El joven Xicotencalt
: ¡Vosotros, hombres! ¿Querríais aparecer ante nuestros dioses de un modo tan llorón y desvalido como hace esa muchacha? ¿Podría ser esto la fe de un verdadero hombre?
Xicotencatl, padre
. Hijo, ¿se han portado acaso los rostros pálidos como mujeres? Y te lo pregunto a ti primeramente al observar que llevas aún una venda ensangrentada sobre tu herida. Tus informadores hicieron llegar a nuestros oídos que esos hombres se arrodillaban como esclavos ante la imagen de su Dios y que cuando disparáramos nuestras flechas no encontraríamos hombres, sino mujeres. Mas yo te pregunto ahora, hijo mío: ¿no has ido tú en calidad de general vencido a solicitar la paz?
Mase Escasi:
No ha dicho, sin embargo, todavía Malinche si es su deseo que formemos un solo pueblo y que las hijas de nuestra tribu sean las madres de los hijos de esos hombres.
Cortés
: Nuestro Dios destina solamente una mujer a cada hombre. Y según este mandato divino ningún hombre puede tomar nueva mujer mientras viva su primera esposa. Yo, lejos de aquí, tengo ya a mi esposa. No puedo, pues, tomar ninguna de vuestras hijas. Sin embargo, aquí está mi primer jefe, a quien en vuestra lengua llamáis el hijo del sol, Tonatiuh, y le pregunto si está dispuesto a sellar la alianza.
Alvarado
: El deseo de mi jefe es para mí una orden.
Xicotencatl
: Le ofrezco mi hija menor, la que más quiero. Se llama
Miel-de-Flor-de-Tilo.
Sólo hace tres años que vio aparecer por ver primera en ella la roja flor de la vida. Decid vosotros: ¿se puede encontrar en Tlascala otra muchacha que pueda igualarla?
Maxixca
: El anciano no puede ver, pues sus ojos sólo ya a los dioses pertenecen. Pero nosotros podemos asegurar por él que
Miel-de-Flor-de-Tilo
no tiene rival en nuestro país.
Cortés
: Enviadla mañana a nuestro campamento con sus criados. Debe prepararse convenientemente antes que el agua bendita pueda mojar su frente. Celebraremos la alianza entre Tlascala y Castilla. Mas antes os quiero preguntar: ¿Queréis que mi señor, infinitamente poderoso, que vive allende los mares, sea también soberano vuestro?
El joven Xicotencatl
: Padre…, esta servidumbre…
Xicotencatl, padre
: La mano es fuerte, más fuerte que el pensamiento. Pero ¿de qué te sirve la fuerza del cuerpo, si no va apoyada por el pensamiento? ¿Me comprendéis todos los que estáis aquí por voluntad de vuestros dioses y de nuestro pueblo?
Mase Escasi
: La serpiente, se dice, se empareja con el jaguar, pero quedan infecundos. Los rostros pálidos se unirán con las hijas de nuestro pueblo…, pero ¿tendrán descendencia? ¿Quetzacoatl ha compartido alguna vez el lecho con la hija de un hombre?
Marina
: Yo puedo afirmarlo. Sirvo con mi cuerpo al gran señor que vosotros llamáis Malinche. Y en mi seno llevo el fruto de su virilidad.
Xicotencatl, padre
: Lo habéis oído. En el seno de nuestras hijas está el fruto de su unión con los rostros pálidos. Seremos un solo pueblo poderoso. ¿Puedo hablar en vuestro nombre?
Maxixca
: No sólo nos auxilias con tus consejos, sino también con la sabiduría de los tiempos que pasaron ya. Tal vez los dioses nos miran a través de tus ojos cerrados. ¡Habla!
Mase Escasi
: ¡Habla!
Xicotencatl, padre
: Malinche,
Coltez
, según eres llamado por los tuyos. Escucha nuestra palabra: Somos el pueblo más pobre de Anahuac, pero al mismo tiempo el más fuerte. Prestamos homenaje libremente, sin ser forzados a ello por tu señor, a quien no sabemos cómo nombrar porque no le vemos. Cerramos una alianza y cada gota de sangre que corre por vuestras venas será desde hoy nuestra sangre, y será sangre vuestra cada gota de la que corre por las venas de nuestros guerreros. Así combatiremos contra nuestro enemigo común. ¿Lo permites así?
Cortés
: Llamo a mi Dios por testigo de que haré por vosotros todo lo que pueda hacer un mortal. Vuestros amigos son mis amigos y vuestros enemigos lo son míos. Acepto vuestro homenaje en nombre de mi señor Don Carlos de Austria, que también es llamado el emperador Carlos V, del sacro reino católico. ¡Dios nos ayude!
Se aproximaban danzando. Venían balanceándose lentamente, con una guirnalda de flores en la mano. Llevaban consigo las lámparas de los dioses y los sacerdotes se cubrían el rostro con máscaras de plata adornadas de turquesas. Delante de la gente iban dos extrañas figuras con abigarrada piel de serpiente. Niños con alas de pájaros en las espaldas acompañaban con movimientos instintivos.
