Pensó en sus responsabilidades: su familia y aquellos hombres que morirían porque no sabrían cómo ponerse bien; sí, aquellos otros alcohólicos. Sin duda había muchos de ellos en esa población. Telefonearía a algún clérigo. Le volvió la cordura y dio gracias a Dios. Después de escoger al azar una iglesia entró en la cabina y descolgó el teléfono.
Su llamada al clérigo lo llevó finalmente a cierto residente de la población, el cual, aunque había sido un hombre capaz y respetado, estaba entonces acercándose al punto más bajo de la desesperación alcohólica. La situación era la de siempre: el hogar en peligro, la esposa enferma, los hijos desorientados, las cuentas sin pagar y la reputación por los suelos. Tenía un deseo desesperado de dejar de beber, pero no encontraba la salida después de haber ensayado casi todas las vías de escape. Dolorosamente consciente de que había algo anormal en él, el hombre no podía darse cuenta cabalmente de lo que quería decir ser alcohólico
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Cuando nuestro amigo contó su experiencia, el que lo escuchaba estuvo de acuerdo en que toda la fuerza de voluntad de que pudiera hacer acopio no podría hacerle dejar de beber por mucho tiempo. Convino en que era absolutamente necesario tener una experiencia espiritual, pero que, sobre la base que se sugería, parecía demasiado alto el precio que había que pagar por ella. Habló de cómo vivía constantemente preocupado por aquellos que podían enterarse de su alcoholismo. Tenía, por supuesto, la muy conocida obsesión alcohólica de que pocos estaban enterados de su manera de beber. ¿Por qué, sostenía, había de perder lo que quedaba de su negocio, solamente para acarrear aún más sufrimiento a su familia, al admitir estúpidamente su apuro ante personas con las que ganaba su subsistencia? Dijo que él haría cualquier cosa, menos eso.
Pero como se quedó intrigado, invitó a su casa a nuestro amigo. Algún tiempo después, y justamente cuando creía que estaba logrando un control en su consumo de licor, pescó una tremenda borrachera. Para él, ésta fue la que puso fin a todas sus borracheras. Se dio cuenta de que tendría que enfrentarse a todos sus problemas con toda sinceridad para que Dios pudiera concederle el dominio necesario.
Una mañana agarró al toro por los cuernos y empezó a decirles a todos aquellos a quienes temía cuál era el mal que padecía. Se sorprendió de lo bien que fue recibido y se enteró de que muchos sabían cómo bebía. Se subió a su coche e hizo un recorrido de las personas a quienes había perjudicado. Temblaba mientras iba del uno al otro, porque eso podría significar su ruina; especialmente tratándose de alguna persona dedicada a la misma actividad que él.
A media noche regresó a casa exhausto pero muy feliz. Desde entonces no ha bebido ni una copa. Como veremos, él significa mucho para la comunidad, y las mayores cuentas pendientes de treinta años de beber excesivamente han sido saldadas con creces.
Pero la vida no era fácil para los dos amigos. Se presentaban infinidad de dificultades. Ambos se dieron cuenta de que tenían que mantenerse activos espiritualmente. Un día llamaron a la directora de enfermeras de un hospital local; le explicaron la necesidad que tenían y le preguntaron si tenía algún candidato alcohólico de primera clase.
Ella contestó: «Sí, tenemos uno de primera. Es un individuo que acaba de golpear a dos enfermeras. Pierde la cabeza completamente cuando está bebiendo; pero es una magnífica persona cuando está sobrio, aunque ha estado aquí ocho veces en los últimos seis meses. Debo decirles que ha sido un abogado muy conocido en la ciudad, pero en estos momentos lo tenemos bien atado»
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Allí había un candidato, sin duda, pero por la descripción el caso no parecía muy prometedor. El empleo de principios espirituales en tales circunstancias no se comprendía tan bien como ahora. Pero uno de los dos amigos dijo: «Póngalo en un cuarto privado. Luego iremos a verlo».
Dos días después, un futuro miembro de Alcohólicos Anónimos miraba con ojos vidriosos a los extraños sujetos sentados cerca de su cama. «¿Quiénes son ustedes, y por qué estoy en este cuarto privado? Antes siempre había estado en una sala común con otros pacientes».
Uno de los visitantes le dijo: «Le estamos dando un tratamiento para el alcoholismo».
La cara del individuo demostraba a las claras una total falta de esperanza al replicar: «¡Ah! Pero de nada servirá. Nada hay que pueda componerme; soy un hombre perdido. Las últimas tres veces me emborraché saliendo de aquí para ir a mi casa. Tengo miedo de salir por esa puerta. No puedo comprenderlo».
Durante una hora los dos amigos estuvieron hablándole de sus experiencias. Y una y otra vez decía: «Ese soy yo, ese soy yo. Así bebo yo».
Se le explicó a aquel hombre que sufría una intoxicación aguda, cómo ésta deteriora el organismo de un alcohólico y cómo desvía su mente. Se habló mucho sobre el estado mental que precede a la primera copa.
