Antes de que Raquel hubiera tenido tiempo siquiera de acostumbrarse a su condición de copo de nieve, se dio cuenta de que un charquito de agua rodeaba su cuerpo. «¿Estoy sangrando?», se preguntó. De pronto lo comprendió: «No estoy sangrando. Me estoy
derritiendo
. ¡Me estoy fundiendo en el suelo!».
Al instante siguiente ya se había transformado otra vez: era una gota de agua.
Diminutas corrientes de líquido recorrían su nuevo cuerpo de un lado a otro.
—Vaya —musitó; ya no sentía miedo, sólo curiosidad—. Una gota de agua sería más interesante si pudiera… volar… ¡Cómo un avión!
En ese mismo instante se elevó del suelo, al principio voló con suavidad y aumentó la velocidad conforme aprendía cómo utilizar sus nuevas alas. Quedó suspendida en el aire, mirando a su alrededor. A unos cuantos centímetros, surgió la nariz de Morpet, tan grande como un autobús. Raquel describió tres rápidos círculos sobre su cabeza y luego se precipitó dentro de la oreja de Eric, de nuevo hacia fuera, sobre sus mejillas, a través de sus rizos rubios, sobre su nariz. ¡Un tobogán! Se deslizó hacia abajo por el puente de su nariz y se colgó de la punta, balanceándose hacia adelante y hacia atrás. Al mirar hacia arriba, vio el enorme rostro de Eric mirando hacia abajo con los ojos bizcos. Raquel se lanzó al aire en picado.
«Voy a dejarme caer», pensó. «No puedo lastimarme. No soy sino una gota de agua».
Su cuerpecito explotó en cuanto chocó contra la piedra dividiéndose en cientos de minúsculas gotitas de agua que saltaron separándose del resto de su cuerpo. Llena de pánico, Raquel trató de imaginarse de nuevo como una niña.
Una voz profunda —la de Morpet— resonó:
—
¡No
! ¡Permanece en ese estado!
Raquel esperó con ansiedad. Un momento más tarde su lengua voló en el aire. Miró cómo sus piernas salían disparadas hacia arriba y se meneaba su nariz: de nuevo era una niña.
—¡Eso ha sido fantástico! —dijo Raquel—. ¿Puedo volver a hacerlo?
Morpet la miró.
—
Niña estúpida
—vociferó—. ¿Sabes qué habría ocurrido si te hubieras transformado cuando estabas toda desperdigada por el suelo?
—Yo…
La tomó del brazo.
—Te diré lo que habría ocurrido: ¡Habrías vuelto a ser una niña, pero a trozos! Tus brazos, piernas y cabeza habrían estado repartidos por la habitación.
¡Estarías muerta
!
—Lo… lo siento —dijo Raquel—. No lo sabía. No me lo habías dicho.
Morpet suspiró hondo.
—Verás, cuando te transformas en otra cosa,
te conviertes
en eso realmente.
—No comprendo.
—Piensa en una lagartija. Si te transformas en una lagartija alguien podría cortarte la cola y podrías seguir reptando, ¿verdad?
Raquel asintió.
—Pero si vuelves a tu forma original, podrías encontrarte con que te falta una pierna —hizo una mueca—. Creo que prefiero a las niñas con dos piernas, ¿tú no?
Raquel clavó la mirada en el suelo.
—Trataré de recordarlo.
—Bien —Morpet abrió los brazos—. ¡En qué magnífica criatura te has convertido! Me mareé viéndote volar por todas partes.
Raquel señaló su rostro.
—¡Qué enorme es tu nariz!
Morpet se frotó su gruesa nariz con aire juguetón.
—¡Me asusta pensar lo grande que debe de haberle parecido a una gota de agua! Juguemos un poco más.
—Primero dime, ¿por qué antes no pude volver a mi forma normal?
—Es mucho más difícil volver a recuperar el verdadero yo —explicó Morpet—. No sé por qué. Solo Dragwena es capaz de hacerlo. Sin embargo, cuando te he visto desparramada por el suelo sabía que intentarías hacerlo.
