El diablo de los números (20 page)

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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

Pero los demás no estaban en absoluto de acuerdo con el orden propuesto por Doris. En la clase andaba suelto el Diablo. Bettina era la peor. Mordía y arañaba cuando alguien no quería ceder su sitio. Todo el mundo empujaba y se daba codazos. Pero, con el tiempo, ese loco juego empezó a gustarles a los cuatro. El cambio se producía cada vez más deprisa, de tal modo que Robert no daba abasto en sus anotaciones. Por fin, la banda de los cuatro hubo ensayado todos los órdenes posibles y en la pizarra ponía:

Menos mal que hoy no han venido todos, pensó Robert, de lo contrario no acabaríamos nunca.

Entonces se abrió la puerta y Enzio, Felicitas, Gerardo, Heidi, Ivan, Jeannine y Karol se precipitaron a entrar.

—¡No! —gritó Robert—. ¡Por favor, no! ¡No os sentéis! Voy a volverme loco.

—Está bien —dijo el diablo de los números—, lo dejaremos aquí. Podéis iros a casa. No habrá clase en las próximas horas.

—¿Y yo? —preguntó Robert.

—Tú puedes quedarte un ratito más.

Los otros habían salido corriendo al patio. Robert miraba lo que ponía en la pizarra.

—Bien, ¿qué opinas? —preguntó el diablo de los números.

«No. ¡No, por favor! ¡No os sentéis o me volveré loco!», gritó Robert. «Bien, dejémoslo. Podéis iros a casa», dijo el diablo de los números.

—No sé. Sólo hay una cosa clara: que son cada vez más. Cada vez más posibilidades de sentarse.

Mientras sólo había dos alumnos la cosa aún funcionaba. Dos alumnos, dos posibilidades. Tres alumnos, seis posibilidades. Con cuatro ya son... un momento...: veinticuatro.

—¿Y si sólo hubiera uno?

—¡Qué tontería! Entonces, naturalmente, sólo habría una posibilidad.

—Prueba a multiplicar —dijo el anciano.

—Ajá —exclamó Robert—. Qué interesante.

—Si cada vez son más los que participan en el juego, se vuelve aburrido apuntarlos así. También se puede hacer más corto. Se escribe el número de participantes y un signo de exclamación detrás:

»Se pronuncia así: ¡cuatro pum!

—Si no hubiéramos mandado a casa a Enzio, Felicitas, Gerardo, Heidi, Ivan, Jeannine y Karol, ¿qué crees que hubiera ocurrido?

—Una gigantesca confusión —dijo el diablo de los números—. Hubieran estado probando hasta hartarse todas las posiciones posibles, y puedo asegurarte que hubiera sido algo endemoniadamente largo. Contando a Albert, Bettina y Charlie hubieran sido once personas, y eso significa ¡once pum! posibilidades de sentarse. ¿Tienes idea de cuántas posibilidades serían?

—Nadie podría calcular eso de cabeza. Pero en el colegio siempre tengo mi calculadora a mano. En secreto, claro, porque el señor Bockel no puede soportar que se trabaje con ella.

Y Robert empezó a teclear:

—¡Once pum! —dijo— son exactamente 39.916.800. ¡Casi cuarenta millones!

—Ya ves, Robert, si hubiéramos tratado de hacerlo aún estaríamos aquí dentro de ochenta años. Hace mucho que tus compañeros de clase necesitarían una silla de ruedas, y tendríamos que contratar a once enfermeras para llevarlos de acá para allá. Pero con un poquito de Matemáticas la cosa va más rápido. Se me ocurre una cosa más. Mira por la ventana a ver si tus compañeros de clase aún están ahí.

—Creo que se habrán comprado rápidamente un helado, y ahora irán camino de casa.

—Supongo que se darán la mano al despedirse.

—Ni hablar. Como mucho dirán
Adiós
o
Hasta luego
.

—Lástima —dijo el diablo de los números—. Me gustaría saber qué ocurre si todo el mundo da la mano a todo el mundo.

—¡Para ya! Seguro que eso duraría eternamente. Es probable que haya un número gigantesco de apretones. ¡Puede que once pum! si es que son once personas.

—¡Error! —dijo el anciano.

Si son dos, reflexionó Robert, sólo se necesita un apretón de manos. Con tres...

—Mejor escríbelo en la pizarra.

Robert escribió:

—Entonces, con dos es uno, con tres son tres, y con cuatro son ya seis apretones de manos.

— 1, 3, 6... ¿no conocíamos eso?

Robert no conseguía acordarse. Entonces, el diablo de los números pintó unos cuantos puntos gruesos en la pizarra:

—¡Los cocos! —gritó Robert—. ¡Números triangulares!

—¿Y cómo siguen?

—Ya lo sabes:

—Son exactamente 55 apretones de manos.

—Eso aún se puede calcular —dijo Robert.

—Si no quieres pasar tanto tiempo calculando, también puedes hacerlo de otra forma. Dibujas unos círculos en la pizarra, así:

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