Authors: Col Buchanan
—Pero ¿se puede conseguir antes del invierno? —interrogó al viejo Alero, mientras seguía examinando los detalles del mapa.
El general Alero se encogió de hombros en su sillón.
—Sólo si nos ponemos manos a la obra ahora mismo y nos dejamos de discutir los pormenores. —El veterano oficial paseó su mirada evaluadora por los rostros de los generales más jóvenes que lo rodeaban, provocando la interrupción sus debates.
—¿Afirmas entonces que el éxito es posible?
El general escogió con cuidado sus palabras, como se elegirían las monedas de un puñado donde quedaran pocas de verdadero valor.
—Sí, todavía creo que es posible, aunque sólo si nos acompaña un poco la suerte. En el plan hay muchos elementos que pueden fallar y muy poco margen para la improvisación. Si funciona bien, nos conducirá a una victoria rotunda y decisiva. Los Puertos Libres serán nuestros. Si no funciona... —meneó la cabeza—, sufriremos otro Coros.
La lluvia resquebrajaba el silencio que envolvió al grupo. Ché permanecía inmóvil. Con el rabillo del ojo vio una bandada de pájaros radiantes que se elevaba en vertical por el espacio de la cámara. Un criado los seguía silenciosamente, limpiando sus excrementos con un trapo.
—Sigo diciendo que es una locura —espetó de repente Sparus
el Aguilucho
.
La felpa crepitó bajo los cuerpos de los generales, que se revolvieron en sus sillones para encararlo.
—Dos acciones navales por separado contra los Puertos Libres, por no mencionar ya el aspecto más importante del plan, la invasión por mar de Khos... y para entonces el invierno ya se nos echará encima. Eso suponiendo que las fuerzas terrestres alcancen intactas Khos (lo cual es por sí solo una apuesta muy arriesgada), que nuestras maniobras de divertimiento funcionen y que la flota encargada de la invasión no sea interceptada. Incluso entonces, si nuestras campañas por tierra flaquean en algún momento en el campo de batalla, estaremos irremediablemente comprometidos hasta la primavera. De ese modo, los mercianos dispondrán de tiempo para recuperarse mientras que nuestra Fuerza Expedicionaria se encontrará en una trampa de la que no podrá salir. Eso sería aún peor que Coros. —Miró directamente a la matriarca; su ojo sano echaba chispas—. Sólo añadiré una cosa: si la campaña fracasa, la derrota te arrastrará fuera del trono.
—¿Eso es una amenaza? —inquirió en tono jocoso Romano.
Pero Sparus ignoró el comentario y mantuvo los ojos clavados en Sasheen. Lo que decía era cierto: la orden de Mann denostaba a los líderes que fracasaban en el campo de batalla o revelaban indicios de debilidad, y solía deshacerse de ellos sin demora.
La matriarca se deslizó hasta Sparus. Posó delicadamente una mano de uñas perfectas en el brazo del Aguilucho y regaló una sonrisa fugaz al pequeño general. Luego se volvió a los demás; la brusquedad del movimiento fue suficiente para que se le escapara un seno del vestido vaporoso.
—¿Y bien? —interrogó, mirando con el gesto ceñudo a los generales congregados.
La deforme boca de Ricktus se abrió para hablar.
—Sparus tiene razón —declaró con una voz tan rugosa como su piel calcinada—. El plan es una temeridad, y no creo que estemos tan desesperados como para tener que llevarlo a cabo. Mantengamos el asedio a los Puertos Libres. Si seguimos estrangulando sus rutas comerciales, al final caerán.
—No —repuso la matriarca, con la mano abierta alzada—. Tengo buenas razones para exigir soluciones al problema merciano y todavía siguen vigentes. Ya llevamos diez años estrangulando sus rutas comerciales y aporreando sus puertas. Y sin embargo, los Puertos Libres aguantan. Entretanto, hay otros territorios que se sienten alentados por su desafío. Tenemos que aplastar a esos mercianos, y de una manera definitiva, si queremos evitar dar una imagen de debilidad del Imperio. Por lo tanto, tenemos que hacernos con Khos. Sin ella, el resto de los Puertos Libres se rendirá o simplemente morirá de hambre.
Regresó junto al mapa, que Ché había estado estudiando mientras ella hablaba. Por todo él había líneas trazadas toscamente a lápiz que señalaban los movimientos de las flotas y las acciones terrestres. Distinguió los símbolos de dos flotas que debían invadir las islas occidentales de los Puertos Libres; una recorría todo el archipiélago y la otra se concentraba en Mino. Una tercera flota se mantenía separada de las demás, en el este, y una flecha trazada con fuerza a lápiz la llevaba desde Lagos hasta Khos. La matriarca clavó el dedo en ella.
—El VI Ejército permanece en Lagos por sugerencia de Mokabi. Están en forma tras su reciente intervención para sofocar a los insurrectos. Sería el elemento sorpresa perfecto, y Mokabi lo ve claro; siempre ha tenido un sexto sentido para estas cosas. Podríamos crear la I Fuerza Expedicionaria con el VI Ejército y unidades que haya dispersas por ahí y embarcarlos en Lagos rumbo a Khos.
