El eterno olvido (21 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

Empezaron por elaborar una relación conjunta de personajes famosos, descartando a los actores, artistas y deportistas, pero, incluso así, el número de celebridades no paraba de crecer: Samuel (el profeta), Samuel Morse (inventor del telégrafo), Samuel Beckett (escritor irlandés), Samuel Barber (compositor estadounidense), Samuel Johnson (escritor inglés), Samuel Hahnemann (médico alemán), Samuel Colt (inventor del revólver), Samuel Goldwyn (fundador de la Metro Goldwyn Mayer), Aarón (hermano de Moisés), Aarón Copland (compositor estadounidense), Aarón Klug (químico británico), Aarón Kosminski (sospechoso de ser Jack el Destripador)...

—¡Basta! —exclamó Lucía—. No tenemos tiempo material para dedicarnos a todos.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Samuel— ¿Nos atrevemos con los 34 pasos?

—Tampoco tiene buena pinta... ¿Cómo saber de qué se trata? Pueden ser pasos fronterizos, pasos procesionales de la Semana Santa, pasos de baile...

—¿Las arcas bíblicas, quizá? —sugirió Samuel.

—Puede, hay algunas coincidencias... El instinto me dice que van por ahí los tiros. ¿Qué tal si buscamos en la Biblia?

Descartaron el Arca de Noé por simples cuestiones cronológicas, pues aun en el supuesto de que el mito fuese cierto, se estima que el Diluvio Universal habría sucedido en una fecha aproximada al año 2300 antes de Cristo, demasiado lejos en el tiempo como para encontrar relación con el resto de vocablos. Los únicos datos del enunciado que guardaban relación entre sí eran AARON, ARCA y ORO, siempre y cuando esos términos se estuvieran refiriendo efectivamente al hermano de Moisés, al Arca de la Alianza y al oro que lo revestía por dentro y por fuera. Decidieron situar en ese contexto el meollo de la prueba. Además, la vida del profeta Samuel fue posterior a la construcción del Arca de la Alianza; por tanto, era posible encontrar alguna relación que encajara en el enunciado y, por ende, en la resolución de la prueba.

Sin embargo, las horas de la mañana fueron cayendo a un ritmo frenético, sin que consiguieran encontrar ninguna información relevante.

—Me temo que nos estamos metiendo en un callejón sin salida —suspiró Lucía abatida.

—No avanzamos mucho, que digamos —asintió Samuel—. Repasemos lo que tenemos: Aarón murió a la edad de 123 años, en el Arca de la Alianza se custodiaba su vara, junto con las Tablas de la Ley y el Maná, Aarón permitió al pueblo de Israel apostatar y adorar un becerro de oro... En cuanto al Arca, hay abundancia de oro: los querubines, las anillas, el propiciatorio, las varas...

—Datos dispersos solamente —interrumpió Lucía—. Y para colmo no tenemos nada que relacione a Samuel o a sus coetáneos con Aarón, con el detalle de que cuatrocientos años separan la vida de ambos, ni sabemos qué pintan los 34 pasos, ni qué gloria se llevó Samuel, ni... ¡Nada, Samuel; no tenemos nada!

—Y son las dos de la tarde.

Lucía resopló meditabunda a la vez que negaba con la cabeza.

—Creo que vamos por el camino equivocado —dijo—. Puede que los datos sean los que creemos, pero no conseguiremos nada rebuscando en la Biblia. Estamos ante un criptograma.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—No lo estoy; es una corazonada... Hay que descifrar ese dichoso texto. Bajaré a por unos bocadillos, a ver si el aire me despeja...

Un rato después se encontraban masticando, el pan en una mano y el bolígrafo en la otra.

—Si estamos ante un criptograma clásico con cifrado por sustitución, nos va a resultar muy complicado resolverlo —aseveró Lucía—. El análisis de frecuencias no nos va a clarificar nada.

—¿Te refieres a la reiteración con que aparecen las letras?

—Así es. Habitualmente la mitad de las letras de un texto en castellano son vocales, con preponderancia de la
E
y la
A
. De las consonantes, algunas aparecen con mayor asiduidad; podríamos incluir las siguientes:
S, R, D, N, L, C, T, M
y
P
. El resto son menos frecuentes. Pero como tenemos ante nosotros un texto relativamente normal, las reiteraciones de letras son las acostumbradas.

—Un panorama desolador —apostilló Samuel.

—Sí, tenemos sólo una
X
, una
V
, una
H
y una
B
. Si estas consonantes aparecieran en más ocasiones en el texto, podríamos suponer que están enmascarando una vocal, pero, lamentablemente, no es el caso. Está claro que si la resolución se fundamenta en la búsqueda de un algoritmo de sustitución simple, nos quedaría únicamente la opción de considerar que las letras frecuentes se sustituyen entre sí y las infrecuentes ídem de lo mismo.

