El fantasma de Harlot (134 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

Ciertamente, se esforzaba. Si, como aseguraba, políticamente estaba «a la derecha de Richard Nixon», se tragaba la afrenta de tener que vérselas con cubanos cuyas opiniones quedaban a su izquierda. Cuando Bárbaro o Aranjo le preguntaban por su posición ideológica, respondía: «Estoy aquí para engrasar las palancas».

Trabajaba. A pesar de que Manuel Anime era el único miembro del Frente con quien Hunt podía compartir cierto parentesco filosófico, eso no impedía que se esforzase por mantener el Frente unido. Viendo cómo se empleaba, llegué a comprender que la política no es ideología, sino territorio. El Frente estaba en su cartera, y eso, como pronto descubrí, era de especial significación. Descubrí también que Howard no sólo había aprendido a soportar a Toto Bárbaro, sino que estaba dispuesto a protegerlo. Debo decir que yo no necesitaba el aguijón de mi padre para hacer que Chevi Fuertes se ocupase de las cuentas bancarias de Bárbaro. Estaba produciendo resultados. Chevi había logrado rastrear grandes movimientos de dinero en las distintas cuentas de Toto, lo cual confirmaba la sospecha de Cal: la huella de depósitos y retiros de fondos empezaba a apuntar a la lotería de Miami, cuyos números ganadores estaban vinculados con las cifras de circulación del peso cubano. Según un rumor que corría entre los miembros de la comunidad de exiliados, estas cifras eran arregladas por La Habana para que Trafficante supiese por adelantado los números ganadores, y una parte de sus ganancias se destinaban a financiar las actividades del DGI en Florida. En caso de que eso fuese verdad, entonces Trafficante no era sólo el hombre más importante para la Agencia en relación con el asesinato de Fidel Castro, sino que podía ser el agente más importante de Castro en los Estados Unidos, y Toto, a su vez, podía estar actuando para Trafficante como el pagador del DGI en Miami. Cuanto más dinero pedía para liberar Cuba, más estaba trabajando para Castro.

Provisto de lo que apenas parecía la mitad de un caso, llamé a Cal por el teléfono seguro. Me remitió a Hunt: «Podría actuar desde arriba —dijo—, pero no lo haré. No esta vez. Howard ha estado sosteniendo una situación imposible, y yo no intervendré para contrarrestar su esfuerzo. Comunícale a él lo que sabes».

Para mi sorpresa, Hunt no reaccionó. Se encargaría de ver los resúmenes de las cuentas bancarias de Bárbaro, dijo. Como durante días no pareció hacer nada, insistí, pero se mostró evasivo.

—No creo que tengamos suficientes pruebas para colgarlo —dijo por fin.

—¿Está Bernie Barker de acuerdo con usted? Según él, Toto es una mierda.

—Hay una diferencia entre una mierda y un doble agente.

A Fuertes no le sorprendió la actitud de Hunt.

—El próximo acto está comenzando —fue su conclusión—. Para que nadie pueda acusar a los exiliados que derroquen a Castro de estar relacionados con Batista, tu nuevo presidente Kennedy insistirá en que los nuevos grupos de izquierdistas sean absorbidos. Por supuesto, se trata de una comedia. Bárbaro, un político totalmente corrupto, alguna vez representó para tu Frente cierta especie de camuflaje de izquierdas. Pero ahora que Kennedy incorpora figuras serias, como Manuel Ray, que está mucho más a la izquierda que Bárbaro, Toto se ha convertido en el nuevo centro, y nadie se desprende del centro de una coalición. ¿Crees que sin Bárbaro Manuel Anime podría hablar con Manuel Ray? No, Toto es imprescindible. Puede darle la mano al Manuel de la izquierda y llevarle mensajes al Manuel de la derecha.

—Pero ¿y si Bárbaro trabaja para Castro? —pregunté.

