Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Puesto que naturalmente el perro va a resistirse a que se le ponga un bozal, es imperativo acostumbrarle a él con calma y hacer de su uso una experiencia agradable en la medida de lo posible. Recomiendo ejercitar al animal con un paseo vigoroso o una carrera antes de presentarle un objeto nuevo, como puede ser una herramienta de entrenamiento. El perro no debe estar sobreexcitado ni tener sed, además de haber hecho una buena sesión de ejercicio y estar, por tanto, relajado. Después armado con alguna golosina exótica, como por ejemplo una salchicha, una hamburguesa o pollo cocinado, preséntale el bozal dejándole que lo huela y lo explore. Luego recompénsalo con comida.
Luego pónselo en la cabeza, pero no en la cara. Puede que al principio se muestre incómodo, pero no se lo quites hasta que se tranquilice y luego recompénsalo con comida, pero sólo cuando esté relajado. El objetivo es que asocie el bozal con algo placentero —la comida— y con la relajación. El siguiente paso será poner la comida dentro del bozal para de este modo colocárselo mientras esté comiendo. Déjaselo un ratito hasta que esté totalmente relajado y después quítaselo. Volverás a intentarlo más tarde. No esperes que tu perro acepte el bozal y que pueda salir inmediatamente de paseo con él puesto. Un par de horas más tarde vuelve a iniciar todo el proceso. Una vez que tengas el bozal cerrado y el perro camine con él puesto, recompénsalo con comida cada vez que se lo quites. Muchos perros se resistirán a cualquier cosa que les pongas en el cuerpo, aunque sea por su propio bien. Depende de ti, de que estés dispuesto a invertir el tiempo y la paciencia necesarios para que el animal asocie que cualquier herramienta que emplees con él le acarreará una recompensa positiva.
El collar de castigoGuía básica para el uso del bozal
- Intenta ponérselo después de que haya hecho ejercicio
- Empieza cuando el perro esté relajado
- Termina cuando su mente también esté relajada
- Recompénsale tras la experiencia
- Nunca aceleres el proceso
El collar de castigo, también conocido por su otro nombre más negativo, el collar de pinchos, es otra herramienta que puede ser de un valor inconmensurable cuando se utiliza correctamente, o potencialmente perjudicial si se usa de modo incorrecto. Kathleen y Nicky, en el ejemplo que he señalado anteriormente en este mismo capítulo, eran los candidatos ideales para el collar de castigo. Esta clase de collar no es necesaria para un animal tranquilo, ni para uno pequeño de menos de quince kilos, y muy especialmente tampoco es adecuado para quienes desconozcan el modo de manejarlo. En otros casos, como por ejemplo el de Kathleen, puede significar la diferencia entre una actitud responsable, como dueño de un perro, y la posibilidad constante de que ocurra un accidente; entre salvar a un animal inestable o verse obligado a devolverlo a un refugio donde su única salida será la muerte.
El collar de castigo fue diseñado para imitar el mordisco de una perra a su cachorro o de un perro dominante, muy parecido a la mano en forma de garra que yo utilizo como método natural de rehabilitación. Muchos carnívoros, incluso aquellos con garras poderosas utilizan los dientes como herramienta disciplinaria básica. Enseñan los dientes, como advertencia, y muerden sólo marcando o mordiendo de verdad, para mostrar su desagrado con otro animal. Las osas, las tigresas y las perras muerden el cuello de sus cachorros para decirles: «¡Basta ya!»; no es un mordisco que les marque la piel o que les cause dolor, pero sí que consigue hacerles comprender el mensaje. Utilizado correctamente creo que el collar de castigo puede desencadenar una reacción instantánea mucho más rápidamente que muchas otras herramientas simplemente porque está basado en la naturaleza.
El collar básico de castigo está hecho de eslabones abiertos cuyas puntas están en contacto con la piel suelta que el animal tiene alrededor del cuello. Cuando el dueño tensa el collar, el animal recibe una inmediata y rápida corrección similar a un mordisco, y si se utiliza debidamente, no debería ser doloroso. De hecho, una corrección ideal con esta herramienta debe ser como una presión y no como un pinchazo, de modo que suscite relajación. Imagínate a un fisioterapeuta que te hundiese los pulgares en los músculos cansados del cuello. Primero sientes presión, seguida de una inmediata relajación. Quien utiliza debidamente esta herramienta puede aportar relajación a un animal tenso, pero un uso incorrecto puede crear más tensión y empujar al perro a la pelea.
Una vez más, una corrección hecha empleando una energía inadecuada —frustración o ira— o a deshora —de modo intermitente, y no cuando ocurre el comportamiento no deseado—, va a hacer daño al perro. Si el dueño del perro hace la misma corrección una y otra vez porque el perro no responde, es posible que el perro se vuelva insensible a la corrección. Un collar de castigo que esté demasiado suelto puede quedar descolocado, y tirones violentos y repetidos de un collar de castigo pueden pinchar verdaderamente al animal, sobre todo si el collar no está debidamente ajustado. El objetivo es hacer presión, no causar dolor. Afortunadamente los collares de castigo con púas de plástico y tapones de goma para los pinchos existen, de modo que el perro ni siquiera tiene que sentir el metal, sino goma o plástico suave.
