Además, tiene un defecto social que me desagrada: no hace más que contar historias. Son bastante graciosas, sobre todo si uno se esfuerza por reírse. En su presencia me siento como un tubo de pasta dentífrica al que aprietan hasta que ha dejado salir todo su contenido. Basta un ejemplo: «Conocí —comienza diciendo con gran práctica— a un reportero en Beirut que una vez tuvo la siguiente experiencia cuando se dirigía a Damasco. Iba conduciendo un Volkswagen cuando el joven soldado de guardia en la frontera siria lo detuvo. ¿Por qué? Lo acusó de llevar en el maletero un motor de automóvil para venderlo en el mercado negro. A fin de combatir la corrupción, el gobierno sirio había reclutado guardias leales provenientes de las granjas, y este joven uniformado jamás había visto un vehículo con motor trasero. Mi amigo, que tenía mucha experiencia en situaciones como ésa, se encogió de hombros, dio media vuelta, condujo unos cien metros hasta la frontera libanesa, y luego retrocedió hasta la aduana siria. El guardia se dirigió a la parte trasera (que dos minutos antes había sido la delantera), abrió lo que suponía era el maletero, vio que estaba vacío, y permitió que mi amigo entrase en el país. De modo que mi amigo se salvó por entrar de culo».
¿Sabes, Kittredge, cuántas anécdotas tan exageradas como ésta circulan aquí? Me doy cuenta de que, en la medida de lo posible, siempre he tratado de evitar a hombres como Phillips. Su clase de humor me recuerda a esas personas que odian el alcohol pero que toman una copa antes de la cena por prescripción médica.
De todos modos, formamos una
troika
: Phillips cuenta sus chistes, Howard lanza una carcajada, y yo me río entre dientes. Después de un lapso respetable, nuestra risa cesa como un coche con buenos frenos que avanza lentamente. Juro que hay peores maneras de perder el alma.
9 de abril de 1961
A la oficina de Operaciones Militares ha llegado un informe referido a las embarcaciones que hemos alquilado. Servirán para transportar las tropas; han llegado a Puerto Cabezas, en Nicaragua. Por HALIFAX me he enterado de que se trata de botes gangrenosos, con grúas y palancas herrumbrosas que tardarán una eternidad en cargar las provisiones. Según pudo saber Cal, nuestro personal apostado en el lugar tampoco tuvo una reacción favorable.
Esperemos que no sea simbólico de nuestra empresa. Por momentos siento fiebre y escalofríos. En febrero, la Brigada era un cuerpo impresionante, pero desde entonces la cantidad de hombres se ha duplicado, de modo que la mitad de ellos no han sido convenientemente adiestrados. Los batallones quinto y sexto fueron creados hace unos pocos días con reclutas que se alistaron durante las dos últimas semanas. La constitución del personal es igualmente preocupante, ya que se trata de un ejército de hombres de clase media, con apenas unos cincuenta negros en sus filas, lo cual podría llegar a ser un problema. Más de la mitad de los habitantes de Cuba son de raza negra. Además, Inteligencia nos informa que sólo el veinticinco por ciento de la población se opone a Castro. En cierto sentido, esto constituye una preocupación menor. Al parecer, la consigna aquí es no prestar atención a los datos que nos envía Inteligencia. Cuestión de orgullo.
Aun así, estoy intranquilo: ¿es posible que sólo uno de cada cuatro cubanos esté en contra de Castro? De ser eso verdad, ¿por qué no convoca elecciones? Debo confesar que mi confianza no es absoluta. Siento escalofríos cuando pienso en el Ejército de Castro. Según nuestras estimaciones está formado por treinta mil soldados bien adiestrados, y su milicia es diez veces superior en número. Suponemos que la milicia le quitará su apoyo aceleradamente.