—Toto —dijo Fuertes— no sabría cómo funcionar si no tuviese un dedo en cada agujero. Por supuesto, sus dedos están sucios, pero Toto sólo ve visiones. —Fuertes me miró con una expresión que revelaba algo así como una profunda antipatía—. Es un sentimiento común en nuestro trabajo.

Pensé en escribirle una carta anónima a Mario García Kohly denunciando a Bárbaro como agente castrista. Pronto supe, nuevamente por Fuertes, que Trafficante, maestro de ceremonias de todas las intrigas, también estaba en estrecho contacto con Kohly.

Entonces, ¿cómo podían decidir Kohly y Masferrer si convenía eliminar a Toto o hacer negocios con él? Estraperlistas, asesinos, patriotas, renegados, informantes, traficantes de drogas y agentes dobles bogaban todos en la misma sopa. Una vez más, no pude por menos que deprimirme ante mi incapacidad para tratar con esa gente.

De pronto recibimos desde TRAX la noticia de que en la Brigada se había declarado un conflicto abierto entre facciones. Pepe San Román, el comandante, se había graduado en la academia militar de Cuba cuando el país estaba bajo el régimen de Batista, y más tarde se había distinguido en el Ejército de los Estados Unidos. Probablemente ésa era la razón por la cual el Cuartel del Ojo lo había elegido. Sin embargo, los hombres que habían actuado a las órdenes de Batista no eran vistos con buenos ojos por aquellos que habían peleado con Castro en Sierra Maestra; a su vez, ninguno de los dos grupos era del agrado de los reclutas más jóvenes. Dada la existencia de estas facciones, en la Brigada se produjo una huelga; el adiestramiento había cesado; Pepe San Román había renunciado. Aseguraba que no podía conducir a la batalla a hombres que no confiaban en él. A pesar de ello, el oficial estadounidense que servía de enlace con la Brigada lo restituyó en el cargo. Las tropas en huelga amenazaron con amotinarse. Antes de que recomenzase el adiestramiento, sesenta hombres fueron dados de baja. Los demás descontentos sólo estarían de acuerdo en reintegrarse a sus tareas si se permitía a Faustino Bárbaro a que visitase el campamento. Empezaba a darme cuenta de por qué mi padre no tenía ninguna prisa en librarse de Toto.

Finalmente, el Cuartel del Ojo aceptó la petición del Frente, de visitar TRAX. Artime volaría hasta allí con Bárbaro; Hunt los acompañaría, y también yo, «por orden de Halifax», según explicó Hunt.

«Bien —le dije a Howard—, un poco de habilidad y un montón de nepotismo sirven de mucho.» Creo que el comentario le gustó. Yo estaba excitadísimo. Al diablo con el nepotismo. Ésa era la primera excursión seria en que intervenía para la Agencia, y llegaba en buen momento, pues contribuía a destacar las ventajas de vivir sin una mujer. Modene seguramente no habría creído mis falsas explicaciones. No tenía que sufrir por estar en un lugar desde donde no podría telefonearle. Debía preparar mi equipaje, comprar repelente de mosquitos, buscar un par de botas, y partir.

37

GUATEMALA

TRAX, 17 DE FEBRERO, 1961

HALIFAX SÓLO OJOS

Mañana, al alba, el avión correo parte desde Retalhuleu, a veinticinco kilómetros de aquí, y, según se nos asegura, la saca llegará al Cuartel del Ojo en cuarenta y ocho horas. Sin embargo, siento que un planeta entero me separa de los Estados Unidos. TRAX (al que los cubanos afectuosamente llaman Vaquero) ha sido instalado en un claro abierto en la selva y descansa sobre un suelo volcánico que, debido a las lluvias casi constantes, es una sustancia negra y pegajosa. Los pantanos cubanos no pueden ser más incómodos. Te aseguro que está muy lejos de parecerse a Nueva Inglaterra en otoño.

