El contable hindú (57 page)

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Authors: David Leavitt

—No sabía que le habían hecho un análisis de sangre —dice Hardy.

—Es el protocolo a seguir —dice Batty Shaw—. Un examen más exhaustivo por mi parte ha descubierto un engrosamiento del hígado, que está blando al tacto. También me he fijado en una cicatriz dentada, como de unos cuatro centímetros de largo, que recorre toda la extensión del escroto del señor Ramanujan.

Chatterjee tose.

—Cuando le he preguntado al señor Ramanujan por esa cicatriz, me ha contado que en la India, antes de partir para Inglaterra, se sometió a una intervención quirúrgica para el tratamiento de un hidrocele. Una inflamación de los testículos. ¿No es cierto, señor Ramanujan?

Ramanujan asiente con la cabeza.

—Sin embargo, por increíble que parezca, ninguno de los médicos que lo han examinado se ha fijado en la cicatriz, y él tampoco les ha informado de que se hubiera sometido a esa operación.

—No me pareció pertinente —dice Ramanujan.

—Sospecho, pues —dice Batty Shaw—, que la operación no fue realmente para tratar un hidrocele, sino para extirpar un tumor maligno en el testículo derecho del señor Ramanujan. Por la razón que fuera, el médico decidió no informar al señor Ramanujan de lo que se había encontrado. Posteriormente el tumor se ha ido extendiendo, y mi teoría es que el señor Ramanujan padece un cáncer hepático producto de una metástasis.

—¿Un cáncer?

—Explicaría todos los síntomas, pero fundamentalmente el engrosamiento y la escasa consistencia del hígado.

Hardy se queda mirando a Ramanujan. Su cara, como siempre últimamente, carece de expresión. Y, la verdad, ¡menudo hatajo de bestias pueden ser los médicos! Son capaces de darte la peor de las noticias sin tan siquiera una pizca de compasión, como si el paciente ni siquiera estuviera presente.

—Ese diagnóstico también justificaría tanto la fiebre nocturna como el bajo recuento de glóbulos blancos —dice Batty Shaw.

—¿Pero está seguro de que se trata de un cáncer? ¿Cómo puede estar tan seguro?

Batty Shaw se quita sus diminutos anteojos.

—No hay nada definitivo —dice—, aunque a lo largo de mis muchos años de experiencia he comprobado que, cuando los síntomas se corresponden con el diagnóstico, el diagnóstico es correcto.

—Entonces, ¿no hay manera de saberlo seguro? ¿No hay forma de confirmarlo?

—Sólo el tiempo puede confirmarlo. —Vuelve a ponerse los anteojos—. Si, tal como sospecho, el señor Ramanujan tiene un cáncer hepático, a la vuelta de unas semanas su estado empezara a deteriorarse notablemente.

—¿No hay ningún tratamiento?

—Ni tratamiento ni cura. Vivirá seis meses como mucho. —Casi como si se le acabara de ocurrir, añade—: Lo siento mucho. —Lo curioso del caso es que se lo dice a Hardy, no a Ramanujan. A Ramanujan ni siquiera le mira.

Se levantan para marcharse. Batty Shaw les sigue por la puerta que da al pasillo, con Chatterjee pasándole el brazo a Ramanujan por el hombro. ¿Y qué estará pensando Chatterjee? ¿La pena le habrá dejado mudo? ¿O estará furioso, como lo está Hardy, no sólo por la arrogancia, sino por la falta de tacto de los médicos? «Cuando los síntomas se corresponden con el diagnóstico, el diagnóstico es correcto…» ¡A ningún estudiante de matemáticas se le permitiría una lógica tan falaz! Hardy cree que los médicos deberían demostrar sus diagnósticos, igual que los matemáticos deben demostrar sus teoremas.
Reductio ad absurdum
. Supongamos que Ramanujan tiene realmente un cáncer de hígado. Pues entonces…

—Señor.