«Sí, ese soy yo», repetía el enfermo, «es mi propia imagen. Ustedes entienden esto, pero no veo de qué puede servir. Cada uno de ustedes es alguien, yo también lo fui pero ahora soy un don nadie. Por lo que me dicen, sé mejor que nunca que no puedo dejar de beber». Al escuchar esto, los dos visitantes soltaron la carcajada. El futuro miembro de Alcohólicos Anónimos comentó: «¡Caramba! No veo que nada de esto sea motivo de risa».
Los dos amigos hablaron de su experiencia espiritual, y le contaron del plan de acción que llevaron a cabo.
Él los interrumpió: «Yo estaba muy a favor de la Iglesia, pero eso no lo arreglará. Esas mañanas de borracheras le oraba a Dios y le juraba que no volvería a beber ni una gota, pero a las nueve de la mañana ya estaba más borracho que una cuba».
Al siguiente día el candidato estaba más receptivo. Había estado considerándolo. «Tal vez tengan ustedes razón», les dijo, «Dios debe poder hacer cualquier cosa». Luego añadió: «Ciertamente no hizo mucho por mí cuando estuve tratando de combatir las borracheras solo».
Al tercer día, aquel abogado decidió entregarse al cuidado de Dios y manifestó que estaba dispuesto a hacer todo lo que fuese necesario. Su esposa fue a verlo, apenas atreviéndose a tener esperanzas aunque ya creyó ver en su esposo algo diferente. Había empezado a tener una experiencia espiritual.
Ese mediodía se vistió y salió del hospital convertido en un hombre libre. Tomó parte en una campaña política, pronunciando discursos, frecuentando centros de reunión de hombres de todas las clases, y con frecuencia, pasando en vela toda la noche. Perdió sólo por un escaso margen. Pero había encontrado a Dios y, al hacerlo, se había encontrado a sí mismo.
Eso sucedió en junio de 1935. Jamás volvió a beber. Él también ha llegado a ser un miembro respetado y útil de su comunidad. Ha ayudado a otros a recuperarse y es una persona respetada en su iglesia, de la cual estuvo apartado por mucho tiempo.
Así es que, como verás, había tres alcohólicos en esa población que sentían que tenían que dar a otros lo que habían encontrado o de lo contrario se hundirían. Después de varios fracasos para encontrar a otros, apareció un cuarto hombre. Había acudido por conducto de una amistad que había oído las buenas nuevas. Resultó ser un joven al que no le importaba nada y cuyos padres no podían darse cuenta de si quería dejar de beber o no. Eran personas muy devotas que estaban escandalizadas por la negativa de su hijo a tener nada que ver con la iglesia. Sufría horriblemente a consecuencia de sus borracheras, pero parecía que no se podía hacer nada por él. Sin embargo, consintió en ir al hospital en el que ocupó precisamente el cuarto que había desocupado recientemente el abogado.
Tuvo tres visitantes. Al poco rato de oírlos dijo: «La forma en que ustedes ponen la cosa espiritual tiene sentido. Estoy listo para entrar en tratos. Supongo que los viejos tenían razón, después de todo». Así se sumó uno más a la Comunidad.
Nuestro amigo, el del incidente en el hotel donde se hospedaba, permaneció en esa ciudad durante tres meses. Cuando regresó a su casa, había dejado allí al que había conocido primero, al abogado y al despreocupado joven. Estos hombres habían encontrado algo completamente nuevo en la vida. Aunque sabían que tenían que ayudar a otros alcohólicos para permanecer sobrios, este motivo se volvió secundario. Fue superado por la felicidad que encontraron en darse a otros. Compartían sus casas y sus escasos recursos, y gustosamente dedicaban sus horas libres a compañeros de fatigas. Estaban dispuestos, día y noche, a internar a uno nuevo en el hospital para ir a visitarlo luego. Crecieron en número. Tuvieron unos cuantos fracasos penosos, pero en esos casos se esforzaban por atraer a los familiares del individuo a una manera espiritual de vivir, aliviándose así sus preocupaciones y sufrimientos.
Año y medio más tarde, estos tres habían tenido éxito con siete más. Como se veían muy a menudo, era rara la noche que no hubiese una pequeña reunión en casa de algunos de aquellos hombres y mujeres, felices por su liberación y pensando constantemente en cómo poder dar su nuevo descubrimiento al recién llegado. Además de estas reuniones informales, se volvió costumbre apartar un día de la semana para una sesión a la que podía asistir cualquiera o todos aquellos interesados en una manera de vivir espiritual. Aparte de la compañía y la sociabilidad, el objeto primordial era el de proporcionar la ocasión y el lugar para que otros llevasen sus problemas.