Partimos de Opa-Locka en un avión de carga C-46. Volamos en medio de la más absoluta oscuridad. Sé que has volado en estas condiciones más de una vez, pero para mí fue la primera experiencia. A riesgo de que pierdas la paciencia, te diré que me sentía como en el vientre de una ballena. El avión estaba cargado de provisiones, y Hunt, Anime, Bárbaro y yo dormimos sobre cajas envueltos en mantas para protegernos del frío. De tanto en tanto nos daban café y bocadillos, cortesía del piloto y el copiloto.

Incluso en medio de aquella oscuridad, Bárbaro se sentía con ánimos de soltarnos una arenga. Nunca lo he visto tan ansioso como en estos últimos días. He llegado a la conclusión de que mantener una discusión constituye para él una manera de aliviar sus estrechas arterias, como esas píldoras de nitroglicerina que toma. Durante toda la noche no hizo más que repetir que los problemas de TRAX se suscitaron debido a que no se lo invitó a visitar Guatemala; ahora su misión era librar a TRAX de partidarios de Batista.

No era agradable escucharlo repetir sus obsesiones («Dadme dinero y conquistaré Cuba»), pero al menos sirvió para que Hunt demostrara sus habilidades como jinete. Supo controlar al viejo latoso; de vez en cuando interpolaba un pequeño argumento para convencer a Bárbaro de que nos interesaba lo que decía. Yo trataba de dormir, pero estaba furioso. Si no le dije que era un viejo mentiroso y alcahuete de Trafficante, fue por respeto a Hunt, y a ti.

Llegamos a la ciudad de Guatemala al amanecer y después del desayuno, transferimos nuestras cosas a un Aero Commander propiedad del presidente de Guatemala.

Entonces vi el país. Volábamos sorprendentemente cerca de la selva, entre las formas cónicas de inmensos y cenicientos volcanes extinguidos. Este guía de turismo debe decir que nunca vio follaje tan esencialmente esmeralda como en esa luz verdosa que emanaba de la jungla. Aterrizamos sobre una mera franja de tierra abierta en el flanco de una montaña, lo que habría hecho las delicias de un acróbata. Zigzagueamos hasta detenernos a unos treinta metros de la jungla. Como buen hijo de Cal Hubbard, no sentí temor alguno.

Este lugar está tan lejos de todo, que no logro explicarme cómo el mundo puede enterarse de lo que pasa en él. Para ir a Vaquero hay que ascender varios cientos de metros por senderos fangosos, con curvas tan estrechas como el ancho de nuestro vehículo. Me asomé a abismos que caían verticalmente; a la distancia, la pista de aterrizaje apenas si se divisaba. Empecé a considerar la posibilidad de un honorable funeral, aunque ultrasecreto y reservado.

Según me enteré al día siguiente, antes de comenzar cualquier instrucción es imprescindible construir el campamento; los primeros miembros de la Brigada y su cuadro de oficiales tuvieron que trabajar como zapadores, carpinteros y constructores de caminos; secaron los pantanos, vaciaron cemento y levantaron una planta eléctrica. Naturalmente, la flora y la fauna reaccionaron, víctimas del ultraje. Apareció una multitud de víboras venenosas y escorpiones. Nadie se atrevía a acostarse sin dar vuelta a los sacos de dormir. Las garrapatas eran tan grandes que parecían bellotas. Los cubanos se quejaban del ataque furioso de los insectos. Esa zona es un verdadero infierno.

Afortunadamente, estamos alojados en el edificio principal de la plantación de café, que hace las veces de base de TRAX. Dormimos en una estructura de techo de hojalata rodeada por una galería. Mi catre tiene mosquitero. Por las ventanas se ven las fértiles tierras de nuestro anfitrión, Roberto Alejo. Sus arbustos de café (en realidad no sé si llamarlos árboles o arbustos) están dispuestos sobre las colinas desmontadas de manera tal que recuerdan un tablero de ajedrez. De nuestro lado, sobre el terreno llano hay una pista para desfiles, un comedor, cuarteles y un mástil en el que flamea la bandera cubana: una estrella blanca en un campo rojo, blanco y azul.