Hardy se vuelve. Batty Shaw le hace una seña.

—Me pregunto si podría tener unas palabras con usted en privado.

—Por supuesto.

Batty Shaw cierra con el codo la puerta de la sala de espera, por la que los indios ya han pasado.

—Si no le importa que se lo diga —dice en voz baja—, estaba pensando en la factura…

—¿Cuál es el problema?

—¿A quién debo enviársela?

—Al señor Ramanujan, evidentemente.

Batty Shaw alza las cejas.

—¿Pero puede correr con ese gasto?

—Todas sus facturas médicas se pagan con su beca. Trinity responde de ello.

—Entiendo. —De repente Batty Shaw parece impresionado—. Es que no me ha hablado nada de sí mismo, ¿sabe? ¿Qué es exactamente?

—Es uno de los matemáticos más importantes de los últimos cien años. Puede que incluso de los quinientos…

—¿En serio? —dice Batty Shaw.

—En serio —dice Hardy. Y sin añadir una palabra más, cruza la puerta que da a la sala de espera.

6

Hardy está aprendiendo rápidamente algo que los que no la han experimentado de primera mano no saben: la enfermedad es un aburrimiento. Por cada breve episodio de dolor o de desesperación, hay que soportar horas de inercia en las que el miedo se aquieta. Y aunque el miedo siempre esté presente en la habitación de un tullido, no siempre se puede oírlo. Pero uno lo siente. Como un ramoneo o un temblor en las venas.

Tras el diagnóstico de Batty Shaw, a Hardy y a los demás amigos de Ramanujan no les queda más que prepararse para lo peor. No obstante, todos los días esperan que empiecen a manifestarse señales de deterioro, y todos los días Ramanujan, por lo que ellos pueden ver, sigue exactamente igual. Su peso se estabiliza, las fiebres nocturnas se atienen al mismo patrón. Y el dolor ni aumenta ni disminuye. Durante el día está lúcido, pero aletargado. Luego, de noche, le sube la fiebre y alucina. Se le aparecen fantasmas, y oye voces que le gritan. Hay noches en las que ve su propio abdomen flotando en el aire por encima de su cama.

—¿Como un zepelín? —pregunta Hardy, y él niega con la cabeza.

—No, tiene más bien la forma de una… una especie de apéndice matemático, con puntos pegados a él, que he llegado a considerar, o me han enseñado a considerar, «singularidades». Y lo que define esas singularidades son precisos, pero misteriosos, picos matemáticos. Por ejemplo, cuando el dolor está en su apogeo, sé que hay un pico en x = 1. Entonces tengo que intentar que disminuya, y cuando es la mitad de intenso, sé que el pico está en x = −1. Me paso la noche trabajando, intentando mantenerme al tanto de los picos, y aliviar el dolor a base de manipular las singularidades, así que cuando amanece y ya me ha bajado la fiebre, estoy agotado.

—La hipótesis de Riemann —dice Hardy—. La función zeta que se aleja al infinito en 1.

—Sí —dice Ramanujan—. Sí, supongo que en parte se trata de eso.

—Tal vez descubra la demostración en una de sus alucinaciones —insinúa Hardy.

—Tal vez —responde Ramanujan. Pero su voz suena distante y contrariada, y se pone a mirar por la ventana; de momento, por lo visto, se ha cansado de hablar.

Vuelven a llevarlo a Batty Shaw. Una vez más lo examinan, una vez más la enfermera guía a Hardy (en esta ocasión, acompañado de Mahalanobis) hasta el estudio con la cosa que flota en formal y el modelo a escala de un pulmón.

—Pues están en lo cierto —dice Batty Shaw, mientras limpia sus diminutos anteojos—. Aparentemente, no se ha producido ningún cambio en su estado.

—¿Eso altera su diagnóstico?

