El fantasma de Harlot (76 page)

Read El fantasma de Harlot Online

Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

Sí, a pesar de todo el trabajo que tiene y de que yo estoy ocupadísima con Christopher, poco después del Alto Jueves que estuvo a punto de ser un fiasco, Hugh me anunció que invitaría a cenar a un posible candidato.

En consecuencia, desde tu partida hemos estado invitando a un número de notables, en grupos de dos y de cuatro, un par de veces a la semana. Hugh está apasionado por encontrar alguien, en la línea sucesoria, que simpatice con sus ideas. En este momento ha echado un vistazo a casi todas las posibilidades. Pobre Hugh. Siempre ha progresado gracias a sus virtudes, pero ahora piensa que es el momento de hacer política. Quizás esté en lo cierto. Una vez que se vaya Allen, el sucesor será lo más importante para Montague. El papel actual de Hugh es perfecto para su talento. Sólo un romántico como Allen Dulles podría haber conferido a Hugh el papel que a él le habría gustado desempeñar, de ser más joven. Has mencionado de manera jocosa a VAMPIRO. Ah, muchacho, ¡VAMPIRO! Le he dicho cien veces a Hugh que deberían cambiarlo por PUERTAS, o PALACIOS, o MAULLIDO, cualquier cosa menos ese odioso nombre de VAMPIRO. Bien, VAMPIRO es un pez gordo. ¿Estaré borracha? Mientras escribo esto, no dejo de tomar jerez. Este jerez añejo me hace amar hasta la madera de la mesa sobre la que escribo esta carta. De modo que tenemos a Hugh y a Allen con VAMPIRO: ambos obtuvieron su deseo. Un sanctasanctórum para dos. No obstante, la oficina exterior de VAMPIRO contiene decenas de especialistas súper equipados, con archivos súper secretos, que trabajan para Hugh, quien está sólo un peldaño por debajo de Allen. Descubren cualquier problema, por pequeño que sea, en todo el universo de nuestra Compañía. El sucesor de Allen debe estar capacitado para comprender el valor de VAMPIRO. De modo que Hugh invita a posibles candidatos para examinarlos. Su opción actual, no muy entusiasta, es Dickie Helms. Helms nunca pisará sobre un lado de la línea divisoria con los dos pies, pero así y todo Hugh piensa que se mostrará partidario de apoyar la existencia de VAMPIRO.

Bien, para cuando agotamos a todos los posibles candidatos del GS-18, Hugh le había cogido el gusto al juego, y empezamos a invitar a oficiales de segundo rango con la esperanza de que arrojasen nueva luz sobre los rostros de los de alta jerarquía. Fue entonces cuando decidí ganar algo para mi equipo. «Invitemos a Howard Hunt», le dije.

«¿Quieres decir E. Howard Hunt? —preguntó Hugh—. ¿Cómo lo llamaremos? ¿E? ¿E. Howard?» Hugh tiene esta clase de humor en privado. Por eso, en público no se ven signos de él. Pero puede ser muy gracioso.

Convencí a Hugh de que invitara a E. Howard. Le recordé a mi amado que Hunt había participado en lo de Guatemala. Hugh piensa que el caso puede llegar a ser la victoria más catastrófica de nuestro país. ¡Lanza un oxímoron y descubrirás la Luz! Sí, querido, victoria catastrófica. Hugh piensa que nos ha ubicado en la dirección equivocada para las décadas próximas. Cuando la Agencia, por intermedio de Hunt y sus colegas, echó a Arbenz, Hugh no le dirigió la palabra a Allen durante semanas. Así que me costó convencer a Hugh de que invitase a E. Howard Hunt y esposa. Querido, no puedo seguir escribiendo. No me lo reproches. Prometo terminar mañana. No sé por qué mencioné lo del jerez. Sí, lo sé. Estoy revelando demasiado, y me siento desleal a Hugh. Pero exijo cartas secretas de tu parte, y debo pagar un precio. Ahora, excúsame. Christopher se ha despertado.

