El hombre sonriente (43 page)

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«Eso es lo que vamos a hacer a partir de ahora», resolvió Wallander. «Hemos de hacer que las piezas encajen.»

Decidido, marcó el número privado de Sven Nyberg, y éste contesto personalmente.

—Es preciso que nos veamos —lo apremió Wallander.

—Estuve buscándote ayer —repuso Nyberg—. Y nadie sabía dónde andabas. Tenemos novedades.

—¿Quiénes?

—Ann-Britt y yo.

—¿Sobre Avanca?

—Recurrí a su ayuda, porque yo soy técnico, no investigador.

—Nos vemos en mi despacho en cuanto puedas. Yo llamaré a Ann-Britt.

Media hora más tarde se encontraban los tres reunidos. Svedberg asomó la cabeza y le dedicó a Wallander una mirada inquisitiva.

—¿Me necesitas?

—Efe, hache, ce, ochocientos tres —le recordó Wallander—. ¿Podrías comprobarlo en el registro de tráfico? Yo no he tenido tiempo de hacerlo aún.

Svedberg asintió antes de cerrar la puerca tras de sí.

—Avanca —dijo Wallander.

—No albergues demasiadas esperanzas —le advirtió Ann-Britt Höglund—. Sólo hemos contado con un día para indagar acerca de la compañía y sus propietarios. Sin embargo, si hemos podido constatar que ha dejado de ser una empresa familiar propiedad de los Roman. Éstos le han cedido su nombre y su prestigio, y continúan aún en posesión de alguna participación, con total Seguridad de envergadura. Pero Avanca forma parte, desde hace algunos años, de un consorcio empresarial constituido por varias compañías cuya actividad está relacionada, de un modo u otro, con la fabricación de medicamentos, la sanidad y equipos de material hospitalario. La constitución es muy compleja, pues las distintas compañías aparecen entremezcladas y como superpuestas unas a otras. La cabeza de todo el consorcio es un holding con sede social en Liechtenstein, llamado Medicom, que a su vez está dividido entre varios grupos de propietarios, entre los que se encuentra una empresa brasileña que se dedica fundamentalmente a la producción y exportación de café. Pero lo que se me antoja más interesante es el hecho de que Medicom tenga relaciones financieras directas con el Bayerische Hypotheken —und Wechsel —Bank.

—¿Y por qué es eso tan interesante? —inquirió Wallander, que ya le había perdido la pista a Avanca en aquel enredo empresarial.

—Muy sencillo, porque Alfred Harderberg es propietario de una fábrica de plásticos de Génova —prosiguió la agente—. Que se dedica a la fabricación de lanchas motoras.

—Estupendo. Ahora es cuando no comprendo nada en absoluto —ironizó Wallander.

—Espera un poco —lo tranquilizó Ann-Britt Höglund—. La compañía genovesa, llamada CFP, aunque ignoro el significado de las siglas, ayuda a sus clientes a obtener financiación a través de un tipo de contrato de leasing.

—Sí, pero a mí las motoras italianas me traen sin cuidado, ¿qué pasa con Avanca?

—Pues quizá deberían interesarte —le advirtió Ann-Britt Höglund—. Los contratos de leasing de CFP se confeccionan en colaboración con el banco Bayerische Hypotheken —und Wechsel —Bank, con lo que, para ir al grano, tenemos una conexión con el imperio de Alfred Harderberg. De hecho, es la primera conexión clara que hemos hallado desde el inicio de la investigación.

—Me parece increíble —aseguró Wallander.

—Pueden existir otras conexiones, más próximas —prosiguió la joven—. Los grupos de delincuencia económica tienen que ayudarnos con esto, porque yo no me entero mucho de lo que hago.

—A mí me ha dejado impresionado —intervino Nyberg, que había guardado silencio hasta el momento—. Por otro lado, creo que deberíamos investigar si la fábrica de plásticos de Génova fabrica algo más que lanchas motoras.

—¿Como neveras para el transporte de órganos de trasplante? —apuntó Wallander.

—Por ejemplo.

Un repentino silencio se adueñó de la habitación, mientras los tres se miraban alternativamente, pues todos comprendían el significado de las palabras de Nyberg.

Wallander meditó un instante, antes de continuar.

—Si todo esto es cierto, podríamos suponer que Alfred Harderberg está implicado de algún modo tanto en la fabricación como en la importación de esas neveras. Es posible que tenga el control absoluto sobre la actividad pese a que, a primera vista, no parece más que una maraña de compañías relacionadas entre sí. Pero ¿es verosímil que un fabricante de café brasileño mantenga relaciones con una pequeña empresa de Södertälje?

—A mí me parece tan verosímil como que las grandes firmas de turismos americanas también dediquen parte de su actividad a la fabricación de sillas de ruedas —sugirió Ann-Britt Höglund—. Los coches son origen de accidentes de tráfico que, a su vez, conducen al incremento de la demanda de sillas de ruedas.

Wallander cruzó las manos y se puso en pie.

