El laberinto de agua (12 page)

Read El laberinto de agua Online

Authors: Eric Frattini

Afdera no sabía qué motivo le había impulsado a contar a Max la misión encomendada por su abuela ni por qué le había invitado a ir con ella a Egipto. Al fin y al cabo, apenas le conocía, pero confiaba en Max. Tal vez necesitaba confiar en él, necesitaba confiar en alguien.

A poca distancia de allí, varios hombres comenzaban a partir del Casino degli Spiriti en dirección a la basílica de Santa Maria della Salute. Cruzaron el Campo San Filippo e Giacomo y los siete hombres entraron en la pequeña calle que conducía a la Corte del Rosario, donde, escondido a la vuelta de la esquina y encima de una puerta, había un misterioso dragón del siglo XV. Cada uno de los miembros del Círculo Octogonus apoyó su mano en el muro y murmuró una pequeña oración. Seguidamente, un
vaporetto
los condujo desde una orilla del Gran Canal a la otra. Allí, en la Punta della Dogana, se alzaba majestuosa la iglesia de Santa María della Salute, uno de los máximos símbolos del poder del Círculo Octogonus en la ciudad de los canales desde el siglo XVII.

Se cree que el arquitecto Baldassare Longhena se inspiró para el diseño de la iglesia en la imagen del templo de Venus Physizoa, reflejado en el
Hypnerotomachia Poliphüi
, cuyo ejemplar se guardaba en el rincón más recóndito de la Biblioteca Marciana.

Tras el fin de la epidemia de peste de 1631, la Serenísima decidió levantar una gran iglesia en honor de la Virgen de la Salud, protectora de la ciudad. La construcción tardó casi medio siglo en terminarse debido a su complicado diseño. Muchos expertos declaraban que el templo hacía referencia al humanismo renacentista como unión sincrética entre la madre pagana y la cristiana, en una especie de unión de protocristianismo ideal.

El cardenal August Lienart conocía el gran secreto que se ocultaba tras esta extraordinaria construcción. Midiendo el total con el pie veneciano, 35,09 centímetros, aparecía con asombrosa constancia el número ocho. Los propios octógonos que conformaban su base simbolizaban el renacer. El número ocho en simbología cristiana significa la resurrección y la vida eterna, algo que ocurría con el poderoso Círculo Octogonus, que había sido capaz de sobrevivir al paso de los siglos como guardián secreto de la fe.

Longhena, con la numerología inscrita en las medidas de la construcción, quiso cifrar un mensaje concreto: la Iglesia surgía como agradecimiento por el final de la peste y debía renacer sobre el símbolo mágico del ocho. Para el poderoso cardenal secretario de Estado, aquel templo tenía una mayor representatividad para el Octogonus que para la gloria de Dios.

Los siete miembros del Círculo Octogonus llegaron al templo. Toda la edificación estaba rodeada de un friso de esvásticas (la palabra sánscrita
svástica
significa 'salud'). Algunos se conocían porque ya habían coincidido en alguna otra misión encomendada por el gran maestre del Círculo.

Una vez dentro, justo debajo de la cúpula central, estaba colocada una silla en cada lado del octógono. Sobre la corona de rosas con la inscripción
Unde origo indi salus
situada en el centro de la nave había otra silla, el lugar elegido para el gran maestre del Círculo Octogonus.

Los padres Carlos Reyes, Septimus Alvarado, Eugenio Cornelius y Demetrius Ferrell ocuparon sus lugares. Los padres Marcus Lauretta, Spiridon Pontius y Lazarus Osmund, los nuevos miembros del Círculo, permanecieron en pie. Dos sillas estaban aún vacías: la del padre Emery Mahoney, octavo miembro del Círculo, y la del gran maestre, el cardenal August Lienart. Ambos se encontraban conversando en la sacristía bajo el hermoso tapiz del siglo XV de Tintoretto que representaba las bodas de Canáan.

