El maleficio

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

 

Un tranquilo sábado por la mañana, una fuerza misteriosa rapta a Raquel y Eric y los arroja a otro mundo. Como miles de niños antes que ellos, los dos hermanos han sido secuestrados por la Bruja para ser convertidos en siervos obedientes.

Pero en esta ocasión Dragwena se ha encontrado con un verdadero rival. Raquel descubre son asombro que posee extraordinarios poderes: puede convertirse en una pluma o volar sobre la espalda de un búho. La Bruja cree haber hallado a alguien fácil de manipular y que la ayudará a sus propósitos malvados. En cambio, para las víctimas de Dragwena, los niños esclavos, Raquel representa su única esperanza de salvación.

Cliff McNish

El maleficio

El maleficio - 1

ePUB v1.0

Wertmon
13.09.12

Título original:
The Doomspdl

Cliff McNish, 2003.

Traducción: Eunice Cortés

Ilustraciones: Geoff Taylor

Diseño de portada: Patricia Álvarez

Editor original: Wertmon (v1.0)

ePub base v2.0

Por supuesto, para Raquel.

1
La bruja

La bruja descendió por la oscura escalinata del palacio. Era una noche helada. Se había desatado una violenta tormenta y el viento aullaba como un lobo hambriento.

—Qué noche más deliciosa —suspiró feliz la bruja.

A pesar del tremendo frío solo llevaba puesto un vestido negro muy fino e iba descalza. Una serpiente se aferraba a su cuello con fruición y de vez en cuando sus ojos de color rojo rubí parpadeaban entre las ráfagas de nieve.

La bruja caminaba sin esfuerzo, disfrutando del crujido que provocaban sus pisadas contra el hielo. A su lado, un hombrecito luchaba por seguirle el paso. Medía menos de metro y medio de estatura y tenía más de quinientos años. Las arrugas en forma de arco a ambos lados de los ojos hacían pensar que se los habían arrancado y reinsertado muchas veces. Bajó los escalones empinados del palacio arrastrando los pies; solo sobresalían su enorme nariz plana y su mentón cuadrado. Su barba rala estaba cuidadosamente oculta bajo tres bufandas.

—Y bien, ¿qué te parece, Morpet? —preguntó la bruja.

Le mostró un hermoso rostro de mujer.

—Convencerá a los niños —murmuró—. Pero ¿para qué molestarse en parecer agradable, Dragwena? Normalmente no te importa lo que piensen.

La bruja recuperó su apariencia normal: la piel de un color rojo sangre, los ojos tatuados, cuatro filas de dientes, dos internas y dos externas, en su boca retorcida de serpiente. Morpet miró cómo las filas de dientes se golpeaban entre sí luchando por conseguir la mejor posición para comer. Unas cuantas arañas diminutas con los ojos de color púrpura recorrían sus mandíbulas en tropel limpiando los restos de la última comida.

—Es que esta noche llegará un niño especial —dijo la bruja—. No quiero atemorizarlo tan pronto.

Morpet bajó los últimos escalones helados de la torre-ojo. Era el punto más alto del palacio, una estrecha columna que perforaba el cielo. Abajo, otros edificios, toscos, se acurrucaban en la nieve y proyectaban su piedra negra hacia arriba como patas de escarabajo. Morpet avanzaba colocando un pie delante del otro. Prefería no resbalar: si caía, la bruja esperaría hasta el último momento antes de rescatarlo. Esa noche observó que Dragwena estaba entusiasmada de modo inusual. Con suavidad, enrolló las arañas en la lengua y soltó una carcajada. Fue una carcajada horrible, destemplada, inhumana, como la bruja misma. A través de las aletas de su nariz, que parecían pétalos de tulipán desgarrados, olisqueó el aire con ansiedad.

—Una noche perfecta —dijo—. Fría, oscura, y con los lobos ahí afuera. ¿Los hueles?

Morpet gruñó mientras golpeaba el suelo con los pies para mantenerse caliente. No podía oler ni ver a los lobos, pero no dudaba de la palabra de Dragwena. Sus párpados triangulares de borde óseo se abrieron y estiraron hasta cubrir sus mejillas. Ni el mínimo detalle pasaba desapercibido a la bruja.