—Podría ser. Quizá sea demasiado pronto para saberlo. El cáncer no es mi especialidad. Tendremos que concertarle una cita con el doctor Lees, el especialista.

Así que, a su debido tiempo, llevan a Ramanujan a ver al doctor Lees, el especialista en cáncer. A esas alturas, parece que su estado ha mejorado un poco; es decir, le cuesta menos hacer el viaje en tren que la primera vez, y hasta da la impresión de que se alegra de estar en Londres. Desgraciadamente, el doctor Lees aún resulta de menos ayuda que Batty Shaw. Aunque coincide en que la enfermedad de Ramanujan no está siguiendo el curso típico del cáncer de hígado, no puede decir qué curso está siguiendo. El hígado continúa engrosado y blando. Su recuento de glóbulos blancos sólo ha aumentado ligeramente.

—¿Alguna enfermedad que ya traía de la India? —pregunta, y Hardy recuerda la primera hipótesis de un «germen oriental».

Eso requiere la colaboración de otro experto, el doctor Frobisher, especialista en enfermedades tropicales. Por desgracia, hasta donde llegan los conocimientos del doctor Frobisher, los síntomas de Ramanujan no se corresponden con la patología de ninguna afección exótica conocida. Las muestras para la malaria han dado negativo.

—¿Tuberculosis? —pregunta el doctor Frobisher, dudando un poco y con cierto sentido del humor, como si estuviera proponiendo una solución en un juego de charadas. Conque ¿otra vez a vueltas con la tuberculosis? Ay, ¡qué ciencia más chapucera es la medicina!

Deciden que no hay ninguna razón de peso para que Ramanujan continúe en el sanatorio. A partir de ahora, proseguirá su convalecencia en sus propias habitaciones de Trinity. Hardy espera que esa noticia le ponga contento, pero la recibe con su indiferencia habitual. Una vez más, le ayudan a vestirse y a meterse en un taxi. Recorren en coche la escasa distancia que los separa del College, donde les aguarda el portero.

—Me alegro de volver a verle, señor —dice, abriendo la puerta del taxi y cogiendo la maleta de Ramanujan.

—Y yo de estar en casa —dice Ramanujan, y a Hardy le desconcierta, incluso le choca muchísimo, que haya llegado a pensar en Trinity como en su casa.

Luego Hardy le ayuda a cruzar Great Court hasta el Bishop's Hostel, y a subir las escaleras hasta sus aposentos. Parece que la camarera lo ha limpiado todo durante su ausencia. La cama está bien hecha. En la cocina los vasos están lavados y apilados. Aunque no ha tirado el
rasam
; sigue en su olla, con una fina película de moho en la superficie. A lo mejor le daba miedo tocarlo.

Casi inmediatamente tras entrar en la habitación, Ramanujan comienza a desnudarse, lo que sorprende a Hardy, que siempre lo ha considerado un hombre pudoroso. Quizá la estancia en el hospital ha bastado para acabar con todo recato, porque ahora se quita la ropa con una despreocupación similar a la de Littlewood. Hardy aparta la vista; pero sólo después de vislumbrar el cuerpo menudo de Ramanujan, el abdomen hinchado que le cuelga hasta los genitales, que son pequeños y oscuros, y están casi ocultos en la entrepierna. No consigue distinguir ninguna cicatriz en la penumbra. ¡Y qué cosa más vulnerable, piensa, es el órgano reproductor masculino, sobre todo cuando se lo enseñas a un médico para que lo estruje o le haga una incisión! La mayor parte del día reposa tranquilamente en su nido: una diminuta criatura desvalida, como un pajarito o una cría de canguro. Luego los estímulos lo despiertan y se inunda de sangre para doblar o triplicar su tamaño, y se convierte en el gran ariete, la enorme, insaciable y penetrante espada de la pornografía. A pesar de que, cuando lo ves en reposo, nunca lo creerías posible.

