Tenía una novia que era muy buena persona pero que yo no supe valorar. Trabajábamos en la misma fábrica, y en varias ocasiones la dejé «plantada» esperándome para regresar juntos a la colonia donde vivíamos. Esos desplantes eran porque yo prefería ir al billar o a tomar las cervezas con mis compañeros de trabajo. Esa situación duró más de dos años. Finalmente ella decidió dejarme y romper ese compromiso de matrimonio que habíamos hecho debido a que mi forma de beber no cambiaba y, por el contrario, empeoraba.
Aunque hice un tibio intento de fortalecer mi cuerpo y mente practicando el fútbol, no funcionó debido a que era yo muy frágil físicamente, y demasiado débil mentalmente, para competir como todos los hombres lo hacen para alcanzar un lugar en la sociedad. Terminé bebiendo las cervezas en la orilla del campo de juego, gritando y exigiendo a mis compañeros de equipo que hicieran lo que yo no pude hacer. Así es que seguí acumulando decepciones y frustraciones y llenando mi estómago de cerveza y tequila para ahogarlas. Por aquel tiempo hice todo lo posible para alejarme de la familia y también de toda responsabilidad de mi parte hacia ellos. No sé cómo hicieron mis hermanos para sobrevivir. Yo no pude ayudarlos en su educación escolar ni tampoco con ningún tipo de ayuda económica.
En una ocasión tomé la decisión de alejarme de la ciudad y buscar mejores horizontes en otra parte. Junto con otro borracho, fuimos a parar a las playas de un complejo turístico en el océano Pacífico.
No estuvimos allí ni veinticuatro horas. Nos embriagamos y por la noche decidimos irnos a otra ciudad, más al norte, donde el turismo y el puerto ofrecían la posibilidad de un empleo. Estuvimos allí una semana pero los intentos de conseguir un trabajo eran nulos, pero había bebida y casi a diario estábamos borrachos. Decidimos regresar a la capital y lo hicimos totalmente derrotados. La fuga geográfica para solucionar mi problema con la bebida y cambiar mi vida había fracasado. El alcoholismo es una enfermedad que se lleva en la mente y no importa el lugar, allí me iba a acompañar. Cuando quise explicarle al dueño de la compañía (antes de irme aún trabajaba) mi ausencia de más de una semana, no quiso escuchar y me dijo que ya había sido despedido. Estoy resumiendo un período de aproximadamente cuatro años en los que hubo más borracheras y, por supuesto, varios problemas más. Lo único bueno que alcancé a rescatar de ese tiempo fue un consejo que me dio un compañero de trabajo para que tomara un curso de capacitación gratuito en el Seguro Social.
Después de haber sido despedido decidí tomarlo pero tuve que hacer un esfuerzo tremendo para quitar de mi mente la idea de beber, aunque también había un deseo interno de cambiar mi vida. No me emborraché en siete meses, aunque me tomaba unas cervezas, digamos de forma controlada.
Al terminar ese curso de capacitación trabajé en otra compañía. Allí también abandoné el trabajo porque, según yo, no valoraban mi capacidad de trabajador. Después conseguí trabajo en una fábrica de envases de vidrio. El resultado fue el mismo: después de seis meses, una mañana llegué borracho a trabajar y me despidieron. Después anduve vagando por algún tiempo. En una borrachera me agarré a golpes con mi padre queriendo sacar todo mi resentimiento guardado por muchos años contra él. El resultado fue que tuve que cambiar mi lugar de residencia. Mi antiguo compañero de trabajo, el que me había dado el consejo de que estudiara, me prestó un espacio donde vivir. Aunque conseguí un trabajo no recuerdo haberle pagado nada por el tiempo que viví en su casa.
Por aquel tiempo me sentía totalmente muerto en vida, incluso consideré el suicidio, pero como un cobarde, sólo lo pensé. No sentía ningún tipo de motivación para vivir y mi vida se había llenado de amargura, casi siempre estaba de mal humor por todo y contra todos, y este mal humor me duró muchos años. Había perdido la capacidad de sonreír. Era un tipo totalmente confundido, sin brújula. Me había convertido en un individuo solitario e introvertido. Varias veces me embriagué sólo, y aquello fue tremendamente horrible.
En diferentes momentos, algunas amistades trataron de ayudarme. Uno de ellos me invitó a que asistiera al culto de su iglesia. No me agradó la idea ya que, desde muy joven y por varios años, rechacé cualquier idea de someterme a alguna religión. Otra señora también me invitó a que asistiera a las reuniones juveniles de su congregación. Está de más decir que no asistí. Otra señora, vecina del lugar, me aconsejó que me casara y tal vez así cambiaría mi vida. No lo intenté debido a mi característica machista de ver a la mujer, no como compañera sino como alguien desechable. Un alcohólico es una persona que no se ama a sí misma y tampoco sabe dar amor a los demás. Para esta época apenas tenía veintiún años de vida.
