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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El maleficio (6 page)

Morpet suspiró y tuvo compasión por Eric. Ahora estaba con la bruja, que le sometía a prueba. El chico tenía algo excepcional. Una cierta fortaleza, una cierta habilidad, aunque distinta de la de Raquel. Dragwena la había notado al instante. Si la capacidad de Eric no era lo suficientemente interesante —sabía Morpet—, Dragwena lo averiguaría pronto y lo mataría. Quizás a estas horas el chico ya estaba muerto. ¿Qué debía hacer con Raquel? ¿Cómo podía ocultarle a la bruja sus sorprendentes dones? Incluso ahora, desde la torre-ojo, se daba cuenta de que probablemente Dragwena observaba cada movimiento que hacían.

Raquel había estado mirando los jardines cubiertos de nieve del palacio y más allá. Los únicos otros edificios eran unas cuantas chozas sencillas alrededor de las paredes del palacio. Pequeñas figuras encorvadas, parecidas a Morpet, entraban y salían con paso lento. A lo lejos, enormes picos escarpados sobresalían del suelo.

—¿Aquello que está a lo lejos son montañas? —preguntó excitada.

—Sí, ¡son las Montañas Raídas! —dijo Morpet, animándose—. ¿Por qué no lo comprobamos? Volemos hacia allá y miremos.

Raquel soltó una risita.

—¿Podemos? No tenemos alas.

—¿Ah no? Pues tendremos que
imaginárnoslas
.

Raquel esperó que brotaran alas de sus brazos. En cambio, Morpet sencillamente miró hacia la distancia.

—Creo que hoy —dijo— volaré sobre la espalda de una gigantesca águila marina. Mira, ¡aquí llega!

Raquel siguió la mirada de Morpet en el nublado cielo invernal. Lejos, muy lejos, en la parte baja del horizonte, un puntito se apresuraba hacia ellos. Mientras lo miraba, aumentó de tamaño hasta que se hicieron visibles sus alas, luego una cabeza blanca puntiaguda y finalmente garras curvas, cada una de las cuales hacía parecer a Morpet muy pequeño, hundido en la nieve.

Morpet saltó ágilmente sobre su espalda.

—Ven, Raquel. ¡Vámonos!

El enorme pájaro se impulsó hacia el cielo pálido.

—¡No me dejes! —gritó Raquel.

—¡Ya sabes qué hacer! ¡Date prisa o llegaré antes que tú a las montañas!

Raquel se concentró. ¿Cuál era el ave más espléndida? ¿Otra águila? ¿Una paloma? En su mente se formó la imagen de un enorme búho blanco, con el pico amarillo, que surgía de la nieve. Aun antes de que el búho hubiera adoptado plenamente su forma, saltó sobre su espalda y se aferró a las plumas del cuello. En cuestión de segundos Raquel se había remontado a cientos de metros por encima del palacio, mientras el viento frío se deslizaba entre sus cabellos.

—¡Te alcanzaré! ¡Te alcanzaré!

El búho blanco, obedeciendo sus órdenes, alcanzó rápidamente al águila de Morpet. Uno junto a otro en sus gigantescas y mágicas aves de presa, se sonrieron mientras estiraban el cuello para ver lo que había delante.

—Volemos sobre el palacio —dijo Raquel.

—¡No! ¡Directo hacia las montañas! ¡Una carrera! —el águila de Morpet resplandeció y se alejó volando muy alto.

—¡No puedes volar más rápido que yo! —gritó Raquel.

—¡Intenta alcanzarme! ¡Usa tu magia!

Unos cuantos minutos más tarde bajaban en picado por entre las cumbres montañosas. Planeaban sobre los valles y se disparaban hacia los altos picos.

Raquel quería ir por delante. Dijo a su búho que era más rápido que cualquier águila, la criatura más rápida que hubiera volado, inalcanzable, y se lanzó como un relámpago por el cielo inmenso. Morpet la alcanzó sin esfuerzo alguno. Una y otra vez Raquel intentaba alejarse, pero él siempre conseguía alcanzarla.

—¿Por qué no puedo adelantarme? —se quejó al viento.

—¡Porque siempre imagino que te alcanzo!

—¡Entonces imaginaré que
nunca
logras alcanzarme! —le susurró suavemente al búho y este aceleró el vuelo.

—Lo imaginé —se rió Morpet, alcanzándola de nuevo—, no importa lo rápido que vueles, porque
siempre
podré alcanzarte —se mantuvo a su lado—. ¿Puedes imaginar algo que yo
nunca
imaginaría? ¿Puedes hacerlo, Raquel?

Ella meditó sobre esa posibilidad hasta que Morpet extendió el brazo para indicar el arco de la tierra que resplandecía abajo.

—¡Mira eso! —se maravilló—. ¡Mira el mundo de Itrea!

Raquel sintió que se le aceleraba el corazón y se extasió con el paisaje. Hacia poniente y hacia el norte de las Montañas Raídas había más picos aún que se cortaban abruptamente sobre un mar infinito.

