Entonces, ¿se burlaba de él, segura de que no era capaz de matarla? ¿Confiaba tranquilamente en la atracción que, como sabía, él sentía por ella, segura de que ello le inmovilizaría, helado de flaqueza y vergüenza?
Aquello le hirió. Su dedo apretó un poco más el contacto de la desintegradora.
Noys habló de nuevo:
—¿Me das tiempo? ¿Significa eso que esperas mi defensa?
—¿Qué defensa? —Harlan trató de hablar con desprecio, pero, sin embargo, le alegró la demora. Podían aún alejar el momento en que contemplaría los restos de su cuerpo destrozado, sabiendo que lo ocurrido a su amada Noys había sido hecho por su propia mano.
Harlan trató de buscar excusas a su espera. Pensó con agitación: «Dejemos que hable. Que cuente lo que sepa sobre los Siglos Ocultos. Será una mejor garantía para la Eternidad».
Aquello dio una apariencia de firme decisión a sus actos, y por un momento pudo mirarla con un rostro tan tranquilo como el que ella le presentaba.
Parecía que Noys hubiera leído sus pensamientos.
—¿Quieres que te hable de los Siglos Ocultos? —dijo—. Si ésa es mi defensa, será una cosa muy fácil. ¿Quieres saber, por ejemplo, por qué la Tierra ya no alberga a la humanidad después del Siglo Ciento cincuenta mil? ¿Quieres saberlo?
Harlan no iba a pedirle nada, ni pagaría aquella información perdonando a Noys. Tenía la pistola. No iba a mostrar ningún signo de debilidad.
—¡Habla! —dijo Harlan, y se sorprendió ante la sonrisa con que ella contestó a su orden.
Noys dijo:
—En un instante del fisio-tiempo, cuando la Eternidad aún no se había extendido mucho en el hipertiempo, antes de que llegara siquiera al Diez mil, nosotros, los de mi siglo (y tenías razón, era el Ciento once mil trescientos noventa y cuatro) averiguamos la existencia de la Eternidad. Nosotros también conocíamos los viajes por el Tiempo, aunque los nuestros están basados en una serie de postulados distintos de los vuestros, y preferimos contemplar las realidades en vez de transportar la materia. Además, solo nos ocupábamos del pasado, nuestro hipotiempo. Descubrimos la existencia de la Eternidad indirectamente. Primero, desarrollamos el cálculo de Realidades y analizamos con él nuestra propia Realidad. Nos sorprendimos al comprobar que vivíamos en una Realidad de muy baja probabilidad. Era un asunto serio. ¿Por qué era tan improbable nuestra Realidad?... Pareces distraído, Andrew. ¿Te interesa todo esto?
Harlan oyó cómo ella pronunciaba su nombre con la íntima ternura que había usado durante las últimas semanas. Aquello debió irritarle, enfurecerle con su cínica deslealtad. No sintió nada de eso, solo amor.
—Continúa y termina ya, mujer —dijo Harlan desesperado.
Trató de compensar la ternura del «Andrew» de ella con la fría sequedad de su «mujer», pero ella volvió a sonreírle tímidamente.
