El jugador (20 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

–Prefiero la terminal –se apresuró a decir Gurgeh.

–La vigilancia interna ha quedado reducida a la detección de emergencias.

–Gracias –dijo Gurgeh.

–No hay de qué –dijo la unidad.

Gurgeh la vio desaparecer por el pasillo, giró sobre sí mismo para contemplar la inmensidad del tablero y volvió a menear la cabeza.

Durante los treinta días siguientes Gurgeh no tocó ni una sola pieza del juego. Se concentró en el aprendizaje de la teoría del Azad, estudió su historia siempre que ello podía ayudarle a comprender mejor el juego, se aprendió de memoria los movimientos de que era capaz cada pieza así como sus valores, utilidad, potencial, categoría moral tanto real como potencial, las distintas intersecciones de sus curvas tiempo/poder y sus distintas capacidades armónicas en relación a las distintas zonas del tablero; repasó tablas y rejillas que exponían las cualidades inherentes a las combinaciones, números, niveles y posibilidades de las cartas utilizadas en el juego y trató de comprender qué posición ocupaban los tableros secundarios en el conjunto del juego, y cómo la imaginería elemental de las últimas etapas encajaba con el funcionamiento mucho más mecanicista de las piezas, tableros y dados empleados en las rondas iniciales mientras torturaba su mente intentando encontrar alguna conexión entre las tácticas y la estrategia del juego tal y como solía jugarse normalmente; tanto en la versión singular donde una persona se enfrentaba a otra como en las versiones múltiples en las que podían tomar parte hasta diez personas, con todo el potencial de alianzas, intrigas, acciones concertadas, pactos y traiciones que posibilitaba tal variante del juego.

Gurgeh descubrió que los días se le escurrían de entre los dedos casi sin que se diera cuenta. Se acostumbró a dormir dos o tres horas y a pasar el resto del tiempo delante de la pantalla o inmóvil en el centro de uno de los tableros principales mientras la nave hablaba con él, trazaba diagramas holográficos en el aire y movía piezas a su alrededor. Sus glándulas no paraban de producir drogas, su sistema circulatorio estaba saturado de las sustancias que excretaban y su cerebro se cocía en el guiso producido por su química corporal manipulada genéticamente mientras su agobiada glándula principal –cinco veces más grande de lo que había sido en sus antepasados primitivos– bombeaba sus productos o daba instrucciones a otras glándulas para que bombearan las sustancias químicas que necesitaba.

Chamlis le envió un par de mensajes repletos de cotillees sobre lo que estaba ocurriendo en la Placa. Mawhrin-Skel había desaparecido; Hafflis decía que estaba empezando a pensar en cambiar de sexo para poder tener otro hijo; el Cubo y los paisajistas de la Placa habían fijado la fecha para la inauguración de Tefarne, la Placa de construcción más reciente que aún no había recibido los últimos toques cuando Gurgeh se marchó de Chiark. La Placa quedaría abierta al público dentro de un par de años. Chamlis sospechaba que Yay se enfadaría porque no la habían consultado antes de anunciar la inauguración. Chamlis esperaba que todo fuese bien y le preguntaba qué tal estaba.

La comunicación de Yay apenas llegaba a la categoría de postal con imagen en movimiento. Estaba acostada en una red gravitatoria delante de una inmensa pantalla o una portilla de observación colosal que mostraba un gigante gaseoso rojo y azul, y le decía que estaba disfrutando mucho del crucero con Shuro y un par de amigos suyos. Yay le amenazó con un dedo, dijo que estaba muy enfadada con él por haberse marchado de aquella forma para pasar tanto tiempo lejos sin esperar a que volviera..., y entonces pareció ver a alguien que se encontraba fuera del campo de la terminal y se despidió diciendo que ya le enviaría otra comunicación cuando tuviera tiempo.

Gurgeh le dijo a la
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que acusara recibo de las comunicaciones pero que no contestara directamente a ellas. Las llamadas siempre hacían que se sintiera un poco solo y triste, pero le bastaba con volver a sumergirse en el juego para que todo lo demás quedara borrado de su mente.

Se acostumbró a hablar con la nave. La
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era bastante más afable y comunicativa de lo que había supuesto a juzgar por el comportamiento de la unidad controlada a distancia. Tal y como le había dicho Worthil la nave era simpática pero no muy brillante..., salvo en el Azad. Gurgeh incluso llegó a pensar que la vieja nave estaba disfrutando mucho más del juego que él. Lo había aprendido a la perfección y parecía disfrutar tanto dándole lecciones como dejándose fascinar por el juego en tanto que sistema complejo y hermoso. La nave admitió que jamás había disparado sus efectores impulsada por la ira, y confesó que el Azad quizá le hubiera revelado algo que siempre había encontrado a faltar en el combate.