Cuando llegaron ante la puerta española, fueron recibidos por Cortés a la cabeza de su corte y de sus capitanes, vestidos todos de gran gala. Los sacerdotes volvieron de pronto sus tristes máscaras de oro y mostraron máscaras alegres. Así convertíase el luto en alegría, según las sombras pasaran por el rostro del dios.
Se separaron. De los labios salió una canción a coro, mientras se ponía en marcha la comitiva nupcial. Las coronas de plumas estaban llenas de movimiento; todo resplandecía de flores y de color. De esta manera Mase Escasi llevó a la iglesia a la hija más joven del viejo Xicotencatl, llamada
Miel-de-Flor-de-Tilo
.
A esos extraños desposorios habían precedido largas negociaciones nocturnas. Los españoles se habían reunido en la tienda de Alvarado y habían rogado a don Pedro que no retrocediera ante aquel sacrificio. Su único punto de apoyo, su única base de operaciones guerreras era Tlascala, adonde podrían retirarse si se veían en peligro por escasez de hombres. Tras sus poderosas murallas encontrarían protección. Desde este punto, además podía dominarse todo el litoral, sucediese lo que sucediese en Méjico. "Os ofrecen a la hija del viejo gobernador de este poderoso y fuerte país…" "Don Pedro —le decían—, también encontraremos oro y quién sabe si todo esto será para bien… Tendrás una esposa sumisa; ya sabes tú que aquí las mujeres no son tenidas en cuenta; así que ésta no te molestará mucho… »
Alvarado se agitaba nervioso en su asiento: "Sois unos buitres; queréis hacer un festín con mi propio cuerpo." Se reía con amargura y bebía largos tragos del jarro de pulque.
—Recibes por esposa a la hija de un rey —decía Sandoval para adularle.
—Sí; pero hija cobriza de un rey salvaje…
—Sí; pero en España, ¿a qué podías aspirar siendo quinto hijo?
Así siguieron hasta muy tarde. Cortés acabó por despachar a los demás y quedarse solo con Alvarado. Durante un rato ninguno de los dos dijo nada; así permanecieron uno frente al otro largo tiempo. Se hicieron traer vino de las pocas botellas que aún quedaban. Bebieron mucho. Se levantaron cuando comenzaba a alborear. Cortés abrazó a Alvarado y le besó. Era la despedida de soltero de Alvarado.
Ahora había palidecido. No había llegado a ver todavía a la esposa que se le destinaba por altas razones políticas. ¿Sería una negra oscura como la noche? ¿Sería hermosa o abominable…?
La litera estaba todavía cubierta por una cortina fina, pero nada transparente. No podía verse ni aun tan sólo la silueta de la novía… Había que esperar todavía las otras literas. Todo podía cambiar aún. El diablo jugaba con su fantasía. Los soldados esperaban con ansía que la prometida de don Pedro de Alvarado saliese de aquel mar de preciosas telas.
"Mira, Marina…"
Marina se había vestido según correspondía a su categoría de hija de jefe. Cortés era generoso, así que junto a la esmeralda lucía la joven un broche y una especie de diadema. Envuelta en su capa hermosamente bordada, llevando en sus cabellos una bonita rosa color de miel, se aproximó a la litera. Aquí comenzó a murmurar la antigua canción litúrgica de la comitiva de desposorios. Los españoles eran extranjeros y Marina la única mujer que podía atender en su lugar las costumbres prescritas. Ambas muchachas eran de la misma edad. Al verse, se sonrieron una a otra con una sonrisa tímida. Seguidamente, del interior de la litera descendió
Miel-deFlor-de-Tilo
, la princesa de Tlascala. Era de buena estatura, esbelta y de un color más claro que las demás muchachas debido a que había estado siempre guardada de los rayos del sol y de las miradas de extraños. No era más morena que una de esas gitanas del sur de España. Su piel tenía una entonación verde oliva. Sus ojos eran grandes, hermosos y de expresión aniñada. Iba envuelta en una preciosa capa, sostenida al talle por un cinto de piedras preciosas. Sus brazos iban cubiertos de brazaletes de oro. El padre Olmedo apareció con el hábito de ceremonia. Abrazó delicadamente a la joven princesita; colocó sobre los hombros de la muchacha un extremo de su traje talar y dijo:
—Ahora es mí ovejita…
Así la llevó al palacio de los españoles, donde estaba preparado ya desde la mañana el altar con la Madre de Dios y una gran cruz. Los tlascaltecas entraron todos en el patio donde había de celebrarse la ceremonia. El sacerdote tomó en sus manos un incensario cargado de copal y el humo comenzó a elevarse en azuladas volutas hacia el cielo. Cortés era el padrino del bautizo que iba a tener lugar; Marina, la madrina.
Miel-de-Flor-de-Tilo
temblaba y Marina la animaba con palabras suaves y cariñosas, la ayudaba a secarse las lágrimas y la empujó hacia Olmedo cuando éste buscó con la vista a la muchacha.
—Mi madre se llamaba Luisa; tal vez podría imponérsele a mi novia este mismo nombre…
—Sea según tu deseo, don Pedro…
El óleo corrió por sus ojos y frente y el agua por su cabeza. Olmedo leía las fórmulas y Cortés contestaba:
—Doña Luisa de Xicotencatl, noble dama española, según las Leyes de Castilla es la novia del noble señor don Pedro de Alvarado.
