Dragwena gritó su ira una y otra vez y el eco de su voz atravesó Mawkmound.
—Entonces espero que estés lista para la batalla, Raquel —soltó Dragwena entre dientes—. Me resultas inútil ahora. No puedo permitir que vivas —sus ojos tatuados refulgían con fiereza—. ¡Una
verdadera
lucha! No he tenido ese placer desde hace muchos años.
—Una lucha a muerte —murmuró Raquel.
—Por supuesto.
Raquel intentó mantenerse serena a pesar de no estar preparada para algo así.
—Ahora conozco algunos hechizos interesantes —dijo débilmente.
—Es cierto —confirmó Dragwena—. Los has tomado prestados de mí. Pero conozco todas las defensas contra esos sortilegios. Espero que tengas una nueva arma o nuestro enfrenta-miento será bastante breve.
—Ya lo veremos —dijo Raquel.
—Ahora
suenas
como una bruja —rió Dragwena—. Valiente pequeña, ¿sabes de cuántas maneras puedo matarte?
Raquel asintió.
—Lo sé todo, todos tus hechizos.
—No —dijo Dragwena con suavidad—. Solo conoces lo que te
permití
ver. Cuando Eric te ayudó a encontrar los hechizos de muerte, me escapé antes de que encontraras el más mortífero. Hay encantamientos más poderosos aún: los
maleficios
. No tienes defensas contra ellos, niña. ¿No te da miedo?
—Todo lo que tiene que ver contigo me asusta —respondió Raquel—. Pero no estarías perdiendo el tiempo ahora a menos que también me tengas miedo.
Dragwena midió a Raquel con cuidado, incluso con admiración.
—Qué lástima tener que destruirte —dijo—. Sin embargo, puesto que existes, habrá otros que te seguirán, sin duda. Larpskendya ha sembrado bien la magia entre los niños de la Tierra. Le doy gracias por ello. No cometeré con los siguientes niños los mismos errores que cometí contigo —retrocedió. Su serpiente-alma le lamió todo el rostro, un gesto con el que daba inicio la batalla—. Puesto que eres un adversario lo bastante poderoso para desafiarme, ¿quieres comenzar con el primer hechizo, Raquel? Creo que mereces ese honor.
Raquel echó una ojeada hacia Eric, que seguía tirado boca abajo en la nieve. Tenía que alejar a Dragwena de su hermano lo más pronto posible… alejarlo de Mawkmound. Se transformó en un cuervo y aleteó por el cielo.
Dragwena no la siguió de inmediato. Lo que hizo fue dirigirse hacia los sarrenos.
—Mirad la escena final —exclamó—. Será lo último que veréis en vuestra vida. Cuando vuelva, os quemaré a todos hasta que os consumáis.
Un momento después, un segundo cuervo graznó y se lanzó tras Raquel.
Todos en Mawkmound observaron nerviosos a las aves negras adentrarse en la noche tenebrosa.
Raquel no estaba lista para luchar. Volaba muerta de pánico preguntándose adonde ir. ¿Cuál sería un lugar seguro para esconderse? Pensó en las Montañas Raídas, lejos de Mawkmound. Voló sin dificultad entre los picos y valles preguntándose cómo utilizar los nuevos hechizos sabiendo que Dragwena los había practicado durante miles de años.
Primero la seguridad, pensó Raquel. Algo difícil de hallar. Redujo el ruido de su aleteo hasta alcanzar un completo silencio. Gruesos copos de nieve le quemaron los ojos y tuvo que seguir volando a ciegas, y sin embargo seguía viendo el mundo con perfecta claridad. Armat brillaba en el cielo, así que modificó el color de la parte superior de su cuerpo para que reflejara la luz de la luna. En la distancia, el palacio se erguía en el suelo, con su color negro impenetrable contra el gris oscuro del cielo.
¿La encontraría Dragwena rápidamente? Sí. ¿Debía atacarla o defenderse? Los encantamientos le proporcionaban diferentes respuestas. ¿Había algo que ella pudiese hacer y que Dragwena no pudiera? ¿Algo nuevo, un arma que Dragwena nunca hubiera visto antes? Los encantamientos no le ofrecían respuesta alguna en ese sentido. Entonces Raquel se dio cuenta de que no había protegido sus pensamientos. Furiosa consigo misma, los borró.
En ese instante Dragwena apareció a su lado, su ala rozando la de Raquel.
—Demasiado tarde —dijo Dragwena—. Debes pensar primero en las cosas obvias, niña. Podía escuchar tus pensamientos agolparse desde Mawkmound. Y ahora sé que tampoco tienes un arma secreta. No debías revelármelo. Mantén mi interés o te arrancaré el corazón.
Raquel giró deprisa y al azar: de las Montañas Raídas hacia el bosque de Dragwood; del lago Ker hacia el palacio. A toda prisa, sin permanecer en ningún lugar más de unos cuantos segundos. Al tiempo que se movía también cambiaba su forma, en un intento por desconcertar a la bruja. Al fin, Raquel se fundió con la roca negra de la pared del palacio y se convirtió en un trozo de la pared misma. Esperó con ansiedad.