En general los propietarios que poseen un perro que reacciona de un modo violento por cuestiones territoriales o de dominancia debería ser aleccionado por un profesional en el uso de un collar de castigo, puesto que en mi opinión puede transmitir la idea del mordisco a un animal que ya está alterado.
Como todas las herramientas, su uso ideal es el de profundizar en la relación entre el humano y el perro hasta llegar al punto en el que el animal comprenda qué comportamiento es aceptado por su dueño y cuál no. El objetivo es conseguir que el perro respete al humano como líder de su manada, de modo que el dueño pueda confiar en su propio nivel de energía y sus capacidades para comunicarse con el perro más que en cualquier herramienta.
Es posible que ninguna de las herramientas inventadas por el hombre haya sido más vilipendiada que el collar electrónico, o como sus detractores lo llaman, el collar de electroshocks. Yo estoy totalmente de acuerdo con quienes afirman que esta herramienta, usada incorrectamente o en manos equivocadas, no sólo puede traumatizar al perro, sino dañar irrevocablemente la confianza que deseas fomentar en él. Sin embargo, cuando se usa de forma adecuada y en las circunstancias debidas, creo que esta herramienta puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte de un perro.
El collar electrónico en su origen fue creado con fines cinegéticos. La primera patente de este tipo de collar está fechada nada menos que en 1935
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. Se pretendía poder corregir a un perro que estuviese siguiendo un rastro equivocado y que se hallara, digamos, a quinientos metros de distancia. ¿Cómo alcanzarlo y hacerle saber que se ha equivocado de objetivo cuando ni siquiera puedes verlo? Por otro lado, las razas de perros cazadores tienen un olfato hiperdesarrollado y una vez han encontrado un rastro es prácticamente imposible redirigirlos ni siquiera de cerca, cuando menos si están lejos de nuestro alcance. En estos casos, no sólo la pieza a cazar sino el mismo perro pueden estar en peligro. Puede perderse, o hacerse matar: los riesgos para un perro que se haya obsesionado con un rastro equivocado son muchos y el collar electrónico solucionaba ese problema ofreciendo un modo de comunicarse con el perro a distancia y conseguir hacerle olvidar el rastro equivocado.
Muchas personas que desconocen el uso correcto de esta herramienta piensan equivocadamente que el collar causa dolor al animal. El mito es que un perro experimenta algo parecido a lo que debió de ser el electroshock en sus inicios. Puesto que el uso de estos collares se remonta ya varias décadas, los modelos más antiguos no podían variar ni su alcance ni la intensidad del estímulo que se enviaba al perro, y desde luego eran mucho menos considerados con el animal que los que hay hoy día en el mercado. La tecnología ha cambiado y con ella nuestras herramientas. La verdad es que la intensidad de la corriente eléctrica que producen los collares electrónicos de calidad es más comparable al tipo de estímulo que produce un TENS al que voluntariamente nos sometemos en fisioterapia. Mi coautora recibe estimulación intramuscular con un TENS dos veces a la semana durante veinte minutos cuando acude a la consulta del quiropráctico, y describe la sensación como si la rozaran con alfileres.
Otro aspecto que no hay que olvidar al corregir con un collar electrónico de calidad —accionado por un dueño educado y responsable— es la duración de la pulsación. Una corrección efectiva debería durar sólo un cuarto de segundo, es decir, menos de lo que se tarda en chasquear los dedos. Como ya se ha mencionado antes en este capítulo, las correcciones eficaces de cualquier tipo deben ser así de rápidas dado que los perros viven el momento, de modo que una corrección tiene que efectuarse en la décima de segundo en que ocurre el comportamiento no deseado. Es el único modo de que el perro sume dos y dos y resulte condicionado para cambiar de comportamiento en el futuro.
Es decir: si un collar electrónico se usa de un modo correcto, ¿por qué vemos saltar, revolverse, incluso quejarse a un perro cuando se pulsa el dispositivo? Parece imposible que no estemos haciendo daño de alguna manera al perro, algo que por supuesto todos queremos evitar. La respuesta proviene de la diferencia más básica entre el animal y el hombre: la capacidad de razonar. La mayoría de los humanos aprendemos en qué consiste la electricidad cuando somos aún pequeños. Nos cuentan la historia de Ben Franklin volando su cometa en una tormenta y la de Thomas Edison y su bombilla. Aprendemos a no meter los dedos en los enchufes y a no utilizar aparatos eléctricos mientras nos damos un baño, y no llevamos nunca un paraguas metálico si hay una tormenta con relámpagos. En otras palabras: tenemos el conocimiento de las causas y los efectos de la electricidad del que carecen nuestros perros. La sensación de una descarga eléctrica suave, como cuando restregamos los pies en la alfombra, o cuando una unidad TENS nos relaja los músculos en la consulta del quiropráctico no nos es desconocida del todo. En el caso del TENS incluso sabemos que aunque al principio puede que nos sintamos un poco raros, al final servirá para mejorar nuestra salud. Sin embargo, para un ser primitivo que vive alejado de nuestra civilización le produciría la misma sensación incómoda e inquietante que un collar electrónico produce en un perro. Afortunadamente en los collares electrónicos se puede graduar la estimulación a nuestro gusto, empezando por un nivel que el perro apenas nota. Ese nivel es el que debe emplearse para empezar a familiarizar a cualquier perro con el collar.
