El legado de la Espada Arcana (23 page)

Read El legado de la Espada Arcana Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Eliza y yo intercambiamos miradas.

—Ya lo sabía —dijo ella en voz baja, para que sólo yo pudiera oírla.

—Joram no podía dormir. Había salido a pasear, hasta donde están las ovejas, y acababa de regresar. Tu madre le esperaba levantada. Hablaron. Los dejé solos —añadió en respuesta a la mirada acusadora de la muchacha—. No me entrometí en su intimidad. A lo mejor, si hubiera estado allí... —Se encogió de hombros.

—No habría servido de nada —respondió Scylla con calma.

—Supongo que no. Estaba aquí en la sala de descanso cuando oí que Joram gritaba en voz alta la palabra «¡Simkin!». Regresé, sin salir de los Corredores mágicos, y me encontré con lo que parecía una versión diluida de Simkin que agitaba ese ridículo pañuelo naranja suyo y no paraba de decir que a Joram le iba a atacar una horda de saleros plateados o algo igualmente disparatado, si bien debo admitir que es una buena descripción de los D'karn-darah.

»—Adiviné lo que sucedía y envié un aviso a los míos. Joram se enfureció y abandonó la habitación. Me disponía a seguirlo, cuando los D'karn-darah asaltaron la casa. Entonces cometí una equivocación.

Mosiah nos miró con fijeza.

—Creí... Veréis, Joram había abandonado la habitación. ¿A qué otra parte podía ir, sino en busca de la Espada Arcana? La única arma que podía protegerlo a él y a Gwendolyn...

—¡Oh! —Eliza dio un grito ahogado, se cubrió la boca con la mano—. ¡Oh, no!

—No te culpes, Eliza —dijo Scylla con rapidez—. Tu padre no podía hacer nada. Lo habrían capturado a él y la Espada Arcana, y todo habría terminado; al menos ahora existe una esperanza.

Pero la joven no se sintió reconfortada.

Mosiah seguía hablando, reviviendo lo sucedido, como si intentara averiguar qué había salido mal.

—¡Sabía que había ido en busca de la Espada Arcana! Y cuando regresó casi de inmediato sin ella, ¿qué podía pensar yo?

—Pensaste que la mantenía deliberadamente oculta, negándose a usarla incluso en su propia defensa —repuso Scylla.

—¡Sí! —Mosiah estaba contrariado, furioso—. Me mostré a él. Me reconoció y no pareció excesivamente sorprendido de verme. No teníamos mucho tiempo. Oía cómo los D'karn-darah se acercaban, y le pedí que me entregara la espada. «¡Me la llevaré!», le prometí. «¡La mantendré a salvo!»

—¿Cómo podías hacerlo? —inquirió Scylla—. Aniquila la magia y habría destruido los Corredores.

—Habíamos diseñado una funda especial para ella —explicó Mosiah—. Una vez que la Espada Arcana se encontrara en la funda, podríamos transportarla fácilmente. Joram se negó, claro está. No quería darme la espada. Creí... creí que se mostraba obstinado, como de costumbre. No sabía que no podía darme la espada. Yo no sabía que él sabía o adivinaba quién la había cogido.

Levantó la cabeza y miró a Eliza.

—Si hubiera confiado en mí. Si me hubiera dicho la verdad... lo sé. Pero ¿por qué tendría que haberlo hecho? Era evidente que yo le había espiado.

«Después de eso, no hay mucho más que contar. Al cabo de unos instantes los D'karn-darah entraron en el dormitorio. Oímos a otros muchos por otras partes de la casa. Luego otro vino hacia nosotros arrastrando al Padre Saryon. Se encontraba bien —me tranquilizó el Ejecutor, y sonrió levemente—. Es un tipo duro, Reuven. Lo primero que dijo el buen clérigo en cuanto entró fue: «¡No se la des, Joram!».

»Los D'karn-darah exigieron la entrega de la espada. Joram se negó. Le dijeron que entregara la espada o vería sufrir a los que amaba. Habían cogido a Gwendolyn. ¿Qué iba a hacer Joram? No podía darles la espada aunque quisiera, porque no la tenía.

