El Maquiavelo de León (20 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Los políticos suelen decir que donde los dirigentes deben hablar es en las distintas instancias del partido, pero a quien se le ocurre hacer uso de la palabra en el Federal, máximo órgano entre congresos, firma su sentencia de muerte.

José Bono recuerda, «sin acritú» que diría González, más bien con nostalgia, la Ejecutiva felipista, en la que intervenían activamente gente como Carlos Solchaga, José María Maravall, Javier Solana, Jerónimo Saavedra, Joan Lerma y demás.

—Se armaban unas peloteras gordas —me dice desde el sillón de su despacho donde entra el lánguido sol de otoño—. Pero el que tomaba la palabra ya podía atarse los machos, pues después intervenía Felipe y te pasaba la guadaña baja; él decidía por dónde te la pasaba, él ajustaba la altura, los pies o la cabeza, porque el tipo tenía mucha fuerza. Hoy, en las ejecutivas actuales, las cosas son de otro modo, porque, además, deben serlo. Lo único que quizá resulte preocupante es que casi nadie discrepa por miedo a que la discrepancia se interprete como deslealtad. Quizá deba ser así, pero las opiniones discrepantes también deben ser atendidas porque pueden tener razones que sean útiles… En fin, son otros tiempos. Sin embargo, Bono aplica un elemento atenuante:

—Entonces, Pepe, había un patriotismo de partido que hoy no existe en la misma forma. Si alguien de la Ejecutiva se permitiera exponer hoy una opinión crítica, al día siguiente los periódicos lo publicarían en la primera página y el adversario lo utilizaría contra el presidente. Si yo voy al Comité Federal y discrepo de la posición del gobierno sobre el aborto, puedo tener la seguridad de que, al día siguiente, algún periódico o tertuliano de derechas le va a sacar punta contra el presidente. Por eso hay tantos silencios. Así son las cosas.

Uno de los aludidos, Carlos Solchaga, ofrece una interpretación distinta a la voluntad del presidente de no hacer equipos. No se trata de incapacidad, sino del hecho de que en su opinión Zapatero es más hombre de partido que de gobierno. Es decir, es alguien que sabe manejar las fuerzas del partido para conseguir consensos y liderazgos y que aplica esa técnica al gobierno, para el que no se había preparado, ya sea política exterior, en política económica o en las grandes visiones de Estado.

Solchaga lo explica así:

—Su concepción sobre cómo se debe configurar un gobierno y el papel del mismo se parece muchísimo a la prevaleciente de cómo se debe configurar una ejecutiva de un partido: con gente que viene de un lado y de otro, atendiendo a la composición por sexos, por regiones o por otros equilibrios. No procede con algo que, en mi opinión, siempre ha sido muy importante a la hora de hacer gobiernos, que es la formación de equipos. De acuerdo con esta concepción se explica que los ministros y los vicepresidentes tengan un papel relativamente menor.

X - Javier Paz, el correo del zar

No tiene cargo público alguno, ni falta que le hace para ser uno de los hombres más poderosos de España. Javier de Paz se ha situado en un cruce de caminos estratégico y muy productivo: entre la A-VI que conduce al palacio de La Moncloa, cuartel general del poder político, y el que lleva a la bolsa de valores, símbolo del mundo de los negocios, en la madrileña plaza de la Lealtad, junto al monumento a los caídos.

Los empresarios que saben lo que se cuece, no ignoran que la Mejor manera de llegar al presidente del Gobierno es utilizar los servicios del simpático vallisoletano, su mejor amigo; alguien que conoce bien a ambos me lo describía como «El Amigo», así como suena, sin necesidad de adjetivo alguno. De Paz entró en el mundo del dinero por la vía política, la secretaría general de las Juventudes Socialistas, sita en el número 70 de la calle Ferraz de Madrid. De allí y tras tres años de travesía del desierto, del 90 al 93, con algunos oasis como la organización de una cooperativa de viviendas juveniles, la dirección de la Unión de Consumidores de España (UCE) y su colaboración en la revista
Ciudadano
, saltó, en diciembre de 1993, a la Dirección General de Comercio Interior por decisión de Javier Gómez Navarro, que era ministro de Comercio y Turismo, al parecer contra la opinión del ministro de Economía, Pedro Solbes. Desde este puesto tuvo que ocuparse del problema planteado con Galerías Preciados cuando Gustavo Cisneros, el riquísimo amigo venezolano de Felipe González, abandonó vergonzosamente la compañía que había adquirido tras la privatización de Rumasa en sospechosa adjudicación. Como director de Comercio Interior, Javier de Paz cosechó valiosas amistades que le permitieron acceder al sanedrín empresarial.