El trozo de pared que estaba a su lado se dirigió hacia ella:
—¿Eso es lo mejor que sabes hacer? Conozco ya el patrón de tu magia demasiado bien para que tus metamorfosis puedan vencerme. Me cogiste por sorpresa con tu truco de la mota de polvo en la torre-ojo, pero eso no va a servirte otra vez. Anda, empiezo a impacientarme. ¡Asómbrame con tu magia!
Raquel se fusionó con un lobo que merodeaba los jardines del palacio. Incorporó su olor. Se fusionó con una rana, sintió su viscosidad y la mezcló con el olor del lobo y con otros olores más mientras se movía sin parar. Por primera vez alcanzó a reconocer el olor característico de su propia magia y lo eliminó. Avanzó muchos kilómetros, disfrazó todos los olores y se convirtió en un suspiro de aire inodoro que erraba sin propósito.
Esta vez Dragwena la encontró solo después de unos cuantos minutos. Raquel se dio cuenta solo cuando una tosca garra negra la atrapó en el cielo.
—Interesante —dijo Dragwena—. ¿Qué más?
Raquel imitó a la bruja y se metió dentro de una enorme garra. Dragwena la siguió hasta que las dos gigantescas garras negras eclipsaron a Armat, garra sobre garra en una construcción celestial.
Al final, Dragwena hizo que las dos volvieran al suelo.
—¿Copiar es todo lo que puedes hacer? —preguntó, aburrida—. Esperaba una batalla más interesante que…
Raquel se fusionó con la serpiente-alma de la bruja. Se apoderó de su mente, sostuvo sus colmillos y la forzó a que mordiera el cuello de Dragwena.
Dragwena gritó y luego recuperó el control, pero Raquel ya sabía qué quería hacer a continuación: la serpiente había sido solo una distracción. Hizo que su cuerpo brillara y creó
miles
de otras Raqueles, igualmente brillantes, en el aire. Por un momento, todo el cielo se volvió tan intenso en su incandescencia que incluso en Mawkmound los sarrenos lo vieron y se preguntaron de qué se trataba. Con gran rapidez hizo que cada una de las pretendidas Raqueles se lanzara en diferentes direcciones: hacia el interior de la tierra, sobre los árboles, en las rocas, en el agua y en el aire. Se concentró para que todas las formas falsas que conservó en la mente parecieran tan reales como ella misma: con el mismo olor, el mismo peso, el mismo ritmo de respiración, un solo pulso, y las dispersó por todos los rincones de Itrea.
Desde arriba en el cielo, sobre el palacio, varias Raqueles miraban hacia abajo. Entre ellas, la verdadera veía a la bruja, que pareció confundida por un momento.
Luego Dragwena se acercó a su rostro y soltó una fuerte risotada. Raquel gritó y eso la delató. Se dio cuenta demasiado tarde de que la risotada de Dragwena había explotado junto a todas las otras Raqueles.
—Vaya, muy bien —dijo Dragwena—. ¡Excelente! Si solo hubieras hecho que todas las otras Raqueles gritaran, habría funcionado. Pero supongo que es demasiado pedir. Se necesitan muchos años de entrenamiento para convertirse en una bruja verdadera, y tú no llevas tanto tiempo, ¿verdad? —sonrió—. Sigue probando. Todavía no quiero matarte.
Raquel cambió de forma por toda Itrea a fin de darse tiempo a considerar algo nuevo. ¿Qué otra cosa podía intentar? Vamos, se dijo a sí misma. ¡Piensa! Algo
completamente
diferente…
Dragwena siguió con toda comodidad las transformaciones de Raquel. Se tomó su tiempo, disfrutó del juego, con la esperanza de que habría otras sorpresas interesantes, hasta que se dio cuenta de que Raquel se había detenido nada menos que en el bosque de Dragwood. La bruja se deslizó hacia el suelo, pues sabía con exactitud dónde había aterrizado Raquel. Sin embargo, en lugar de árboles sombríos, la bruja encontró una selva tropical esperándola. En lugar de tierra oscura entre los árboles, encontró dulces pastos llenos de vida. Y, sentado sobre el pasto, con las piernas cruzadas, estaba un mago de ojos multicolores.
—¡Larpskendya! —jadeó Dragwena.
—Te dije que siempre protegería este mundo —dijo Larpskendya—. ¿Creías que te permitiría cazar a Raquel?
Dragwena se derrumbó hasta quedar de rodillas y escondió la cabeza entre las manos.
—¡Esto no puede ser cierto!
En el instante en que la bruja abrió los ojos, el cuerpo de Larpskendya desapareció. En el lugar donde había estado se erguía una espada afilada suspendida en el aire. Raquel controlaba la espada: una combinación de todos los hechizos de muerte rápida que podía reunir. La lanzó, aprovechando que Dragwena estaba confundida y desprevenida, y se la clavó en el cuerpo, desgarrándola por completo.