—Tú puedes traerme de vuelta. Ya lo has hecho dos veces.
—Es un don que me ha dado la bruja —dijo Morpet—. A Dragwena siempre le preocupa que haya enemigos escondidos detrás de cosas cotidianas como árboles o aves o lobos. Hace siglos me dio el poder de
destransformar
las cosas, de traerlas de vuelta a su forma original. Hasta que te traje de vuelta cuando eras una pluma no estaba seguro de que podría hacerlo.
—¿Por qué no puedes transformarte tú mismo en una pluma o en un copo de nieve?
—Ese es un don que solo tú compartes con Dragwena —replicó Morpet—. Tú eres la primera niña que se ha transformado —la miró pensativo—. Eres la primera que ha hecho muchas cosas.
—Quizá soy una bruja —dijo Raquel con ansiedad.
—No creo —sonrió con tristeza—. O, en todo caso, eres una bruja muy simpática.
Eric se recostó en la cama de Morpet y se acomodó la almohada.
—¿Puedo dormir una siesta? —preguntó, bostezando—.Tengo mucho sueño.
—¿Cómo puedes tener sueño después de lo que acabamos de ver? —dijo Morpet. Lo miró asombrado, después se relajó de nuevo—. He olvidado que habéis tenido una noche muy larga. Por supuesto que puedes. Os despertaré…
Pero Eric ya se había dormido.
Una vez que estuvieron seguros de que Eric ya estaba dormido, Raquel murmuró a Morpet:
—¿Qué hacemos ahora?
—¿Por qué no tratas de ser algo más sólido esta vez? —dijo Morpet. Miró a su alrededor—. Este lugar está un poco vacío, desde mi punto de vista. ¿Qué te parece un mueble?
Con una sonrisa burlona, Raquel se transformó al instante en una silla de respaldo alto, con patas de madera tallada.
—¿Puedes oírme? —preguntó Morpet.
—Sí —intentó replicar y descubrió que su boca estaba dentro del marco de madera. Movió los labios hacia el asiento y colocó los ojos encima—. ¡Puedo oírte perfectamente!
—Interesante —dijo—. Una silla que puede hablar. ¿Y ahora qué sigue?
—¡Una mesa!
Estiró sus piernas, hizo que desapareciera el asiento y transformó la silla en una mesa de madera.
—Hola —dijo casi sin aliento.
—Muy lista —dijo Morpet—. Vamos a ponerte a prueba de verdad. ¿Puedes imaginar que eres yo?
—¿Qué? ¿Quieres decir que me transforme en alguien idéntico a ti?
Morpet asintió.
—Lo intentaré —dijeron los labios de la mesa.
Raquel observó a Morpet con todo cuidado para estudiarlo al detalle: sus largos brazos, la forma regordeta y plana de la
nariz
, las viejas y hundidas mejillas. Examinó su ropa de cuero intentando averiguar cómo se sentiría usándolas ella.
—¿Qué te parece? —preguntó apresurándose a terminar.
—Compruébalo por ti misma —dijo Morpet señalando un pequeño espejo en la pared.
Raquel se precipitó hacia allí, expectante. La criatura que la miraba en el espejo era un desastre. Las ropas eran adecuadas, pero la barba de Morpet estaba a medias y no había recordado transformar su cabello ni la mandíbula cuadrada. Quien la miraba en el espejo era un Morpet a medio hacer, con el cabello largo y oscuro y una barbilla puntiaguda como la suya.
Soltó una carcajada… y entonces se dio cuenta de que este nuevo Morpet tenía también unos dientes pequeños e igualados como los suyos.
—Vaya, vaya —dijo—. Soy una suerte de Raquel-Morpet.
La voz tenía también el mismo tono agudo que la suya. Otro detalle que se había olvidado transformar.