Cesado en mayo de 1996, tras el acceso al poder de José María Aznar, fue reclutado ese mismo año como adjunto a la presidencia de Panrico, la empresa catalana del pan de molde, los donuts y el bollicao, cuyo nombre procede de los de sus fundadores: «Ri» por los Rivera y «Co» por los Costafreda. Javier de Paz desempeñó en ella el cargo de adjunto al presidente Albert Costafreda y director de estrategia corporativa, ocupándose de recursos humanos,
Marketing
y ventas. Javier obtendría, a cambio de sus buenos servicios, un sueldo muy alimenticio y la adquisición en buenas condiciones de un paquete del uno por ciento de la compañía. Cuando, ocho años después, en 2005, ésta fue comprada por Apax, firma británica de capital riesgo, Javier obtendría por su paquete accionarial 8 millones de euros, unos 1.300 millones de pesetas. Él jugó un papel importante en esta operación, ocupándose de la negociación con los socios minoritarios para llegar al acuerdo con los ingleses.

Ahora Javier de Paz no gana tanto, pero detenta un poder que no tiene precio, en razón de la honda amistad que le une a José Luís Rodríguez Zapatero. Es el hombre al que acuden los empresarios en apuros o en espera de tajada, y a la vez el correo del zar, el mensajero que utiliza el presidente para las más delicadas misiones en el proceloso mundo del dinero.

No es, sin embargo, el típico conseguidor que cobra una comisión por facilitar a una empresa el arreglo de una discrepancia con el fisco o la concesión de una gasolinera. Ni es su estilo ni lo necesita, pues Javier es, como he dicho, millonario en euros. En alguna ocasión ha confesado en charla entre amigos: «Yo creo que soy el único español que no tiene una sociedad ni ha hecho nunca ningún negocio. No soy un Sarasola». Por la realización de dichos servicios no cobra un euro, pero su posición a la diestra de Dios Padre le permitió introducirse en el sanctasanctórum de Telefónica y le ha colocado en primera línea para alcanzar la presidencia de la misma, la primera empresa española y la de mayor presencia en el mundo.

La vertiginosa ascensión a los cielos de este vallisoletano autodidacta, pero sumamente inteligente, merecería una narración edificante al estilo de las que publicaba la revista americana
Reader's Digest
. Es un ejemplo de libro para estudiar en las escuelas de negocios:

«Cómo llegar desde la nada a las más exclusivas esferas del poder». Pero vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. Javier de Paz Mancho nació en el seno de una familia obrera, donde padeció muchas penalidades. Es hijo de Paulino de Paz, ya fallecido, trabajador de la construcción y militante de UGT y del PSOE, que fue elegido concejal de cementerios en el primer ayuntamiento vallisoletano gobernado por los socialistas. Y es sobrino carnal, por parte de madre, de un dirigente histórico de la UGT, desde el exilio y la clandestinidad, Jesús Mancho, procedente del sector de la alimentación. Mancho trabajó como transportista en el Mercado Central de Valladolid, donde su sobrino le ayudaba a descargar la mercancía. Los mercados centrales están integrados en Mercasa, de la que, pasado el tiempo, sería presidente Javier de Paz. Caprichos del destino.

Padre y tío, Paz y Mancho, fueron personajes muy queridos en la organización obrera. Sin embargo fue este último, su tío Jesús Mancho, quien más contribuyó a que se le abrieran las puertas del poder al avispado sobrino. Fue una baza que éste manejó con habilidad, pero el artífice decisivo de su ascensión a los sanedrines empresariales y políticos no fue ni el padre ni el tío, sino el propio Javier de Paz. A cada cual sus méritos.

Su gran oportunidad, la gran palanca que le catapulta a las alturas, se fragua, como he anticipado, en las Juventudes Socialistas; primero en las de Castilla y León y después, y en mayor medida, al alcanzar el mando a nivel nacional en 1984.

Las juventudes suelen representar en los partidos un buen trampolín. Son organizaciones mimadas por los mayores, pues representan la garantía de continuidad; aprecian en los jóvenes afiliados su empuje, su generosidad y el espíritu inconformista que también ellos sintieron cuando llegaron a la política.

El joven De Paz aprovechó la oportunidad para darse visibilidad política y cultivar la amistad de muchos dirigentes del partido. En los seis años que permaneció al frente de las Juventudes, desde 1984 a 1990, desde los 24 a los 30 años, Javier combinó hábilmente el discurso radical propio de la edad con el fiel acomodo a la línea del jefe de filas, a la sazón Felipe González.

Y se movió mucho con el objetivo, sólo logrado en parte, de que las Juventudes Socialistas fueran una organización autónoma. Al menos fue ideológicamente pionera: los jóvenes cachorros del socialismo publicaron entonces un manifiesto al que pusieron de título: «Los que no se resignan», en el que Javier de Paz se adelantaba al «republicanismo cívico» de Pettit, que, como comenté en otro capítulo, ha sido un ideólogo de referencia de Zapatero, y que consiste en propiciar una política dirigida a la ampliación de las libertades individuales dentro de una mayor libertad colectiva.

El punto más dramático se produjo cuando, en 1986, González decidió meter a España en la OTAN contra la firme oposición de los órganos de gobierno de las Juventudes. Javier de Paz estaba en Argelia y le llamaron para decirle que las Juventudes de Andalucía habían firmado un manifiesto a favor de la OTAN, e impartió instrucciones para que no se publicara. Las presiones de Ferraz sobre los cuadros de las Juventudes eran enormes. Finalmente, González y De Paz acuerdan que las Juventudes Socialistas no hagan campaña ni a favor ni en contra. Se movió entonces De Paz en un equilibrio delicado, como ha hecho en toda su trayectoria profesional.

