El fin de la eternidad (28 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Andrew? —dijo ella, con la voz ahogada de felicidad—. ¿Dónde estabas? Han pasado muchos días y empezaba a estar asustada.

Harlan se apartó un poco mirándola con ansiedad.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. Creí que te había pasado algo. Creí... —Noys se interrumpió con un brillo de temor en los ojos, y exclamó—: ¡Andrew!

Harlan se volvió rápidamente, dispuesto a enfrentarse con lo que fuese.

Era Twissell, que llegaba jadeante.

Noys recobró la seguridad ante la expresión de Harlan. Con voz más tranquila, preguntó:

—¿Le conoces, Andrew? ¿Va todo bien?

Harlan dijo:

—Sí. Es mi superior, el Jefe Programador Laban Twissell. Conoce nuestro caso.

—¿Un Jefe Programador? —Noys se apartó, temerosa.

Twissell se adelantó.

—Yo la ayudaré, hija mía. Los ayudaré a los dos. El Ejecutor tiene mi palabra, si quiere creer en ella.

—Le pido perdón, Programador —dijo Harlan secamente, no del todo arrepentido en realidad.

—Perdonado —dijo Twissell. Alargó la mano para coger la de la muchacha. 

»Dígame, muchacha, ¿no le ha pasado nada aquí?

—He estado preocupada.

—¿No ha visto a nadie desde que Harlan se marchó?

—No..., no, señor.

—¿Seguro?

Ella asintió con la cabeza. Sus oscuros ojos buscaron los de Harlan.

—¿Por qué me lo pregunta?

—Por nada, muchacha. Una absurda pesadilla —dijo Twissell—. Vamos; la devolveremos al Siglo Quinientos setenta y cinco.

Durante el viaje de regreso, en la cabina, Andrew Harlan permaneció silencioso. Parecía preocupado. Ni siquiera levantó la vista cuando pasaron por el Siglo 100.000, mientras Twissell dejaba escapar un suspiro de alivio, como si temiera verse encerrado en el futuro.

Casi no se movió cuando la mano de Noys se posó en la suya, y la manera en que devolvió su apretón fue casi mecánica.

Noys dormía ahora en la habitación contigua y la inquietud de Twissell alcanzó una devoradora intensidad.

—¡El anuncio! Ya tiene a su amada. Yo he cumplido con mi parte de nuestro convenio.

Silenciosamente, aún abstraído, Harlan pasó las páginas del libro, que seguía sobre la mesa. Encontró en seguida la página que buscaba.

—Es muy sencillo —dijo—, pero está en inglés. Voy a leérselo y luego se lo traduciré.

Era un pequeño anuncio en el ángulo superior izquierdo de la página 30. Sobre un dibujo de líneas irregulares que formaba el fondo aparecían unas mayúsculas, claras y sin adornos:

ACCIONES
TÍTULOS
OBLIGACIONES
MERCADO
OFICIAL

Debajo, en letras más pequeñas, se podía leer: «Agente de Bolsa, Apartado 14, Denver, Colorado».

Twissell escuchó con ansiedad la traducción de Harlan, y era evidente que se sentía defraudado.

—¿Qué son acciones? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó.

—Acciones —dijo Harlan con impaciencia—. Un sistema por el cual se invierte capital particular en los negocios. Pero eso no tiene nada que ver. ¿No ve el dibujo que sirve de fondo al anuncio?

—Sí. La nube en forma de hongo de una explosión atómica. Es para llamar la atención. ¿Qué tiene que ver con nuestro problema?

Harlan estalló:

—¡Por el Gran Tiempo, Programador! ¿Qué le pasa? Mire la fecha de la revista.

Apuntó a la cabecera, a la derecha del número de la página. Decía: 28 de marzo, 1932.