»—Llevadme con vosotros —dijo en un intento de negociar con ellos—. Dejad ir a mi esposa y al Padre Saryon. Llevadme con vosotros y os diré dónde está escondida la espada.

«Dudo que hubieran aceptado tal trato, puesto que tenían todas las bazas en sus manos, pero nunca lo sabremos. En ese momento un oso de juguete, que había estado sobre la cama, emprendió el vuelo y golpeó al que sujetaba a Gwendolyn.

—El bueno de Simkin —dijo Scylla sonriendo.

—Sí, el bueno de Simkin —repitió Mosiah en tono seco—. La D'karn-darah fue cogida por sorpresa, como bien podéis imaginar. El oso golpeó a la Tecnomante en la frente. No fue un golpe fuerte, pero hizo que se balanceara hacia atrás. En su sobresalto, soltó a Gwendolyn. El oso siguió aporreando a la mujer, atizándole en el rostro, golpeándole en la cabeza, y acabó por asirse a su nariz y boca. Daba la impresión de que intentaba asfixiarla. En ese momento Gwendolyn desapareció.

—¿Desapareció? —repitió Eliza, desconcertada—. ¿Qué quieres decir con... desapareció? ¿Huyó mi madre? ¿Qué le sucedió?

—No lo sé —respondió Mosiah, furioso consigo mismo, con su propia impotencia—. Si lo supiera, te lo diría. Se desvaneció. Gwen estaba ahí, y de repente ya no estaba. En un principio pensé que tal vez alguno de los míos la había introducido en los Corredores, pero una investigación posterior reveló que ignoraban lo que le había sucedido.

»Pero Joram pensó lo peor. Supuso que los D'karn-darah se la habían llevado. Se puso como loco, se arrojó contra ellos, y los cogió desprevenidos. No habían previsto el ataque de un muñeco, ni que uno de sus rehenes desapareciera. El ataque de Joram derribó a dos. Yo me ocupé del cuarto.

»Encontraréis una zona chamuscada en el suelo del dormitorio —sonrió sombrío el Ejecutor—. Pero ya habían llegado más enemigos. Redujeron a Joram... y se lo llevaron.

—Lo redujeron —dijo Eliza, observando que Mosiah había vuelto a desviar la mirada—. ¿Cómo? Dímelo. ¿Qué le hicieron?

—Díselo —instó Scylla—. Debe conocer la naturaleza del enemigo contra el que luchamos.

—Muy bien —repuso él encogiéndose de hombros—. Golpearon a Joram en la cabeza. Luego le clavaron las agujas. Tal vez hayáis leído algo sobre la acupuntura. Se clavan agujas en unas partes específicas del cuerpo para producir anestesia local. Los D'karn-darah han desarrollado lo contrario. Cada aguja está cargada de electromagia. El estímulo que provoca en el cuerpo es muy doloroso y debilitante. El dolor es sólo temporal, desde luego, y desaparece cuando se retiran las agujas. Pero hasta ese momento, la persona queda reducida a un estado de impotente agonía. Cuando Joram fue dominado, se lo llevaron. El Padre Saryon exigió que le permitieran acompañarlo, y claro está, ellos se sintieron encantados de disponer de otro rehén.

—Y tú te diste prisa en huir —dijo Scylla.

—No podía hacer nada —replicó él con frialdad—. Me arriesgaba a ser capturado y no tienen ningún motivo para mantenerme con vida. Pensé que podría ser más útil si sobrevivía para luchar contra ellos que si perdía la vida inútilmente.

Eliza había palidecido durante la descripción del tormento de su padre, pero se mantuvo firme.

—¿Qué le sucedió a mi madre? —preguntó, y su voz tembló levemente. Se esforzaba por mantener el autocontrol.

—No lo sé —confesó Mosiah—. Si tuviera que adivinar, diría que los D'karn-darah la capturaron. Pero, en ese caso... —Pareció quedarse pensativo, luego hizo un gesto de impotencia—. No lo sé.