La
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era la Unidad General de Ofensiva de la clase «Asesino» número 50017 y había sido una de las últimas de su categoría que salieron de los astilleros. Fue construida setecientos diecisiete años antes, durante las últimas etapas de la guerra idirana, cuando los enfrentamientos en el espacio ya casi habían cesado. Teóricamente la nave había estado en servicio activo, pero nunca había corrido ningún peligro real.

Gurgeh empezó a manejar las piezas treinta días después de subir a la nave.

Una parte de las piezas usadas en el Azad eran productos biotecnológicos, artefactos esculpidos a partir de células producidas mediante la ingeniería genética que cambiaban de personalidad apenas eran desembaladas y colocadas en el tablero. Las piezas tenían una parte de vegetal y otra de animal, e indicaban sus valores y capacidades mediante el color, el tamaño y la forma. La
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afirmaba que las piezas que había producido no podían distinguirse de las fabricadas en Azad, aunque Gurgeh sospechaba que la afirmación era un poquito excesivamente optimista.

No comprendió lo difícil que era el juego hasta que no hubo empezado a familiarizarse con las piezas, tocándolas y oliéndolas para evaluar sus potencialidades y lo que habían sido y aquello en que podían llegar a convertirse. Las piezas podían ser más débiles o más potentes, más rápidas o más lentas y su existencia podía acortarse o alargarse considerablemente.

Gurgeh descubrió que las piezas biotecnológicas eran un enigma incomprensible. Parecían vegetales tallados y pintados, y pesaban en sus manos como animales muertos. Gurgeh las frotó y las estrujó hasta mancharse los dedos, las olisqueó y las miró fijamente, pero apenas estaban en el tablero las piezas empezaban a comportarse de forma imprevisible. Las piezas que Gurgeh había creído eran el equivalente de una nave de guerra cambiaban para convertirse en carne de cañón, y los equivalentes de premisas filosóficas sólidamente protegidas en la retaguardia de su territorio se alteraban bruscamente revelando ser piezas de observación concebidas para los terrenos altos o la primera línea del juego.

Cuatro días de luchar con ellas le redujeron a la desesperación y empezó a pensar seriamente en pedir que se le devolviera a Chiark sin más dilación. Haría una confesión completa ante Contacto, y se pondría en sus manos con la esperanza de que su apuro les hiciera apiadarse de él y optaran por no anular la readmisión de Mawhrin-Skel o reducirle al silencio de una vez para siempre. Cualquier cosa sería preferible a seguir con aquella charada increíblemente frustrante que estaba acabando con sus últimas reservas de moral.

La
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le sugirió que se olvidara de las piezas biotecnológicas durante un tiempo y que se concentrara en los tableros secundarios. Si lograba dominarlos esos tableros le permitirían ejercer un cierto control sobre la amplitud con que debía utilizar las piezas durante las etapas siguientes. Gurgeh siguió la sugerencia de la nave y logró hacer progresos bastante considerables, aunque seguía sintiéndose deprimido y pesimista, y a veces descubría que la
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llevaba varios minutos hablándole mientras él había estado pensando en otro aspecto del juego, y no le quedaba más remedio que pedirle que repitiera lo que había estado diciendo.

Los días fueron pasando y de vez en cuando la nave le sugería que practicara con alguna pieza, aconsejándole sobre las secreciones glandulares que debía producir antes de intentarlo. Incluso le sugirió que se llevara a la cama algunas de las piezas más importantes, y Gurgeh acabó durmiendo con una pieza en las manos o abrazado a ella tan tiernamente como si la pieza fuese un bebé diminuto. Cuando despertaba siempre tenía la sensación de haber estado haciendo el ridículo, y se alegraba de que no hubiera nadie para verle por las mañanas (pero un instante después se preguntaba si podía estar seguro de que no había nadie observándole. Su experiencia con Mawhrin-Skel quizá le hubiera vuelto hipersensible, pero empezaba a sospechar que nunca podría volver a estar seguro de que no se hallaba sometido a vigilancia. La
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podía estar espiándole, Contacto podía estar observándole y evaluándole..., pero al final acabó decidiendo que ya no le importaba).

Se tomaba un día libre de cada diez –otra sugerencia de la
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–, y los invirtió en explorar la nave más a fondo, aunque había muy poco que ver. Gurgeh estaba acostumbrado a las naves civiles, cuya densidad y diseño podían ser comparados a los de los edificios corrientes habitables por los seres humanos, con paredes relativamente delgadas que delimitaban grandes volúmenes de espacio, pero la nave de guerra era mucho más parecida a un pedazo de metal o roca sólida. De hecho, le hacía pensar en un asteroide en el que se habían perforado algunos conductos y ahuecado varias cavernas minúsculas para que los humanos pudieran vagabundear por ellas; pero se dedicó a pasear, trepar o flotar arriba y abajo por los corredores y pasadizos que tenía a su disposición e incluso pasó un rato en una de las tres protuberancias del morro contemplando el amasijo de maquinaria y equipo que aún no había sido desmantelado y que parecía haber sido sometido a un extraño proceso de congelación.

