—No fue por eso, muchacho. Querían verle solo porque son humanos. Los Programadores son también humanos. No podían ser testigos del último viaje de la cabina porque la Memoria Mallansohn no hacía ninguna mención de su presencia. A pesar de todo, querían ver algo. ¡Por el Gran Cronos, muchacho! ¿No entiende que cualquiera en su lugar se sentiría devorado por la curiosidad? Usted era el protagonista más inmediato a quien podían conocer. Por eso se sentaron a su lado y lo contemplaron a su gusto.
—No le creo.
—Es la verdad.
Harlan dijo:
—No es posible. Mientras comíamos, el consejero Sennor habló de un hombre que se encuentra a sí mismo. No hay duda de que conocía mis excursiones ilegales en el Tiempo del Cuatrocientos ochenta y dos, y que estuve a punto de enfrentarme conmigo mismo. Se divirtió burlándose de mí.
—¿Sennor? —dijo Twissell—. ¿Le preocupa Sennor? ¿Es que no conoce la tragedia de su personalidad? Su Siglo natal es el Ochocientos tres, una de las pocas civilizaciones que desfiguran deliberadamente el cuerpo humano para adaptarlo a los gustos estéticos de aquella sociedad. Se les depila total y definitivamente en su adolescencia. ¿Sabe lo que eso significa para la personalidad del hombre? Hágase cargo. Cualquier deformación separa al hombre de sus antepasados y de sus descendientes. Los hombres del Ochocientos tres no son buen material para la Eternidad; resultan demasiado distintos de los demás. Pocos son los escogidos. Sennor es el único de su Siglo que ha podido llegar hasta el Gran Consejo. ¿Se da cuenta ahora de cómo le afecta esto? Ya sabe que la inseguridad es un obstáculo. ¿Se le ha ocurrido nunca que un Consejero de la Eternidad pueda sentirse inseguro? Sennor tiene que escuchar propuestas para eliminar su Realidad, por la misma característica que le hace distinto de todos nosotros. Y si elimináramos esta Realidad, solo quedarían él y algunos más de su generación, que permanecerían desfigurados. Algún día puede suceder. Busca alivio en la filosofía. Trata de compensar su defecto buscando siempre discusiones, exponiendo puntos de vista impopulares o inaceptables. Su paradoja del hombre que se encuentra a sí mismo es un ejemplo. Ya le he dicho que acostumbraba a predecir el desastre para este proyecto. Era a nosotros, los restantes Consejeros, a quienes quería impresionar, y no a usted. No tenía nada contra usted, nada.
Twissell se había excitado. Con la emoción de sus palabras pareció olvidarse de donde se hallaba y la crisis que les enfrentaba, y de nuevo fue el anciano ágil y de rostro arrugado, que Harlan conocía tan profundamente. Hasta hizo aparecer un cigarrillo entre sus dedos, y esta vez dejó ver que los llevaba en un bolsillo especial de su manga.
Pero luego se detuvo antes de encenderlo, dio media vuelta y se quedó mirando de nuevo a Harlan, tratando de recordar algo que éste había dicho, como si hasta aquel momento no le hubiera entendido.
—¿Qué ha querido decir con eso de que se encontró a sí mismo? —preguntó.
Harlan se lo explicó brevemente y terminó:
—¿No lo sabía?
—No.
Hubo unos momentos de silencio, que Harlan recibió como una bendición para su alma atormentada.
—¿Conque fue esto? —dijo Twissell—. ¿Qué habría pasado si se hubiera encontrado de frente?
—No ocurrió.
Twissell ignoró la respuesta.
—Siempre existe la posibilidad de variaciones fortuitas. Con un número infinito de Realidades, no puede existir lo que llamamos determinismo. Supongamos que en la Realidad de Mallansohn, en el giro anterior del círculo...
—¿El círculo gira indefinidamente? —preguntó Harlan con un resto de curiosidad que aún quedaba en su interior.