—¿Lo sabes tú? —Eliza se volvió hacia la mujer.

—¿Yo? ¿Cómo podría saberlo? —inquirió ésta, asombrada de que pudiera preguntárselo—. No estaba aquí. Aunque desearía haber estado. —Su expresión era bastante lúgubre.

—Bien, ¿y ahora qué hacemos? —Eliza aparecía muy tranquila, demasiado tranquila. Tenía las manos unidas y cerradas con fuerza, con los dedos entrelazados firmemente, y los nudillos blancos.

—Esperaremos —dijo Mosiah.

—¡Esperar! Esperar ¿qué?

—A que se pongan en contacto con nosotros.

—Para que nos digan adónde debemos llevar la Espada Arcana —añadió Scylla—. Para hacer el intercambio. La Espada Arcana a cambio de la vida de tu padre.

—Se la daré —respondió Eliza.

—No —replicó Mosiah—. No lo harás.

16

—Ahora es cuando el juego empieza en serio.

Simkin
, La Profecía

—Se la entregaré —insistió Eliza—. No podrás impedirlo. Para empezar, jamás debiera haber cogido la Espada Arcana. No me importa lo que puedan hacer con ella.

—Sí importa —repuso Mosiah—. La utilizarán para esclavizar al mundo.

—Lo único que me importa es la vida de mi padre —dijo Eliza con obstinación.

Se tambaleó. Estaba agotada, las energías exhaustas casi, pero no había ningún lugar donde sentarse; todo el mobiliario de la habitación estaba hecho añicos. Scylla rodeó a la joven con el brazo, dándole un reconfortante apretón.

—Sé que ahora parece muy sombrío todo, Eliza, pero las cosas no están tan mal como parece. Nos sentiremos mejor con una taza de té. Reuven, busca algo donde podamos sentarnos.

No habló para darme estas instrucciones, sino que utilizó el lenguaje mímico. Sonriente, arqueó la perforada ceja como diciendo:
¡Ves cómo te conozco!

Desde luego. Todo eso debía constar en mi «ficha». En cuanto me recuperé de mi asombro, salí de la estancia en busca de muebles. Y me sentí mejor, teniendo una tarea que realizar. Tuve que dirigirme a partes lejanas y sin utilizar del edificio para encontrar algunos muebles intactos. Seguramente los D'karn-darah no podían pensar que encontrarían la Espada Arcana oculta en una silla de madera de respaldo recto, pero eso era lo que parecía. La destrucción carecía de sentido, había sido un acto cruel y daba la impresión de que había sido el resultado de la rabia y la contrariedad al no encontrar lo que buscaban, más que una acción encaminada a localizarla.

«Si esto es lo que le hacen a los objetos, ¿qué pueden hacer a la gente?», me pregunté, y la idea me produjo escalofríos.

No encontré sillas, pero sí varios taburetes bajos de madera en una de las habitaciones del nivel inferior que debía de haber sido utilizada como aula para niños. No sé cómo a los Tecnomantes se les pasó por alto esta habitación, a no ser que, por formar un curioso ángulo en un pasillo, estuviera sumida en una total oscuridad.

A pesar del cansancio, al levantar un taburete advertí que estaba hecho de un único pedazo de madera. Fabricado con magia, ensamblado con magia, que prohibía el uso de clavos o colas. La madera no había sido cortada, sino moldeada con cariño y persuadida para que adoptara la forma que su creador deseaba.

Pasé la mano sobre la suave madera y de repente, de un modo inexplicable, mis ojos se llenaron de lágrimas. Lloré por la pérdida, por todas las pérdidas... la pérdida de mi señor, la pérdida de Joram y Gwendolyn, la pérdida de la forma de vida serena y tranquila que había llevado hasta ahora su hija, la pérdida de Thimhallan, la pérdida de tan sencilla belleza como la que sostenía entre mis manos, la pérdida de esa otra vida mía, la vida de la que había tenido tan seductores atisbos.

