Mosiah la miró, y aunque yo estaba ocupado con Eliza, vi que en sus ojos se encendía un destello de interés.
—Tal vez —fue todo lo que dijo, evasivo—. ¿A qué te refieres?
—Fueron a por Reuven —respondió ella—. ¿Sabías que esas enredaderas pudieran ser tan agresivas? Y esas plantas habían crecido altas y gruesas. ¿No es eso extraño?
—Los
Finhanish
ya no están aquí para mantenerlas menos espesas. Los
Sif-Hanar
ya no están aquí para controlar el clima. Desde luego, al dejarlas sin control, las enredaderas Kij tenían que desarrollarse por su cuenta.
—Plantas que viven de la magia —reflexionó Scylla—. Creadas mágicamente. Se podría pensar que cuando la magia de este mundo se agotó, las plantas perderían su fuente de alimentación y morirían, en lugar de crecer más abundantes.
—¿Que viven de la magia? —Eliza interrumpió nuestra lección para preguntar—. ¿Qué quieres decir? Nosotros criamos zanahorias y cereales y no hay nada mágico en ellos.
—Pero sí lo hay en la enredadera Kij —respondió Mosiah—. Fue creada al final de las Guerras de Hierro, cuando algunos de los
D'karn-duuk
, los Señores de la Guerra y Estrategas de las Batallas, comprobaron que el combate acabaría con ellos en el bando perdedor. Ya habían usado la magia para convertir a humanos en gigantes, o deformar humanos en una combinación de bestia y hombre, que dio origen a los centauros, de modo que los Señores de la Guerra pervirtieron a continuación la vida vegetal, desarrollando la enredadera Kij y otras clases de vegetación mortífera, que usaron para tender emboscadas a los incautos.
«Cuando finalizaron las Guerras, las filas de los
D'karn-duuk
quedaron muy reducidas. Ya no pudieron seguir controlando sus creaciones, y los gigantes, los centauros y las plantas Kij fueron abandonados, para que sobrevivieran como les fuera posible.
—He oído historias sobre los centauros —intervino Eliza—. Capturaron a mi padre en una ocasión y estuvieron a punto de matarlo. Me contó que eran crueles y les encantaba hacer daño, pero que esto provenía de su propia cólera y sufrimiento.
—Yo tengo que esforzarme mucho para sentir simpatía por los centauros —repuso Mosiah con sequedad—, pero supongo que es cierto. O debería decir que
era
cierto, pues sin duda murieron al morir la magia.
—Como las enredaderas Kij —dijo Scylla, enarcando la perforada ceja—. Y ciertos osos que conozco. —Echó una ojeada en dirección a Teddy, que le dedicó una sonrisa afectada y un guiño.
»He aquí una idea —prosiguió—. ¿No sería posible que la Espada Arcana no destruyera el Pozo de la Vida, como todo el mundo piensa? ¿No sería posible que sólo lo ocultara?
—Imposible. La magia fue soltada por todo el universo —afirmó Mosiah.
—La magia de Thimhallan fue soltada, y tal vez un chorro de magia procedente del Pozo, luego éste quedó sellado. Y desde entonces, la magia se ha ido acumulando bajo la superficie...
—¡Vaya, hay que ver! —exclamó Simkin de repente—. No pienso quedarme para ser insultado.
Dicho esto y con un centelleo del pañuelo naranja, Teddy desapareció.
—¿A qué viene eso? —inquirió Eliza, perpleja—. ¿Adónde ha ido?
—Eso quisiera saber yo. —Mosiah dirigió una mirada de soslayo a Scylla—. Hay muchas cosas que quisiera saber.
Lo mismo me ocurría a mí. Si la teoría de Scylla era correcta y la magia había ido creciendo bajo Thimhallan durante todos estos años... ¿Qué sucedería? Un efecto era de lo más evidente. La magia —fuerte y poderosa— estaría disponible para cualquiera que pudiera usarla.