—Es la hora —anunció Lienart—. Hemos de reunimos con nuestros hermanos del Círculo Octogonus.

Los dos hombres salieron de la sacristía y se reunieron con el resto del grupo.


Fructum pro fructo
—dijo Lienart.


Silentium pro silentio
—respondieron al unísono los ocho hombres que se congregaban a su alrededor.

A continuación, cinco de ellos se sentaron y los otros tres permanecieron de pie.

—Antes de comenzar nuestro consejo secreto, debemos dar la bienvenida a los tres nuevos hermanos del Círculo y tomarles juramento —ordenó Lienart.

Lauretta, Pontius y Osmund se situaron frente al gran maestre. Tal y como siglos antes hicieran otros ocho religiosos arrodillados ante la tumba del primer Papa, san Pedro, el candidato debía jurar «lealtad y honor, por la verdadera fe» en el templo del Octogonus, frente al cardenal Lienart.

El postulante se arrodillaba ante tres cirios encendidos, en representación de cada uno de los nuevos miembros del Círculo, y juraba guardar silencio sobre las decisiones adoptadas por el gran maestre del Círculo, acatar todas las decisiones del Círculo Octogonus sin poner en duda la fe en Cristo Nuestro Señor, proteger al Sumo Pontífice reinante de las decisiones adoptadas en los consejos del Círculo Octogonus y morir, si fuera necesario, para salvaguardar la identidad del gran maestre, del resto de hermanos miembros del Círculo, sus decisiones u objetivos. Al final de la ceremonia, el nuevo miembro se levantaba tras pronunciar las palabras: «Que Dios y nuestros santos me ayuden en esta labor, juro», y de un soplido apagaba uno de los cirios. Seguidamente se dirigía hacia una de las sillas vacías y se sentaba. Los padres Lauretta, Pontius y Osmund siguieron el rito tal y como estaba establecido desde hacía siglos.

El Círculo Octogonus se remontaba al siglo XVII, tal vez antes. Incluso se llegó a decir que algunos de sus miembros habían acompañado a Philippe y Hugo de Fratens a la séptima cruzada, durante el siglo XI, bajo el pontificado de Urbano II. Algunas leyendas que acompañaron a muchos caballeros a su regreso de Tierra Santa explicaban que unos oscuros miembros de una secta secreta llamada el Círculo del 8 se habían convertido en auténticos expertos en llevar a cabo lo que ellos definían como «malicidio» y que no era otra cosa que la muerte del mal a través del asesinato indiscriminado de musulmanes. Muchos caballeros cruzados aseguraban que estos hombres religiosos, miembros de una hermandad secreta, reconocidos porque portaban siempre un octógono de tela, eran verdaderos expertos en el arte del «malicidio».

Sus víctimas aparecían con un círculo de tela con un octógono dibujado en su interior, con el nombre de Jesucristo escrito en cada uno de sus lados y con un lema en latín:
Dispuesto al dolor por el tormento, en nombre de Dios.
Este mismo símbolo era el que portaba el sacerdote Jean-François Ravaillac cuando, por orden del papa Pablo V, apuñaló hasta la muerte al rey Enrique IV de Francia la mañana del 14 de mayo de 1610.

Los miembros del Círculo Octogonus son honorables descendientes del jesuita Ravaillac en su honesta labor de defender a la Iglesia y a sus altos representantes, el Papa y los miembros del colegio cardenalicio de sus enemigos, allá donde se encuentren.

La policía de Francia descubrió entonces que Ravaillac había formado parte de un extraño grupo místico-católico llamado el Círculo Octogonus, también conocido como el Círculo del 8. Sus miembros eran siempre ocho fanáticos sacerdotes católicos con obediencia ciega al Sumo Pontífice de Roma, con preparación militar, en particular en el uso de armas especiales, y dispuestos a dar su vida en nombre de la verdadera religión. Para sus miembros, el Círculo era su única fe de vida ante Dios Nuestro Señor, y sus oscuras y secretas normas, su único mandamiento.

