Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Uno de los casos más intensos y conmovedores que he tenido en la tercera temporada de
El encantador de perros
fue el de Banjo, de Omaha, Nebraska. Beverly y Bruce Lachney, dos de las personas más generosas que conozco en este país, acogen temporalmente perros abandonados hasta que se les encuentra una familia que los adopte. Cuando Beverly trabajaba en la Nebraska Humane Society, se tropezó con la jaula de un coonhound negro y fuego en cuyo expediente se decía que iba a ser sacrificado porque «tenía demasiado miedo de la gente» y no se podía adaptar a ninguna casa. Beverly se enamoró al instante de los ojos tristones de Banjo y sus enormes y suaves orejotas, de modo que se decidió a estudiar su historia. Resultó que Banjo había pasado toda su vida como perro de laboratorio en unas instalaciones de investigación donde se le había sometido a experimentos con medicamentos. Había permanecido en una jaula estéril de metal junto a otros animales a su vez en jaulas similares a la suya, sin contacto ni calor de otro ser vivo. La única interacción que había tenido con los humanos era cada vez que una persona de bata blanca se acercaba con una jeringuilla a sacarle sangre. Los trabajadores del laboratorio tenían instrucciones precisas para no interactuar ni desarrollar ninguna conexión emocional con los animales que utilizaban para sus experimentos, de modo que Banjo no había conocido el cariño, el respeto o el reconocimiento de su dignidad básica como ser vivo. No era de extrañar que no confiase en la gente.
Beverly adoptó a Banjo y se lo llevó a su casa, convencida de que todo lo que necesitaría sería tiempo, consuelo y amor incondicional, y que el animal llegaría a confiar en ella. Pero habían pasado cuatro años y Banjo seguía teniendo miedo a todo el mundo, incluso a ella. Parecía pasarlo bien jugando con los demás perros de acogida del jardín de los Lachney, pero no quería saber nada de las personas. Agotada ya, Beverly lo llevó al veterinario para asegurarse de que el animal no tenía ningún problema neuronal o físico que pudiera causarle aquel miedo extremo; allí le dijeron que Banjo estaba bien, pero su experiencia en el laboratorio había cortado su crecimiento emocional. El veterinario le sugirió que lo mejor que podía hacer por Banjo era sacarle de su miseria y dormirlo para siempre, pero para Beverly la palabra
rendición
no figura en el diccionario, sobre todo cuando se refiere a uno de sus animales. Así que decidió llamarme.
Muchos de los casos con los que trabajo tienen que ver con perros que quieren y confían en sus dueños, pero que no los respetan, como en el caso de Gracie y Marley. Sin embargo en el caso de Banjo ni siquiera había una base de confianza en la que trabajar. Parte del problema era que Beverly había intentado mimar y consolar a Banjo, lo cual había alimentado su inestabilidad. Podía darle afecto, por supuesto, pero antes tenía que ayudarle a salir de su estado por sus propias patas.
Cuando llegué a Omaha, pasé varias horas trabajando con Banjo, dejándole tiempo para que me fuese conociendo y desarrollando el inicio de lo que podía ser para él confiar en un ser humano. Con un animal temeroso hay que emplear infinitas dosis de paciencia. Hay que dejar que el animal utilice su propia iniciativa para acercarse a ti y conocerte; de ningún modo podemos imponerle nuestra presencia.
El siguiente paso consistía en enseñar a los Lachney cómo sacar a pasear a Banjo con la manada. Puesto que ya tenía cierto nivel de confianza con los demás perros, si los dueños se establecían como líderes de todo el grupo la confianza que tenía en ellos se extendería de modo natural. Ser el líder de la manada significa ser respetado y digno de confianza, y una cosa no puede ser sin la otra.
Estos ejercicios ayudaron a que Banjo satisficiera su instinto como animal-perro, lo cual tuvo un efecto inmediato en su comportamiento. Enseñé a los Lachney a satisfacer a Banjo como animal con el paseo y la estructura, y los demás perros de la casa le dieron identidad como can. Pero ¿qué hacer con la raza de Banjo? Algo en lo que había reparado nada más conocerle era que aunque estaba claro que era un pura raza coonhound, nunca le veía utilizar el olfato para nada. No me olfateaba para aprender a reconocer mi olor. No olfateaba su entorno para conocerlo. ¿Cómo podía tener conciencia de su identidad, o sentir autoestima si ni siquiera sabía lo que significaba ser perro de rastro?