En Cuba, todas las guerras han sido ganadas por las fuerzas más pequeñas
. En otras palabras, Cuba es un sistema mágico, de modo que cuando pienso en los posibles resultados, me sube la fiebre. Según Cal, el combate es la exhibición más grande y mágica que existe, y siempre tiene lugar «en esa vieja liza oscura» cargada de coincidencia e intervención. Sin embargo, la Brigada no deja de preocuparme.
10 de abril de 1961
Me acaba de llegar un informe desde Zenith. Chevi Fuertes, mi principal agente en Miami, no deja de advertirme acerca de dos caballeros llamados Mario García Kohly y Rolando Masferrer. En Miami circula un rumor según el cual el grupo ultraizquierdista que ellos lideran planea asesinar a los miembros del Consejo Revolucionario Cubano apenas pongan pie en Cuba. Me parece más una amenaza que una posibilidad, pero lo verdaderamente preocupante es que, siguiendo esta lógica, Castro no arrestaría a los miembros del movimiento clandestino de Kohly antes de que éstos acabasen con el Consejo Revolucionario Cubano, lo cual me lleva a pensar que Castro también ha conseguido infiltrarse en el movimiento de Kohly.
Cuando voy con mi inquietud a Cal, éste sacude la cabeza y me pregunta:
—¿No lees nunca los periódicos?
Ahí está, en la primera sección del
Washington Post
. El Gran Jurado acaba de acusar a Rolando Masferrer de conspiración por planear una invasión a Cuba. Se trata de una violación de las leyes de neutralidad.
—Bien —digo—. No siempre hacemos mal las cosas, ¿verdad?
—No siempre —dice Cal.
10 de abril de 1961, más tarde
Hunt, Phillips y yo, trabajando en la sala de reuniones de la primera planta, debemos de parecer un equipo programando un ordenador capaz de componer poesía por encargo. Cuando llegue el día D, nuestro transmisor de onda corta en la isla Swan bombardeará La Habana y las provincias de Cuba con una cantidad de transmisiones lo bastante grande para paralizar cualquier sección del DGI encargada de interceptar los mensajes que enviemos a los movimientos clandestinos. No transmitiremos más que tonterías, pero tendrán un aire de profesionalidad. Se trata de una excelente idea. Nuestra gente en Cuba ignorará los mensajes que no entiendan, sobre la base de que están dirigidos a otros grupos, pero el DGI se verá obligado a prestar atención a todas las transmisiones. Entretanto, ensayamos nuestra actuación. Tomemos, por ejemplo, la frase «El chacal anda suelto entre las cañas de azúcar». Discutimos si hay chacales en Cuba, y si se sienten atraídos por la caña de azúcar. No queremos enviar ningún mensaje que revele ignorancia de la historia natural cubana. Como no contamos con un habanero experimentado, llamamos a la sección del Caribe. Al estar ésta excluida de la operación, sólo le pedimos que nos informe acerca de la flora, la fauna y las técnicas agrícolas en las mitades oriental y occidental de Cuba. De ese modo sabemos si podemos emplear frases como «El búho ulula a medianoche», «El puma acecha en la cumbre», «Los pantanos se secan», «Hay humo en las plantaciones de papaya», o, la mejor de todas, «Aguardad el ojo de las Antillas».
11 de abril de 1961
Hoy han florecido los cerezos en las riberas del Potomac. Un pálido reflejo del estado de ánimo reinante en el Cuartel del Ojo, ¿o es que estoy generalizando a partir de unas pocas sonrisas?