Harlan continuó:

—Eso casi no necesita traducción. Los número son los mismos del Idioma Oficial Pantemporal, conque puede ver que se trata del Siglo Diecinueve, coma, treinta y dos. ¿No sabe que en aquella época no había ningún ser viviente que hubiera contemplado la nube atómica? Nadie podía reproducirla con tanta exactitud, excepto...

—Espere, espere. Sólo es un dibujo —dijo Twissell tratando de serenarse—. Puede parecerse a la nube atómica solo por coincidencia.

—¿Lo cree? ¿Quiere volver a leer el anuncio? —Los dedos de Harlan recorrieron las líneas: Acciones, Títulos, Obligaciones, Mercado, Oficial—. Leyendo las iniciales de cada palabra se obtiene la palabra ÁTOMO. ¿Es eso también una coincidencia? Imposible. Observe, Programador, que este anuncio llena en todas sus partes los requisitos que usted mismo señaló. Llamó mi atención en seguida. Cooper supo que así sería, gracias a su anacronismo. Al mismo tiempo, no tiene otro sentido que el aparente, y ninguno en especial para un hombre del Diecinueve, coma, treinta y dos. Por eso tiene que ser Cooper. Este es su mensaje. Tenemos la fecha exacta de su Centisiglo. Tenemos su dirección postal. Sólo nos queda ir a buscarle, y yo soy el único que tiene suficientes conocimientos de los Tiempos Primitivos para conseguirlo.

—¿Está decidido a ir?

El rostro de Twissell irradiaba alivio y felicidad.

—Iré... con una condición.

Twissell frunció el ceño, en repentino cambio de expresión.

—¿Más condiciones?

—La misma. No añado ninguna más. Noys debe estar segura. Me acompañará. No la dejaré sola.

—¿Aún no se fía de mí? ¿Cuándo le he engañado? ¿Que le preocupa todavía?

—Sólo una cosa, Programador —dijo Harlan, sombrío—. Una sola cosa. Había una barrera en los Cien mil. ¿Por qué? Eso es lo que me preocupa.

17
El círculo se cierra

A
quello no dejó de preocuparle. El pensamiento seguía fijo en su mente mientras pasaban los días de preparación para su viaje. Aquella idea se interponía entre Twissell y él; entre Noys y él. Cuando llegó el día de la partida, apenas si se fijó en ello.

Fingió interés cuando Twissell regresó de una sesión con la Comisión del Consejo, preguntándole:

—¿Qué tal ha ido?

Twissell contestó con voz cansada:

—No ha sido exactamente la conversación más agradable que haya tenido en mi vida.

Harlan estaba casi dispuesto a no insistir en aquel tema, pero al cabo de un rato de silencio, preguntó:

—¿Supongo que no habrá dicho nada de...?

—No, no —fue la firme respuesta—. No les he dicho nada de la muchacha, ni de su intervención al enviar a Cooper a otro Siglo. Ha quedado como un error, un fallo de la maquinaria. He aceptado toda la responsabilidad.

La conciencia de Harlan, abrumada como estaba, aún pudo sentir compasión del anciano.

—Eso perjudicará su posición en el Gran Consejo —dijo.

—¿Qué pueden hacerme? Tendrán que esperar a que corrijamos el error antes de proceder contra mí. Si fallamos, ya nada importa. Si tenernos éxito, éste me protegerá. Y si no fuese así... —El viejo Programador se encogió de hombros—. De cualquier manera, ya estaba dispuesto a retirarme de la dirección activa de los asuntos de la Eternidad.

Twissell fracasó por dos veces en sus intentos de encender su cigarrillo, y lo tiró a medio consumir.

—Habría preferido no tener que informarles de todo esto, pero de otro modo no me habría sido posible usar la cabina especial para otro viaje más allá de los límites de la Eternidad.

Harlan se volvió. Sus pensamientos seguían ocupándose del problema que le torturaba desde hacía días, al punto de excluir todo lo demás. Escuchó distraído la pregunta que le hacía Twissell, y solo cuando éste la repitió replicó sobresaltado:

—¿Qué decía?