—Bien, vamos a aumentar la presión en el desarrollo de esta investigación —anunció resuelto—. Ann-Britt, ¿crees que podrás conseguir de los expertos en asuntos económicos que dibujen una ampliación mural de la actividad de Alfred Harderberg? Quiero que lo incluyan todo, las motoras de Génova, los caballos de carreras de Farnholm, cuanto conocemos hasta el momento. Mientras tanto tú, Nyberg, puedes dedicarte a la nevera. De donde procede y cómo ha podido llegar al coche de Gustaf Torstensson.

—Entonces desbaratamos el plan que hemos diseñado —objetó Ann-Britt—. Alfred Harderberg tendrá conocimiento de ello, si nos empleamos a indagar en una de sus empresas con más detalle.

—En absoluto —negó Wallander—. No serán más que preguntas rutinarias, nada fuera de lo habitual. Además, hablaré con Björk y con keson para avisarles de que ya va siendo hora de convocar una conferencia de prensa. ¡Vaya! Será la primera vez que yo mismo lo proponga, pero creo que será positivo que ayudemos al otoño a difundir bancos de niebla aquí y allá.

—Me han dicho que Per sigue acatarrado y en cama —los informó Ann-Britt Höglund.

—Pues lo llamaré a casa —resolvió Wallander—. Aumentar la presión, eso es lo que debemos hacer. Y tendrá que venir, con catarro o sin él. Avisa a Martinson y a Svedberg de que nos reunimos hoy a las dos.

Wallander había tomado la determinación de esperar a que estuvieran todos presentes para contarles lo ocurrido durante la noche. «Ahora es cuando empezamos en serio.»

Nyberg salió del despacho y Wallander le pidió a la agente que se quedase un momento, pues quería explicarle cómo, con la ayuda de Sten Widén, había logrado colocar a una moza de cuadra en el castillo de Farnholm.

—Tuviste una buena idea —la felicitó—. Ya veremos si da algún resultado. Tal vez sea mejor no hacernos demasiadas ilusiones.

—Con tal de que a la joven no le ocurra nada… —advirtió Ann-Britt.

—Lo que tiene que hacer es cuidar de los caballos —la tranquilizó Wallander—. Y mantener los ojos bien abiertos. Eso es todo. No es conveniente que nos pongamos nerviosos. Alfred Harderberg no puede sospechar que todos los que lo rodean sean policías disfrazados.

—Espero que tengas razón —insistió ella.

—¿Qué tal va lo de los planes de vuelo del avión?

—Sigo en ello —aseguró la agente—. Pero ayer dediqué todo el día a Avanca.

—Si, y has realizado un buen trabajo —admitió Wallander, sin dejar de notar que su elogio la satisfacía.

«Somos demasiado tacaños con las alabanzas entre nosotros», se lamentó Wallander. «Y, sin embargo, solemos mostrarnos más que generosos con críticas y rumores.»

—Bien, eso es todo —concluyó a modo de despedida.

Ella abandonó el despacho y Wallander se colocó junto a la ventana mientras se preguntaba qué habría hecho Rydberg en su lugar. No obstante, por una vez, sintió como si no tuviese tiempo de prestar atención a la respuesta del amigo desaparecido, convencido de que estaría de acuerdo con que aquel modo suyo de conducir la investigación era, sin duda, el adecuado.

El resto de la mañana, el inspector desplegó una energía inusitada y arrolladora. Convenció a Björk de la importancia de convocar la conferencia de prensa al día siguiente y le prometió que él mismo se haría cargo de los periodistas después de haber acordado con Per Åkeson lo que era conveniente revelarles.

—No es muy propio de ti reclamar la presencia de los medios de comunicación de forma voluntaria —comentó Björk suspicaz.

—A lo mejor es que estoy volviéndome mejor persona —explicó Wallander—. Dicen que nunca es tarde…

Concluida la conversación con Björk, llamó a casa de Per Åkeson. Contestó su mujer, que no parecía muy dispuesta a permitirle hablar con el enfermo.

—¿Tiene fiebre? —quiso saber Wallander.

—Está enfermo. Creo que eso debería bastar —atajó ella displicente.

—Pues lo siento —insistió Wallander—. Pero tengo que hablar con él.

Transcurridos unos minutos oyó la voz decaída del fiscal en el auricular.

—Estoy enfermo —aseguró—. Es gastroenteritis. He pasado la noche sentado en el retrete.

—No se me ocurriría molestarte si no fuese importante —afirmó Wallander—. Necesito que vengas un momento esta tarde. Si quieres, podemos enviar un coche que te recoja.

—Iré —prometió Per Åkeson—. Pero en taxi.

—¿Quieres que te explique por qué es tan importante?

—¿Sabes quién los asesinó?

—No.

—¿Quieres que apruebe una orden de detención contra Alfred Harderberg?

—Tampoco.

—En ese caso, tendré bastante con que me lo cuentes cuando llegue esta tarde.

Terminada la conversación con el fiscal, el inspector llamó al castillo de Farnholm. Contestó una mujer cuya voz no reconoció de ocasiones anteriores. Tras presentarse, le pidió que lo pasase con Kurt Ström.