Por ese tiempo que viví con mi antiguo compañero de trabajo, algo increíble sucedió. Escuchábamos la radio por la noche. Por aquellos años transmitían un programa de discusión muy bueno en el que se consideraban diferentes temas, algunos controvertidos. En uno de esos programas, dividido en dos partes, invitaron a los Alcohólicos Anónimos a pasar la información al público. Escuché muy atentamente dos lunes consecutivos la información que dieron los A.A. Mi amigo, que conocía mi forma de beber, ya que en ocasiones bebíamos juntos, me sugirió que fuera a buscar ayuda en un grupo. Mi rechazo mental fue inmediato, pero algo, muy en lo interno, me decía que estos A.A. tenían algo que yo necesitaba. Le dije a mi amigo que sería bueno probar, aunque no lo hice inmediatamente. La semilla de Alcohólicos Anónimos y su programa de recuperación había sido sembrada, afortunadamente para mí, en terreno fértil.
Algunos meses después de recibir el mensaje, fui a vivir con uno de mis hermanos y seguí bebiendo tres años más. Cuando había dinero bebía, junto con borrachos ocasionales, en los cabarets baratos del centro de la ciudad. Allí, en la compañía de alguna mujer de muy dudosa reputación, me engañaba a mí mismo creyendo que era un gran amante. Por supuesto que mi madre y hermanos tenían necesidad de ayuda económica de mi parte, pero yo no podía ver eso y tiraba mi dinero en esos burdeles. ¡Cuánta ceguera la de un alcohólico!
Mi última borrachera fue el detonante para llegar a Alcohólicos Anónimos. En aquella ocasión un compañero de trabajo se casó y fuimos a la fiesta. Había bastante bebida y empecé a tomar de forma compulsiva. Sólo recuerdo los primeros tragos, el resto de la fiesta me la tuvieron que contar mis compañeros de trabajo. Totalmente embriagado, me atreví a acompañar a mis amigos a otra fiesta. Debido a mi embriaguez quisieron llevarme a casa pero yo les dije que no y me dejaron en el camino. Perdido de borracho me dirigí a quién sabe dónde. El resultado fue que amanecí tirado en el patio de una casa, muy lejos de donde yo vivía. El frío de la mañana me despertó y empecé a caminar tratando de ubicarme. Era un domingo por la mañana y poco más tarde había salido el sol. A mí me parecía el día más negro de mi vida. La gente iba de camino a la iglesia, al mercado o a disfrutar su domingo en algún lugar. Y yo iba camino al infierno. Pedí a la gente algunas monedas para tomar el autobús para regresar a donde vivía. No olvido la forma piadosa en la que esos desconocidos veían mi derrotada figura.
Esta escena de quedar tirado por la embriaguez ya me había sucedido en otras ocasiones. Me asaltaron y golpearon en tres ocasiones por andar de borrachera, sin contar otras escenas también humillantes para la dignidad de un ser humano. Ese domingo llegué a mi cuarto y pensé muy profundamente qué iba ser de mi vida. Me sentía mal física y mentalmente. Descansando la cruda, oía y me imaginaba cosas que no eran reales. Esto me había sucedido anteriormente. Mi compañero de cuarto me invitó a comer. Me preguntó qué era lo que había pasado. No pude decir nada. Ese día bebí mi última cerveza. Al siguiente día tomé la decisión de probar seriamente Alcohólicos Anónimos. Aunque algunos meses antes había hecho dos tibios intentos por asistir a un grupo, no tuve el valor de entrar. Pero esa noche me dirigí a un grupo que yo sabía que existía en el vecindario. Caminando por la avenida tropecé con otro grupo nuevo que recién se había abierto y allí me quedé afuera, pensando. Cruzar la puerta del grupo fue lo más difícil. Lo pensé una y mil veces. Intenté regresar a mi cuarto y volver al siguiente día. Caminé y me detuve en la esquina. Me dije a mí mismo: «¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Vas a continuar con la borrachera y llevando una vida miserable, como algunos miembros de tu familia lo han hecho?» El Poder Superior puso en mi mente la respuesta. Caminé de regreso y entré al local del grupo.
Era un lunes de 1980, minutos antes de las ocho de la noche. Las personas allí presentes me indicaron que me sentara, que la reunión iba a empezar en unos minutos. Lo hice y escuché por vez primera a mis nuevos amigos. Y me sumergí en este mundo mágico que es Alcohólicos Anónimos. No recuerdo qué dijeron, pero lo que sí recuerdo es que hablaban con una sinceridad que no recuerdo haber escuchado antes en ningún ser humano. Seguí las sencillas sugerencias que aquellos alcohólicos sobrios gratuitamente me dieron y desde aquella fecha no he tomado el primer trago.
A pesar de la diferencia de edades (iba a cumplir veinticuatro años de edad y la mayoría de ellos pasaba de los treinta y cinco), encontré algo que hoy entiendo es un puente de comprensión, alguien en quien pudiera ver la progresiva degradación de mi vida.