—Pero, matriarca —intervino Ricktus con su voz rasposa—, aunque consiguiéramos atraer a la flota oriental con nuestras dos campañas de divertimiento en el oeste, las escuadras mercianas que defienden los convoyes que realizan la ruta de Zanzahar seguirían activas en la región. Nuestras naves fondeadas en Lagos son buques mercantes y de transporte, salvo las dos escuadras de buques de guerra. La flota con las fuerzas expedicionarias prácticamente carecerá de protección, tal como Sparus ya ha apuntado. Bastaría un puñado de escuadras para enviar todas nuestras tropas al fondo del Midéres.
El joven Romano, con una sonrisa en las comisuras de los labios, se incorporó, como si fuera a dar un salto, en el borde de su sillón.
—Sin embargo, no hay que olvidar que nuestras flotas de divertimiento serán de unas dimensiones jamás vistas en lo que llevamos de guerra. Mercia tendrá problemas para igualarnos en número aun congregando todos los efectivos de su armada. Se verán obligados a trasladar su flota oriental para defender el flanco occidental.
—Y habló el experto en tácticas navales —comentó inopinadamente Kirkus, con los ojos clavados en Romano, que le respondió con una mirada fulminante.
—La flota con el ejército expedicionario no se detendrá para una batalla en alta mar, caballeros —declaró Sasheen—. Atravesará directamente cualquier escuadra que se cruce en su camino y los buques de guerra se sacrificarán, dado el caso, para que los navíos de transporte no se vean involucrados en una refriega. El objetivo último es que el ejército alcance la costa.
—Mokabi estará encantado de planificar campañas fabulosas y osadas sobre un pergamino —interpuso Sparus—, sentado en su villa de Palermo, como si todavía fuera el archigeneral. Llevarlo a buen término es una cosa completamente distinta.
—Ha accedido a regresar de su retiro si cuenta con nuestra aprobación —informó Sasheen.
—Sí, para ponerse a la cabeza de su estimadísimo IV Ejército acampado con toda tranquilidad y fuera del alcance del fuego enemigo frente a las murallas de Bar-Khos. Si la fuerza expedicionaria toma la ciudad desde detrás, sólo tendrá que esperar a que les abran las puertas para cruzarlas en un desfile triunfal. Si no, siempre puede culpar a otro por el fracaso y garantizarse un regreso seguro a su antigua posición.
—Mokabi está comprometido con esta acción —protestó Alero, un viejo camarada del general ausente—. Arriesgará el pellejo como todos nosotros.
—Ya, bueno. Se dice que no se ha ofrecido voluntario para liderar la fuerza expedicionaria. Y entiendo sus razones para no querer hacerlo, las haya expresado o no. Yo tampoco querría encabezar una campaña tan insensata.
Sasheen apuró su copa y la arrojó a un camarero que pasaba junto a ella.
—Es una pena, Sparus, pues esperaba que quisieras acompañarme.
—¿Matriarca?
—Yo misma iré con la fuerza expedicionaria.
La sorpresa se extendió por toda la reunión. Ché se atragantó; permanecía en un segundo plano, completamente ignorado.
—Como habéis señalado con gran acierto —continuó Sasheen, cuya mirada saltó fugazmente de Romano al obeso Alero y viceversa—, Mi trono depende del éxito de esta empresa. Por lo tanto, es conveniente que yo esté allí... empuñando una lanza, por así decirlo.
—Eso es una locura, matriarca. No podéis arriesgar vuestra vida de ese modo.
—Toda vida es una aventura sembrada de riesgos, Sparus. Y tú vendrás conmigo, si es que realmente deseas que tu matriarca salga de una pieza de esta campaña.
Romano se regocijó de la situación hasta el precioso momento elegido por Sasheen para brindarle una sonrisa.
—Y tú también, Romano. Sparus liderará la fuerza expedicionaria y tú serás su segundo al mando. —El joven general se hundió de pronto en el sillón, lo que provocó que la ceniza de su cigarrillo de hazii se precipitara sobre su regazo—. Alero, Ricktus, cada uno de vosotros se pondrá al frente de una flota de divertimiento. Deberéis hacer todo el ruido que podáis allí abajo, ya que necesitaremos espacio para zafarnos de las escuadras enemigas. Así lo haremos.
Entonces, el joven Kirkus se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes.
—¿Y yo, madre...? A mí también me gustaría acompañarte.
—Sin embargo, no lo harás —respondió con firmeza Sasheen—,
Tú tienes que quedarte aquí, en el templo, hasta que hayamos solucionado ese otro problema.
En ese momento miró a Ché por primera vez. El diplomático se puso firme y le sostuvo la mirada.
—Pero ¿quién sabe el tiempo que llevará? —refunfuñó Kirkus.
—Eso tendrías que haberlo pensado antes, mi buen hijo, cuando te hallabas inmerso en la Hecatombe Selectiva y alardeando de los privilegios de tu posición.