El Consejo Revolucionario Cubano, de aquí en adelante el CRC, ha sido llevado a Nueva York para reunirse con su jefe supremo, Frank Bender, un personaje calvo, fumador de cigarros, proveniente de Europa del Este, que no habla español. Instaló al CRC en una pequeña sala de reuniones del hotel Commodore el tiempo suficiente para anunciarles que la invasión sigue en pie y que, si quieren ser conducidos a la cabeza de playa, durante los próximos días deben estar dispuestos a permanecer secuestrados en una suite de hotel en Nueva York: la seguridad impide cualquier tipo de información adicional. No podrán hacer llamadas telefónicas. Si cualquiera de ellos no está de acuerdo, es libre de marcharse y perderse la invasión. Bender, que posee la fina ironía de un europeo oriental, sugiere también que cualquiera que no esté dispuesto a aceptar esas condiciones, puede tomar sus propias medidas de seguridad. Naturalmente, todos están de acuerdo en el encierro comunitario. Hunt sostiene que estos sistemas son necesarios debido a Manuel Ray, pero estoy convencido de que el verdadero motivo es Toto Bárbaro, y me alegra que ninguno de ellos pueda enviar mensaje alguno. Se me ocurre que debemos de haber empleado no menos de veinte personas de Zenith para disponer todo lo necesario y llevar a esos seis caballeros cubanos a Nueva York. Bien, somos buenos para eso, o al menos deberíamos serlo.
Bender, que ahora está enclaustrado con ese grupo de selectos prisioneros, informa a Hunt que no dejan de importunarlo pidiéndole noticias recientes. «Si vamos a ser cautivos —dicen—, lo mínimo que nos merecemos es información privilegiada.»
Entretanto, para llevar adelante la publicidad del CRC, Knight ha contratado los servicios de una firma de relaciones públicas de la avenida Madison, llamada Lem Jones Associates. De hecho, los ha vuelto a contratar. Lem Jones ya ha trabajado para el Frente. Por la expresión de Phillips me doy cuenta de que estoy condenado a oír otra de sus historias. Antes de que pueda hacer nada por evitarlo, comienza a decir: «En mi opinión, Lem Jones ganó bastante dinero con el Frente en septiembre pasado. Ese mes estaba programado que Castro hablase en las Naciones Unidas, y Lem y yo decidimos enfrentarlo a un par de autocares cargados de mujeres cubanas. "Madres de Miami." Sería "la Caravana del Dolor", y su punto culminante sería rezar una plegaria ante la catedral de San Patricio. Pero en la ruta desde Miami, los Greyhound que habíamos alquilado sufrieron una demora. Habíamos seleccionado a cuatro mujeres embarazadas, y de pronto nos enteramos de que debían orinar cada quince kilómetros. Llegamos tarde a Washington, y perdimos una conferencia de Prensa. Lo mismo sucedió en Filadelfia. La Caravana del Dolor entró en Nueva York con un día de retraso, pero llamamos la atención con fotos de las damas rezando en San Patricio. Fueron publicadas en todos los diarios. Yo diría que Lem Jones se ha ganado esta nueva contratación».
12 de abril de 1961
El tiempo de la verdadera acción está llegando. Se lo puede apreciar en la oficina de Operaciones Militares.
Acabo de enterarme de que la carga de los barcos de aprovisionamiento en Puerto Cabezas se ha efectuado más lentamente de lo que habíamos calculado. Los cabrestantes se rompían y la puerta de la bodega de uno de los barcos estaba totalmente herrumbrosa. Tardaron horas en abrirla. Sin embargo, las tropas de la Brigada se ocuparon personalmente del cargamento. Mi imaginación es lo suficientemente vivida para oír el crujido de los cabrestantes y el resuello de las grúas de un extremo al otro del puerto. Apenas se completa la carga de un barco, éste es anclado a unos cuantos metros de distancia, con los miembros de la Brigada destinados a él a bordo. Se nos informa que las tropas duermen en hamacas bajo cubierta y en lonas sobre la escotilla. Los oficiales, que siguen acampados en la costa, celebrarán una misa esta noche, después de recibir la orientación definitiva sobre el plan de invasión. Sólo entonces conocerán el lugar de desembarco.