9

28 de enero de 1957

Querido Harry:

No eché al correo la carta de ayer hasta poder releerla. No es tan mala como temía. Indiscreta, pero ¿no habíamos quedamos en eso?

Ahora, al grano. E. Howard Hunt. Al cabo de cinco minutos quedó claro que Hugh y yo habíamos invitado a un hombre muy ambicioso. Luego convinimos en que si hay algo en el mundo que el señor Hunt desea, es convertirse algún día en director de la Agencia. Deseo que, supongo, resulta más patético que temible.

—Espero que no esté resentido conmigo —fue lo primero que dijo Hunt al trasponer el umbral.

—Mi querido muchacho —respondió Hugh, aun cuando no debe de ser ni cinco años mayor que él — . Resentido, ¿por qué?

—El jaleo. Temo haberle causado no pocos inconvenientes cierto Jueves.

—Howard —dijo la señora Hunt—. Hugh Montague seguramente ya se ha olvidado de eso.

Lo hizo de manera agradable. Es una persona fuerte y tenaz. Morena —me enteré de que tiene un octavo de sangre sioux— y decidida. No me sorprendería que fuese ella el motor que impulsa las ambiciones de Howard.

Hugh podría haber dejado el asunto allí, pero es testarudo y pertinaz. La decencia autoimpuesta le resulta tan agradable como la disentería.

—Señora Hunt —dijo—, Howard está en lo cierto. No he dejado de pensar en ello. Creí que todo formaba parte de un plan dispuesto como un reloj, y que Howard era la cuerda.

¿Puedes concebir una conversación como ésta para comenzar una noche? Pero Howard es muy jovial.

—No, señor —respondió—. Está en presencia de un hombre espontáneo. Ése es mi defecto.

—Tomemos una copa —dijo Hugh—. Compararemos defectos.

Yo no sabía si beber con la esperanza de que el alcohol me relajase, porque en ocasiones suele ponerme de mal humor. Compenetrada como estoy con la maternidad, aborrezco los primeros veinte minutos de estas reuniones sociales. Pero Hunt es un conversador nato. Para cuando nos sentamos a la mesa, me había dado cuenta de que se trataba del acontecimiento de la semana. Harry, puedo asegurarte que no tengo ni una pizca de esnob, excepto cuando me divierte. Es entretenido observar a un trepador intentando escalar una colina resbaladiza. Nada pone más nervioso a este tipo de personas que ser observado y, por supuesto, yo no soy de esas personas que colaboran desde su asiento de acompañante. Me limito a una serie de sonrisas inexpresivas.

Demasiado pronto, Howard comete el error de jactarse de su familia, que, en su mayor parte, es oriunda del Estado de Nueva York. Aun cuando crecí en Cambridge, mi padre proviene de una antigua familia de Oneonta, Nueva York, y si bien eso no es para quitarse el sombrero, ocurre que se trata de un lugar bastante más refinado que Hamburg, el barrio de Buffalo donde está localizado el escudo de armas de la familia Hunt, bendita sea. Ahora bien, Howard tiene algunas credenciales, y puedes estar seguro de que las exhibe. Su antepasado, el capitán James Hunt, luchó en la revolución, y hay un lugar del Bronx que lleva su nombre.

—Que espléndido —digo.

Supongo que mañana buceará en mi pedigrí y se enterará de que tengo un antepasado que vino en el
Mayflower
.

El señor Hunt continúa hablando, por supuesto, y cuanta más atención prestamos, más se balancea en su horca. Es algo cruel. Estaba bastante orgulloso de la historia de su familia hasta llegar a nuestro hogar. Su padre y su madre, por ejemplo, pertenecieron al coro del club Cornell Glee.

—Oh —digo—, magnífico. A su padre debe de haberle encantado Cornell.

—Por supuesto. Una de las tragedias de su vida fue que yo prefiriese ir a Brown. Pero es esa clase de personas que nunca expresan su decepción.

—Buen tipo —dijo Hugh.

—Sí. Papá no es tonto. Una vez me dijo: «Sigo tu trabajo de cerca, Howard. ¿O acaso crees que llegué al grado treinta y dos en la jerarquía masónica sin merecérmelo?».