Cuando los ocho hermanos se encontraron sentados alrededor de Lienart, éste se dirigió a ellos:

—Un gran peligro nos acecha —proclamó el cardenal—. Alguien ha abierto las puertas del infierno sacando de él un libro maldito que podría destruir los pilares sobre los que se asienta nuestra venerable iglesia.

Los ocho religiosos permanecían en absoluto silencio escuchando al gran maestre.

—Alguien ha sacado a la luz las palabras del apóstol traidor Judas Iscariote. Nadie debe leer sus palabras, nadie debe conocer su mensaje, ningún creyente debe contaminarse con las palabras de ese traidor a Nuestro Señor Jesucristo. Una bala puede matar un cuerpo, dejarlo sin vida, pero una sola palabra escrita puede desgarrar el alma y matarla, dejándola aún con vida y sufriendo. Y esto es lo que les puede ocurrir a muchos creyentes si las palabras de ese Judas traidor salen a la luz.

Mahoney fue el primero en hablar.

—¿Qué deseáis que hagamos, gran maestre?

—Necesito que algunos de vosotros permanezcáis aquí en Venecia hasta nuevas órdenes. El resto partirá hacia diferentes destinos. Una vez que sepa los siguientes pasos que dará ese libro maldito, seréis vosotros, hermanos del Círculo Octogonus, quienes os convertiréis en la vanguardia de la fe en defensa del Sumo Pontífice de Roma y de nuestra sagrada iglesia —respondió Lienart ante la atenta mirada de los ocho miembros del Círculo, que permanecían en absoluto silencio—. Usted, hermano Mahoney, irá a Hong Kong para transmitir un mensaje que deberá entregar en persona. Ustedes, hermanos Cornelius y Pontius, deberán estar preparados para viajar a Egipto. Antes de que se marchen, el hermano Mahoney les dará los nombres de sus objetivos. Hermanos Lauretta y Reyes, necesito que no pierdan nunca de vista a una joven llamada Afdera Brooks. Quiero saber qué hace en cada momento, con quién habla, con quién come, qué libros lee. Absolutamente todo. Deben protegerla hasta que nos hagamos con ese maldito evangelio hereje. El padre Mahoney les entregará una carpeta a cada uno de ustedes con la fotografía de esa joven y los datos que precisan para llevar a cabo su misión. Memoricen todos los datos y cuando los hayan aprendido, destruyan todo el material entregado. Nada debe quedar escrito. Recuérdenlo bien. Si no acatan las órdenes, violarán las normas del Círculo y serán sancionados. ¿Me han entendido?

—Lo hemos entendido, gran maestre —respondieron los padres Cornelius y Lauretta. El tenso silencio fue roto nuevamente por la voz del cardenal Lienart.

—Hermanos Alvarado, Ferrell y Osmund, ustedes permanecerán en Venecia hasta nuevas órdenes. Ahora quiero que todos nos levantemos antes de cerrar este consejo y oremos ante la imagen de la Virgen para pedir que nos proteja y ayude en la ardua tarea que vamos a emprender.

Terminada la oración, los nueve hombres salieron del templo de Santa Maria della Salute y se perdieron por las estrechas y oscuras calles de Venecia con el mismo sigilo con el que habían llegado.

* * *

Alejandría

Para los ciudadanos de Alejandría, su ciudad era la más legendaria e histórica de todo Egipto. Incluso los coptos que habitaban en ella afirmaban que su linaje provenía directamente de san Marcos, el artífice del evangelio más antiguo del Nuevo Testamento. Perseguido por las tropas de Nerón en el 50 después de Cristo, Marcos se había afincado en esta ciudad, en donde murió asesinado dieciocho años después, durante la revuelta judía contra el Imperio romano.

