El maleficio (15 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El águila elevó la cabeza y siguió con la vista a las tropas de rastreo, más allá del alcance de una visión normal, muy lejos hacia el norte. Allí, entre los montes y los valles de las Montañas Raídas, vio muchos más neutranos transformados, y además otras criaturas: lobos. Estos últimos tenían el tamaño de un oso y brillantes ojos amarillos. Como gigantescos perros extravagantes, caminaban a grandes zancadas y presionaban de vez en cuando el hocico contra la nieve. Y entre los lobos estaba Dragwena, acariciándolos, animándolos, guiando su búsqueda.

Ronocoden descendió lentamente. Sus penetrantes pupilas color gris piedra notaron que una silueta blanca sobre el blanco de la nieve arrastraba los pies con dificultad hacia la orilla del lago Ker. Abajo, la silueta hizo una pausa, se ajustó la capucha y levantó sus ojos azules en señal de reconocimiento.

En ese instante, Ronocoden apuntó una de sus alas para señalar que los jardines estaban libres de ojos al acecho. Luego voló a gran velocidad hacia el sur y desapareció en segundos en las altas nubes.

La criatura en el suelo alcanzó el borde del lago. Presionó su rostro contra la nieve cerca de un brote de árbol en forma de hongo, murmuró dos palabras y dio un paso atrás.

Una niña saltó por los aires.

La criatura se apresuró a envolverla con una capa blanca.

—¡Morpet! —jadeó Raquel.

—¡Estás viva! —se frotó las mejillas heladas—. Temí lo peor. Pensé… ¡Cómo me alegro de verte!

—Ay, Morpet —dijo Raquel, castañeando los dientes—. Estoy congelada. Estuve en la nieve durante una eternidad. No podía volver a transformarme —miró a su alrededor con ansiedad—. ¿Dónde está Eric?

Morpet buscó dentro de los enormes bolsillos de su capa. Sacó una pequeña chaqueta de piel, guantes gruesos, pantalones acolchados y un par de botas para la nieve que hacían juego con los que traía puestos. Puso un pequeño cuchillo en uno de los bolsillos.

—Eric está a salvo —dijo—. Está con Trimak, camino a una red de cuevas varios kilómetros hacia el sur, en la Sima de Latnap. Voy a llevarte allá.

—Traté de ayudar a los sarrenos —explicó Raquel—. Solo que no sabía lo que planeaba Dragwena. Entonces les envió ese beso y… —entornó los ojos implorantes—. Dragwena usó a Eric para encontrarme, ¿verdad? Morpet, por favor, no culpes a Eric. No es por su culpa que…

—Lo sé —la tranquilizó Morpet—. Eric ha vuelto a ser normal —echó un vistazo a los jardines del palacio—. Más pronto que tarde alguno de los soldados de las tropas de rastreo de Dragwena dará con tu olor. Debemos estar muy lejos de aquí cuando eso ocurra.

—Ajña —dijo Raquel mirando bajo su capa—. ¿Cómo llegamos a esas cuevas? ¿Utilizaremos la magia?

—¡Ojalá pudiéramos! Me temo que mi magia no es tan poderosa para llevarnos hasta allá. Solo tú puedes transportarte de un lugar a otro como Dragwena. Yo tengo que usar las piernas para caminar.

—Te llevaré conmigo —dijo Raquel—. Estoy segura de poder hacerlo. Volaremos juntos hasta la Sima de Latnap.

—Intenta imaginarte solo unos metros más adelante —dijo Morpet—. Cúbrete con la capa. No deben vernos.

—¡He perdido mi magia! —murmuró Raquel después de varios intentos.

—No, sencillamente estás agotada después de haber usado tanta energía para escapar de Dragwena. No necesitas más que un buen descanso, pero te serán necesarias varias horas antes de que la recuperes por completo. Tendremos que ir a pie —la ayudó a ponerse las botas para la nieve—. La bruja tiene miedo ahora. ¡No puede creer que hayas sido más astuta que ella!

—Nunca parece asustada —dijo Raquel recordando la tranquilidad con que Dragwena había saludado a Grimwold y a sus hombres en la cámara—. No puede tenerme miedo de verdad.

—¡Claro que sí! La bruja ha estado buscándote sin parar desde el amanecer. Por suerte, piensa que estás en las Montañas Raídas. Nunca antes he sabido de una búsqueda en la que se involucrara ella en persona —esbozó una sonrisa a medias—. Debe de estar muy preocupada.

—¿Por qué cree que estoy allá?

—¿Recuerdas cuando al salir del cuarto dije "Nos veremos en Punto Joy"?

Raquel asintió.

—Es un pico en las montañas. Nunca pensé que Dragwena lo creería. Lo dije solo con la esperanza de confundirla en caso de que lograras escapar —Morpet ahogó una carcajada—. Parece que ha funcionado, al menos lo suficiente para retrasarla un poco.

—¿Cómo sabías dónde encontrarme? Pensaba que nadie excepto Dragwena podría hacerlo.