—Qué extraño —dijo Hugh—. Mi padre también fue masón del mismo grado.

—Bebamos por la feliz coincidencia —dijo Howard.

—¿Por qué no? —convino Hugh—. ¿Por qué no? —Pero yo di un respingo. Hugh jamás habla de su padre. Le recuerda la noche fatal. Por supuesto, Hugh es capaz de escalar esas rocas sin caerse — . Sí —dijo—, mi padre era un hombre reservado. —Un sorbo de vino—. Y mi madre también.

Segundo sorbo.

Esto le agradó a Howard. Se dio cuenta de que el maestro le había concedido una merced. Yo creo que Howard posee dones psíquicos. Su comentario siguiente reveló que era consciente de que la muerte súbita era un tema apropiado. Empezó a hablar de un accidente de aviación. El verano pasado, los Hunt, que regresaban a Washington desde Tokyo en el vuelo nocturno, se quedaron sin literas para dormir a causa de un error en las reservas.

—Como no me gusta someter a mi familia a inconvenientes cuando el gobierno ha desembolsado el estímulo para un tratamiento adecuado, decidí posponer nuestra partida al enterarme de que el vuelo siguiente disponía de literas. Es la oportunidad para que Kismet intervenga —concluyó Howard con voz suave, como si quisiera restarle importancia a la selección mágica—. ¿Saben? El primer avión se cayó en el Pacífico. Todos los pasajeros murieron.

Algo en el modo en que narró la historia revelaba cierto orgullo, como si la Providencia atisbara a través de la niebla de la Humanidad para salvar a E. Howard Hunt y familia. Después de todo, tienen un papel importante que desempeñar.

Ése es el caso. No es que sea desmedidamente ambicioso, sino que está imbuido de la idea de que ha sido ungido. Por lo tanto, en tu trato con tu nuevo jefe debes estar seguro de no perder de vista esta creencia que rige su vida. Si no fuera tan atractivo, sería intolerable. Demasiado seguro de sí mismo.

ítem: en Tokyo, los Hunt vivieron en una casa diseñada por Frank Lloyd Wderecha. Nada malo para un jefe de operaciones encubiertas en el norte de Asia. (Según pude entender, el alto empleo de Howard consistía en propaganda, relaciones públicas y poner bombas fétidas en las reuniones de los comunistas.) Por cierto, Hunt los llama
Quién-yo
.

—¿Quién-yo? —pregunto.

—Sí —dice Howard—. Si preguntan: «¿Dejó usted ese olor?». Uno responde: «¿Quién? ¿Yo?». —Luego festeja su propia ocurrencia con una risita involuntaria. (Creo que considera que esta risita es la reacción apropiada ante un comentario humorístico cortés sobre el ano.) Naturalmente, estoy más interesada en que me digan cómo se siente uno viviendo en una casa diseñada por Frank Lloyd Wright, pero él no responde directamente. Su placer deriva simplemente del nombre:
Frank Lloyd Wright
. A continuación, describe la puerta de la luna, el patio, el jardín con templetes de piedra y el profundo estanque de los lirios—. Algo encantador, por supuesto —dice Howard—, pero después de la debida consideración, y al asegurarnos el jardinero japonés que los lirios volverían a crecer con el tiempo, los arrancamos y convertimos el estanque en una piscina para los niños.

—¿No vacilaron antes de arrancar los lirios? —le pregunto a Dorothy.

—Pues yo, sí —respondió.

—Yo no —dice él—. No cuando vi que era algo factible. No lo dudé ni por un instante. Las necesidades de los niños están antes que las consideraciones estéticas.

Como ves, es una amenaza. Cuando habla de su hija Lisa, por ejemplo, usa el nombre completo. Es obvio que le gusta la eufonía de Lisa Tiffany Hunt.

—Su nacimiento —nos informa— está inscrito en el Registro Civil de Ciudad de México, donde nació mientras yo establecía para Frank Wisner la primera estación en esa región. Como resultado, Lisa está en la Nómina Consular de los estadounidenses nacidos en el extranjero, y por ende pertenece a un especial aunque insuficientemente reconocido club natural de nacimientos.