Ambos cambiaron los anillos. En la mano de la muchacha lucía una serpiente de oro flexible con una cabeza formada por un enorme rubí rojo que parecía echar llamas; en la cola tenía engarzada una esmeralda. Alvarado había entregado su única joya: las armas de su familia talladas en cornalina. Había sido herencia que le dejó su padre…
—Ego vos coniugo…
En este momento dejóse oír la música de Ortiz; cantaron los coros y los mosqueteros hicieron una salva. Ante el altar se había sellado la alianza de Castilla con Tlascala. Entre jirones de nubes, se asomaba el sol e iluminaba los cabellos de Alvarado, que parecían de oro y llamas. Doña Luisa le dirigió una mirada; en sus ojos brillaban aún las lágrimas y su pecho se sacudía con un medio contenido sollozo. Valientemente metió dos dedos en el gran anillo que tan amplio era para sus deditos delgados y vio como Alvarado, al mismo tiempo, se esforzaba en hacer pasar su meñique por la sortija en forma de serpiente de oro… Fuera seguía la música y los niños y las mujeres comenzaron a llorar. Era algo irresistible esa música religiosa tan antigua: parecía como un encantamiento o magia de un mundo infinito y desconocido.
Después de la ceremonia, Cortés hizo entrega de su regalo de boda: una mantilla de blonda de Valencia de color marfil; algunos pequeños objetos de cristal bien trabajados y un puñal toledano con filigranas. Después pasaron los dignatarios del país. Todos hicieron su presente de un objeto de oro, un adorno de plumas o una piedra preciosa.
Miel-de-Flor-de-Tilo
—Luisa desde ahora— miraba con curiosidad aquella lluvia de oro; admiraba los guantes de tafilete rojo; después, cuando vio que su esposo se ponía los guantes de piel de ciervo, ella también deslizó sus manecitas en sus guantes y seguidamente miró a su esposo, sonriéndole y llorando al mismo tiempo. Alvarado la atrajo suavemente hacia sí. Gracias a Dios todo iba bien. La pequeña salvaje era amable. Alvarado rió de alegría y Luisa hizo lo mismo y ambos quedaron mirándose y riendo como si fueran dos niños.
En la sala había una hilera de largas y bajas mesas. Según las leyes de Anahuac, el novio es quien siempre ha de ofrecer la comida de bodas. Por eso los españoles habían puesto su honrilla en que todo fuera espléndido. Los cocineros habían solicitado voluntarios que los ayudaran y todos se convirtieron en pinches y reposteros. El viejo sermoneaba y daba consejos de cómo se aderezaba el pavo allá en Mantua. Cortés cedió todo el vino que quedaba. Las uvas eran desconocidas en esas tierras y él hizo que los intérpretes explicaran que se proponía traer cepas de las islas y dentro de dos años los dignatarios podrían beber vino de la propia cosecha. Los cuchillos de los españoles trinchaban diestramente los pedazos de carne. Los tlascaltecas, que no conocían la carne cocida con salsa, miraban como embelesados. La dificultad estuvo en lo de la sal. Los de Cempoal habían introducido por la noche y de matute algunos sacos de sal; pero los tlacaltecas habían olvidado el uso de la sal y su gusto durante varias generaciones atrás. Por eso los españoles tuvieron que preparar las comidas del festín sin nada de sal. A cada soldado se le daba un platillo con sal junto con cada plato que se le servía.
Mase Escasi, el que ejercía la función de conducir y presentar a la novia, habló así a
Miel-de-Flor-de-Tilo
:
—Mira, tesoro de nuestros corazones. Estamos aquí todos juntos, somos padres y madres tuyos. Según la costumbre de nuestros antepasados, recibirás de nosotros cinco capas, para que compres carne, frutas, madera, leña, pulque y verduras. Ten en gran estima y respeto a tu marido, que ahora es para ti tu tigre, tu águila, tu corona de plumas, tu joya y tu piedra preciosa. Debes acostumbrarte, hija, al esfuerzo del cuerpo y del alma. Hasta ahora nosotros te resguardábamos del aire y bajábamos la voz cuando hablábamos. Desde ahora, dormirás bajo un techo extraño, pues tu amante esposo te llevará consigo en sus peripecias y peligros, que son dignos de un héroe, y habrás de hospedarte continuamente en casas extranjeras. Te verás precisada a vadear riachuelos, escalar montañas que llegan hasta las nubes, atravesar desiertos donde no crece la hierba. Habrás de acostumbrarte al frío que no hay capa que pueda aliviar; y también al calor que todos los abanicos no logran menguar. Tal vez también hayas de habituarte a saber lo que es el hambre, pues todas esas cosas acompañan a la suerte de la esposa de un guerrero, que a menudo no tiene más que un pan de maíz seco para llevarse a la boca. En vez de ostentación y riquezas, adornos y joyas, será el sudor lo único que haga brillar tu frente antes de que hayas aprendido a saber que los dioses no te darán nada hecho.