La penumbra hacía que el efector primario rodeado por sus disruptores de campo, monitores, sistemas de seguimiento, iluminadores, desplazadores y sistemas secundarios de armamento pareciese mucho más grande de lo que era en realidad, y Gurgeh pensó que tenía la forma de un gigantesco globo ocular provisto de una lente cónica y recubierto por curiosas excrecencias metálicas. El conjunto del efector tendría sus buenos veinte metros de diámetro, pero la nave le dijo que cuando estaba activado toda aquella masa podía girar y detenerse tan deprisa que un humano tendría la impresión de que el movimiento había sido instantáneo. La nave le aseguró que bastaba un parpadeo para no captarlo, y Gurgeh creyó detectar un cierto tono de orgullo en su voz.

Inspeccionó el hangar vacío que había en una de las protuberancias centrales y que acabaría alojando el módulo de Contacto que estaba siendo reconvertido en el VGS hacia el que se dirigían. Ese módulo sería el hogar de Gurgeh cuando llegara a Eá. Había visto algunos hologramas mostrando el aspecto que tendría el interior y le había parecido que sería razonablemente espacioso, aunque nunca podría estar a la altura de Ikroh.

Aprendió más cosas sobre el Imperio, su historia, su política, su filosofía y su religión, sus creencias y costumbres y sus distintos sexos y subespecies.

No tardó en tener la impresión de que el Imperio era un amasijo de contradicciones insoportablemente vividas, un sistema social que lograba el milagro de ser patológicamente violento y, al mismo tiempo, lúgubremente sentimental, asombrosamente bárbaro y sorprendentemente sofisticado, fabulosamente rico y aterradoramente pobre (pero también inequívoca e innegablemente fascinante).

Y, tal y como le había dicho Worthil, la única constante que impregnaba toda la enloquecedora variedad de la vida azadiana era el juego. El juego estaba presente en todos los niveles de la sociedad como si fuese un tema musical enterrado en una cacofonía de ruidos, y Gurgeh empezó a comprender lo que había querido decir Worthil cuando le explicó que Contacto sospechaba que el juego era lo que mantenía unido al Imperio. Aparte del juego, no parecía haber nada más que pudiera justificar el que siguiese en pie.

Se acostumbró a pasar un rato cada día nadando en la piscina. El proceso de reconversión de la protuberancia que había albergado al efector incluyó un proyector holográfico, y la
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empezó proyectando un cielo azul y nubes blancas que discurrían lentamente sobre la espaciosa superficie interior producida por los veinticinco metros de diámetro que tenía la protuberancia, pero Gurgeh no tardó en cansarse de contemplar aquella imagen y le pidió que proyectara las imágenes que vería si estuvieran viajando por el espacio real o la vista ajustada equivalente, tal y como la llamaba la nave.

Gurgeh se acostumbró a nadar bajo la negrura irreal del espacio y las motitas luminosas de las estrellas que se iban moviendo lentamente, abriéndose paso por la superficie tenuemente iluminada desde abajo de aquellas aguas cálidas que parecían una blanda imagen invertida de la nave y alejándose hasta desaparecer.

Cuando llevaba noventa días de viaje empezó a tener la sensación de que había desarrollado una cierta afinidad con las piezas biotecnológicas. Podía jugar una partida limitada contra la nave en todos los tableros secundarios y uno de los tableros principales, y cuando se iba a dormir pasaba las tres horas de reposo que se permitía cada noche soñando con otras personas y con su vida, reviviendo su infancia, su adolescencia y los años transcurridos desde aquel entonces envuelto en una extraña atmósfera mental de fantasía, recuerdos y deseos que no se habían convertido en realidad. Siempre tenía la intención de escribir o grabar algo para Chamlis, Yay o cualquiera de las otras personas que se habían quedado en Chiark y que le enviaban mensajes, pero nunca parecía encontrar el momento adecuado y cuanto más retrasaba el ponerse manos a la obra más difícil le parecía la tarea. La gente fue dejando de enviarle comunicaciones, lo cual hizo que Gurgeh sintiera una extraña mezcla de alivio y culpabilidad.

La
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llegó a su cita con el Supertransporte clase Río
Bésame el culo
ciento un días después de haber abandonado Chiark y haber recorrido más de dos mil años luz de distancia. Las dos naves quedaron envueltas en un campo de forma elíptica y empezaron a aumentar su velocidad para igualar la del VGS. Al parecer el proceso exigiría unas cuantas horas, y Gurgeh se fue a la cama tal y como habría hecho en circunstancias normales.

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