—Mmm —dijo Morpet—. Es mucho más difícil imaginarse como otra persona, ¿verdad? Las mesas y las sillas no tienen ni voz ni dientes. Tienes que pensar con todo cuidado y recordar cada detalle de ellas, incluso las cosas que no puedes ver.
—Al menos tengo la nariz correcta —dijo Raquel oprimiéndola.
—No es verdad —dijo Morpet—. Tu nariz es demasiado grande.
Raquel la revisó en el espejo.
—No —dijo, torciéndola—. Creo que la nariz es idéntica a la tuya. Es exactamente del mismo tamaño.
Morpet frunció el entrecejo.
—Quizá tengas razón.
—¿Debería hacer más pequeña la nariz? ¿Eso te gustaría?
—¿No has dicho que es perfecta tal como está? —preguntó él—. Bueno, pues… está bien. ¿Por qué no?
Raquel hizo una nariz chata. Se miraron juntos en el espejo.
—No está mal —dijo Morpet—. Pero ¿no puedes hacerme más
guapo
? ¡Eso sí que es un reto para ti!
Raquel probó unas cuantas combinaciones distintas antes de encontrar lo que buscaba. La criatura que ahora estaba de pie junto a Morpet era un hombre alto con el cabello color arena y penetrantes ojos azules.
Morpet se quedó mirando, asombrado.
—Sin duda es más guapo. Pero ¿se me parece?
—No lo sé —replicó Raquel, insegura—. Te vi cuando eras niño en el sueño que me dio Dragwena. Es como una versión adulta de ese niño.
—Quizá tengas
razón
, Raquel —refunfuñó mientras tocaba el rostro de ella nerviosamente—. Hace tanto tiempo que fui niño. He olvidado… cómo era.
Clavó la mirada en el suelo con tristeza.
—No he querido molestarte —dijo ella—. Quizá… quizá puedo hacer que
seas
exactamente así. ¿Te gustaría?
—Soy tan viejo que no me importa mi aspecto —dijo Morpet—. De cualquier modo, es imposible… —se detuvo y miró con vehemencia a Raquel—. Adelante. ¡Transfórmame, si puedes!
Raquel pensó cómo hacerlo. «¿Cómo puedo ir
adentro
de él?». En un impulso, se transformó en una mota de polvo, tan minúscula que pudo entrar por los poros de su piel. Pequeñas corrientes de aire en la habitación la sacudieron de un lado al otro. Raquel se paró y después se posó en su cabello, allí sintió su textura y su volumen. Luego se desplazó con cuidado entre ellos esculpiéndolos, haciéndolos más ligeros, más sedosos. Prosiguió con las mejillas, las suavizó, eliminó las arrugas y cambió el color de los ojos a un azul profundo. Se transformó a sí misma en unas tijeritas para recortar la barba raída. Tras unos minutos de trabajo duro había terminado… o casi. Llegó hasta sus extremidades y alargó su cuerpo haciéndolo más alto. Cansada, voló hasta el centro de la habitación y se convirtió de nuevo en una mesa.
Morpet se sentó frente a ella, pero ya no era el enano viejecito y arrugado que Raquel conocía. Era un joven alto con cabello brillante y ondulado y radiantes ojos azules.
Morpet se quedó boquiabierto al mirarse en el espejo, se tocaba el rostro como si fuera una máscara. Parpadeó con rapidez y sus nuevos ojos azules parpadearon en respuesta.
—Ahora eres muy guapo —dijo la mesa.
—¿Cómo lo has hecho? —se maravilló—. No deberías ser capaz de transformar
a otro
. Solo Dragwena tiene ese poder.
—No lo sé —respondió.
—Imagina que eres otra vez Raquel. Recupera tu forma original —dijo Morpet con firmeza.
—Me has dicho que solo Dragwena puede hacerlo.
—Eso era lo que creía. Ahora estoy seguro de que puedes hacerlo también.