—He dicho: ¿está dispuesta la muchacha? ¿Ha comprendido bien lo que debe hacer?

—Está dispuesta. Se lo he explicado todo.

—¿Cómo ha reaccionado?

—¿Qué?... ¡Ah, sí!, tal como yo esperaba. No tiene miedo.

—Sólo faltan tres fisio-horas.

—Lo sé.

Aquello era todo por el momento, y Harlan se quedó solo con sus pensamientos y con una decisión desagradable.

Una vez cargadas las provisiones en la cabina y preparados los mandos, Harlan y Noys aparecieron vestidos con las ropas que debían usar, correspondientes a una región rural de los primeros años del 20.°

Noys había influido en las ideas de Harlan respecto a su vestuario de acuerdo con algún instinto que según ella poseían las mujeres cuando se trataba de cuestiones de vestidos y de estética. Escogió cuidadosamente entre los anuncios de la revista de Harlan, y pasó revista a los artículos importados de una docena de Siglos diferentes.

A veces le preguntaba a Harlan:

—¿Qué te parece?

Él se encogía de hombros:

—Si es un conocimiento instintivo, lo dejo a tu elección.

—Mala señal, Andrew —dijo ella en un tono festivo que no parecía auténtico—. No parece importarte. ¿Qué te pasa? No eres el mismo. Hace días que pareces preocupado.

—Estoy bien —decía Harlan.

Cuando Twissell los vio por primera vez en su papel de nativos del Siglo 20, trató de bromear.

—¡Por el Tiempo! —dijo—. ¡Qué feos vestidos usaban los Primitivos, y a pesar de todo no llegan a ocultar su belleza, querida!

Noys le sonrió con aprecio. Harlan, de pie a su lado, pese a su impasible silencio, se dijo que la galantería de Twissell tenía algo de verdad. Los vestidos de Noys la cubrían sin poder disimular su figura esbelta y graciosa. Su maquillaje se reducía a unas absurdas manchas de color en los labios y en las mejillas, y en una fea corrección de línea de las cejas. Su precioso cabello había sido cortado sin piedad. A pesar de todo, estaba hermosa.

Harlan también se habituó a su incómodo cinturón, a la opresión que sentía en los hombros y en la cintura, y a la desagradable falta de color en sus ropas de tela áspera. Estaba acostumbrado a llevar vestidos extraños para adaptarse a las modas de otro Siglo.

Twissell estaba diciendo:

—Quise instalar los mandos en el interior de la cabina, tal como lo proyectamos, pero según parece no hay forma de hacerlo. Los ingenieros necesitan una fuente de potencia suficiente para el desplazamiento temporal, y esto no se puede conseguir fuera de la Eternidad. Todo lo que se puede hacer es retener la tensión temporal mientras la cabina esté en el Tiempo Primitivo. Con todo, disponemos de una palanca de retorno.

Los llevó al interior de la cabina, buscando su camino entre las apiladas provisiones, y les señaló la barra metálica que ahora sobresalía de la pared interior.

—En realidad, no es más que un simple conmutador —dijo—. En vez de regresar automáticamente a la Eternidad, la cabina permanecerá indefinidamente en el Tiempo Primitivo. Cuando se cierre este contacto, ustedes regresarán. Entonces queda la cuestión del segundo viaje, que será el último según espero.

—¿Un segundo viaje? —preguntó Noys en el acto.

—Todavía no te lo he explicado —dijo Harlan—. Mira, este primer viaje solo servirá para determinar con exactitud el tiempo de la llegada de Cooper. No sabemos qué lapso de tiempo ha transcurrido entre su llegada y la publicación del anuncio. Lo encontraremos por la dirección postal y entonces sabremos, si es posible, el minuto exacto de su llegada, o por lo menos con la mayor aproximación. Entonces podremos volver a dicho momento más quince minutos, para dar tiempo a que la cabina deje a Cooper...