—Imaginaba que si estabas en peligro volverías a este lugar. Es el sitio al que has volado en nuestra primera mañana juntos. Por supuesto —dijo—, podías haber vuelto al comedor o a tu habitación en el palacio… pero apostaba a que nunca volverías a un lugar en el que Dragwena pudiera encontrarte con facilidad.

—Ni siquiera lo he pensado —dijo Raquel honestamente—. No tuve tiempo.

—Entonces, debemos agradecer al menos eso a Dragwena.

Con todo cuidado le acomodó la bufanda a Raquel alrededor del cuello, valoró su nuevo estado y le infundió ánimos:

—Vámonos. Es un largo recorrido a pie hasta la Sima de Latnap. Había planeado que las águilas nos llevaran hasta allí, pero el cielo está tan despejado que los espías de Dragwena nos verían enseguida. No podemos correr ese riesgo.

—¿Cómo puedes estar seguro de que Dragwena no conoce esas cuevas?

—No puedo estar seguro —admitió Morpet—. Pero los sarrenos nunca hemos utilizado la Sima de Latnap en toda mi vida. Confiamos en ello.

Morpet señaló a través del lago Ker hacia un bosque distante envuelto en las brumas.

—Nos dirigimos hacia allá —dijo—. Camina cerca de mí. La capa de hielo es delgada en algunos puntos y así los lobos no podrán rastrearnos con facilidad.

—¿Lobos?

—Te lo contaré mientras avanzamos —dijo Morpet.

La cogió de la mano preparándose para partir.


¡Ay
! —gritó Raquel. Se miró la mano. En medio de la palma le palpitaba una profunda y dolorosa herida negra.

—Dragwena me hizo esto en la torre-ojo —dijo.

Morpet examinó su mano.

—No es nada. Solo un corte.

—No es solo un corte —dijo Raquel con firmeza—. Dragwena dijo que esto me transformaría en una bruja. Dijo que comenzaría a parecerme a ella.

—¿Cuántas filas de dientes tiene Dragwena? —preguntó Morpet.

—Cuatro.

—¿Y qué hay de su piel? ¿Tenía pecas en la
nariz
?

Raquel sonrió.

—No, por supuesto que no.

—En ese caso deja de preocuparte. Tienes una boca normal y tus pecas son tan claras como siempre. Nada en ti ha cambiado. Vámonos.

La cogió de la otra mano y partieron con sus botas para la nieve por las congeladas aguas del lago Ker.

Raquel y Morpet mantuvieron un paso constante mientras avanzaban por el hielo. Como siempre, el sol brillaba muy débil y apenas atravesaba las altas nubes grises.

—Explícame eso de los lobos —dijo Raquel mientras se esforzaba por seguirle el paso.

—Son las mascotas favoritas de Dragwena —explicó Morpet—. Alguna vez fueron perros ordinarios. Con los años, la bruja los ha moldeado a su manera: son más grandes y tienen un hocico que puede distinguir los olores más sutiles. A diferencia de la mayoría de los animales de este mundo, los lobos pueden
hablar
. En el pasado fui responsable de su entrenamiento. Son criaturas inteligentes y crueles, y hasta el último de ellos cumple al pie de la letra los caprichos de Dragwena.

—¿Habrá alguno cerca?

—Los lobos nunca están lejos.

Raquel, nerviosa, miró a su alrededor; esperaba enormes huellas de patas de lobos marcadas en la nieve. Pero no había señal alguna que indicara su presencia. La nieve se extendía a sus anchas, como si ningún ser vivo se atreviera a molestar su gris superficie. Nada se movía. Incluso el cielo pálido estaba vacío. Demasiado sereno, pensó Raquel. ¿Eso era bueno o malo? Quitó la nieve bajo sus pies para ver si había peces brillantes temblando de frío por debajo de la superficie del lago, pero solo percibió la negrura impenetrable del hielo congelado para siempre.

—¿Hay seres vivos debajo? —preguntó.

—No —dijo Morpet—. Tendrían que poder vivir sin respirar. Tendrían que poder vivir sin moverse ni comer. Quizá Dragwena ha creado una criatura semejante solo para saber que sufre. Vamos, no podemos permanecer aquí.

—Pero ¿qué otras criaturas viven en Itrea? —preguntó Raquel, que permanecía a su lado—. He visto tan poco.

—Las águilas viven en las montañas occidentales y ayudan a los sarrenos siempre que pueden —dijo—. Solo sobreviven porque Dragwena quiere mantener vivas unas cuantas para cazarlas cuando está aburrida. Los lobos devoran cualquier ser vivo que encuentran en la superficie. El resto de los animales viven bajo tierra… si podemos llamarlos animales. Quién sabe lo que habían sido antes, pero la mayoría son ahora criaturas débiles parecidas a babosas, ciegas, que sorben los desperdicios que pueden encontrar en las profundidades de la tierra. Ni siquiera Dragwena se molesta en atormentarlos.

Raquel oyó un leve revoloteo. Eran un par de aves que cruzaban el cielo a gran velocidad. Volaban en perfecta formación, con movimientos increíblemente precisos.