—¡El océano Endelión! —gritó Morpet—. ¡Un océano de hielo!

Hacia el este todo era inacabable nieve gris, una monotonía solo interrumpida por las torres del palacio. Hacia el sur, unas cuantas manchas negras que podían haber sido bosques agazapados bajo la nieve. «¿Dónde estaban los niños que Morpet dijo que vivían por todas partes?», se preguntó Raquel. «¿Había, quizá, pueblos enteros escondidos bajo la nieve, con montones de niños? ¿Podría volar hacia donde vivían? ¿Podría…?». De pronto, Raquel se quedó boquiabierta y se olvidó por completo de los niños.

Había visto los torbellinos.

Eran ocho. Inmensos huracanes que giraban por pares en cada esquina del mundo. Raquel voló todavía más alto para entrar en el aire denso y mirar en el interior. Nada que hubiera visto antes podía haberla preparado para el inmenso tamaño de estas torres giratorias de viento triturador. Las nubes negras que eran arrojadas por la parte superior se extendían después envolviendo Itrea por completo y bombardeaban nieve en todas direcciones, con resoplidos furibundos. Y dentro de cada torbellino había también relámpagos, infinitos chispazos que iluminaban el cielo, de repente, como un gigantesco flash de cámara fotográfica.

Raquel respiró profundamente tratando de captarlo todo. ¿Qué clase de mundo era Itrea? De pronto, anheló un poco de color, cualquier color. No había ni uno. El cielo era de un blanco monótono, la nieve era gris. Incluso el sol brillaba poco: prácticamente no desprendía calor e incluso Raquel podía mirar hacia el disco de manera directa sin lastimarse los ojos. «Un mundo monocromático», pensó Raquel. Un mundo invernal. Como una fotografía en blanco y negro. Miró a Morpet y sus ojos azules resplandecieron en la blancura del cielo.

—¿Siempre hay nieve aquí? —le preguntó de pronto, temblando.

—Por supuesto —replicó. «Es el deseo de Dragwena», pensó él con amargura, pero Raquel no estaba lista todavía para escuchar la explicación—. Es hora de volver al lago Ker —dijo—. No podemos volar todo el día.

—¿Otra carrera?

—¿Por qué no? ¡Todavía no has conseguido ganarme!

Le hizo cosquillas en la nuca al águila marina y esta se lanzó en picado hacia el lago Ker. Raquel no intentó volar más rápido. Sencillamente se imaginó aterrizando en la orilla del lago.

Sin embargo, se encontró suspendida frente a la ventana en forma de ojo verde de la torre más alta del palacio.

A unos cuantos metros, mirando hacia fuera, estaba Dragwena.

La bruja miró a Raquel, mientras acariciaba su serpiente-collar. Raquel le devolvió la mirada sintiéndose insegura, con la sensación de que algo iba mal.

—¡Aléjate! —ordenó Raquel a su búho tirándole del cuello.

El ave se negó a obedecer. Por el contrario, se acercó cada vez más a la ventana, a unos cuantos centímetros del cristal. La bruja sonrió, puso los labios contra la ventana y envió un beso a Raquel.

De inmediato una ráfaga de viento golpeó al búho.

Raquel se aferró a las plumas del cuello intentando sostenerse.

—¡Llévame lejos de aquí! —le ordenó. El búho volvió lentamente su enorme cabeza y abrió el pico—. ¡No, no! —gritó Raquel al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer. El búho flexionó el cuello aún más. Le picó las manos… y de un empujón se la quitó de encima.

Raquel, desesperada, chilló y se aferró a las plumas de la cola.

Finalmente, se cayó.

Un viento helado le cortó el rostro. Al mirar hacia abajo, vio otra gran torre que estaba a punto de atravesarla con su punta.

Raquel cerró los ojos con fuerza y recordó cómo había disminuido la velocidad cuando caía entre los dos mundos. La diferencia, sin embargo, es que entonces se enfrentaba a una caída infinita y esta vez solo contaba con unos cuantos segundos para decidir qué debía hacer. A punto de rendirse presa del pánico tuvo de repente una idea. Era una imagen: la imagen de una pluma, una pequeña pluma blanca, que caía con suavidad. Raquel se aferró con furia a esa imagen y se detuvo en lo pequeña que era, en lo ligera, en lo lenta que caía, en la forma como era mecida a uno y otro lado por el viento.

Finalmente se atrevió a mirar. Enormes copos de nieve la rodeaban arrastrados por el viento, y ella era arrastrada junto con ellos. Arriba resplandecía un cielo totalmente gris, mientras los afilados cristales la empujaban con fuerza dejando escurrir oscura agua helada sobre su cuerpo.