Twissell le interrumpió:

—No podemos permitir que la cabina esté en el mismo lugar, en el mismo instante y en dos fisio-tiempos distintos, ya lo comprende —y sonrió débilmente.

Noys pareció pensarlo.

Twissell se dirigió a Noys.

—Cuando Cooper sea recogido en el momento de su llegada, todos los microcambios se renovarán. El anuncio de la bomba A desaparecerá, y Cooper solo recordará que la cabina, después de desaparecer tal como le dijimos, había vuelto a aparecer inesperadamente... No sabrá que ha estado en un Siglo equivocado, y no se lo diremos. Le explicaremos que se nos olvidó darle unas instrucciones vitales (tendremos que inventarlas), y confiemos en que considerará poco importante este asunto y no mencionará en su Memoria que le enviamos dos veces al Tiempo Primitivo.

Noys levantó sus finas cejas:

—Me parece muy complicado.

—Sí. Por desgracia es así —Twissell se frotó las manos y se quedó mirando a sus interlocutores, como si le quedase alguna duda oculta. Luego se irguió, hizo aparecer un nuevo cigarrillo y aún consiguió aparentar cierta despreocupación—. Y ahora, muchachos, buena suerte.

Twissell apretó brevemente la mano de Harlan, hizo un saludo a Noys y salió de la cabina.

—¿Ya nos vamos? —preguntó Noys a Harlan cuando se quedaron solos.

—Dentro de unos minutos.

Dirigió una mirada a Noys. Ella le observaba tranquilamente, sonriente, sin miedo. Por un momento, sus sentimientos se inclinaron hacia ella. Pero aquello era emoción, no la razón, se dijo Harlan; instinto, no cerebro. Harlan apartó la mirada.

El viaje no presentó ningún inconveniente, o casi ninguno. No pudieron observar ninguna diferencia con un viaje en las cabinas ordinarias. A medio camino sintieron una especie de sacudida interior, que pudo ser el límite de la Eternidad, o bien algo puramente psicosomático, casi imperceptible.

De súbito se encontraron en el Tiempo Primitivo y salieron al exterior, a un salvaje y solitario mundo, brillante bajo el esplendor del sol vespertino. Soplaba una suave brisa que llevaba consigo frescos aromas y, sobre todo, en aquel lugar reinaba el silencio.

Las desnudas rocas se alzaban poderosas, con los colores del arco iris gracias a sus minerales de hierro, cobre y cromo. La grandeza de aquellos parajes, libres de la presencia humana y casi de toda otra forma de vida, estremeció a Harlan, que se sintió empequeñecido al lado de aquella magnífica Naturaleza. La Eternidad, que no pertenecía al mundo de la materia, no conocía el Sol y hasta el aire que respiraba tenía que ser importado. Los recuerdos de su Siglo natal eran ya muy débiles. Sus observaciones en los diferentes Siglos se habían consagrado siempre a los hombres y a sus ciudades. Nunca había conocido aquello.

Noys le tocó en el brazo.

—Tengo frío, Andrew.

Él se volvió hacia ella, sobresaltado.

—¿No será mejor que instalemos el radiante? —dijo ella.

—Sí, en la caverna de Cooper —contestó Harlan.

—¿Sabes dónde está?

—Aquí mismo —dijo él brevemente.

No tenía ninguna duda de ello. La Memoria lo había indicado y, primero Cooper y ahora él habían sido enviados exactamente hasta allí.

Desde sus primeros días de Aprendiz nunca había dudado de la precisión de las localizaciones en el Tiempo. Recordaba que una vez se dirigió seriamente al instructor Yarrow, diciendo:

—Pero la Tierra se mueve alrededor del Sol y el Sol se mueve hacia el centro de la Galaxia, y la Galaxia también se mueve. Si partimos de un punto determinado de la Tierra y nos trasladamos al hipertiempo, dentro de cien años nos encontraremos en el espacio sideral, porque la Tierra aún tardará cien años en llegar a aquel lugar.

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