—
Ve más adentro
—la exhortó Dragwena.
Raquel lo hizo. Fue testigo de una larga búsqueda. Entre las Montañas Raídas de Itrea, Dragwena volaba como un pájaro, más allá de los lejanos polos donde el hielo se congelaba en sus gigantescas alas.
—¿Qué buscabas? —preguntó Raquel.
—
A Larpskendya. El mago me dijo que dejaría su canto en este mundo minúsculo. Busco el olor de su magia para matar su presencia, dondequiera que esté escondido
.
Raquel observó a Dragwena mientras se transformaba en docenas de criaturas. Como tiburón, bajo el vasto océano Endelión, la bruja buscaba buceando por el lecho rocoso donde su boca se transformó en enormes fauces dentadas para engullir un millón de criaturas marítimas con agallas fluorescentes. Buscó durante siglos. La bruja rebuscó en cada rincón del mundo, y más allá del mundo, y en los altos cielos, día y noche, hasta que Raquel vio pasar las extrañas constelaciones con tanta frecuencia que llegó a conocerlas perfectamente.
Al fin, terminó la búsqueda de Dragwena.
—No has llegado a encontrarlo nunca —se dio cuenta Raquel—. Ni siquiera sabes en qué consiste el canto de Larpskendya. Pero sigue aquí, en algún lado, ¿verdad? Protege Itrea. Nos protege —su corazón se endureció—. Recuerdo el sueño mágico —dijo desafiante—. Larpskendya prometió proteger a los niños de la Tierra desarrollando su magia. Dijo que serían capaces de utilizarla en tu contra, de ser necesario.
—No
ha existido nunca ningún niño con la magia suficiente para desafiarme
—dijo Dragwena—.
Pero Larpskendya ha mantenido su palabra. Durante largas eras he traído niños a Itrea y sus poderes han ido mejorando de manera constante. Tú eres la más fuerte de todos, Raquel. Pero no eres lo bastante fuerte para oponerte a mí
.
—Eso mismo me pregunto yo —dijo Raquel. ¿Era ella de verdad la niña-esperanza? ¿Y Eric? ¿Qué pasaba con su don? ¿Había sido una amenaza para la bruja? En ese momento percibió miedo en la mente de Dragwena, disfrazado, pero miedo al fin, y se sintió agradecida—. De modo que no has podido encontrar a Larpskendya. Bueno. ¿Qué has hecho después, bruja?
—
Este era su planeta, el mundo de Larpskendya. Lo odiaba. ¡Así que lo transformé
!
Raquel vio a la bruja rozar los brillantes bosques primigenios de Itrea. Al tocar los árboles, estos se ennegrecían y morían. Dragwena hundió las uñas en las tierras fértiles y las flores exuberantes se marchitaron. Cruzó los cielos azules y llenos de vida y los volvió grises y apagados; tiñó la nieve de un gris más oscuro; filtró la luz amarilla del sol hasta que eliminó por completo los colores y el calor. Pero todavía no le pareció suficiente. La bruja llegó hasta los extremos más profundos del mundo y creó los torbellinos, las tormentas eléctricas y las nubes. Luego se volvió hacia los animales: dio a los cuervos rostros de bebé y transformó a los perros en lobos del tamaño de un oso que podían hablarle y consolarla en su soledad. Y un día, en un arrebato, Raquel vio que la bruja desposeía para siempre a las águilas de las voces sonoras que Larpskendya les había dado.
—Nada me sorprende de ti, ahora —murmuró Raquel—. He visto cuánto disfrutas asesinando y humillando sin razón alguna. ¡Nunca permitiré que me uses para hacer eso!
La voz de Dragwena rió.
—
Ya veremos. Águilas, niños, todo lo que ahora conoces o sientes pronto dejará de tener significado para ti. Solo la batalla con los magos es importante, la batalla sin fín. Pero no todo es guerra, Raquel. Está la Hermandad de las brujas para brindarte su calor. ¿Te gustaría verla? ¿Te gustaría ver el mundo en el que nací, el planeta Ool, el mundo de las brujas
?