Intentaron lo imposible para descifrar el mensaje. Cuando agotaron todas las vías de sustituciones simples, se aventuraron con pares e incluso tríos de letras, pero el resultado seguía siendo el mismo. A las cinco y cuarto decidieron parar quince minutos para descansar. Definitivamente, habían fracasado también en el intento de descodificar el texto reemplazando las letras, así que Lucía propuso dar un paseo para ver si eso les ayudaba a encontrar la inspiración que necesitaban.

—Tiene que haber algo: una idea oculta, un detalle imperceptible, una insignificante hebra de hilo que nos conduzca al núcleo del enigma —razonaba Lucía en voz alta.

—Pero no lo vemos y el tiempo se está consumiendo.

—Aún disponemos de dos horas.

—¿Y si pedimos ayuda? —propuso Samuel—. Según parece, Marta es todo un portento; me recomendaste que le consultara, ¿recuerdas?

Una extraña sensación sacudió a Lucía. Claro que la colaboración de Marta supondría reforzar las aspiraciones con una excelente aliada, pero... quería ser exclusivamente ella quien aportara la vía para solucionar el problema. Estaba confundida y avergonzada porque jamás había experimentado afán de protagonismo. Por primera vez desde que la conocía, Samuel percibió una ligera vacilación en su rostro. Se preguntó si acaso Lucía sentía celos.

—Es una estupenda idea —reconoció Lucía—, pero me temo que Marta no va a poder ayudarnos: está de viaje.

Y era cierto: aun en contra de sus verdaderos deseos, Lucía no habría ocultado cualquier posibilidad de ayudar a Samuel en la resolución de la prueba, sabiendo lo que para él significaba.

—¿Y dónde se encuentra ahora la doctora?

—Está en San Sebastián, participando en una conferencia sobre ajedrez y Alzheimer.

—¡Caramba! —exclamó Samuel.

—Por lo visto —prosiguió Lucía—, un periodista español de reconocido prestigio en el mundo del ajedrez sostiene que la práctica habitual de esa actividad ayuda a retrasar los síntomas del envejecimiento cerebral.

—Una entretenida manera de ejercitar la mente.

—Sí; sin duda una buena herramienta de prevención del sistema cognitivo. Leontxo García, que así creo recordar que se llama el periodista, sostiene que jamás, en su dilatada carrera ligada al ajedrez, ha conocido a ningún jugador profesional que padeciera Alzheimer. Es más, parece ser que la incidencia de esta enfermedad entre los meros aficionados es irrisoria en comparación con el resto de la población.

—Habrá que jugar al ajedrez —insinuó Samuel.

Lucía se detuvo bruscamente, ante el asombro de su acompañante, que había continuado caminando solo por unos metros.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó ella, el cuerpo inmóvil.

—Nada, que sería conveniente que...

—¿Dijiste ajedrez?

—Claro, Lucía, es de lo que estábamos hablando... ¿Te ocurre algo?

—¡Cómo he podido ser tan estúpida! Volvamos a casa. ¡Rápido!

Lucía dio media vuelta y aceleró precipitadamente el paso, arrastrándolo consigo por el brazo como si tirara de la correa de un perro.

—¿Me puedes explicar por favor qué está pasando? —suplicó Samuel.

—Son ocho líneas con ocho letras cada una. ¡El mensaje está encerrado en un tablero de ajedrez!

A más de mil kilómetros de allí, Marta regresaba a su hotel tras la espléndida comida que los organizadores del simposio habían ofrecido en el Restaurante Akelarre.

Por la mañana se había celebrado una primera ponencia, en donde una colega suya había expuesto un experimento que había llevado a cabo con dos grupos de personas mayores. Uno de ellos había estado desarrollando un curso de ajedrez durante un año, en tanto que el otro había continuado con su actividad habitual. Los resultados habían sido espectaculares: mientras que el grupo que no siguió las clases de ajedrez no consiguió mejorar sus prestaciones mentales, los que sí asistieron vieron mayoritariamente incrementados sus rendimientos cognitivos.

Para la tarde estaba programada, en primer lugar, una visita al Centro de Tecnificación de Ajedrez, un ambicioso proyecto inaugurado hacía sólo unos meses, con casi seiscientos metros cuadrados de espacio distribuido en dos plantas y destinado exclusivamente a la promoción y práctica del ajedrez. Más tarde, a las siete, estaba prevista la reanudación de las exposiciones de los conferenciantes. Marta había sabido excusar con habilidad la visita al complejo ajedrecístico, por lo que disponía de casi dos horas para solventar definitivamente la prueba número siete de
Kamduki
, que tan bien encarrilada tenía. Favorecida por la circunstancia de encontrarse temporalmente sumida en el mundo del ajedrez, no tuvo dificultad esa misma mañana en descubrir que el acertijo se escondía en el tablero de juego. Ahora confiaba encontrar la relación de cada palabra del enunciado con el ajedrez. Y si necesitaba de algún dato o aclaración técnica, contaba con la cercana presencia de un par de maestros participantes en las Jornadas que se estaban celebrando allí mismo, en el maravilloso Hotel María Cristina, donde todos se alojaban. Subiendo por la glamurosa escalera de mármol enmoquetada en rojo se sentía como una de las estrellas que anualmente se hospedan allí con motivo del famoso Festival de Cine. Se preguntaba cómo serían las noches donostiarras...