Era un día de calor sofocante del mes de julio cuando le pedí a Christina, una de nuestras productoras, que me buscase un frasco de orina de mapache. Sí... ¡Orina de mapache! Seguramente era lo más raro que le había pedido nunca, pero yo sabía que los cazadores la empleaban y en la zona de Omaha la caza es un deporte muy practicado. Cuando aquella apestosa orina llegó por fin, tracé con ella una línea sobre la hierba que conducía a un árbol. Luego trajimos a Banjo. Aquella vez parecía ya mucho más relajado entre nosotros, aunque seguía caminando como de puntillas, como si temiera que el cielo fuese a caérsele sobre la cabeza en cualquier momento. De pronto la curiosidad afloró a sus ojos. Agachó la cabeza, pegó el hocico al suelo y olfateando siguió el rastro que yo había dejado hasta que de pronto se volvió a mirarnos sorprendido. Los Lachney saltaron de alegría. En cuatro años que llevaba con ellos no le habían visto utilizar la nariz para nada, ni siquiera para oler la comida. Y yo no podía sentirme más orgulloso de él. Aunque siguió el rastro sólo unos segundos, había pasado la prueba: había dado el primer paso para despertar al coonhound que llevaba dentro.
Mi trabajo con Banjo sólo duró un día, pero conseguí lo que me había propuesto: abrirle una nueva forma de vida y darle la base que necesitaba para empezar a confiar en los humanos y volver a aprender lo que era ser un perro. En los meses siguientes todo quedó en manos de los Lachney, que me fueron informando de que, felizmente, había continuado su milagrosa recuperación. Ya no tenía la cola permanentemente metida entre las patas, caminaba confiado con el resto de la manada y, lo mejor de todo: confiaba y mostraba su afecto a Beverly y Bruce. Para que Banjo se recuperase de las privaciones de sus dos primeros años de vida necesitaba satisfacer las tres dimensiones de sí mismo: animal, perro y raza. Al hacer ejercicios relacionados con su raza, Banjo podía empezar a sentirse satisfecho de sí mismo como perro de rastro. El olor de la orina del mapache despertó su memoria genética y de pronto reconoció su propia utilidad; el valor del perro que había nacido para ser. Su respuesta a la sensación de tener una vida con un sentido no es diferente a la de cualquier otro animal, ya sea rata, perro o humano. Todos necesitamos sentir que tenemos una función para ser verdaderamente felices y sentirnos realizados en esta tierra.
Cuando un perro ha perdido su identidad como miembro de una raza, otro perro que muestre en abundancia las características específicas de esa raza puede ser el mejor terapeuta. Hace poco me ocupé del caso de un dachshund llamado Lotus. Sus dueños, Julie Tolentino y Chari Birnhlotz, lo habían mimado en exceso y lo trataban como a un niño. Aprovechando que la pareja iba a realizar un viaje largo, me traje a Lotus al Centro durante cuatro semanas. Allí me di cuenta de que no se sentía cómodo con su naturaleza de perro. Poco a poco fue adaptándose a la manada, pero no actuaba como un verdadero dachshund.
Hay un proverbio budista que dice: «cuando el estudiante está preparado, aparecerá el maestro». El maestro de Lotus se me apareció cuando estaba trabajando con una magnífica organización de rescate llamada United Hope for Animals, que se ocupa de recoger animales perdidos en Los Ángeles, así como evitarles la inhumana muerte por electrocución en México. Cuando vi a Molly durante una exhibición de esta organización pensé en Lotus. Molly era el yin y Lotus el yang: una pura raza dachshund que había tenido una vida llena de privaciones, pero que había conseguido mantener vivo su lado dachshund. Hacía todas las cosas características de su raza: excavar la tierra, esconder cosas, utilizar la nariz constantemente mientras caminaba... Decidí adoptarla inmediatamente y hacerla miembro de mi manada, además de «modelo de raza» para Lotus.
Cuando Molly llegó, Lotus mostró una gran curiosidad por ella pero manteniéndose reservado. Poco a poco fue pegándose a ella, siguiéndola por todas partes mientras ella excavaba en el jardín... ¡agujeros tan hondos que casi era imposible encontrarla! Apenas habían pasado un par de días y Lotus excavaba también: ¡habían formado un equipo! No suelo permitir que los perros destruyan el paisaje, pero en este caso era por el bien de la terapia de Lotus. Juntos los dos corrían por los túneles, escondiéndose bajo montones de tierra y dejando que su olfato los llevase a todas partes. Lotus no había hecho ninguna de aquellas cosas antes de que Molly llegase a nuestras vidas. Ella consiguió hacer lo que ningún humano había logrado: extraer del malcriado Lotus el dachshund que llevaba dentro.
Es obvio que los perros de rastro necesitan utilizar su olfato. Es más: ¡lo harán quieras tú o no quieras! Tras cumplir con el ritual de ejercicio y disciplina, el juego del fugitivo que utilizamos con Gracie es un ejercicio ideal para proporcionar un reto a su raza. En lugar de dejarles olisquear cada poste que se encuentran en el vecindario cuando salen a pasear, llévate prendas de vestir de los miembros de tu familia y déjaselas oler. Luego escóndelas en distintos lugares de tu recorrido habitual y recompénsale cada vez que encuentre una de las prendas. Encontrar un rastro y desestimar todos los demás requiere una gran concentración, y cuanto más se concentra tu perro en algo que tú le has pedido que haga, más energía quemará. Los animales de alto nivel energético pueden hacer este mismo ejercicio añadiéndoles una mochila para hacerlo todavía más difícil.