La respuesta huraña del muchacho quedó sofocada por un repentino y estruendoso graznido procedente de un lado de la cámara. Todas las cabezas se volvieron hacia allí, incluida la de Ché. El esperaba encontrarse con un kemir domesticado, quizá, agachado en el suelo y desgarrando un trozo de carne. Sin embargo, el origen del ruido era Kira, la abuela de Kirkus, que seguía con los ojos completamente cerrados.
—El muchacho hizo lo correcto —señaló con la voz rasposa la anciana sacerdotisa—. Actuó puntualmente de acuerdo con los preceptos de Mann. No lo reprendas por ello, hija.
La matriarca soltó un largo resoplido.
—Puede que así sea —repuso—, pero de momento no pondrá un pie fuera de este templo bajo ningún concepto. —Cortó el aire con una mano abierta, atajando toda intención de protesta de Kirkus. Le fastidiaba que aquella discusión se llevara a cabo en público, e incluso Kirkus sabía que debía mantener la boca cerrada, aunque por dentro le hervía la sangre—. Ahora —continuó Sasheen—, si me disculpáis...
La matriarca abandonó la reunión y, con toda la intención del mundo, pasó a trancos por delante de Ché.
—Sígueme —espetó cuando ya lo había rebasado.
Ché siguió la estela de su perfume hasta los ventanales, cruzaron unas puertas correderas también de cristal y salieron a la terraza que circunvalaba la torre, con el filo interior poblado de tiestos con plantas que se peleaban con el viento. Sasheen deslizó las puertas para cerrarlas. La lluvia les roció los rostros, fría como las rachas de viento que la arrastraban.
—Estarás preguntándote por qué te he permitido asistir a las deliberaciones del Consejo de las Tormentas.
—No, Santa Matriarca —mintió Ché, siguiendo su instinto.
Sabía que no le convenía reconocer abiertamente la sospecha de una falta de confianza por parte de sus superiores hacia él.
Eso podría indicar un rasgo de culpabilidad en su mentalidad, una condición peligrosa en una orden donde la traición era casi una doctrina.
Sasheen escrutó su rostro tratando de desentrañar la sinceridad de su respuesta.
—Bien —dijo al fin—.Tus maestros son unánimes en cuanto a tu lealtad. Puede que incluso no se equivoquen.
Ché inclinó la cabeza a modo de reverencia, pero no dijo nada.
—Pero al menos te preguntarás por qué he pedido que vinieras, ¿verdad?
—Sí, matriarca —respondió, todavía con la cabeza agachada, y esta vez diciendo la verdad.
—Entonces no me andaré con rodeos. —Hizo un gesto con la barbilla hacia la Cámara de las Tormentas—, Mi hijo Kirkus, ese jovencito que ves allí, ha matado a una persona que portaba un sello.
Finalmente, Ché enderezó la cabeza para encarar a la matriarca. Como casi todo el mundo, Sasheen era más alta que él.
—En un alarde de su sapiencia, mi madre no hizo nada para impedírselo. Siempre ha considerado a los roshuns una amenaza insignificante para Mann. Yo, en cambio, tengo mis dudas.
Su vestido se abría inflado por las ráfagas de viento y las gotas de lluvia se deslizaban entre sus pechos y por su vientre y se perdían en el vello ralo de su pelvis.
—Hace algunos días interceptamos a tres roshuns que intentaban acercarse a mi hijo. Atrapar a dos de ellos fue una mera distracción, pero el tercero estuvo cerca del éxito... aunque lo acorralamos a tiempo. He oído que él mismo se quitó la vida. Da igual, enviarán más.
—Entiendo —masculló Ché. Se le había acelerado el corazón. Notaba la sangre palpitando en las yemas de los dedos de sus manos y pies.
—¿En serio?
—Sí. Sabed que fui entrenado como un roshun, como un futuro agente preventivo para situaciones como ésta.
—Entonces ya sabes por qué te he llamado.
Ché sintió la necesidad de rascarse el cuello, pero reprimió el impulso. Levantó la cabeza hacia la lluvia y le escocieron los ojos con el agua, pero eso al menos le ayudó a aplacar los picores.
—Queréis que os conduzca al refugio de la orden Roshun para acabar con ellos antes de que ellos maten a vuestro hijo —repuso Ché; sus palabras fluían arrastradas por el viento.
—Exacto —respondió la matriarca, y Ché advirtió una sonrisa en su voz—. En estos momentos una compañía con mis mejores comandos está preparándose a la espera de tu llegada. Los llevarás a Cheem y utilizaréis esa planta que, según he oído, os guía hasta su monasterio.
—¿Están preparados para seguir a través de las montañas a un guía sumido en el delirio?
—Ellos ya saben de los conocimientos que tienes enterrados en la mente. Y están preparados para hacer cualquier cosa. Cuando encontréis el monasterio, matarán a toda alma viviente y lo reducirán a cenizas. Nadie sobrevivirá.
Ché exhaló un breve suspiro, intentando poner la mente en blanco.
La matriarca entrecerró los ojos y se inclinó hacia él.