—Y lo mejor de la noche está aún por llegar —suspiró—. Pronto estarán aquí los nuevos niños. Sin duda será como siempre: estarán un poco confundidos y al mismo tiempo agradecidos de recibir nuestros cuidados. ¿Qué haremos con ellos esta vez? —esbozó una sonrisa burlona y las cuatro filas de dientes se proyectaron hacia delante, amenazadoras—. ¿Les damos un buen susto? ¿Qué opinas, Morpet?

—Quizá resulten inútiles —replicó—. Hace mucho que no llega un niño especial.

—Creo que esta noche será diferente —dijo la bruja—. A este le he percibido desde hace algún tiempo, según va aumentando su poder en la Tierra. Tiene un cierto don.

Morpet no replicó. Aunque le resultaba doloroso pasar sus horas en compañía de la bruja, esta noche quería estar a su lado. Si llegaba un niño especial, deseaba saber casi tanto como ella, aunque por distintas razones.

Siguieron descendiendo de la torre-ojo. Al pie de la escalera los esperaba un carruaje enganchado a dos nerviosos caballos negros. Habitualmente, la bruja volaba para recibir a los niños nuevos, pero esta vez había decidido no hacerlo.

Con impaciencia miraba a Morpet bajar los últimos escalones, balanceándose. «Qué lento», pensó ella. «Qué viejo. Será agradable matarlo pronto, cuando deje de ser útil».

Empujó a Morpet dentro del carruaje y murmuró un hechizo de pánico a los caballos, que echaron a correr como un relámpago, aterrados.

2
El sótano

—¿Qué pasa? —preguntó Eric mientras se comía sus cereales.

Raquel se encogió de hombros.

—Ya sabes.

—¿Otra vez el sueño?

—Ajá.

Raquel balanceó su larga cabellera negra por encima de la leche del desayuno y luego, con un movimiento rápido, la impulsó como un látigo contra su hermano.

—Déjame —dijo Eric. Acercó su rostro al de Raquel, abrió mucho la boca y dejó que la leche y los cereales se escurrieran por las comisuras de su sonrisa burlona.

—Ay, crece ya de una vez —dijo Raquel.

Eric rió.

—¿Crecer como tú? No, gracias.

Raquel no le hizo caso y se quedó mirando el plato, que no había tocado.

—Anoche, el sueño fue distinto —dijo—. Esta vez había…

… niños —terminó Eric—. Lo sé. Los vi. En la nieve, detrás de la mujer.

Su madre estaba cerca removiendo su café.

—Otra vez no —suspiró—. Mira, Raquel, has comenzado tú con esa tontería del sueño y ahora también se ha apuntado Eric. Me gustaría que os olvidarais de esa broma. Ni siquiera es graciosa.

—¿Por qué no nos crees? —preguntó Eric—. Los dos tenemos los mismos sueños.
Exactamente
los mismos sueños.

—Anoche —dijo Raquel— los niños estaban temblando detrás de la mujer. Tenían arrugas profundas alrededor de los ojos. Estaban todos cubiertos de hielo.

—Parecían medio muertos —dijo Eric.

—Basta ya —les advirtió su madre—. Estoy harta de todas esas tonterías.

—Es que es así, mamá —dijo Eric—. Es la mujer del extraño sueño. Cae nieve oscura alrededor de su cabeza. Y tiene un collar en forma de serpiente. Te mira directamente a los ojos.

—Está viva —dijo Raquel.

—Habéis estado ensayando esta broma —dijo su madre impaciente—. Os conozco. ¿Creéis que soy tonta? Seguid desayunando.

Raquel y Eric guardaron silencio, terminaron su desayuno y se levantaron de la mesa. Era sábado, de modo que podían hacer lo que querían. Eric bajó corriendo al sótano para jugar con sus miniaturas de aeroplanos. Raquel, ensimismada, se fue a su habitación con la intención de leer para borrar el sueño de su mente. ¿Cómo podía convencer a su madre de que decían la verdad? Al cabo de un rato, levantó la vista y descubrió a su madre de pie, vacilando, en la entrada. Debía de estar allí desde hacía algunos minutos.

—Oye, ¿es cierta toda esa historia del sueño? —preguntó.

—Sí.

Su madre la miró con chispas en los ojos.

—¿De verdad?

Raquel la miró del mismo modo.

—Mamá, yo no me inventaría algo así. No son sueños normales.

—Si estás tratando de engañarme…

—Claro que no. Te digo la verdad.

—Bueno, está bien —su madre sacudió en el aire una bolsa—. Me voy de compras. Luego hablaremos de esos sueños con más calma. ¿Dónde está tu padre?

—Adivina.

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