En cualquier caso, Ramanujan sólo permanece desnudo unos segundos. Enseguida se ha puesto el pijama, ha abierto las sábanas y se ha metido en la cama.

¿Y ahora quién va a cuidar de él? Si esto mismo hubiera ocurrido hace un año, Hardy podría haber contado con la ayuda de los Neville. Pero ahora los Neville viven en Londres, y su casa de Chesterton Road está en alquiler, así que toda la responsabilidad recae sobre Hardy. La primera semana, Mahalanobis, Chatterjee y Ananda Rao hacen turnos para acompañar al inválido, para preguntarle por sus dolores y asegurarse de que come. Ananda Rao le prepara las comidas lo mejor que sabe. Desgraciadamente, esta rotación sólo puede mantenerse hasta que empieza el curso, porque en ese momento están todos demasiado ocupados, y Hardy tiene que contratar a una enfermera para que cuide a Ramanujan. Tres veces a la semana le toma la temperatura, le examina el estómago, le ausculta el pecho y el corazón, y después le manda un informe al doctor Wingate. Ananda Rao sigue preparando la comida y la cena de Ramanujan. La señora Bixby se encarga de las sábanas, que hay que cambiar todas las mañanas debido a los sudores nocturnos.

Lleva meses sin hablar de matemáticas. Al principio, a Hardy eso le fastidiaba; luego comprendió que no le quedaba más remedio que reprimir su desilusión y centrar la atención en algo fuera del campo de las particiones.

Desde entonces ha escrito varios artículos por su cuenta, y dos con Littlewood, que, a su modo, está demostrando ser un colaborador poco fiable. Porque Littlewood, por su parte, está tan deprimido como Ramanujan. Desprecia su trabajo en Woolwich. Quisiera estar en Treen con la señora Chase, y al mismo tiempo no soporta la idea de estar en Treen con la señora Chase, porque la señora Chase está educando a su hija en la creencia de que Chase, y no Littlewood, es su padre. Cada vez que él y Hardy se ven en Londres, Littlewood quiere ir a un pub. Bebe demasiado: cerveza y, con menor frecuencia, whisky. Tampoco le apetece colaborar demasiado en los artículos que escriben juntos.

—Te dejo a ti el gas —le dice a Hardy; «gas» es su palabra en clave para las florituras retóricas, el toque de elegancia que todo buen artículo requiere. Pero le apetece igual de poco realizar la parte de trabajo técnico que todo buen artículo requiere en la misma medida que requiere «gas». La parte técnica le aburre, dice. La balística le aburre. Demasiadas cosas aburridas y se vendrá abajo…

Así están las cosas. De los dos colaboradores de Hardy, uno está enfermo y el otro decaído. No se puede contar con ninguno.

Tan a menudo como puede, va a visitar a Ramanujan por las tardes. Se sienta junto a él y trata de convencerle para que coma; pero Ramanujan, lo mismo que en el sanatorio se quejaba de que la cocinera no preparaba bien los platos que le pedía, ahora se queja de que no le gusta el
rasam
de Ananda Rao.

—No es lo bastante amargo —dice—. Seguro que está usando limones en lugar de tamarindo.

—Aun así, debería comer.

—¿Sabía usted —dice Ramanujan de repente— que descubrí algo importante sobre la función de las particiones mientras preparaba un
rasam
?

—No me diga.

—Sí. Estaba contando lentejas, y empecé a dividirlas en grupos.

Parece un comienzo, aunque sea muy pequeño.

—MacMahon y yo proseguimos con nuestras investigaciones —dice Hardy—. Me preguntó por usted el otro día.

—¿Ah, sí? ¿Qué tal está?

—Tan bien como cualquiera de nosotros, dadas las circunstancias. Le manda recuerdos.

—Muy amable de su parte.

—Evidentemente, la cosa va mucho más lenta sin usted.

—Sí, me temo que abandoné el trabajo sobre las particiones cuando me puse enfermo. Les pido disculpas.

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