El viento esparció los despojos de Dragwena por la nieve, y Raquel se transformó de nuevo en una niña. Durante unos minutos examinó los restos de hueso, de carne y de ropa y los pisoteó con delicadeza, sin terminar de creer que había funcionado.
Entonces, a sus espaldas, Raquel oyó un leve aplauso.
Dragwena estaba allí, ilesa.
—Vaya, muy bien hecho —dijo—. ¡Brillante! Qué fantástica bruja hubieras llegado a ser. ¡Qué osada! Averiguar lo que más temía y utilizarlo en mi contra. Solo conseguí transformarme en árbol en el último instante —se inclinó ostentosamente—. Es un honor luchar contra ti. ¿Continuamos?
Raquel observó la expresión de la bruja. No tenía miedo, solo placer por haber disfrutado de la batalla. Sabía que Dragwena no había comenzado todavía a luchar en serio, y que en cualquier momento podía atacarla. Pero no hizo caso del clamor de los hechizos en su mente y trató de recuperar los recuerdos de la bruja. ¡Tenía que haber algo más que pudiera utilizar! ¿Cuál era su debilidad? ¿Adónde nunca la seguiría? ¡Por supuesto!
Raquel se transformó en un cohete que se dirigió hacia los confines del cielo. Las nubes se deslizaban sobre su rostro conforme el aire se hacía más denso.
—¿Qué pretendes ahora? —preguntó Dragwena, asumiendo la misma forma y siguiéndola hacia arriba.
Raquel se concentró en borrar sus pensamientos, pero Dragwena percibió lo que estaba exactamente haciendo y leyó su intención.
La bruja hizo que las dos cayeran de vuelta al suelo.
—Idiota —dijo Dragwena—. Si no hubieras bloqueado tu mente, no me habría molestado en leerla hasta que hubiera sido demasiado tarde. ¡Habrías escapado! Una oportunidad desperdiciada. Puesto que sabes que no puedo dejar Itrea, ¿por qué no te imaginabas sencillamente fuera del planeta? No hubiera podido seguirte. Pero has hecho lo obvio: solo te has puesto a
volar rápido
. Sigues pensando como una niña, Raquel.
De inmediato, Raquel intentó imaginarse en el espacio, fuera del mundo. Su cuerpo fue impulsado hacia arriba y luego se arrugó como un papel: una coraza invisible creada por Dragwena la sujetaba. Se recuperó, voló surcando el cielo con la esperanza desesperada de que se rompiera la coraza. No ocurrió así. Las estrellas brillaban en el cielo, dolorosamente cerca. Raquel se aferró a su intensa luz en busca de una salida.
La bruja se le apareció al lado.
—Creo que nuestra pequeña batalla casi ha terminado —dijo—. Estaba equivocada acerca de poder utilizarte y quizá debí haberme concentrado en tu hermano desde el principio —sonrió, atrayendo hacia sí el rostro de Raquel—. Eric tiene mayor potencial que tú. Con entrenamiento, creo que será capaz de eliminar los vínculos de magia que Larpskendya ha colocado alrededor de este mundo. Podría ser Eric, después de todo, el que me ayude a cumplir los versos sombríos…
Raquel sopló un hechizo de ceguera sobre el rostro de Dragwena. Sus cabezas estaban tan cerca que la bruja no tuvo tiempo de cerrar los ojos. Por un momento, cuchillas esmeralda atacaron su rostro y luego se desvanecieron dejando ilesa a la bruja.
—Tengo defensas contra todos tus hechizos —murmuró la bruja—. Eric no luchará como tú. Es muy joven. Será más fácil persuadirlo.
Raquel gritó y se transformó de nuevo, pero esta vez Dragwena no la siguió. Sencillamente la arrancó del cielo arrastrándola consigo a Mawkmound.
Raquel vio a Morpet y a Trimak y al resto de los sarrenos mirarlas con atención, expectantes. Eric yacía en los brazos de Morpet, todavía inconsciente.
—¿Ves sus caritas ansiosas? —dijo Dragwena—. Quiero que todos te vean cuando te aplaste, para que presencien el fin de su niña-esperanza. Luego mataré a Morpet y a Trimak poco a poco, quizás a lo largo de más de cien años. Eric puede ayudarme. Los otros no importan —rió—. ¿Dónde está tu precioso Larpskendya ahora? ¿Dónde está el mago que prometió protegerte?
Raquel tenía una sola idea desesperada. Irguió el cuello y apuntó hacia Armat. Respiró hondo y gritó los versos de la esperanza.
Por un momento el aire sopló con delicadeza. Todos en Mawkmound lo notaron, incluso la bruja. Raquel y los sarrenos aguantaron esperanzados pero… algo faltaba. Las palabras se desvanecieron en la brisa nocturna y Armat siguió brillando fría allá arriba.