Noys continuó:
—Buscamos en nuestro pasado, a través del Tiempo, y un día encontramos a la poderosa Eternidad. En seguida comprendimos que en un momento del fisio-tiempo (concepto que también poseemos, aunque bajo otro nombre) habíamos tenido otra Realidad. Aquella Realidad perdida, la que tenía una existencia de máxima probabilidad, nosotros la llamamos el Estado Básico. El Estado Básico había existido en nuestro Siglo y nosotros lo habíamos conocido, o al menos, nuestros homólogos. En aquel momento no podíamos decir cuál era la naturaleza del Estado Básico. No teníamos forma de saberlo. Sin embargo, sabíamos que algún Cambio provocado por la Eternidad en el lejano pasado había conseguido, por medio de la probabilidad estadística, alterar el Estado Básico hasta nuestro Siglo y aún más allá. Nos dedicamos a investigar la naturaleza del Estado Básico con la intención de corregir el mal, si lo era. Primero establecimos la zona aislada que vosotros llamáis los Siglos Ocultos, dejando a los Eternos en el hipotiempo, por debajo de los Setenta mil. Aquella barrera de aislamiento nos protegería a todos, o de la mayor parte de los efectos de los Cambios que inducía la Eternidad. No era una protección absoluta, pero nos daba el tiempo que necesitábamos para terminar nuestras investigaciones. Después hicimos algo que nuestra civilización y nuestro sentido de la ética ordinariamente no nos habrían permitido hacer. Investigamos nuestro propio futuro, nuestro hipertiempo. Averiguamos el destino del hombre en la Realidad actual, a fin de poder compararlo con el que habría tenido en el Estado Básico. Un poco más lejos del Siglo Ciento veinticinco mil, la Humanidad resolvió el problema del salto interestelar. Aprendieron el secreto del hiperespacio. Por fin, el hombre podía llegar alas estrellas.
Harlan la escuchaba absorto. ¿Cuánta verdad habría en todo aquello? ¿Qué parte era un intento deliberado de engañarle? Trató de romper el hechizo interrumpiendo el curso de las palabras de ella.
—Y una vez supieron cómo llegar a las estrellas lo hicieron y abandonaron la Tierra. Algunos de nosotros ya lo adivinamos.
—Entonces, os equivocáis. El Hombre trató de abandonar la Tierra. Desgraciadamente, no estaba solo en la Galaxia. Hay otras estrellas y otros planetas. Existen otras razas inteligentes. Ninguna, por lo menos en esta Galaxia, es tan antigua como la Humanidad, pero durante los ciento veinticinco mil siglos que el Hombre permaneció en la Tierra otras inteligencias más jóvenes nos alcanzaron dejándonos atrás, descubrieron el viaje interestelar y colonizaron la Galaxia. Cuando nos adentramos en el espacio, todo estaba ocupado. Todas las estrellas nos rechazaron. Prohibido el paso. No molesten. Propiedad particular. La Humanidad tuvo que retirar sus naves exploradoras y quedarse en su casa. Pero entonces comprendió que la Tierra no era más que una prisión en medio de una libertad infinita... ¡Y la Humanidad languideció hasta morir!
—¿Dices que murió? —exclamó Harlan—. Es absurdo.
—No se extinguió inmediatamente. Tardó miles de Siglos. Tuvo sus momentos de vitalidad aún; pero, en conjunto, le faltaba un objetivo digno de vivir. Había una sensación de futilidad, una desesperanza que no pudo ser superada. Poco a poco fue sufriendo una reducción de la natalidad, y por último desapareció. ¡Gracias a tu Eternidad!
Harlan defendió a la Eternidad ahora con mayor énfasis, porque no hacía mucho que la había atacado con todas sus fuerzas. Dijo:
—Dejad que entremos en las Siglos Ocultos y nosotros lo solucionaremos. Nunca hemos fracasado en conseguir el Bien para aquellos Siglos en los que hemos intervenido.
—¿El Bien? —dijo Noys con un tono suave que parecía convertir aquella palabra en una burla—. ¿Qué es eso? Lo que vuestras máquinas os dicen. Pero ¿quién instruye a las máquinas y les dice lo que deben pesar en la balanza? Las máquinas no resuelven los problemas con mayor penetración que un hombre, solo pueden hacerlo más rápidamente, ¡solo más de prisa! ¿Qué es el Bien para los Eternos? Yo te lo diré. Protección y seguridad. El término medio. Nada en exceso. No aceptar ningún riesgo, si no es con una abrumadora probabilidad a favor del éxito más completo.
Harlan se humedeció los labios. De repente, recordó las palabras de Twissell en la cabina, mientras hablaban de los hombres evolucionados de los Siglos Ocultos.