En seguida llego a la conclusión de que se trata de algo insoportable (¡Nómina Consular! ¡Por Dios!), cuando agrega con una vocecita malévola:

—Por supuesto, a algunos estadounidenses destinados en el extranjero sólo les interesa la blanca.

—¿La blanca? —pregunto.

—El parné. Los cuartos. —Pero al ver que yo sigo sin entender, me lo traduce—: La pasta.

Recuerdo que ya se ha referido al dinero como «el estímulo». Supongo que tiene una sorprendente cantidad de sinónimos para hablar del inmundo lucro. Se ve que es un tema que le interesa: no sólo ha sido ungido; además, es codicioso, y muy consciente del sacrificio económico que hacemos al trabajar para la Agencia. No se figura cómo poder llegar a tener blanca y ser opulento.

Aun así, quizá me esté riendo demasiado de Howard Hunt. Puede ser tan remilgado como un pavo real, pero es igual de astuto. Le encantará tenerte a bordo. Le ha dicho a Hugh que un amigo suyo, de Brown, había asistido a St. Matthew's y que pertenecía al equipo de fútbol que entrenaba Hugh.

—Lo recuerdo —dijo Hugh—. Hacía lo que podía. Pero era lento.

Vivir con un hombre en una relación de sagrado matrimonio es análogo a seguir un curso de mecánica humana. He descubierto que la caja de voz de Hugh tiene marchas. Me indican cuándo está listo para acaparar la conversación.

—Me he enterado de que hizo un buen trabajo de preparación en Guatemala —dijo a continuación Hugh.

—Me mató —respondió Hugh— que me sacaran antes de que comenzase la verdadera operación, pero los poderes vigentes dijeron que mi obra había concluido y que se me necesitaba en Japón.

—Bien, al menos los poderes le ofrecieron esa casa de Frank Lloyd Wderecha como consuelo —dijo Hugh.

—Un consuelo tal vez, pero en modo alguno una compensación —dijo Hunt—. Es irritante oír, cuando uno está lejos, que nuestro asistente anterior fue invitado a la Casa Blanca y felicitado por el presidente Eisenhower por su magnífico trabajo. La mayor parte de ese magnífico trabajo lo hice yo.

—Por mis fuentes de alta información —ésa es la manera en que Hugh se refiere a Allen—, me enteré de que el presidente fue muy efusivo. «¡Apoderarse del país con sólo un centenar de hombres! Una verdadera prestidigitación.»

—Me alegra que entienda cómo me siento —dijo Hunt.

—Antes de que bebamos de la copa de la eterna amistad —dijo Hugh—, sometámonos a una prueba. ¿Qué diría usted si yo sostuviese que la famosa operación fue, en mi opinión, un grueso error? Habríamos servido mejor a nuestros intereses si hubiéramos permitido que Arbenz erigiera un Estado comunista en Guatemala. A pesar de su deseo de jugar a la política, Hugh no puede con su genio.

—Lo que usted afirma —dijo Hunt—, me parece muy liberal.

—Puede decir a mis espaldas que soy un sodomita, pero no se le ocurra, ni por un instante, sugerir que soy liberal. Aborrezco hasta la más leve emanación del comunismo. Es un cáncer que ha hecho una metástasis total en el cuerpo del mundo occidental.

—Totalmente de acuerdo —dijo Hunt — . Una manera muy elegante de expresar mis propios sentimientos. ¿No es así, Dorothy?

—Por supuesto — dijo ella.

—Pero, señor, si es un cáncer, ¿por qué no operar? Cuándo y dónde sea posible.

Other books

False Pretenses by Catherine Coulter
Maps and Legends by Michael Chabon
If I Should Die by Grace F. Edwards
A Face in the Crowd by King, Stephen
Hot Christmas Nights by Farrah Rochon
Hell's Angel by Cathryn Fox
My Sparkling Misfortune (The Lakeland Knight) by Lond, Laura, Alekseyeva, Alla
Fly in the Ointment by Anne Fine
Shrunk! by F. R. Hitchcock