Raquel sabía que Dragwena estaba tratando de seducirla. Pero esta vez, a diferencia del sueño mágico o de sus experiencias en la torre-ojo, Raquel notó que podía resistirse a la bruja. Con toda confianza respondió:
—Muéstrame, pues, tu mundo. Debe de ser feo si provienes de él.
Raquel se encontró flotando sobre un planeta gigantesco. El cielo era gris oscuro, casi negro, y había un sol casi apagado que no desprendía ningún calor. Tal como esperaba, Raquel vio torbellinos pero, a diferencia de los de Itrea, los torbellinos en Ool cubrían todo el planeta. Y dentro, montadas sobre sus cimas, Raquel vio a las brujas, a millones de ellas. Volaban por las violentas ráfagas practicando sus hechizos. Al mirarlas, Raquel sintió un profundo deseo de estar allí, cabalgando al lado de las brujas. ¿Quiénes eran? ¿Cómo se llamaban? Todas eran mujeres. ¿Madres? ¿Hermanas? La llamaban levantando sus brazos desnudos e imploraban a Raquel que se les uniera.
Raquel quería volar entre las brujas. Pero ahora conocía esa sensación que la arrastraba hacia los deseos de Dragwena, y se resistió. Eliminó el mundo Ool de su mente, y sabía que Dragwena no se esperaba esto.
—¿Cómo has traído a los niños desde la Tierra? —preguntó Raquel.
Vio entonces a Dragwena sola, sentada en las interminables nieves de Itrea.
—
Larpskendya se aseguró de que no pudiera dejar el planeta. Estaba atrapada pero hice un encantamiento, un único hechizo de búsqueda. Iniciarlo me exigió una docena de años, Raquel, y cien más perfeccionarlo; construirlo por poco me destruye
—Raquel vio pasar los años de creación del hechizo. Durante ese tiempo, la bruja apenas se movió sobre la nieve, ni siquiera hizo ligeros movimientos de cabeza. El esfuerzo para completarlo la enfermó: sus mejillas del color de la sangre hervían de gusanos y sus dientes se pudrían al morir las arañas limpiadoras.
—
Larpskendya cometió un error. Nunca debió haberme dicho que estaba desarrollando magia en la Tierra. Eso me dio una débil esperanza. Puse todas mis fuerzas en crear este único hechizo. Al final lo completé
—Raquel observó a Dragwena arrastrar su flácido cuerpo hasta la cumbre de la montaña más alta de Itrea y allí respirar bajo las estrellas radiantes. El hechizo saltó por el cielo. Atravesó al mundo exterior y se extendió en varias direcciones, al acecho.
—
Esperé más de mil años
—dijo Dragwena—,
hasta que estaba tan débil que me pregunté si los propios lobos acabarían conmigo. Pero al fin el hechizo encontró tu Tierra. Y entonces fui capaz de traer niños hasta aquí y de aprovechar su magia para revivir
.
Raquel recordó a los magos y al ejército de los niños.
—¿Por qué no has vuelto? Habías prometido matar a los niños cuando se volvieron en tu contra. Sé lo mucho que los odiabas, y los sigues odiando.
—
La magia de los primeros niños no tenía la fuerza suficiente. Pero tuve paciencia y esperé. Sabía que un día llegaría un niño lo bastante poderoso para ayudarme a volver: eres tú, Raquel
.
—Puedo leer tu mente tan bien como tú puedes leer la mía —dijo Raquel—. Es peligroso para ti dejarme entrar, bruja. Descubriré la manera de vencerte.
Dragwena susurró:
—
No, niña, no lo entiendes. Lo que pretendo es mantenerte aquí, ligada a mi mente, hasta que esté segura de que se ha completado la transformación. Cuando seas una bruja por completo te enviaré de vuelta a las cuevas y te soltaré. Primero, creo que deberías matar a Morpet y Trimak, los traidores. Después de eso debemos decidir cómo utilizar al pequeño Eric. Tu hermano tiene fuerzas que todavía no comprendo del todo. Si no somos capaces de dominarlas para nuestros propósitos, lo destruiremos. Quizá te deje matar a tu propio hermano, Raquel… si el ejército que he enviado no llega primero a la Sima de Latnap
.