—No entrará de servicio hasta esta noche —le hizo saber la mujer—. Claro que puede llamarlo a su domicilio, si lo desea.

—Imagino que no estará usted dispuesta a facilitarme su teléfono particular, ¿no es así? —sugirió Wallander.

—¿Y por qué no?

—Se me ocurre que puede contravenir sus estrictas normas de seguridad.

—En absoluto —aseguró la mujer, antes de darle el número.

—Salude al señor Harderberg de mi parte; y déle las gracias por haberme recibido la última vez —dijo Wallander.

—En estos momentos se encuentra en Nueva York.

—Bien, pues dígaselo cuando regrese. Me figuro que no estará fuera mucho tiempo.

—Lo esperamos de vuelta pasado mañana.

Cuando hubo concluido la conversación, el inspector cayó en la cuenta de que algo había cambiado. Se preguntaba si Alfred Harderberg no habría dado órdenes de que las preguntas formuladas por la policía de Ystad fuesen recibidas con un talante acogedor, en lugar de la postura habitual de rechazo.

Marcó después el número de Kurt Ström y oyó un buen rato las señales de llamada antes de colgar sin obtener respuesta. Entonces, llamó a la recepción y le pidió a Ebba que averiguase la dirección de Ström. Mientras, él fue a buscar una taza de café y recordó que aún no se había puesto en contacto con Linda, tal y como se había propuesto. Sin embargo, decidió dejarlo para la noche.

Poco antes de las nueve, salió de la comisaría y tomó rumbo a Österleden. Ebba lo había informado de que Kurt Ström vivía en una pequeña finca cercana a Glimmingehus. Puesto que la recepcionista conocía la zona de los alrededores de Ystad v Österleden mejor que la mayoría de los compañeros, le dibujó un mapa. Kurt Ström no respondió a su llamada, pero Wallander tenía el presentimiento de que lo hallaría en la finca. Mientras conducía a través de Sandskogen, revisó mentalmente lo que le había contado Svedberg sobre los sucesos relacionados con el despido de Ström, al tiempo que intentaba hacerse una idea de la reacción con que habría de enfrentarse al llegar a la casa de Ström. En efecto, se había visto, en varias ocasiones, en el brete de tener que interrogar a otros policías en relación con diversos crímenes, y no guardaba ningún recuerdo agradable de ellas. Sin embargo, era consciente de que no podría eludir la conversación que lo aguardaba.

Ebba le había dibujado un buen mapa, que no tuvo dificultad alguna en seguir. Cuando se detuvo en el lugar indicado, comprobó que se hallaba ante una pequeña casa encalada, de esas construcciones alargadas tan típicas en Escania, algo apartada al este de Glimmingehus. El edificio aparecía arropado por un jardín que debía de presentar un aspecto muy hermoso en la primavera y en la estación estival. Tan pronto como detuvo el vehículo, dos pastores alemanes encerrados en una caseta de acero empezaron a ladrar. El coche que vio aparcado en el garaje le dio a entender a Wallander que su suposición había sido acertada. Kurt Ström estaba en casa. De hecho, no tuvo que esperar mucho antes de que éste apareciese con paso pausado desde la parte posterior de la casa. Vestía un mono de trabajo y se aproximaba con una paleta de albañil en la mano. Al ver a Wallander, se detuvo en seco.

—Espero no importunar con mi visita —se disculpó el inspector—. He estado llamando para avisarte, pero no contestabas.

—Ya, es que estoy reparando algunas grietas del firme —explicó Kurt Ström—. ¿A qué has venido?

Wallander notó enseguida que estaba en guardia.

—Tengo algunas preguntas que hacerte —aclaró—. Pero antes quizá podrías hacer callar a los perros.

Kurt Ström gritó una orden a los dos pastores alemanes, que enmudecieron en el acto.

—Vamos adentro —propuso.

—No es necesario —rechazó Wallander—. Podemos quedarnos aquí. Será rápido.

Echó una ojeada al pequeño jardín.

—Es un lugar muy bonito, distinto de un apartamento en el centro de Malmö.

—También allí vivía bien —aseguró Kurt Ström—. Pero esto está más cerca de mi trabajo.

—Da la impresión de que vives solo, pero yo tenía la idea de que estabas casado.

Kurt Ström le clavó una mirada acerada.

—¿Y qué te importa a ti mi vida privada?

Wallander describió un molinete de disculpa con los brazos.

—No, nada —se apresuró a decir—. Ya sabes lo que pasa entre viejos colegas, siempre preguntamos por la familia.

—Yo no soy tu colega —atajó Kurt Ström.

—Pero lo fuiste, ¿no es así?

Wallander cambió el tono de voz. Le interesaba provocar un enfrentamiento, pues sabía que lo único que le inspiraba respeto a Kurt Ström era la mano dura.

—Ya, pero supongo que no has venido hasta aquí para hablar de mi familia.

Wallander lo miró sonriente.

—Así es —convino—. Ha sido un simple acto de respeto el recordar que una vez fuimos colegas.

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