho sentir seguro a mí durante la mayor parte del tiempo. Comparo su mapa con el mapa del coche y juro que cuando todo esto haya acabado voy a comprarme el GPS más caro que encuentre. Más prados y cercas de alambre, si algún otro caso vuelve a traerme por esta parte del país, lo rechazaré.

Ya veo la granja. Es un gran edificio con una cubierta a dos aguas muy inclinada, con los laterales pintados de rojo, el tejado negro y muchas molduras blancas en las ventanas y la puerta. Parece como si los abuelos de Hunter hubieran visto una bonita granja en una película o en la foto de un puzle y se hubieran propuesto conseguir una igual. Lo único que falta es una tarta humeante sobre el alféizar, pero en cambio encuentro otra cosa en lo más alto del camino de tierra que lleva a la granja: el coche de Emma Green. Sigo conduciendo. El problema es que tengo que conducir quinientos metros más antes de poder encontrar algo tras lo que pueda aparcar el coche para esconderlo. Miro en el maletero y encuentro una palanca de las que se usan para sacar las ruedas cuando sufres un pinchazo y se han quedado atascadas. Salto la valla. Aquí no se ha plantado nada desde hace mucho tiempo, hay zonas donde la tierra está muy compactada, otras con el césped alto e incluso otras con malas hierbas aún más altas, algunas de ellas me llegan a la altura de las rodillas. Me muevo en diagonal intentando mantener el cuerpo bajo, acercándome a la casa solo desde un lado para reducir el número de ventanas desde las que pueda ser visto, esperando que un disparo procedente de la pistola que Donovan Green me dio suene en cualquier momento y me haga caer redondo.

Cuando llego al edificio tengo las piernas llenas de arañazos y me pican a causa de la hierba. Me detengo un momento apoyado a la pared. La madera está caliente y mi piel se embebe de esa temperatura. No hay rastros de presencia alguna. Ni un sonido. Miro por una de las ventanas, esforzándome por ver algo a través de las mosquiteras. Hay un gran salón con las paredes tapizadas con motivos florales, una mesita de café de madera de roble con las patas talladas y un voluminoso televisor que debe de pesar una tonelada. Todo parece muy pulcro, como si el abuelo y la abuela Hunter siguieran viviendo allí. Dejo esa ventana y miro a través de la siguiente. Es un dormitorio principal, hay una cama de matrimonio con las sábanas retiradas. La ventana siguiente está completamente a oscuras y no consigo ver nada a través. Por dentro está cubierta por algo mucho más grueso que una cortina.

Rodeo la casa hasta llegar a la parte de atrás. El porche que permite acceder a la puerta trasera cruje cuando apoyo mi peso en él. Me quedo completamente inmóvil. Espero unos cuantos segundos y parece que nadie en absoluto se acercará a ver qué ha sido ese ruido. Camino tan pegado como puedo a la pared y el crujido se detiene. Pruebo el pomo de la puerta trasera y se abre sin más. Entro en la cocina. Está ordenada. La pared tras el fregadero está alicatada con baldosas blancas y hay una mesa en el centro para que la familia se siente alrededor. También hay un calendario de hace casi sesenta años colgado en la pared, con el dibujo de una orquídea. Está descolorido, las esquinas están arrugadas y una de las fechas está marcada con un círculo desteñido. Dentro del círculo, en una caligrafía que parece realmente anticuada y también desvaída, están escritas las palabras «Nuestra boda». El sol sigue razonablemente bajo, brilla bajo la veranda y a través de las ventanas, se refleja en cada superficie y llena la cocina de luz. Cierro la puerta tras de mí, me paro y aguzo el oído. Llevo una palanca en la mano y me enfrento a un ex paciente mental que tiene una pistola y una Taser.