El grupo de los lebreles incluye al galgo afgano, basenji, borzoi, greyhound, podenco ibicenco, wolfhound irlandés, saluki, deerhound escocés y al whippet. A diferencia de los sabuesos, que fueron criados para seguir el rastro a una presa en zonas de sotobosque o arboladas, los ancestros de los lebreles debían cazar en zonas más abiertas como desiertos, planicies y sabanas, donde se podían dominar grandes extensiones con la vista. Los lebreles conforman un grupo muy antiguo y durante miles de años los criadores han intentado refinar su velocidad y capacidad de perseguir y capturar a la presa. Son increíbles atletas y el más rápido de todos ellos, el greyhound, puede alcanzar velocidades de más de setenta kilómetros por hora. Puesto que su instinto perseguidor es tan fuerte, puede resultar difícil hacer que un lebrel vuelva a casa si durante el paseo se ha escapado para perseguir una ardilla o un gato, aunque es el movimiento del animal que huye y no el olor a sangre lo que le atrae. Durante siglos han sido criados para cazar en grupo, de modo que tienden a ser sociables con otros perros.
Es obvio que todos los grandes cazadores necesitan disponer de energía a grandes dosis, y la mayoría de los lebreles necesitan a diario poder correr libremente. Los patines y la bici pueden ayudarte en este sentido, aunque la mayoría de estas razas son grandes velocistas y no corredores de fondo, de modo que lo que más les gusta es correr a toda velocidad durante un corto espacio de tiempo y luego volver a caminar a paso normal. Algunos perros que han sido rescatados de las pistas de competición padecen lesiones graves y repetitivas, y es imperativo que un veterinario los examine con detenimiento antes de retomar cualquier programa de ejercicio.
Aunque para los lebreles es natural correr tras objetos móviles, históricamente las carreras profesionales de greyhound no han sido precisamente una diversión para los perros. Muchos de los participantes en estos eventos se pasan la vida encerrados en jaulas o corrales sin apenas interacción con los humanos y sin calefacción o refrigeración. Un greyhound debidamente cuidado puede vivir trece años o más, pero si tiene la mala suerte de haber nacido para las carreras lo más probable es que pongan fin a su vida, a veces del modo más cruento, en cuanto cumple los 3 o los 4 años para dejar lugar a «perros frescos». Afortunadamente los activistas en pro de los animales han conseguido convencer a algunos de los participantes en la industria de las carreras de perros de que creen unas condiciones más humanas para sus corredores, como por ejemplo «planes de pensiones» para cuando llegue la hora del retiro del animal, y santuarios para estos jubilados. Es sólo un comienzo, pero es también un paso en la dirección adecuada.
Sin embargo, los amantes de los lebreles pueden utilizar el instinto cazador de sus perros para satisfacer las necesidades de su raza de un modo divertido para el perro, como por ejemplo la persecución de liebres eléctricas. Las carreras no profesionales pueden emplear cualquier clase de cosa como señuelo, desde piel sintética a bolsas de basura blancas y accionarlas mediante poleas o tracción. Quienes sean dados a la mecánica pueden preparar algún señuelo en su propio jardín, o quienes quieran participar en el deporte de modo oficial pueden ponerse en contacto con la American Sighthound Field Association (ASFA) o con el American Kennel Club (AKC) para obtener la dirección de un club en su zona.
Con los lebreles es importante no olvidar que el instinto cazador puede ser muy fuerte, y lo que atañe al dueño es que debe ser siempre el líder de la manada quien lo regule. En la naturaleza ningún perro de una manada sale tras un rastro cuando le place. La caza es un esfuerzo coordinado, con un comienzo y un final bien definido, de modo que cualquier actividad relacionada con la raza que acometamos con nuestro lebrel debe seguir los mismos patrones y reglas que tan bien le han funcionado a la Madre Naturaleza durante miles de años. Eso significa que tú, el líder de la manada, estarás siempre al mando.
A medida que los humanos fuimos dejando de ser cazadores recolectores y comenzamos a criar animales domésticos y a vivir en comunidades, empezamos a buscar perros que nos ayudaran de otro modo aparte de cazando y rastreando. De ahí el grupo de perros criados para guardar, tirar y rescatar. Algunas razas sólo para unos de estos fines; otras, para dos o tres. Los humanos que crearon estas razas seleccionaron a los canes por el tamaño, la forma, la fuerza, la perseverancia y, en algunas ocasiones, su agresividad, en el caso de los perros de guarda.