Pero sin duda, razoné en silencio, si eso fuera cierto, entonces los
Duuk-tsarith
haría mucho tiempo que lo habrían descubierto.
Tal vez aquello era lo que había ocurrido, me respondí a mí mismo. Tal vez era ése el motivo de que estuvieran tan desesperados por conseguir la Espada Arcana. Pues ésta no sólo era capaz de destruir la Vida que podía estar acumulándose bajo el Pozo, sino que si a la nueva Espada Arcana se le concedía esta Vida tan poderosa, su propio poder podría verse incrementado.
Di vueltas y más vueltas al asunto en mi mente y no conseguí hallar una respuesta satisfactoria; no me dio la impresión de que pudiera existir una respuesta. Dentro de cuarenta y ocho horas, huiríamos de este lugar, posiblemente para no regresar jamás.
Mosiah no volvió a hablar. Scylla parecía ensimismada. Mientras los dos recaían en un incómodo silencio, yo reanudé mi lección con Eliza.
Me alegré de la marcha de Teddy, hasta que recordé la advertencia de mi señor... de que siempre era mejor saber dónde estaba Simkin que perderlo de vista.
—Hacen falta nervios de acero para entrar en Zith-el de este modo.
Aventuras de la Espada Arcana
Llegamos a Zith-el poco después del anochecer. El resplandor crepuscular —resplandeciente bajo plomizas nubes de tormenta— teñía el cielo de un llamativo color rojo que daba a las montañas nevadas de la cordillera Ekard la apariencia de estar cubiertas de sangre. Era un mal augurio y mis compañeros no lo pasaron por alto.
—De todas las ciudades de Thimhallan, Zith-el fue la que sufrió mayores daños cuando el Pozo de la Vida quedó destruido —nos informó Mosiah—. Los edificios de la ciudad poseían innumerables pisos que se alzaban hacia el cielo. Sus habitantes también excavaron profundos túneles en el suelo en busca de espacio para vivir. Cuando la magia se retiró y los terribles terremotos sacudieron la tierra, los edificios se derrumbaron, los túneles se hundieron y murieron miles de personas aplastadas, atrapadas en los cascotes o enterradas vivas.
El vehículo aéreo aminoró la marcha. El Muro Exterior de Zith-el, que había protegido la ciudad de las invasiones, había sido una pared mágica, completamente invisible, muy parecido a lo que en la Tierra se conoce como un campo de fuerza. Ese muro debería haber quedado destruido.
Es posible que así fuera, o tal vez no.
No había forma de que lo supiéramos, y después de las enredaderas Kij ya no podíamos dar por sentado que la magia en Thimhallan se hubiera agotado tanto como creíamos. Recordé lo que los Tecnomantes habían dicho sobre «bolsas residuales de magia».
Todo lo que podía verse dentro de la ciudad era el espeso bosque que había formado parte del maravilloso zoo, por el que la ciudad era famosa. Curiosamente, si el muro había desaparecido, ¿por qué el bosque no había invadido los prados?
—¿Hubo muchos supervivientes en Zith-el? —preguntó Eliza, con voz tensa. Mosiah no había hablado de censura, pero la hija del hombre que había provocado la destrucción de Thimhallan debía mostrarse a la defensiva.
—Sí —respondió él—, y fueron los más desgraciados de todos. Cuando la magia se debilitó, las criaturas del zoo quedaron libres y se vengaron de quienes las habían mantenido prisioneras.
La muchacha contempló la ciudad que en el pasado había rebosado de vida, y cuyas murallas ahora sólo rodeaban muerte. Conocía la historia de su padre, lo que había hecho y por qué lo había hecho. Joram era honrado, demasiado honrado, y no creo que hubiera tenido piedad consigo mismo en su relato. Con toda probabilidad se habría juzgado con más dureza que sus propios detractores.