Mientras conectaba su ordenador, sonreía al recordar la anécdota que había oído esa misma mañana: El ciudadano británico Alec Holden, en diciembre de 1997 y a la edad de 90 años, apostó 100 libras a que llegaría a cumplir los 100; lo consiguió y ganó 25.000 libras. Su explicación venía muy a juego con el debate: «El secreto de mi longevidad consiste en desayunar cereales, hacer un poco de ejercicio, jugar al ajedrez y ¡no dejar de respirar!».

Entró en Internet y escribió las palabras «Samuel» y «ajedrez» en el buscador, convencida de que pronto iba a obtener resultados clarificadores, cuando se hizo oír el timbre de su teléfono móvil. La procedencia de la llamada reflejada en la pantalla le heló la sangre.

—No puedo estar allí «cuanto antes»: me encuentro en Guipúzcoa... ¿Qué le ocurre? —preguntó Marta angustiada.

—Será mejor que venga —La voz sonaba tan fría como lúgubre.

—¡Dios mío! Dígame que no ha muerto...; ¡dígamelo!

Entre sollozos y con la mano temblorosa, llamó a recepción solicitando un taxi. Sabía que se solía mentir para no dar la peor de las noticias por teléfono, mas se aferraba a la idea de que no la estuvieran engañando y que pudiera llegar a tiempo para abrazarlo en vida...

Salió a toda prisa, abandonando en la habitación todas sus pertenencias. Su participación en
Kamduki
había concluido.

—Samuel Reshevsky, niño prodigio del ajedrez, nacido en Polonia y nacionalizado estadounidense.

—¿Sus principales logros? —preguntó Lucía.

—Tuvo una carrera muy dilatada. Ganó el campeonato de los Estados Unidos en siete ocasiones y consiguió el primer puesto en numerosos torneos: Siracusa 1934, Margate 1935, Kemeri 1937, Hastings 1937, Hollywood 1945, Nueva York 1951, 1955 y 1956, La Habana 1952, Dallas 1957...

—Ya..., ya vale —atajó Lucía—; son demasiados éxitos. Necesitamos más pistas.

—Sí —coincidió Samuel—; Reshevsky fue un jugador sobresaliente durante toda su vida: en 1984 consiguió ganar el torneo de Reykjavik ¡con 73 años!

—Introduce los términos «Aarón» y «ajedrez» en
Google
—sugirió Lucía.

—Aparece otro fenómeno: Aarón Nimzowitch.

—Un momento... —Lucía daba muestras de haber encontrado algo—. El enunciado dice
AARON RIP
. ¿En qué año murió?

—En 1935.

—El mismo año en que Reshevsky ganó el torneo de...

—De Margate, Inglaterra —se apresuró a responder Samuel.

—¡Fantástico! —exclamó Lucía—. Reshevsky ya hizo su trabajo; ahora otro de los participantes en aquel torneo nos «mostrará el camino».

Aunque no les resultó sencillo, finalmente pudieron encontrar la nómina de participantes en aquella competición: Reshevsky, Fairhurst, Menchik, Capablanca, Mieses, Thomas, Reilly, Sergeant, Milner Barry y Klein.

—El único nombre que me suena es Capablanca —señaló Samuel.

—Fue Campeón del Mundo —ratificó Lucía—. Debe ser él...; ¡creo que lo tengo! Comprueba por cuánto tiempo retuvo la corona mundial.

—Pues venció a Lasker el 28 de abril de 1921 y lo perdió a manos de Alekhine el 29 de noviembre de 1927.

—Eso suma 6 años y 7 meses; ¡justo lo que pensaba!:
7 CASI FUE
.

—Eres fantástica, Lucía.

—Y hay algo más —prosiguió ella—. Los 34 pasos no pueden ser otra cosa que 34 jugadas. Samuel: sólo podremos descifrar el criptograma con una partida de ajedrez.

—¿Una partida de ajedrez? —repitió Samuel impresionado.

—Una partida de ajedrez, con 34 movimientos, que disputó Capablanca en el torneo de Margate de 1935. Necesitamos encontrar esa partida.

Quince minutos de navegación bastaron para hacerles ver que les iba a resultar muy complicado localizar la partida por Internet.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Lucía.

—Una hora escasa. ¿Y si nos acercamos al club local de ajedrez?

La imparable marcha del progreso erosiona todo cuanto encuentra a su paso, y los clubes de ajedrez no son una excepción. Hoy en día existen programas informáticos, a muy bajo precio, de fuerza similar a la de los mejores Grandes Maestros. Esto unido a la posibilidad de disputar partidas por Internet con jugadores de cualquier parte del mundo y de seguir en propia casa el desarrollo de torneos en directo, ha hecho disminuir paulatinamente la afluencia a los locales de los clubes de ajedrez, en otra época ilustres y ahora, como sus compañeros del billar, los naipes y demás juegos de mesa, anclados en el ostracismo y confinados entre los límites de añejos muros cubiertos de historia.

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