La cocina está abierta a un comedor en el que hay dos puertas: una da al salón y la otra a un pasillo. Desde donde estoy veo el salón, no hay nadie. Entro por el pasillo. Tengo dos opciones, subir por unas escaleras o seguir por el pasillo que más adelante tuerce a la derecha. Decido quedarme en la planta baja y seguir por el pasillo, paso junto a muebles bastante antiguos y unos cuadros en la pared. Hay una puerta abierta de par en par. Tiene las bisagras al revés, de manera que la puerta se abre hacia fuera en lugar de hacia dentro y bloquea el paso. Estoy delante de la puerta principal. Me acerco a ella con cuidado y miro a mi alrededor. Hay dos cuerpos en el vestíbulo. Cierro la puerta ligeramente para poder ver el interior de la estancia. Está vacía. Toda la habitación está acolchada, desde el suelo hasta el techo. Hay manchas en el suelo, esta es la Sala de los Gritos que construyeron los gemelos Hunter. Este es el lugar en el que perdieron la vida al menos nueve hombres. A pesar del calor, un escalofrío me recorre el cuerpo de arriba abajo. Tal vez retenían a las víctimas aquí dentro durante solo un día, o tal vez durante meses.

Cierro la puerta completamente y me acerco a los cuerpos. Un hombre y una mujer. La mujer aparenta unos setenta años largos. El tipo es el que le prendió fuego a la casa de Cooper Riley e intentó atraparme para su colección en la mía. Tiene un par de orificios de bala en el pecho, los ojos muy abiertos y uno de ellos, destrozado: lo tiene agujereado e hinchado y le ha estado supurando. Me agacho y le busco el pulso a la mujer. Nada. Ni siquiera me molesto a buscárselo a Adrian. No vale la pena. Por el momento no veo la pistola. Probablemente la tiene Cooper Riley. Y probablemente tenga a Emma Green, también. No puede saber todo lo que la policía sabe sobre él, debe de estar pensando cuál es la mejor manera de salir de aquí y recuperar su vida inventándose su propia versión de los acontecimientos. Pero para conseguirlo no puede dejar a nadie con vida.

Entonces, ¿por qué no he encontrado también a Emma Green muerta en el suelo?

Oigo un ruido, como un disparo amortiguado, y luego un grito acallado, proceden del vestíbulo. Voy hacia allí. Oigo otro disparo, pero no es tan fuerte como para ser realmente un disparo. Me gustaría echarme a correr para llegar antes, pero sigo andando paso a paso, lentamente, con cuidado, cruzo por delante de un cuarto de baño y de un dormitorio vacío y me acerco a otro dormitorio, en el que hay una cama de matrimonio donde está tendida Emma Green. Está desnuda. Veo cómo Cooper, que está de pie frente a ella, golpea con su cinturón la mesilla de noche, sobre la que están la pistola y la Taser. Emma da un respingo con cada golpe. Es el ruido que he oído antes. Tiene las manos atadas a la espalda e intenta retroceder sobre el colchón. Sigo avanzando. Cooper ha notado mi presencia, o se ha dado cuenta de que Emma la ha notado, porque se vuelve bruscamente hacia mí con la enorme ventana del dormitorio de fondo y me pasa por la cabeza la posibilidad de abalanzarme contra él, de intentar lanzarlo por la ventana, pero podría caer con él y quién sabe si no aterrizaría sobre un rastrillo y él sobre un montón de paja. Se apodera rápidamente de la pistola y la levanta en dirección a mí, pero yo ya le he arrojado la palanca. Le acierto en el brazo, Cooper grita, suelta la pistola y esta cae por la ventana después de romper el cristal. Cooper avanza hacia mí y me lanza un puñetazo en la barbilla justo en el momento en que yo descargo el puño sobre su mejilla. Vuelve a arremeter contra mí y paro el segundo golpe, lo agarro y en el forcejeo nos llevamos por delante una cómoda de la que empiezan a llovernos objetos: un cepillo, un espejo, unas estatuillas, un par de novelas, un cuaderno de crucigramas con un bolígrafo, un tarro de cristal grueso con algo flotando dentro. Emma Green ha saltado de la cama y ha salido corriendo hacia la puerta. Me zafo de Cooper, lo golpeo de nuevo en la cara y antes de que pueda volver a hacerlo agarra el tarro de cristal y lo arroja contra mí.

Estalla en pedazos nada más impactar con mi sien, pero siento como si la mitad del tarro me hubiera atravesado el cráneo. Algo que parece un pulgar amputado rebota en mi nariz antes de perderse por el suelo, el fluido me entra en los ojos, el dolor es instantáneo, se confunde con un gran escozor y lo veo todo borroso por culpa del líquido y del golpe en la cabeza. Apenas puedo abrir los ojos. Intento parpadear para librarme del líquido, pero no sirve de nada.

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