La ciudad fue fundada por Alejandro Magno, y Ptolomeo, uno de los más brillantes generales de Alejandro, la elevó al rango de capital de Egipto. Su biblioteca y su faro se convirtieron en dos de las siete grandes maravillas del mundo; y en ella, Cleopatra conquistó el corazón de Julio César y de Marco Antonio. Hoy, seis millones de almas habitaban una franja costera de más de veinte kilómetros. El viaje desde Venecia a El Cairo había sido bastante corto. Desde la capital egipcia, Afdera debía conectar con otro vuelo a la mítica Alejandría.

En el aeropuerto de El Nohza la esperaba ya Liliana Ransom, a quien su abuela definía como la mejor ojeadora de objetos de todo Egipto.

—Tu abuela solía hacerme la pelota para ser ella siempre la primera en estudiar mi mercancía —dijo Liliana dándole un gran abrazo a Afdera antes de dirigirse a la salida de la terminal—. Eres digna nieta de tu abuela. Eres una mujer preciosa.

Para Afdera, aquella atractiva mujer, ya entrada en años pero con una enorme vitalidad, con la que viajaba en un destartalado Land Rover representaba el vínculo entre el evangelio de Judas y su abuela. Conocía los primeros eslabones, desde el excavador que había sacado a la luz el libro hasta el marchante de El Cairo que se lo había vendido.

Liliana Ransom era muy aficionada a la artesanía popular y a las piezas de arte que de vez en cuando caían en sus manos durante sus viajes exploratorios por el Alto y Medio Egipto. Estas incursiones constituían un viaje espiritual hacia el pasado de un país al que adoraba. A Liliana, fascinada por Egipto, le encantaba viajar bordeando el Nilo, viendo pasar la historia a través de la ventanilla del Land Rover. La palabra 'nilo' proviene del griego
nelios
o 'valle fluvial', y para sus habitantes, aquel río era la fuente de toda prosperidad. Sus más de mil quinientos kilómetros, cortando un duro y seco desierto, se convertían en un vergel al llegar a su delta, en el norte. El Nilo se convirtió en uno de los principales centros de aprovisionamiento de las legiones romanas acantonadas en lo que actualmente es Oriente Próximo.

Mientras Liliana la observaba desde el asiento trasero, el vehículo se detuvo en las puertas del Hotel Cecil Alexandria, en el 16 de Saad Zagloul Square.

—Te he reservado habitación en este hotel porque era el preferido de tu abuela cuando venía a visitarme. Lo inauguraron en 1929. A mí me resulta bastante decadente —dijo; luego, en un perfecto árabe sin acento, dio órdenes a su chófer para que llevase la maleta de Afdera hasta la recepción.

—Pues a mí me gusta mucho —confesó Afdera admirando la blanca fachada y las banderas descoloridas que adornaban la entrada del hotel.

—Descansa si quieres, y esta misma tarde, Hamid, mi chófer, vendrá a buscarte a las cinco para llevarte a mi casa. Vivo cerca de la biblioteca. Cenaremos frente al Mediterráneo y podremos hablar de tu abuela y sobre lo que te ha traído hasta aquí.

En la soledad de su habitación y con las ventanas abiertas al mar, la joven levantó el auricular y marcó el número de la Fundación Helsing. En cuanto le contestaron, se identificó y pidió que le pasaran con la restauradora.

Unos segundos después, Afdera escuchó su pausada voz.

—¿Afdera?

—Sí, soy yo, Sabine. Te llamo desde Alejandría. ¿Qué tal todo? Quería saber cómo iba la restauración del libro.

—Todo va bien, Afdera. El libro se está restaurando en un lugar secreto de Berna.

Other books

Last Night I Sang to the Monster by Benjamin Alire Sáenz
The Glass Highway by Loren D. Estleman
The Forbidden Trilogy by Kimberly Kinrade
Filaria by Brent Hayward
Howl at the Moon by Newton, LeTeisha
S&M III, Vol. II by Vera Roberts
The Master by Kresley Cole
I Kill in Peace by Hunter Shea
La cabeza de un hombre by Georges Simenon