Dos años más tarde, sirvió a González un «Plan de Empleo Juvenil» que trajo como consecuencia la huelga general que paralizó a España el 14 de diciembre de 1988. Lo que pretendían González y De Paz, el viejo y el joven zorro, era «un pacto de los jóvenes con el Estado» que facilitara su inserción en el mercado laboral; con ese objetivo se instituía la figura del contrato de aprendizaje, que los sindicatos estimaron representaba un paso atrás en los derechos conquistados por los trabajadores.

Sin embargo, Felipe González no le premió los servicios prestados y cuando Javier abandonó las Juventudes en mayo de 1990, confiándoselas a su incondicional José María, «Chema», Crespo, pasó un trienio sin cargo alguno durante el que apenas pueden encontrarse rastros.

Chema, su agradecido heredero, trató de convencer a González y a Guerra de que se agradecieran los servicios prestados por su amigo, de forma que en el XXXII Congreso del PSOE, convocado para noviembre de aquel año de 1990, se le reservara un sillón en el Comité Federal. La gestión no dio sus frutos y Javier pasó al ostracismo. Más adelante, ya de la mano de Zapatero, ocuparía un puesto en el máximo órgano entre congresos, que todavía desempeña.

Inteligente, brillante, hipocondriaco y un tanto provocador, Javier de Paz es autodidacta. Hijo de obreros y él mismo albañil en sus años más jóvenes, no le sobraba tiempo para los estudios. Inició la carrera de Derecho en Valladolid, pero la abandonó antes de terminar el primer curso para dedicarse plenamente a las Juventudes Socialistas de Castilla y León.

Es un hombre que se ha hecho a sí mismo y se ha hecho bastante bien. Es inteligente y frío, con una frialdad que no se aplica a sí mismo cuando barrunta una enfermedad, cuando se autodiagnostica. Se ha hecho una cultura y buenos reflejos y está dotado de un don maravilloso que no se enseña en la universidad, pero que es más útil que un cum laude: es uno de esos «figuras» de los que emana un algo con el que seducen a los poderosos. Javier sedujo al ministro, a Costafreda y finalmente al mismísimo presidente del Gobierno. Es el más influyente de su entorno.

Para redondear su poder, es amigo de otro de los amigos influyentes del jefe, Cándido Méndez, secretario general de la UGT. El origen de esta amistad hay que situarlo en el año 2000, cuando Cándido y Javier andan juntos un tramo del Camino de Santiago. Méndez había recorrido otros tramos con Jesús Mancho, el tío de Javier, pero éste se encontraba muy enfermo cuando, el año anterior, habían alcanzado Villafranca del Bierzo.

Allí, en la hermosa ciudad berciana, se alza una iglesia dedicada a Santiago a la que la Santa Sede ha concedido casi las mismas prerrogativas, casi los mismos bienes espirituales de que está dotada la catedral compostelana. Semejante privilegio se justifica porque muchos peregrinos llegaban a Villafranca muy perjudicados; y es que el camino no era como ahora, no estaba jalonado de acogedoras casas rurales, sino de bandas rurales escasamente hospitalarias.

Es en esta ciudad donde el secretario general prosigue su laico peregrinar junto al sobrino de su buen amigo que había fallecido poco antes. A partir de entonces Méndez y Paz están cordialmente unidos por el Apóstol Santiago.

Puede definirse a este último, a Javier no al Apóstol Santiago, como el «eso-te-lo-arreglo-yo-jefe» de José Luís Rodríguez Zapatero, una figura con la que han contado todos los presidentes del Gobierno que en España han sido. Son especímenes difíciles de clasificar: desempeñan una función fuera del organigrama estatal, cuyos menesteres no están definidos, pero que resultan imprescindibles para los manejos más discretos y a veces no demasiado confesables del poder. Cuando José Luís Rodríguez Zapatero fue elegido secretario general en el XXXV Congreso del PSOE (julio de 2000), el flamante dirigente puso en venta su casa de León y durante las navidades de 2001 se trasladaron a las cercanías de Madrid. Allí estaba Javier de Paz para gestionarle la compra de un piso próximo al suyo, en la localidad de Las Rozas. Allí, en una de las urbanizaciones más antiguas de la localidad, Eurogar, pegada a la A-VI, a 15 kilómetros del palacio de La Moncloa, empezó la última fase de su meteórica ascensión a los cielos. Era en aquellos momentos, como he dicho, adjunto a la presidencia de Panrico, cuya sede central está en Barcelona, pero mantuvo su residencia roceña en la milla de oro del nuevo poder socialista, junto al gran jefe y también en la prometedora vecindad de los dos hombres más prominentes del nuevo PSOE: José Blanco, secretario de organización, y Jesús Caldera, portavoz parlamentario, cuando ambos se disputaban la condición de «número dos», que más tarde ganaría el primero como es sabido. Allí residía también, entre otros, Ramón Moreda, el gerente del partido nombrado por Zapatero, que aspiraba a convertirse en alcalde de Las Rozas.

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