—¿Creyó que solo lo hacía dos veces? ¿Se figura que el dos es un número mágico? El círculo gira un número infinito de veces dentro de un fisio-tiempo finito. Lo mismo que se puede seguir pasando el lápiz un número infinito de veces sobre la circunferencia de un círculo, y sin embargo el área abarcada es finita. En los giros anteriores del círculo, usted no se había encontrado a sí mismo. Esta vez, la incertidumbre estadística de las cosas lo hizo posible. La realidad tenía que cambiar para impedir el encuentro, y en la nueva Realidad usted no ha enviado a Cooper al Veinticuatro, sino a...
Harlan exclamó:
—¿A qué vienen todas estas frases? ¿Qué quiere conseguir con ello? Todo está hecho. ¡Todo! ¡Déjeme! ¡Déjeme solo!
—Quiero hacerle comprender que estaba equivocado. Quiero que se dé cuenta de que hizo lo que no debía.
—No es verdad. Y aunque fuese así, ya está hecho.
—Pero no definitivamente. Escúcheme un poco más.
Twissell trataba de convencerle, casi suplicante, con inflexiones de agonía en su voz. —Le devolveremos a su muchacha. Se lo he prometido, y lo mantengo. No sufrirá ningún daño, ni usted tampoco. Se lo prometo. Tiene mi garantía personal.
Harlan lo contempló con los ojos abiertos.
—Pero ya es demasiado tarde. ¿De qué sirve todo eso ahora?
—No es demasiado tarde. La situación no es irreparable. Con su ayuda, aún podemos tener éxito. Es necesario que me ayude. Debe entender que cometió una acción equivocada. Estoy tratando de explicárselo. Debe desear deshacer lo que hizo.
Harlan pasó la punta de la lengua por los labios resecos y pensó: «Está loco. Su mente no puede aceptar la verdad... o, de lo contrario, es que el Consejo tiene algún recurso desconocido».
¿Sería posible? ¿Podía el Consejo revertir el resultado de los cambios? ¿Podía Twissell detener el Tiempo o hacerlo retroceder?
—Me encerró en el cuarto de mandos para reducirme, hasta que todo hubo terminado —objetó Harlan.
—Usted dijo que tenía miedo de cometer alguna torpeza; que a lo mejor no podía cumplir con su parte de la misión.
—Lo dije como una amenaza.
—Yo lo entendí literalmente. Perdóneme. Necesito su ayuda.
Conque así estaban las cosas. Necesitaban su ayuda. ¿Estaba loco Twissell? ¿Era Harlan el demente? ¿Tenía aquella locura algún significado oculto?
El Consejo necesitaba su ayuda. Por ella le prometerían cualquier cosa. Noys, el cargo de Programador, ¿qué podían negarle? ¿Y cuando hubieran obtenido su ayuda, que le darían? ¿Le engañarían por segunda vez?
—¡No!
—Tendrá a Noys.
—¿Quiere decir que el Consejo estará dispuesto a infringir las leyes de la Eternidad una vez se vean fuera del peligro? No lo creo.
¿Cómo podía evitarse el peligro desencadenado por su acción?, se preguntaba Harlan. ¿Qué había en el fondo de todo aquello?
—El Consejo nunca lo sabrá.
—Entonces, ¿estará usted dispuesto a faltar a la Ley? Usted es el Eterno ideal. Cuando se haya remediado esta emergencia, obedecerá a la Ley. No podría hacerlo de otro modo.
Twissell enrojeció, con dos manchas de color en cada pómulo. Todo rastro de maliciosa inteligencia desapareció de su arrugado rostro. Sólo quedó una profunda pena.
—Mantendré la palabra que le doy y faltaré a las Leyes por una razón que usted desconoce —respondió—. No sé cuánto tiempo nos queda antes de que desaparezca la Eternidad. Pueden ser horas o quizá meses. Pero ya he perdido tanto tiempo, en la esperanza de hacerle ver la razón, que me entretendré un poco más. ¿Quiere escucharme? Se lo ruego.