Esas charlas eran algo que me mostraba que estos hombres sabían del dolor interno de un alcohólico. Me inicié en el período de recuperación del sano juicio porque, al final de cuentas, el beber hasta la embriaguez es una locura. Asistía casi diario a las reuniones de este grupo de hombres y mujeres que disfrutaban de la mutua compañía. Aprendí a reír, bromear y a convivir con ellos. Me enseñaron que la vida es también alegría y que tiene sentido y no tiene por qué ser un martirio. También me enseñaron el respeto a los demás seres humanos sin importar su condición económica, social o física. Mi grupo tenía reuniones de participación libre y también sesiones de estudio, así que aprendí desde el principio un poco sobre el programa de A.A. y su papel vital en la vida de un alcohólico.
Años después regresé a la escuela. Hice los tres años de educación secundaria en una escuela para trabajadores y logré alcanzar un promedio alto. Mi récord y estabilidad en mi trabajo mejoraron bastante. Tuve la oportunidad de reparar daños con mi padre. No pude hacerlo con mi madre porque, debido a su alcoholismo, un sábado de otoño de 1985 amaneció en estado de coma y falleció al siguiente día. La cirrosis se la había llevado a la edad de cuarenta y nueve años. M padre corrió la misma suerte, el alcoholismo se lo llevó en el otoño de 2001.
Ciertamente el alcoholismo es una enfermedad mortal. Traté de ingresar a ambos a Alcohólicos Anónimos pero sin éxito. A mi padre le gustó pero no quiso asistir a las reuniones. Mi madre murió sobria. Logró la sobriedad en un grupo de A.A. sólo su último mes de vida.
He tenido situaciones difíciles y crisis emocionales pero, con la ayuda de mi Poder Superior manifestado a través de mis compañeros de A.A., he logrado superarlas y seguir adelante. Mis compañeros me enseñaron desde el principio que siempre debo tener un grupo base y tengo que estar frecuentemente en contacto con los miembros de este grupo.
También he tenido grandes satisfacciones en la práctica, por mínima que sea, del programa de A.A. Una de las más grandes ha sido el reajuste de las relaciones interpersonales. He logrado borrar las distancias que había puesto entre mis hermanos y yo. Me reúno con ellos y sus familias para compartir durante los días de fin de año. Comemos, platicamos, reímos, bailamos, «levantamos nuestro fondo» y, sin dolor, nos damos cuenta de que sólo fuimos víctimas de una terrible enfermedad que azota a los seres humanos que ingieren algún tipo de bebida embriagante.
Aún asisto a dos reuniones por semana, como mínimo, en mi grupo base. Cuando tengo la oportunidad y se me solicita, acepto algún servicio en mi grupo. He aprendido que Alcohólicos Anónimos es sólo eso, amor y servicio para los seres humanos que me dieron eso mismo en mis días de borrachera. De esta forma estoy devolviendo un poco de lo mucho que se me ha dado. El programa de Alcohólicos Anónimos funciona sólo si yo lo hago funcionar.
Mi corta trayectoria alcohólica puede que no sea un libreto para una película. Mis años de actividad alcohólica son apenas el inicio para otros. Lo que sí pude experimentar es que el deterioro físico, mental y espiritual de un alcohólico puede ser más rápido y difícil de soportar para muchos. Las tempranas manifestaciones de la enfermedad me convirtieron, al final de mi carrera, en un tipo incapaz, antisocial y solitario.
Los pocos o muchos años de alcoholismo de una persona no lo hacen más o menos apto para recibir el mensaje de A.A. La recepción y adaptación de este programa dependen de un deseo interno de parte de un alcohólico de aferrarse a la vida y de un esfuerzo sincero para ser feliz y útil.
Siempre prefería vivir en un mundo de fantasía. La bebida parecía facilitarle la entrada a ese ameno aunque inventado reino imaginario que al fin se convirtió en un caos y una catástrofe.
E
SCRIBIR esta historia me parece uno de los proyectos más difíciles de mi vida, quizás porque tiene que ser totalmente sincera. La sinceridad y la honestidad no han formado parte de mi vocabulario hasta que entré en Alcohólicos Anónimos y dejé de beber. No recuerdo haberme sentido nunca mejor que desde el último día que tomé la última copa, hoy por lo menos y de momento, desde que me levanté esta mañana, y lo único que espero es que sea así el resto de mis días. Mi gratitud es infinita a A.A. y a todas las personas que he conocido dentro de los diversos grupos, que me han ayudado a apreciar mi vida tal como es, y a poder enfrentarme a los problemas de manera directa y sin miedo. Dentro de A.A. he descubierto que usaba el alcohol para evitar enfrentarme a la realidad de la vida. Sin alcohol me siento como un ser humano, he adquirido el valor necesario para poder mirar de frente a todo lo que se presente, sea triste, desagradable, fantástico, o sea como sea.
Nací en el seno de una familia con una serie de problemas y dificultades que posiblemente no sean muy distintas de las de muchas otras personas. Sé que eso no justifica mi comportamiento ni mi adicción al alcohol. Sé también que muchas personas han tenido una infancia y unas experiencias peores a las mías y no se han refugiado en el alcohol ni se han comportado como yo lo he hecho en demasiadas ocasiones. Ahora sé que nací con la propensión hacia el alcohol y que, más tarde o más temprano, lo habría adoptado como quien recibe a un amigo, aunque en realidad fuera mi enemigo.