Personas ajenas a la agrupación empezaron a enterarse. Un individuo y su esposa pusieron su casa, que era grande, a la disposición de este extrañamente variado conjunto. Esta pareja se ha interesado tanto desde entonces, que han dedicado su casa a esta labor. Más de una esposa aturdida ha visitado esa casa para encontrar compañía comprensiva y cariñosa entre mujeres que conocían su problema, para oír de boca de los maridos de éstas lo que les ocurría a ellos, para que se le indicara cómo su propio marido descarriado podía ser hospitalizado y abordado cuando tropezara la próxima vez.
Más de un hombre, todavía ofuscado por su experiencia en el hospital, ha traspuesto el umbral de esta casa para encontrar la libertad. Más de un alcohólico que ha entrado allí ha salido con una solución. Se ha rendido ante esa alegre turba que se reía de sus propios infortunios y comprendía los de él. Impresionado por aquellos que lo visitaron en el hospital, capituló completamente cuando escuchó después, en un cuarto de esta casa, la historia de algún individuo cuya experiencia tenía mucha concordancia con la suya. La expresión en la cara de las mujeres, ese algo indefinido en los ojos de los hombres, el ambiente estimulante y conmovedor del lugar, contribuyeron a hacerle saber que había tocado, por fin, puerto seguro.
El muy práctico enfoque de sus problemas, la ausencia de intolerancia de cualquier índole, la falta de ceremonia, la genuina democracia y la maravillosa comprensión de esa gente, eran irresistibles. Él y su esposa salían de allí alborozados por la idea de lo que ahora podrían hacer por algún amigo atacado de ese mal y por su familia. Sabían que tenían muchos nuevos amigos y les parecía como si estos extraños hubiesen sido sus conocidos de siempre. Habían visto milagros y ahora uno se iba a realizar en ellos. Habían percibido la Gran Realidad: Su Amado y Todopoderoso Creador.
Actualmente esa casa no tiene cabida suficiente para los que la visitan semanalmente, que suman de sesenta a ochenta por lo general. Los alcohólicos son atraídos desde cerca y desde lejos. Familias de las poblaciones circunvecinas viajan para estar presentes. En una de las poblaciones cercanas hay quince miembros de Alcohólicos Anónimos. Siendo ésta una ciudad bastante grande, creemos que algún día su comunidad ascenderá a centenares
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Pero la vida entre los Alcohólicos Anónimos entraña algo más que la asistencia a reuniones y visitas a los hospitales. Es necesario limar viejas rencillas; ayudar a arreglar desavenencias familiares; abogar por el hijo descarriado y desheredado ante padres coléricos; prestar socorro económico y conseguir trabajo a miembros en desgracia y llevar a cabo muchos otros cometidos cuando las circunstancias lo requieran. Nadie se ha desprestigiado ni se ha hundido demasiado como para no ser bienvenido entre nuestros miembros, si es que se acerca con buenas intenciones. Distinciones sociales, recelos y rivalidades son cosas que brillan por su ausencia en nuestros grupos. Habiendo naufragado en el mismo barco, habiendo sido rescatados y reunidos bajo un Dios, con corazones y mentes afines al bienestar de otros, las cosas que son tan importantes para otras personas, dejan de tener importancia para nosotros. ¿Cómo habrían de tenerla?
En condiciones que son sólo ligeramente distintas, lo mismo está sucediendo en muchas ciudades del este. En una de éstas hay un conocido hospital para el tratamiento del alcoholismo y la drogadicción. Hace seis años, uno de nuestro grupo estuvo internado allí. Muchos de nosotros hemos sentido por primera vez la Presencia y el Poder de Dios dentro de sus paredes. Tenemos una deuda de gratitud con el médico responsable de ese establecimiento, porque, aunque podría perjudicar su propio trabajo, nos ha dicho de su creencia en el nuestro.
Cada dos o tres días, este doctor nos indica a uno de sus pacientes para abordarlo. Como comprende nuestra labor, puede hacer esto con buen ojo para seleccionar a aquellos que están deseosos y pueden recuperarse sobre una base espiritual. Muchos de nosotros, antiguos pacientes, vamos allí a ayudar. En esa ciudad también hay reuniones informales como las que hemos descrito y en las que ahora pueden verse docenas de miembros. Se traban amistades con la misma facilidad, existe la misma servicialidad del uno hacia el otro que se encuentra entre nuestros amigos del oeste. Se viaja mucho del este al oeste y prevemos un gran incremento de este útil intercambio.
Tenemos la esperanza de que algún día todo alcohólico que viaje encuentre en su lugar de destino una comunidad de Alcohólicos Anónimos. Esto ya es verdad hasta cierto punto. Algunos de nosotros somos vendedores y viajamos, vamos de un lado a otro. Pequeños grupos de dos, tres o cinco de nosotros han surgido en varias comunidades a través de contactos con nuestros dos grandes centros. Aquellos de nosotros que viajamos acudimos a ellos cada vez que podemos. Esta costumbre nos permite echar una mano, a la vez que evitar ciertas seductoras atracciones del camino, sobre las que cualquier agente de ventas puede informarte
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