Harlan vaciló. Luego, convencido de que aquello era tan inútil como todo lo que pudiera hacerse en aquel mundo condenado a desaparecer, dijo con voz cansada:
—Continúe.
—Dicen de mí —empezó Twissell— que nací viejo, que me salieron los dientes mordiendo una calculadora, que llevo otra en un bolsillo especial de mis pijamas, cuando me voy a dormir. Que mi cerebro está compuesto de incontables campos de fuerza conectados en paralelo, y que cada corpúsculo de mi sangre contiene un diminuto programa espacio-temporal flotando en aceite especial para cerebros electrónicos. Un día u otro, todas estas críticas llegan a mis oídos, y creo que a veces me he sentido un poco orgulloso de ellas. Puede que a veces haya llegado a creérmelas. Es absurdo en un anciano, pero ha hecho mi vida más fácil.
»¿Esto le sorprende? ¿Que yo busque consuelo en mi vida? ¿Yo, el jefe programador Laban Twissell, Presidente del Gran Consejo Pantemporal? Quizás es por eso que fumo. ¿Nunca se le ha ocurrido buscar la razón oculta de ese vicio? La Eternidad es esencialmente una civilización contraria al tabaco, como la mayor parte de los Siglos. Muchas veces he reflexionado sobre esto. A veces pienso que es una protesta mía contra la Eternidad. Algo que ocupa el lugar de una rebelión mucho más grande que fracasó...
»No, no me pasa nada. Una lágrima o dos no pueden hacerme daño, créame. Es que hace mucho tiempo que no pensaba en todo esto. No es nada agradable.
»Se trataba de una mujer, por supuesto, igual que en su caso. No es ninguna coincidencia. Es casi inevitable, si se mira bien. El Eterno que deja las satisfacciones normales de la vida por un puñado de perforaciones en una lámina metálica, está predispuesto a caer en la tentación. Por eso la Eternidad toma tantas precauciones. Y, por lo visto, es también la razón de que los Eternos demuestren tanta inteligencia en burlar las precauciones de vez en cuando.
»Aún recuerdo a la mujer de quien yo estaba enamorado. Quizá sea ridículo por mi parte. Pero no puedo recordar otra cosa sino aquella época de mi fisio-vida. Mis viejos colegas son solo nombres en los registros, los Cambios que he dirigido (todos menos uno) son solo cifras en los centros memorizadores de los cerebros electrónicos. Pero a ella la recuerdo perfectamente. Estoy seguro de que usted me comprende.
»Había presentado mi solicitud hacía ya mucho tiempo, y después de alcanzar el puesto de Ayudante Programador me concedieron el permiso. Ella era una muchacha de este mismo Siglo, el Quinientos setenta y cinco. Era inteligente y bondadosa. No era hermosa ni siquiera bonita, pero yo de joven (sí, yo también he sido joven) tampoco era muy guapo: Nuestros temperamentos eran muy parecidos, y si yo hubiera sido un hombre del Tiempo, me habría enorgullecido de poder hacerla mi esposa. Se lo dije muchas veces. Creo que le gustaba, y yo decía la verdad. No todos los Eternos, que deben visitar a sus mujeres cuando y como les permite el programa espaciotemporal, tienen esta suerte.
»En aquella Realidad particular, ella tenía que morir joven. Al principio, yo acepté aquella situación con filosofía. Al fin y al cabo, era precisamente su corto lapso de vida lo que había hecho posible que yo pudiese vivir con ella sin efectos perniciosos para la Realidad.
»Ahora me da vergüenza el haber sido capaz de despreocuparme de que solo le quedaran pocos meses de vida. Sólo fue al principio, únicamente al principio.