En cuanto terminamos de asearnos nos reunimos en el salón. Toto empezó a denunciar a Pepe San Román y a Tony Oliva por la manera en que conducen la Brigada. Éstos abandonaron el salón de inmediato. No son hombres con quienes se pueda jugar. Mis sentimientos hacia los militares son contradictorios (supongo que a ti te ocurre lo mismo), pero estos dos caballeros me impresionaron muy bien. San Román es delgado, ágil, de expresión desagradable; tiene una dedicación plena a su misión. Creo que no se lo pensaría dos veces si fuese necesario morir por la causa. Es un hombre extremadamente serio y posee el sentido cubano del honor, que parece mucho mayor que el de los españoles. Oliva, que es negro, luchó junto a Castro, pero luego se separó de él. Me pareció más complejo que San Román, aunque igualmente consagrado a la causa. Quizá sea más duro. Te aseguro que los observé atentamente. De todos modos, la abrupta partida de San Román y Oliva produjo un enfrentamiento entre Hunt y el comandante estadounidense que nos representa, el coronel Frank, un oficial del cuerpo de marines gordo y con aspecto de toro, que ganó medallas en Iwo Jima y parece capaz de sacar un jeep atascado en el barro con una sola mano. No obstante, en cuestiones importantes puede ser fatalmente remiso. No hace mucho envió a doce «descontentos» de la Brigada en una misión río arriba, en canoas, a un lugar inaccesible llamado «campamento de readoctrinamiento». No parece darse cuenta de que ha herido el orgullo nacional de los demás integrantes de la Brigada. Quieren ser ellos quienes castiguen a su gente, y no los estadounidenses. El coronel Frank nos llevó a un lado a Hunt y a mí y procedió a reprendernos.

—¿Cómo se les ha ocurrido traer aquí a Bárbaro? Si no sacan de TRAX a ese hijo de puta, mi Brigada volará por los aires.

Howard no cedió un palmo. No fue algo automático, ya que es mucho más pequeño que el coronel Frank, y ése siempre es un factor importante, aunque algunos lo nieguen.

—Yo me encargaré de Toto Bárbaro —dijo Howard con una voz que, dadas las circunstancias, resultó apropiada— si usted tranquiliza a San Román y a Oliva.

Se fulminaron mutuamente con la mirada, hasta que por fin Frank dijo:

—Usted cuide el bando que le toca.

Más tarde, ese mismo día, Bárbaro se dirigió a las tropas de manera moderada. Les dijo que no sería honesto ni responsable fingir que el mensaje que traía no era serio: el Frente era el futuro gobierno de Cuba, por más que otros (miró fijamente a Artime) hubieran dicho otras cosas a los soldados allí reunidos. Por eso, la Brigada no debía tomar ninguna decisión importante sin consultar primero al Frente.

Los hombres estaban descansando después del desfile; conté más de seiscientos. Una tercera parte de ellos vitoreó a Bárbaro, y otra tercera parte demostró su disconformidad con silbidos y abucheos. Sin embargo, desde un punto de vista moral, más inquietante resultó un tercer grupo, que permaneció en silencio, aunque mostrando un evidente desagrado.

Me di cuenta entonces de lo que Hunt es capaz de hacer. De pie, a mi lado, pálido y decidido, me dijo: «Haré que ese hijo de puta se calle».

Después, en el edificio principal, San Román lanzó un ultimátum. Si Bárbaro no le brindaba un apoyo total frente a las tropas, renunciaría.

Howard le dijo entonces a Toto que quería hablar a solas con él.

Lo que ocurrió a continuación ha sido llamado «el milagro de La Helvetia». Cuando regresaron, Howard seguía pálido y con la misma expresión decidida; Bárbaro, por su parte, parecía abatido. Nos habló a todos, a San Román, Oliva, Alejos, Artime, el coronel Frank, Howard y a mí. Nos dijo que había llegado a la conclusión de que, antes de tomar una decisión política, debía estudiar cuidadosamente las condiciones prevalecientes en Vaquero. Esa misma tarde y al día siguiente por la mañana observaría las maniobras en el campo.

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