Nuestra gente en Puerto Cabezas nos informa de que Luis Somoza, el presidente de Nicaragua, les hizo prometer a los brigadistas que le traerían «un par de pelos de la barba de Castro». Nuestro observador agrega: «Somoza, que es un dictador regordete y empolvado, esperaba recibir un fuerte aplauso por esta ocurrencia, pero tuvo que soportar unas cuantas risitas. Un cubano le gritó: "¿De la barba de arriba, o de la de abajo?"».
En el Cuartel del Ojo se dice también que los barcos alquilados a García son tan viejos que nadie dudará de que la invasión es financiada y dirigida por los propios cubanos. Ningún estadounidense que se enorgullezca de serlo soñaría con acercarse a esas embarcaciones. Phillips comenta: «Tal vez hemos exagerado en nuestro esfuerzo por hacer ver que esta operación es auténticamente cubana».
12 de abril
(sigue)
No hago más que alternar entre dos sistemas de percepción. Una parte de mí depende de cada informe que llega de TRAX y de Puerto Cabezas. La otra me recuerda que la suerte de la Brigada puede estar ligada a la mía. En menos de una semana me uniré a ella en la cabeza de playa. Eso no me parece real. En consecuencia, la ansiedad se apodera de mí como si se tratase de una gripe benigna y sensibiliza cada movimiento de mis extremidades.
De pronto se me ocurre que en el caso de que sea capturado, alguien puede llegar a la conclusión (por demás obvia) de que pertenezco a la CIA, y me torturarán. Podría hablar. (¿Lo haría? En realidad no lo sé.) Soy consciente de que tal vez sepa demasiado, lo cual produce en mí una reacción infantil: me pongo furioso con todos los de la Agencia que me han hecho partícipes de sus confidencias. «Será su culpa, no la mía», me digo, y eso me deja atónito. La verdad es que carezco de la experiencia suficiente para medir este nuevo riesgo. Mis pensamientos son tan frenéticos como los de un hombre que está solo en una fiesta, y a quien nadie dirige la palabra.
Hoy, en el Cuartel del Ojo nadie habla de otra cosa que de lo que esta mañana ha declarado Kennedy en una conferencia de Prensa. «Bajo ninguna circunstancia las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos intervendrán en Cuba», afirmó.
Naturalmente, estas palabras son lo bastante sorprendentes para que alguien las haya escrito con mayúsculas tanto en la pizarra de Noticias como en la oficina de Operaciones Militares. Hunt está radiante: sostiene que se trata de un esfuerzo soberbio de información errónea.
Sabemos que el portaaviones
Essex
aguarda en Puerto Rico para su cita en la bahía de Cochinos.
Sin embargo, en la oficina de Operaciones Militares, Cal no parece tan optimista. «Si Kennedy habla en serio —dice—, podemos preparar los crespones.»
Obviamente, Cal cuenta con que habrá un respaldo militar total por parte de los Estados Unidos. Eso significa que Bissell y Dulles piensan lo mismo. Se parte de la idea de que Kennedy jamás aceptará la derrota. Las discusiones giran alrededor de esto. ¿Tiene nuestro presidente la intención de no intervenir bajo ninguna circunstancia, o, como cree Hunt, se trata de un golpe maestro?
En la oficina de Operaciones Militares, tomo conciencia de lo prodigiosamente grande que es nuestro mapa de la bahía de Cochinos. Lo veo como una especie de magia tecnológica para colocar junto a los retorcidos y sanguinolentos cuellos de pollo en la sopa de los
mayomberos
.
12 de abril. Más tarde
Otra noticia domina el resto del día. Un astronauta soviético, llamado Yuri Gagarin, ha volado alrededor de la Tierra en una nave espacial. Es decir (el lenguaje es nuevo) que ha circunnavegado el planeta en una cápsula espacial. En el Cuartel del Ojo todos están bastante deprimidos. Es un golpe terrible. ¿Cómo es posible que los rusos hayan ganado la carrera espacial? Sin embargo, mi padre se muestra esperanzado. «No podría haber ocurrido en mejor momento —dice—. Esto podría enfurecer al irlandés que hay en Kennedy.»