Raquel supo al instante qué debía hacer. Se vio a sí misma de nuevo como niña llevando puesta la suave piel de los sarrenos. Fue un poco más fácil que antes. Ni siquiera necesitó concentrarse. Raquel atravesó con confianza la habitación hasta el espejo. Una niña con grandes ojos verdes, nariz afilada y un hermoso lunar en la mejilla izquierda se reflejaba en él.
—¡Lo he hecho!
Morpet se quedó con la boca abierta. Luego miró su propio rostro hermoso en el espejo e hizo algunos gestos para ver su nueva expresión.
Pero Raquel no había terminado. Ideas repentinas habían comenzado a ocurrírsele, cosas que incluso Morpet no habría concebido. Imaginó
otra
Raquel en la misma habitación y la colocó detrás de él. Allí estaba, tan tiesa como una muñeca de plástico. La hizo caminar: se movía con rigidez, como un robot.
Raquel se concentró aún más y le dio huesos, ligamentos y músculos que podía mover con flexibilidad, como una persona real. Hizo que esta segunda Raquel estirara los brazos y colocara sus pequeños dedos alrededor de las orejas de Morpet.
Él se quedó boquiabierto y dio un brinco hacia atrás.
—¿Cuál de las dos soy yo? —preguntaron ambas niñas al mismo tiempo.
Raquel sonrió y la falsa niña sonrió también.
Morpet las miró a ambas. Al principio parecían idénticas. Al mirarlas más de cerca se dio cuenta de que una de las niñas tenía una apariencia ligeramente insulsa. Sonrió con confianza a Raquel.
—Tú eres la real.
Raquel podía percibir también las diferencias. Hizo que desapareciera la expresión insulsa.
—¿Cuál es ahora la real? —preguntaron ambas niñas.
Morpet estudió a cada una con cuidado. Tocó sus mejillas. Percibió sus cabellos. Las alzó en brazos. Tenían el mismo peso; Raquel también lo había tomado en cuenta. Finalmente, se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo—. No puedo saber cuál es la real.
Ambas
parecéis reales.
Raquel soltó una risita y deseó que la segunda Raquel desapareciera. Se esfumó al instante.
Morpet se dejó caer en una silla y se miraron en silencio.
—Yo… no sé qué decir —dijo—. Las cosas que estás haciendo no deberían ser posibles. No tengo ni idea de cómo lo has logrado.
—Puedo enseñarte —dijo Raquel—. No es tan difícil.
Morpet se frotó su nueva hermosa barbilla.
—Se supone que soy yo quien te debe enseñar
a ti
—gruñó—. ¡Veo que en cambio tengo mucho que aprender! Creo que…
Un ruido que provenía de la cama los distrajo a ambos. Era Eric, que hablaba dormido.
—Debe de estar soñando —dijo Raquel.
—¡Shh! Escucha lo que dice.
Eric se dio la vuelta en la cama.
—Quince —dijo—. Izquierda. Ocho. Derecha. Cuatro. Izquierda. Seis. Izquierda. Dos. —Siguió dando extrañas instrucciones.
—¿Qué está murmurando? —preguntó Raquel—. Parece como un sueño extraño.
—¡No es un sueño! —se sobresaltó Morpet—. Es el camino hacia esta habitación a través de los corredores y las puertas.
Dragwena se acerca
.
—¿Qué quieres decir? —gritó Raquel—. ¡Has dicho que Dragwena no podría encontrarnos!
—¿No te das cuenta? —dijo—. La bruja nos ha engañado a todos. Estuvo a solas con tu hermano durante varias horas. ¡Debe de haber implantado en él un encantamiento de reencuentro!
Raquel puso la mano sobre la boca de Eric. Todavía dormido, con extraordinaria fuerza, él se quitó la mano de encima.
—Derecha. Cuatro. Izquierda. Seis. Derecha. Dos.
Raquel rompió a llorar.
—¿No podemos detenerlo?
—¡No hay tiempo!
Morpet apretó un punto en el suelo y apareció una pequeña salida en una de las paredes.