Me sorprendí a mí mismo, pues no soy persona dada a llantos ni sollozos, y no creo haber llorado desde que era un niño. Me sentía medio avergonzado de mí mismo, cuando por fin me obligué a salir de allí, pero el estallido emocional me había sentado bien, había actuado como válvula de escape, y ahora me sentía más tranquilo y curiosamente descansado, más capaz de ocuparme de lo que pudiera acontecer.

Cogí cuatro taburetes, colgándolos de mis brazos por los barrotes, y regresé a la zona principal de alojamiento.

Descubrí que no había sido el único en hacer algo. Los humeantes muebles habían sido transportados al exterior, por Mosiah o por su magia, y el humo empezaba a disiparse en la habitación, dispersado por una fresca brisa matutina. En la chimenea ardía un buen fuego, y había agua calentándose en una tetera que, aunque abollada, había sobrevivido a la destrucción. Scylla recogía e introducía hojas de té sueltas en una tetera resquebrajada, y Eliza clasificaba la loza rota, en busca de alguna taza intacta. Cuando entré, levantó los ojos para mirarme con una débil sonrisa. También ella se sentía mejor al tener algo que hacer.

Al levantar la mitad de una enorme bandeja rota, encontró a Teddy debajo.

El oso tenía un aspecto lamentable. Le habían arrancado un brazo y le faltaba uno de sus ojillos redondos; la pata derecha colgaba de un hilo y el relleno se escapaba por las costuras desgarradas. El pañuelo naranja estaba manchado y chamuscado.

—¡Pobre Teddy! —dijo Eliza, y tomando al maltratado muñeco entre sus brazos, empezó a sollozar.

Hasta ahora se había portado con mucho aplomo. Ésa era su válvula de escape.

Mosiah, con una sonrisa irónica, pareció a punto de decir algo, pero Scylla se lo impidió con una mirada y un movimiento de cabeza. Mosiah no aceptaba órdenes de la mujer, desde luego y no le habría hecho el menor caso, de no ser porque también él comprendió que aquél no era el momento adecuado.

Deseaba consolar a la joven, pero me sentía en una posición difícil. No hacía más que un día y una noche que la conocía... un día y una noche traumáticos, desde luego, pero no era eso lo que importaba. Su pesar era suyo, y sólo suyo, y no había nada que yo pudiera hacer o decir para mitigarlo.

Puse los taburetes cerca del fuego. Mosiah fue a mirar por la ventana, dejando un rastro sinuoso sobre las cenizas del suelo con sus negros ropajes. Scylla vertió el agua de la tetera en el recipiente de cerámica. Para entonces Eliza se había secado las lágrimas.

—Volveré a coserlo —dijo, usando el dobladillo de la falda para secarse los ojos.

—No te preocupes —dijo una voz débil—. Estoy muerto. Acabado. Difunto. La arena de mi reloj se agota. Estoy aviado. Mi relleno acabará mordisqueado por los ratones. ¿Qué ha sucedido? ¿Vencimos? ¿Está a salvo tu querido padre, criatura? Eso es todo lo que importa. Si así ha sido, mi vida no se ha desperdiciado. Respóndeme, antes de que vaya a reunirme con mi Hacedor...

—Seguro que te devolvería aquí —repuso Mosiah tajante. Se retiró de la ventana y se acercó para contemplar a Teddy con expresión hosca—. No te inquietes por este idiota, Eliza. Simkin es inmortal. Y muy mal actor.

—De modo que éste es Simkin —dijo Scylla, uniéndose a ellos. Se puso junto a él, con los brazos en jarras—. ¿Sabes?, eras mi personaje favorito en los libros de Reuven.

—Perdonad, señora —repuso él muy envarado—, pero no creo que hayamos sido presentados.

—Soy Scylla —respondió la mujer, y me entregó una taza de té.

Tal vez fuera mi fatigada imaginación, pero al escuchar aquel nombre, el negro ojillo de Teddy centelleó bajo la luz del fuego y se clavó en Scylla.

Other books

Demon Forged by Meljean Brook
Finding Emilie by Laurel Corona
Worth Saving by G.L. Snodgrass
Love Finds a Way by Wanda E. Brunstetter