Otra advertencia importante para aquellos que elijan esta herramienta es que nunca permitan que el control del collar caiga en manos equivocadas. El miembro o miembros de la familia responsables del uso del collar han de tener el mando siempre consigo o conservarlo en lugar seguro, para evitar que los niños y otros que puedan no comprender su uso lo encuentren.
Como ya hemos hablado en el capítulo 3, el castigo positivo puede ser un método efectivo de entrenamiento, pero también puede ser un método muy destructivo si se usa de un modo incorrecto o inconsciente. Cuando el perro siente la descarga del collar electrónico, inmediatamente lo relaciona con el objeto o el comportamiento que tiene en ese instante. El uso indebido del collar puede dañar la confianza entre tú y tu perro. Por tanto, recomiendo a quienes quieran utilizar esta herramienta para modificar el comportamiento de su perro que consulten con un entrenador experimentado, que sepa minimizar el castigo. También creo que este tipo de collar no debe utilizarse con ningún perro durante un espacio de tiempo prolongado. Cuando se usa convenientemente y está en manos de un usuario informado, puede salvar la vida del animal, pero como siempre, nuestro objetivo ha de ser reemplazarlo por un liderazgo sereno y firme.
Voy a poneros un ejemplo de un caso reciente que estudiamos en la tercera temporada de
El encantador de perros
. Molly, una perra pastor australiano de 1 año y medio, propiedad de los Egger de Omaha, Nebraska, era una perra de granja perfecta, de no ser por un problema. Estaba obsesionada con las ruedas, con toda clase de ruedas, desde las pequeñas de la camioneta de su dueño a las gigantes de más de dos metros de altura de la cosechadora. Cuando yo aparecí en su corta vida, Molly había conseguido hincarle el diente a un neumático en movimiento, lo que le había costado un ojo y estropeado la mandíbula inferior. Pero la obsesión de Molly continuaba, dominando lo que debería haber sido su sentido común. Sus propietarios, Mark y Lesha, estaban muy angustiados. Molly se había ganado un lugar muy especial en sus corazones y en sus vidas, pero sabían que era sólo cuestión de tiempo que un buen día clavara los dientes en una rueda y no sobreviviera.
Cuando acudí a la granja de los Egger, supe que Mark y Lesha habían probado un collar electrónico con Molly el año anterior. Durante un tiempo había funcionado, pero no habían concluido todo el proceso. El collar era demasiado grande para el cuello de Molly, de modo que las correcciones que recibía no eran consistentes. Sus dueños tampoco lo eran a la hora de ponérselo todos los días, y no se habían asegurado de que lo llevase al menos diez horas al día, que era el tiempo que se había establecido. Luego había llegado la época de la siembra y la cosecha, y puesto que los Egger se ganaban la vida con la granja, tenían que anteponer su modo de vida a la educación de Molly, de modo que la idea del collar quedó abandonada... y no pasó mucho tiempo antes de que Molly sufriera otro accidente.
Compré un Dogtra que era del tamaño perfecto para el delgado cuello de Molly, y nos aseguramos de que se sintiera totalmente a gusto con él antes de empezar con los ejercicios de corrección. Primero empezamos con los neumáticos de la camioneta. En cuanto Molly hacía ademán de ir hacia ellos, yo pulsaba el botón al nivel 40. Sin tan siquiera darnos tiempo a pestañear, Molly dio media vuelta y se alejó. A continuación se acercó al objeto más peligroso de la granja: la cosechadora. Enseñé a Mark y Lesha a reconocer el instante en el que Molly empezaba a fijarse en el neumático y les dije que era en ese instante cuando debían apretar el botón. Una vez más, Molly volvió a alejarse, sin expresión de dolor ni de incomodidad: sólo un movimiento rápido para alejarse del objeto que estaba empezando a identificar con el estímulo. Ése es el poder de un collar electrónico utilizado adecuadamente. Al final del día, Mark y Lesha no tenían más que pulsar el botón seleccionando la mínima intensidad de descarga para que Molly se diera por enterada. Antes de que yo me marchara pude pasar junto a la perra con la cosechadora mientras ella permanecía tumbada tan tranquila. Era la primera vez.