Sin embargo, aislada, a salvo en el interior de El Manantial, Eliza no se había enfrentado cara a cara con lo que su padre había hecho a este mundo y a sus gentes. El Padre Saryon y yo habíamos alterado la tranquilidad de la joven al traerle imágenes de un mundo diferente; los Tecnomantes habían hecho añicos su vida llena de felicidad, su inocente gozo, rodeada de su familia y en su hogar; pero las palabras de Mosiah y las paredes desmoronadas de Zith-el resquebrajaron su fe en su padre, y aquél fue el peor y más doloroso de todos los golpes.
El vehículo había perdido velocidad, y Scylla lo hizo descender entre las altas matas de hierba que rodeaban la ciudad. Las sombras proyectadas por las montañas habían llevado el anochecer al llano, aunque el cielo seguía iluminado tras ellas. La mujer mantuvo las luces apagadas.
Ella y Mosiah discutieron sobre cómo debíamos actuar a continuación, discrepando sobre si era mejor permanecer en el vehículo o dejarlo fuera de la ciudad y entrar a pie en Zith-el.
—Los Tecnomantes saben que estamos aquí —dijo Mosiah—. Probablemente nos han estado siguiendo con sus equipos de sensores, desde que abandonamos El Manantial.
—Sí, pero no saben cuántos somos ni si llevamos con nosotros la Espada Arcana —arguyó Scylla.
—Estamos aquí, ¿no es así? —replicó Mosiah con contundencia—. ¿Para qué otra cosa habríamos venido?
Scylla admitió que su argumento era contundente, pero insistió en el sigilo en lugar de conducir justo hasta la entrada.
—Al menos, no deberíamos entregar la Espada Arcana hasta estar seguros de que los rehenes están a salvo.
Mosiah sacudió la cabeza.
Dejé que tomaran ellos la decisión. Cuatro personas frente a un ejército de Tecnomantes, ¿qué podía importar lo que hiciéramos? Saqué mi agenda electrónica, y empecé a buscar una información que había conseguido sobre Zith-el, con la intención de mostrársela a Eliza.
Cuando la encontré, hice ademán de enseñarla, pero me contuve.
Creyendo que nadie la miraba, envuelta en las sombras del crepúsculo, la joven se había inclinado hacia adelante y, con una mano, había retirado la manta que cubría la Espada Arcana. Era un objeto oscuro recortado en la oscuridad.
Su padre había forjado la primera Espada Arcana. El Padre Saryon le había dado Vida. La sangre de millares de personas la había consagrado. Ahora, aquí había una segunda espada; ¿se mancharía de sangre también su hoja?
Su rostro era tan franco, tan honesto, que las emociones discurrían por su superficie como ondas en unas aguas mansas. Adiviné lo que pensaba. Sus palabras, dichas en un susurro para sí misma, demostraron que no me equivocaba.
—¿Por qué volvió a forjarla? ¿Por qué tuvo que regresar al mundo? ¿Qué debo hacer con ella?
Con un suspiro, cubrió el arma y se recostó en el asiento, con expresión triste y preocupada.
Sin embargo, ¿qué elección tenía?
Ninguna que yo supiera. Incapaz de ofrecer ayuda, no me entrometí en el dolor privado de la muchacha, y me dediqué a releer las notas escritas por un aventurero anónimo que había recorrido Thimhallan, notas que el rey Garald se había llevado con él al exilio.
Zith-el es una ciudad compacta cuya mayor singularidad es la de estar rodeada por el zoológico más maravilloso de todo Thimhallan. Los visitantes que viajan desde otras ciudades para ver las maravillas del zoológico son los que proporcionan una gran parte de los ingresos de la ciudad.
Historia: Zith-el —un druida Finhanish de los clanes Vanjnan— nació alrededor de 352 YL. Le compró una esposa a otro miembro del clan, que había capturado a la mujer durante el ataque a Trandar. La mujer, llamada Tara, era una
Theldara
de gran talento. A pesar de unos inicios turbulentos, los dos acabaron queriéndose, y Zith-el abandonó sus vagabundeos y prometió establecerse en un lugar con su amada.
