El diablo de los números (19 page)

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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

Robert estaba delante del todo, en la pizarra. En el primer banco se sentaban sus dos mejores amigos de clase: Albert, el futbolista, y Bettina, la de las trenzas. Como siempre, los dos estaban discutiendo. Esto es lo que me faltaba, pensó Robert. ¡Ahora sueño con el colegio!

Entonces se abrió la puerta, pero no fue el señor Bockel quien entró... fue el diablo de los números.

—Buenos días —dijo—. Según veo, ya estáis discutiendo otra vez. ¿De qué se trata?

—¡Bettina se ha sentado en mi sitio! —gritó Albert.

—Entonces simplemente cámbialo con ella.

—Pero es que no quiere —dijo Albert.

—Escríbelo en la pizarra, Robert —pidió el anciano.

—¿El qué?

—Escribe A para Albert y B para Bettina. Albert se sienta a la izquierda y Bettina a la derecha.

Robert no veía por qué tenía que escribir eso, pero pensó: Si le gusta, por mí que no quede.

—Bueno, Bettina —dijo el diablo de los números—, ahora siéntate tú a la izquierda y Albert a la derecha.

¡Es curioso! Bettina no protestó. Se levantó como una niña buena e intercambió su sitio con Albert.

escribió Robert en la pizarra.

En ese momento se abrió la puerta y entró Charlie, con retraso, como siempre. Se sentó a la izquierda de Bettina.

escribió Robert.

Pero eso no le gustó a Bettina.

—¡Si hemos dicho a la izquierda —dijo—, que sea del todo a la izquierda!

—Está bien —bramó Charlie—. ¡Como quieras!

Y ambos intercambiaron sus asientos:

Albert no se quedó conforme con eso.

—Pero yo prefiero sentarme con Bettina —gritó.

Charlie fue tan bondadoso que se levantó sin más y le dejó su sitió a Albert.

Si esto sigue así, se dijo Robert, podemos olvidarnos de esta clase de Matemáticas. Pero siguió así, porque ahora era Albert el que quería sentarse del todo a la izquierda.

—Pero entonces tenemos que levantarnos todos —dijo Bettina—. No veo por qué, pero si no hay más remedio... ¡Ven, Charlie!

Y cuando volvieron a sentarse la cosa estaba así:

Naturalmente, no duró mucho.

—No aguanto un minuto más al lado de Charlie —afirmó Bettina. Realmente rompía los nervios. Pero, como no paraba, los otros chicos tuvieron que ceder. Robert escribió:

—Y ahora basta —dijo.

—¿Tú crees? —preguntó el diablo de los números—. Esos tres aún no han ensayado todas las posibilidades. ¿Qué os parecería sentaros Albert a la izquierda, Charlie en el centro y Bettina a la derecha?

—¡Jamás! —gritó Bettina.

—No te pongas así, Bettina —dijo el anciano.

A regañadientes, los tres se levantaron y se sentaron así:

—¿Te das cuenta, Robert? ¡Eh, Robert, te estoy hablando! Seguro que a estos tres no se les ocurre.

Robert alzó la vista hacia la pizarra:

—Creo que hemos probado todas las posibilidades —dijo.

—Eso creo yo también —dijo el diablo de los números—. Pero no puede ser que en vuestra clase sólo seáis cuatro. Me temo que aún faltan unos cuantos.

Apenas lo había dicho cuando Doris abrió la puerta. Estaba sin aliento.

—¿Qué ocurre aquí? ¿No está el señor Bockel? ¿Quién es usted? —preguntó al diablo de los números.

—Sólo estoy aquí de manera excepcional —dijo el anciano—. Vuestro señor Bockel se ha tomado el día libre. Ha dicho que ya no podía más. Que vuestra clase es demasiado movida para él.

—Ya lo puede decir —replicó Doris—: están todos cambiados de sitio. ¿Desde cuándo es ése tu sitio, Charlie? ¡Ahí me siento yo!

—Entonces propón un orden para sentarse, Doris —dijo el diablo de los números.

—Yo seguiría simplemente el orden alfabético —dijo ella—. A de Albert, B de Bettina, C de Charlie, etc. Eso sería lo más sencillo.

—Como quieras. Intentémoslo.

Robert anotó en la pizarra:

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