Había dicho: «Nosotros eliminamos lo extraordinario».
¿No era verdad?
—Bien, creo que esto te ha hecho pensar —dijo Noys—. Piensa en esto, en la Realidad que ahora existe. ¿Por qué razón el hombre se esfuerza continuamente en alcanzar el viaje interplanetario sin poder conseguirlo? No hay duda que cada Era conocedora del viaje espacial debe conocer también las épocas anteriores y sus fracasos. ¿Por qué lo intentan de nuevo?
—No he estudiado este punto —contestó Harlan.
Pensaba con incertidumbre en las colonias de Marte, establecidas una y otra vez, siempre fracasando. Pensó en la extraña atracción que los viajes espaciales tenían aún para los Eternos. Podía recordar las palabras del sociólogo Kantor Voy, del 2456.°, lamentando la desaparición de las naves espaciales antigravedad en el transcurso de un Siglo y diciendo con pena: «Era algo muy hermoso». Y recordaba también al Analista Nerón Feruque, que maldijo amargamente aquella pérdida y empezó a criticar las normas de la Eternidad para la distribución de los sueros anticáncer, como si quisiera aliviar su espíritu.
¿Era posible que existiera en los seres inteligentes un deseo instintivo de buscar lo desconocido, de llegar a las estrellas, de abandonar la prisión de la gravedad terrestre? ¿Qué impulsaba al Hombre a intentar los viajes interplanetarios docenas de veces, a visitar una y otra vez los mundos muertos del sistema solar, donde solo la Tierra era habitable? ¿Sería aquel fracaso, la convicción de que un día u otro habrían de volver a su prisión, lo que producía aquellas perturbaciones que la Eternidad se veía obligada a combatir continuamente? Harlan recordó el abuso de drogas en el mismo Siglo en que fracasaban las naves antigravedad.
Noys dijo:
—Al impedir los fracasos de la Realidad, la Eternidad también impide el logro de los triunfos. Sólo haciendo frente a las grandes pruebas puede la Humanidad elevarse a nuevas y mayores alturas. Del peligro y de la aventura han salido siempre las fuerzas que han llevado al Hombre a nuevas y más grandes conquistas. ¿No lo entiendes? ¿No comprendes que al impedir las miserias y fracasos que torturan al Hombre, la Eternidad no le deja encontrar sus propias soluciones, difíciles pero provechosas, las soluciones verdaderas que se obtienen al vencer las dificultades, no al evitarlas?
Harlan trató de convencerla:
—Nosotros buscamos el Bien para el mayor número posible...
Noys le interrumpió:
—Supongamos que no se hubiese establecido la Eternidad.
—¿Qué sucedería?
—Puedo explicarte lo que habría sucedido. Las energías que se consumieron en la Ingeniería Temporal se habrían dedicado a la ciencia Nuclear. La Eternidad no existiría, pero tendríamos el viaje interestelar. El Hombre habría llegado a las estrellas unos cien mil siglos antes que en la Realidad actual. Las estrellas habrían estado aún inexploradas y la Humanidad habría conquistado la Galaxia. Habríamos sido los primeros.
—¿Y qué habríamos ganado? —insistió Harlan—. ¿Seríamos más felices?
—¿A quién te refieres? —dijo Noys—. El hombre no estaría solo en este mundo, sino en un millón de mundos. Tendríamos el infinito en nuestras manos. Cada mundo tendría su propio Tiempo, sus valores, la oportunidad de buscar la Felicidad a su manera y en su ambiente. Hay muchas clases de Felicidad, de Bien, una infinita variedad de propósitos. ¡Ése es el Estado Básico de la Humanidad!
—Eso es lo que tú imaginas —dijo Harlan, y se maldijo al sentirse extrañamente atraído por las imágenes que ella había conjurado con sus palabras—. ¿Cómo puedes saber lo que habría sucedido?