De repente, Raquel se dio cuenta de por qué los copos de nieve eran tan grandes: era porque
ella
era muy pequeña, se había convertido en una pluma. Podía sentir su nuevo cuerpo volando entre los copos de nieve, esclava del viento. Un momento después aterrizó cómodamente en un alféizar. Una brisa la levantó y la hizo vagar con el viento, experimentando extrañas sensaciones que hormigueaban por todo su nuevo cuerpo, tan liviano. Siguió meciéndose y descendiendo de manera gradual con los enormes copos de nieve.

Entonces, a través del contorno borroso de la nieve, vio una figura que corría hacia ella.

—¡Morpet! ¡Morpet! —gritó.

Atrapó la pluma en el aire y sus gigantescos dedos la colocaron dentro de un mundo oscuro. Raquel esperó en la serena calidez de su mano, sintiéndose segura. Instantes después, Morpet la colocó en la nieve a orillas del lago Ker. Raquel lo vio pronunciar tres palabras desde una enorme altura.

Con lentitud al principio, sintió que reaparecían sus manos. Los brazos crecieron a partir de sus hombros, sus labios surgieron de súbito. Por fin, casi congelada, Raquel se levantó tambaleándose en la nieve.

—¡Ay, Morpet! —gritó—. ¿Qué ha ocurrido? La mujer-serpiente estaba allí. Me envió un beso y…

—Lo sé. Lo sé —le apartó el cabello húmedo de las mejillas—. Ya estás a salvo. Lo prometo.

Morpet la condujo de vuelta al palacio a través de la enorme puerta de acero. De nuevo la abrió utilizando su magia. Raquel se sentía demasiado distraída para darse cuenta. ¿Cómo podía estar ocurriéndole todo esto? La extraña mujer, Morpet, el comedor, el búho, la transformación en una pluma. ¿Cómo podía ser real todo esto?

—¿Estoy soñando? —preguntó—. ¿Voy a despertarme dentro de un minuto y tendré que ir a la escuela?

—Ojalá fuera así —dijo él—. O al menos ese
es mi
sueño.

—Morpet, quiero encontrar a Eric para que nos vayamos de este lugar. ¡Quiero volver a casa!

Morpet no contestó. La escoltó de vuelta al comedor, donde los esperaba ropa seca. Mientras Raquel se vestía, se dio cuenta de que la habitación era idéntica a como la encontró cuando entró allí por primera vez. Los delgados peces con aros habían desaparecido.

Morpet hizo que se sentara.

—Raquel —dijo con voz un poco temblante—, sé que estás asustada pero necesito que seas valiente.

Ella asintió sin comprender: confiaba en él.

—Lo que has hecho —dijo— es transformarte. Convertirte en algo
diferente
.

—En una pluma.

—Sí, pero eso no debería ser posible. En este mundo solo una persona tiene ese poder.

—Dragwena —dijo Raquel—. Apuesto que ella puede hacerlo.

—Sí —se inclinó y tomó las manos de Raquel—. Dentro de unos minutos debo llevarte a la torre-ojo. Dragwena te obligará a someterte a una prueba difícil. No puedo prevenirte di-iéndote de qué se trata, porque eso me delataría. No
parecerá
una prueba; te llegará como una sorpresa y yo no podré ayudarte. Hazlo lo mejor que puedas. Trataré de protegerte hasta donde me sea posible.

—No comprendo —dijo Raquel—. Tú me has salvado. Sé que me ayudarás.

Algunas lágrimas resbalaron por las mejillas hundidas de Morpet. Sabía que le había dicho demasiado a Raquel sobre lo que le ocurriría en la torre-ojo. Él tenía que parecer
cruel
cuando llevaba a un niño con la bruja: Dragwena estaría observándolo muy de cerca y otros estarían vigilando cada uno de sus movimientos hasta que llegaran allí.

—Morpet, ¿qué es lo que pasa? —preguntó Raquel—. No llores. Ya estoy bien. Me siento mucho mejor. ¿Por qué estás tan preocupado? ¿Qué clase de prueba es? —notó que Morpet retiraba sus manos—. No quiero hacer esa prueba. Tengo miedo.

Morpet se sentó con la cabeza hundida en sus dedos viejos y retorcidos. Respiró hondo y por un instante su cuerpo pareció casi inusualmente recto. Cuando volvió a mirar a Raquel, sus ojos habían perdido su brillo amistoso. Habló con una voz distinta, mucho más dura que nunca.

—Dragwena te llama. Debemos darnos prisa.

—No quiero ver a esa mujer —dijo Raquel—. Hizo que el búho me picara las manos. ¿Dónde está Eric? Quiero saber qué…

—¡Cállate! —gritó Morpet.

Raquel dio un paso atrás, asombrada.

—Morpet, ¿qué pasa?

—Vamos —gruñó agarrándola del brazo—. Se acabaron la diversión y los juegos, niña. ¡Es hora de ver si eres realmente tan buena!

7
La prueba

Morpet trotó a lo largo de varios pasadizos oscuros y retorcidos manteniendo la muñeca de Raquel asida con fuerza y obligándola a correr.

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