Dragwena abrió su mente y Raquel vio soldados neutranos en marcha. Cinco mil, armados para luchar cuerpo a cuerpo, flanqueados por los lobos, se dirigían a paso firme hacia las cuevas de la Sima de Latnap. El ejército llegaría pronto y Dragwena planeaba matar a todos los rebeldes.
A todos, excepto a Raquel.
—¡Voy a avisarlos!
—
¡Intenta salir, si puedes
!
Raquel forzó sus pensamientos con la esperanza de encontrarse de vuelta en la cueva, con Morpet y Eric. Lo que ocurrió, en cambio, fue que permaneció dentro de los pensamientos de Dragwena. Buscó la salida, pero no existía. La ruta originaria estaba bloqueada, o la había olvidado. Cada camino que probaba la llevaba cada vez más en la mente de la bruja.
—¡Suéltame!
Dragwena soltó una carcajada y el ruido la ensordeció.
—
La transformación se está acelerando. ¡Disfrútala! ¿No sientes el cambio? Ya tienes nuevos poderes más allá de lo que Morpet puede concebir. Te estás convirtiendo en una bruja. Únete a mí. No te resistas. No tiene sentido. Pronto
…
De pronto, una ráfaga.
Raquel sintió que la sacudía como la onda de choque de una bomba. Luego un segundo estampido, el doble de fuerte, seguido por gritos agudos: los gritos de
Dragwena
.
—¿Qué? —jadeó la bruja.
Otra explosión, y esta vez Raquel oyó que algo se desgarraba. Miró hacia arriba y vio que la luz penetraba por el corte y, más allá de la luz, un rincón de la Sima de Latnap. Eric estaba allí con el rostro ardiendo por la concentración.
—¡Sal de allí! —oyó a Morpet que gritaba—. ¡Ven aquí!
—¡No! —dijo Eric—. Busca hechizos, primero. Rápido, Raquel, encuéntralos. Estoy abriendo a Dragwena para ti.
Las ráfagas continuaron rasgando la mente de Dragwena, ensanchando la entrada. Raquel no dudó. Expandió sus pensamientos ignorando la agonía de la bruja. Raquel buscó en las regiones más secretas hasta que encontró lo que estaba buscando:
hechizos
, delicados y poderosos hechizos, hechizos de transformación, hechizos rápidos y de tal complejidad que requieren de conocimientos inimaginables para pronunciarlos. Y, en lo más hondo, estaban los hechizos de muerte, una enorme variedad de formas de matar. Raquel los tocó, cargando su mente.
Los gritos de Dragwena cesaron de golpe. Raquel parpadeó y se encontró acostada en las cuevas de la Sima de Latnap, al lado de Eric y Morpet.
Eric daba patadas a las paredes con frustración.
—¿Qué has encontrado?
Raquel se sintió confundida.
—Yo… no… ¿Dónde está la bruja?
—¡Se ha ido! He echado a Dragwena de tu cabeza. He aplastado su magia. Ella ha huido.
Ha tenido
que huir, de vuelta a la torre-ojo.
—¿C-cómo lo has hecho?
Eric sacudió la cabeza.
—No sé cómo. Solo he atacado su magia. ¿Recuerdas? Sabía que Dragwena te mantenía allí con sus hechizos. He notado que buscabas la salida, así que he llegado hasta allí y he anulado a los que te tenían prisionera —le sonrió—. Dragwena no lograba hacerlos regresar. Al igual que tú, ¡tampoco sabía cómo!
Raquel pasó algunos minutos considerando lo que había descubierto. Todos los encantamientos, incluidos los hechizos de muerte, permanecían en su cabeza. ¿Había algo que pudiera usar para atacar a la bruja?
Le dolía la mejilla izquierda. La tocó distraídamente… y de inmediato retiró la mano.
Dientes, dientes nuevos, bullían bajo su piel.
Miró a Morpet a los ojos.
—
¿Qué aspecto tengo
?