Noys contestó:
—Os burláis ante la ignorancia de los Temporales que solo conocen una Realidad. Nosotros sonreímos ante la ignorancia de los Eternos que conocen muchas Realidades distintas, pero creen que solo una puede existir en el Tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Nosotros no analizamos las Realidades alternativas. Nosotros las vemos. Podemos verlas en su estado de Irrealidad.
—Una especie de país de fantasmas donde los que pudieron ser viven entre sombras.
—Sin mofa, así es.
—¿Cómo lo conseguís?
Noys hizo una pausa y luego dijo:
—¿Cómo explicártelo, Andrew? Se me ha educado para saber ciertas cosas sin conocer realmente su base científica, lo mismo que en otras materias te pasará a ti. ¿Puedes explicarme cómo funciona la Computaplex? Sin embargo sabes que existe y que funciona.
Harlan enrojeció:
—Bien, continúa.
—Nosotros hemos aprendido a ver Realidades y hemos visto que el Estado Básico es tal como te he dicho. Encontramos, también, el Cambio que destruyó el Estado Básico. No ha sido ningún Cambio inducido por la Eternidad; ha sido la misma Eternidad... el simple hecho de su existencia. Una organización como la Eternidad, que permite a los hombres escoger su propio futuro, termina por escoger la mediocridad y la seguridad, y en una Realidad semejante las estrellas están fuera de nuestro alcance. La mera existencia de la Eternidad hizo desaparecer el Imperio Galáctico. Para restaurarlo, la Eternidad debe ser destruida. El número de Realidades es infinito. El número de cualquier subclase de Realidades es también infinito. Por ejemplo, el número de Realidades en donde existe la Eternidad es infinito; el número de Realidades en donde no existe la Eternidad es infinito; el número de aquellas en donde la Eternidad existe, pero es destruida, es también infinito. Pero mi pueblo escogió entre las infinitas posibilidades un grupo que me comprendía a mí. Yo no tuve nada que ver con eso. Ellos me educaron para mi misión, lo mismo que Twissell y tú habéis entrenado a Cooper para la suya. Pero el número de Realidades en donde yo era la causa de la destrucción de la Eternidad es también infinito. Se me ofreció la elección entre cinco Realidades que parecían menos complejas. Yo escogí ésta, la que te comprende a ti, el único sistema de Realidad en donde aparecías tú.
Harlan dijo:
—¿Por qué lo escogiste?
Noys miró un momento a lo lejos:
—Porque te amaba. Te he amado mucho antes de conocerte.
Harlan se estremeció. Ella lo había dicho con voz llena de sinceridad. Pensó, angustiado: «Está fingiendo...».
—Me parece ridículo —replicó Harlan.
—¿Sí? He estudiado las Realidades que se me ofrecieron. He estudiado la Realidad en donde yo regresaba al Cuatrocientos ochenta y dos, conocía a Finge y luego a ti. La Realidad en donde tú venías a mí para amarme, en donde me llevabas a la Eternidad, para protegerme de mi propio Siglo en el lejano futuro. En donde enviabas a Cooper a un Siglo erróneo y en donde tú y yo, juntos, viajábamos a los Tiempos Primitivos. Vivimos en los Tiempos Primitivos durante el resto de nuestra vida. Pude ver nuestra existencia juntos y fuimos felices, y yo te amaba. De manera que no me parece ridículo. Escogí esta alternativa para que nuestro amor pudiera llegar a ser real.
Harlan dijo:
—¡Todo eso es falso! Mentira. ¿Cómo esperas que te crea?
Hizo una pausa y luego añadió:
—¡Espera! ¿Has dicho que sabías esto por anticipado? ¿Que todo iba a suceder de este modo?
—Sí.
—Entonces, mientes. Porque habrías sabido que yo te apuntaría con mi pistola. Habrías sabido que fracasarías. ¿Qué puedes contestarme?