Morpet tiró de ella para que se agachara.

—No te muevas —le susurró entre dientes.

—¿Qué son?

—Prapsis —dijo—. Los espías de Dragwena. Mitad cuervos, mitad bebés, y mucho más veloces que las águilas.

—¿Mitad bebés? —musitó Raquel.

—Son extraños, una mezcla de cosas —dijo Morpet—. Son seres grotescos creados por la bruja. No me pidas que te los describa. No me creerías.

Los prapsis zigzagueaban en varias direcciones por el cielo. Viajaban en líneas muy rectas y en ocasiones se detenían un instante y titubeaban, sin necesidad de disminuir la velocidad. En algún momento pasaron sobre Raquel y Morpet y ella alcanzó a oírlos cantar en voz alta con un parloteo de voces agudas.

Morpet esperó unos minutos antes de continuar y, a partir de ese momento, avanzaron con mayor precaución. Tras más de una hora de caminata, lograron atravesar el lago Ker y se dirigieron hacia las colinas bajas. Raquel sintió que las colinas estaban a muchos kilómetros de distancia y el bosque sombrío aún más lejos. Se dio cuenta de que su mano le palpitaba y le dolía, y se la miró.

—¡Morpet! —gritó.

Donde antes estaba el profundo corte, se veía ahora un círculo negro claramente dibujado en la palma de su mano; dentro del círculo había una estrella perfecta de cinco puntas. Raquel sabía dónde la había visto antes: era la que estaba grabada en la vela de la torre-ojo.

—¿Qué es esto? —preguntó a Morpet mirándolo a los ojos—. ¿Es algún tipo de marca de la bruja, quizá?

—Sí —admitió.

—¿Significa que estoy transformándome en una bruja?

—Todavía no te pareces a Dragwena, si es eso lo que quieres decir. ¿Te sientes distinta de alguna manera?

—No… creo que no —dijo Raquel—. Pero esta marca ha crecido en unas cuantas horas. Si es una marca de bruja, seguro que Dragwena me hizo algo. Tengo miedo, Morpet.

—Probablemente no sea nada —dijo tratando de calmarla.

—No sabes lo que significa, ¿verdad? —dijo ella levantándose—. ¿Qué hacemos si significa que me habré convertido en una bruja para cuando lleguemos a la Sima de Latnap? Eric está allí. No quiero lastimarlo, ni hacer daño a nadie.

Morpet la miró con gravedad.

—No sé qué significa la marca. Ningún sarreno ha tenido jamás esa marca. Puede significar
cualquier cosa
. Pero como lo primero que te preocupa es la seguridad de Eric, eso me indica que sigues siendo la Raquel que conozco. Debemos confiar en eso.

Continuaron su camino, clavando las botas en la nieve. Morpet mantuvo un paso rápido y Raquel ni se quejó, porque no podía dejar de pensar en Dragwena. Pero después de varias horas de recorrido a través del intenso frío, se sintió exhausta, con todo el cuerpo entumecido por el dolor y el cansancio.

Morpet no paraba de hablar en el intento de mantenerla despierta. Al fin llegaron a las colinas bajas. Raquel estaba tan cansada que no se dio cuenta ni le importó. Morpet la dejó descansar mientras subía hasta la punta de una pequeña colina.

Justo al sur estaba la seguridad de la Sima de Latnap, tan cerca ahora. Entre ellos y su destino se interponía el bosque de Dragwood. ¿Qué camino debían tomar? El bosque de Dragwood era peligroso, lleno de la magia de Dragwena muy fácil de provocar. También podían rodear el bosque, pero eso les llevaría más de una hora y Morpet percibía que el rodeo resultaría demasiado largo para Raquel. Ni una sola vez había mencionado su cansancio ni se había quejado, pero Morpet había visto su fatiga en cada paso, y él mismo estaba demasiado cansado para cargarla hasta la Sima de Latnap.

Miró el cielo. Había comenzado un atardecer gris que formaba profundas sombras alrededor de los árboles. Pronto oscurecería y la temperatura descendería peligrosamente. Incluso con sus pieles, Morpet sabía que Raquel no sobreviviría una noche en la superficie. Al fin tomó una decisión y volvió para encontrarla echada sobre su costado, cubierta a medias por la nieve.

—Despierta, bella durmiente —murmuró levantándola—. Todavía no es hora de ir a la cama. Vamos a tomar un atajo por el bosque. Estaremos en la Sima de Latnap en una hora.

Los últimos rayos del sol desaparecieron. Por encima de su cabeza, unas cuantas estrellas solitarias y la enorme luna Armat brillaban con intensidad. Morpet rogó que Armat brillara con fuerza: su luz fría era su única esperanza de guiarse a través de los árboles con rapidez, pues no había senderos en el bosque de Dragwood.

—Manténte cerca —dijo Morpet. Tomó a Raquel de la mano y caminó con mayor soltura en cuanto se internaron en el bosque.

14
Prapsis

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