El rostro de Morpet se contrajo.
—¡Dime!
Morpet salió de la habitación por unos instantes y volvió con un espejo. Tomándolo con decisión, Raquel vio varias cosas: su piel era roja, rojo sangre; su nariz, una masa esponjosa sin forma. Examinó sus ojos: no tenía párpados. Forzó sus labios hasta abrirlos y se dio cuenta de que tres filas más de dientes habían brotado de sus encías. Ya casi estaban formados por completo, eran blancos y se curvaban hacia atrás hasta presionar la carne de sus mejillas, listos para salir.
Raquel dejó caer el espejo. Se quedó de pie, rígida, demasiado aterrorizada para gritar.
Morpet la cogió de los hombros.
—Sí, estás cambiando, ¡pero sigues siendo la Raquel que conozco! ¿Quieres matarnos? ¿Quieres?
Raquel sacudió la cabeza, desolada.
—Entonces… todavía tenemos esperanza.
—¿Esperanza? —replicó Raquel enfadada—. ¡Mírame! ¡Sigo transformándome en una bruja! Dragwena me dijo que esto ocurriría.
Se volvió hacia Eric.
—¿Cuánto falta para que me transforme por completo?
—No lo sé —dijo Eric—. No podría decirlo.
—¿Puedes quitármelo? —rogó Raquel—. Es un hechizo. Debe serlo. ¿No puedes detener lo que me está haciendo?
Eric frunció el ceño.
—No. Es un hechizo pero, de algún modo, también forma parte de ti. No puedo entender qué es lo que está ocurriendo. No sé cómo detenerlo.
Raquel apretó los dientes. Las nuevas mandíbulas se acomodaron a la perfección.
—Llévame con Trimak y los demás —ordenó a Morpet.
Dentro de las cuevas principales, todos se quedaron boquiabiertos cuando la vieron entrar. Varios sarrenos sacaron la espada por instinto. Ella les contó todo rápidamente, incluso que el ejército de Dragwena se acercaba a la Sima de Latnap.
Raquel se percató de un hombre, muy asustado, que apenas se atrevía a mirarla. Hizo sonar sus nuevas mandíbulas con un gesto amenazador.
—
Debes
tenerme miedo —dijo Raquel—. Cuando me convierta en bruja, Dragwena dijo que disfrutaré matándote —en el momento en que lo pensó, Raquel sintió que surgían en su mente hechizos de muerte que le indicaban que ya podía matarlos a todos, si lo deseaba. Le dijo a Trimak:
—Haz que todos se preparen para partir.
—Escucha, Raquel —dijo Morpet—, sé que estás transformándote en…
algo
, pero eso no significa necesariamente que serás como Dragwena. Tu instinto sigue protegiéndonos.
Raquel vaciló.
—¿Quieres decir que puedo luchar contra ella? ¿La bruja buena contra la bruja mala?
—Sí. ¿Por qué no? Quizá no estás transformándote en el tipo de bruja que es Dragwena. Podrías ser capaz de proteger las cuevas si fuera necesario. Debemos tener cuidado y tomar la decisión correcta. ¡Piensa! Todo lo que Dragwena te ha mostrado puede ser una mentira. Podría ser que no hubiera un ejército acercándose a la Sima de Latnap.
Grimwold se arrodilló cerca.
—No. Envié a alguien a comprobarlo. El ejército de la bruja se acerca, tal como Raquel lo ha descrito.
Raquel miró la cueva de un lado al otro deteniéndose en los rostros ansiosos de los sarrenos.
—No nos queda mucho tiempo —dijo—. No creo poder vencer a la bruja. Ninguno de los hechizos que he aprendido me muestra cómo hacerlo. Pero creo que puedo poneros a todos a salvo, y luego… Iré sola a algún sitio, lejos de aquí. No importa dónde. Esperaré hasta que se haya completado la transformación y veré lo que me ocurre. No me atrevo a permanecer cerca de vosotros, no puedo correr ese riesgo. Estoy pensando… que si puedo atraer a Dragwena, luchar contra ella, debilitarla de algún modo, quizás haya una oportunidad.