Él, su esposa y su familia remontaron el río Hira hasta que Tara ordenó hacer un alto. La mujer se apeó de su caballo y empezó a examinar a fondo el río, los árboles y el terreno, y si la leyenda es cierta, se sentó allí mismo en el suelo y dijo que aquello era su hogar.
La ciudad se construyó en aquel lugar.
Zith-el creía que el terreno era sagrado y... juró a Almin que jamás permitiría que la ciudad se extendiera más allá de sus límites originales.
Y ése era el motivo de que, a medida que su población crecía, Zith-el se viera obligada a crecer sólo hacia arriba y hacia abajo. Jamás podría crecer hacia fuera.
Levanté la mirada de mis notas. El vehículo aéreo se deslizaba por entre la alta maleza, que rozaba contra sus costados con un irritante siseo. Al principio, pudimos ver los árboles del zoo por encima del ondulante mar verde, pero pronto los perdimos de vista en la creciente oscuridad nocturna. La ciudad, que en el pasado debió relucir con innumerables luces, permanecía a oscuras.
Avanzando desde las estribaciones en dirección a la puerta especificada —la Puerta de la Carretera del Este—, llegamos a la Carretera del Este, un camino que habían usado los comerciantes que viajaban por vía terrestre. El polvo del suelo estaba tan apelmazado y lleno de baches que ni siquiera los resistentes pastos de los prados habían conseguido cubrirlo. Se extendía ante nuestros ojos, visible bajo el débil resplandor del crepúsculo que enrojecía el cielo.
Las estrellas empezaban a brillar. Las miré y me puse a pensar en si alguno de aquellos puntos de luz centelleante serían los cruceros de guerra de los hch'nyv, que se aproximaban a nosotros. Aquello me recordó que disponíamos de muy poco tiempo; nos quedaba esta noche, y el día y la noche siguientes antes de que se cerrara violentamente la ventana de seguridad.
La luna empezó a brillar, también, dando un toque plateado a las deshilachadas nubes de tormenta, que habían seguido manteniéndose lejos de nosotros. Tres cuartas partes llena, la luna brillaba con luz tenue ahora, pero se iluminaría a medida que la noche se oscurecía. Aquello me consoló, aunque, cuando lo pensé, no tuve ni idea de por qué lo hacía.
Scylla detuvo el vehículo. La Puerta de la Carretera del Este estaba empotrada en una pequeña sección del Muro Exterior en la parte occidental de la ciudad, por lo que Carretera del Este parecía un nombre inapropiado, pero en realidad la Carretera del Este se llamaba así por ser «la carretera que parte del este de El Manantial», ya que todas las direcciones en Thimhallan se habían determinado a partir de El Manantial, que era considerado el centro del mundo.
Regresé a mis notas.
Hay dos murallas que rodean la ciudad, el Muro Exterior y el Muro de la Ciudad. El Muro de la Ciudad recorre los límites marcados originalmente por Zith-el (el fundador de la ciudad) y señala el lugar donde la ciudad termina y empieza el zoológico. El Muro Exterior rodea el zoo. Al ser invisible, permite una maravillosa visión de todas las criaturas, a las que, no obstante, mantiene bien encerradas. Su (el del zoo) punto más próximo a la ciudad está a unas cuatro millas de la muralla de la ciudad.
Cuatro puertas en ambas murallas son las únicas entradas y salidas de que dispone el viajero que se desplaza por vía terrestre. Estas puertas funcionan en una única dirección cada una, y en cuanto se traspone una, ya no se puede volver atrás por ella, pues se cierra firmemente a la espalda del viajero. Las puertas que conducen al interior de la ciudad están situadas en los lados oriental y occidental de las murallas, en tanto que las que conducen fuera de la ciudad se encuentran en los lados septentrional y meridional. Se dice que todas las puertas que se abren en el Muro de la Ciudad se pueden desactivar con una palabra del Señor de Zith-el, para así poder mantener la ciudad a salvo de un ataque.