»La visitaba tan a menudo como me lo permitía mi programa espacio-temporal. Aprovechaba todos los minutos de mi permiso, aguantando sin comer ni dormir cuando era necesario, pasando mi trabajo a otros, sin sentir escrúpulos por ello, siempre que podía. Su ternura y amor eran inmensos, y yo estaba enamorado. Lo digo sin rodeos. Mi experiencia del amor es muy pequeña, y es difícil comprenderlo a través de Observaciones en el Tiempo normal. Pero en cuanto a mis sentimientos, puedo asegurar que estaba enamorado.
»Lo que empezó como la satisfacción de una necesidad emocional y física, se convirtió en algo mucho más grande y sublime. Su muerte inminente dejó de parecerme algo conveniente y se transformó en una insufrible calamidad. Analicé su probabilidad de supervivencia. No lo hice a través de los Departamentos de Análisis. Lo hice yo mismo, en secreto. Supongo que esto le sorprende. Era una falta grave, pero aquello no tuvo importancia comparado con los crímenes que llegué a cometer más adelante.
»Sí, yo mismo, Laban Twissell, el Jefe Programador Twissell.
»En tres ocasiones distintas llegó un punto del fisio-tiempo durante el cual yo pude alterar su Realidad personal. Los dejé pasar sin hacer nada. Naturalmente, yo sabía que el Gran Consejo no podía autorizar semejantes Cambios por razones puramente personales. De todos modos, empecé a sentirme responsable de su muerte.
»Un día ella me confesó, ruborizada, que tendríamos un hijo. No informé de ello a mis superiores, aunque era mi deber. Yo había analizado su probabilidad de supervivencia, incluyendo los factores variables de sus relaciones conmigo, y sabía que aquello podía ocurrir. Como seguramente usted ya sabe, y dado que ningún Eterno puede tener hijos, tales situaciones no están permitidas. Existen muchos métodos.
»Mi análisis me indicó que ella debía morir antes de dar a luz, de manera que quise ahorrarle aquel dolor adicional. Ella era feliz en su nuevo estado, y yo quería que fuese feliz. De modo que me limité a mirarla y sonreír cuando me contaba que podía sentir cómo se agitaba una nueva vida dentro de ella.
»Pero entonces sucedió algo imprevisto. Dio a luz prematuramente.
»No me extraña que me mire así. Yo he tenido un hijo. Un hijo propio. Es posible que no exista otro Eterno que pueda decir eso. Aquello era algo más que una falta grave. Se trataba ya de un crimen contra la Eternidad, pero le siguieron muchos más.
»Yo no esperaba aquello. La paternidad y sus problemas eran un aspecto de la vida del cual yo no tenía experiencia.
»Repasé mi análisis, lleno de pánico, y entonces pude encontrar al hijo vivo, en una solución alterna a una rama secundaria de ínfima probabilidad, y que yo no había tenido en cuenta. Un Analista profesional no habría dejado de fijarse en ella, y yo había sido un estúpido al fiarme tanto de mis conocimientos.
»Pero, ¿qué podía hacer ahora?
»No podía matar a la criatura. A la madre le quedaban dos semanas más de vida. Dejemos que el niño viva con ella hasta entonces, pensé. Dos semanas de felicidad no es mucho pedir.
»La madre murió, como estaba previsto y en la forma normal. Yo estuve sentado en su habitación durante todo el tiempo admisible, mientras el remordimiento me devoraba las entrañas por haber esperado su muerte, sabiéndolo, durante más de un año. En mis brazos, apretaba a mi hijo, mío —y de ella.
»Sí, dejé que mi hijo viviera. ¿Por qué esa mueca? ¿También usted me condena?
»No puede saber lo que significa tener en los brazos una pequeña parte de nuestra propia vida. Yo podré tener cables eléctricos por nervios y programas espaciotemporales en la sangre, pero yo lo sé.
»Dejé que mi hijo viviese. He cometido ese crimen. Lo dejé al cuidado de una organización adecuada y regresé a verlo siempre que pude. Hice los pagos necesarios y le vi crecer.