El Maquiavelo de León (23 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Solbes está en contra de los 400 euros, pero se resiste a enfrentarse con tanta frecuencia con el presidente. El testimonio es de un hombre de confianza del vicepresidente:

—Zapatero siente que le sobra dinero y
le compra
la mercancía a Bush. Acuérdate del primer debate entre ZP y Rajoy, en el que nuestro amigo nos sorprende defendiendo las medidas de Bush. El presidente quería bajar los impuestos y Pedro le dice: «Tengo 4.000 millones de euros a tu disposición para las deducciones fiscales que quieras hacer». Se inicia entonces una discusión sobre quiénes deberían beneficiarse de ella: ¿Todos o sólo los de rentas más bajas? ¿Incluimos o no incluimos a los autónomos? Predomina la idea de que se beneficien las clases medias. Uno de los asistentes dice que le expliquen quiénes son las clases medias, que él no las conoce. Zapatero cree que se pueden dedicar a esta rebaja 6.000 millones de euros en lugar de 4.000 y que entonces pueden beneficiarse todos. A la gente de Solbes les parece una barbaridad, pero, si el jefe se empeña…

Los colaboradores aludidos se juntan una tarde de domingo en el reservado de un hotel en uno de cuyos salones Solbes tenía una intervención pública, en los días de la campaña electoral. Cuando Pedro se incorpora a la reunión le exponen sus críticas:

—No se pueden levantar de la noche a la mañana 6.000 millones de euros, una broma de un billón de pesetas, así de pronto… del Tesoro, pero, Pedro, no sabemos si debes quemarte en esta batalla, que bastante te has enfrentado ya con el presidente. No te enfrentes con esto, pues parece que el jefe está muy decidido.

Los reunidos fueron diez, pero los más conocidos son cinco: David Vegara, secretario de Estado de Economía; Juana Lázaro, subsecretaría; Juan Manuel López Carbajo, secretario general de Financiación Territorial, autor de un libro que se considera la Biblia del IRPF, que es el que hacía los números en razón de cada propuesta que se iba poniendo encima de la mesa; Enrique Martínez Robles, presidente de la Sepi, la entidad que agrupa las empresas que siguen en manos del Estado, y Francisco Fernández Marugán, portavoz socialista en la comisión de Presupuestos del Congreso de los Diputados.

Zapatero no piensa como los socialdemócratas en términos de clase, sino de ciudadanía y le gusta la idea de «devolver a la sociedad» los bienes del Estado. El presidente se lo expresa con toda claridad a una amiga que le escucha aterrada:

—Voy a devolver dinero a los ciudadanos.

Y ella se escandaliza aunque sólo lo exprese tímidamente, pero cuando sale de Moncloa se desfoga con un amigo:

—Como si el Estado fuera un logrero, un Leviatán que chupa la sangre a los honrados ciudadanos… Es un discurso del Partido Republicano USA, es una idea neocom.

Hoy es Zapatero él único que defiende aquella medida. Enrique Iglesias dice una frase ocurrente: «Se ha repartido el dinero sobrante entre los accionistas».

Hasta ahora se ha mantenido que Sebastián y Solbes se enfrentaron respecto al intento de Luís del Rivero de hacerse con la presidencia del BBVA, y en la solución final dada al control de Endesa. El primero lo niega contundente y vehementemente. Sebastián atribuye a «la leyenda», la participación de Intermoney en la operación contra FG. También niega su intervención en la opa sobre Endesa. «Yo era partidario de negociar con Pizarra, pero se negaron», asegura. En todo caso David Taguas me confirma que fue él quien negoció con los italianos para incorporar a Enel, la eléctrica pública italiana, en la compra de Endesa. Taguas es como el álter ego de Sebastián y es difícil creer que lo que hiciera Taguas no tuviera el consenso de quien le había colocado en La Moncloa y con quien colaboró estrechamente, estuviera Sebastián donde estuviera, en el ayuntamiento, en la universidad o en cualquier otro destino.

Cuando Sebastián se marchó de candidato al Ayuntamiento de Madrid y colocó en su lugar a David Taguas las tensiones no disminuyeron. Pedro Solbes había tratado de disuadir a Zapatero del nombramiento de Taguas, pero Zapatero le respondió con un silencio bien significativo. Y siempre tuvo el apoyo de Sebastián, estuviera donde estuviera. El amigo era siempre consultado por el presidente y seguía apareciendo en Moncloa, tanto cuando era candidato a la alcaldía, como cuando se retiró a dar clases en la universidad.

Cuando en el inicio de la segunda legislatura la catástrofe se nos echó encima, el presidente se negó a aceptar la realidad de la misma y se resistió a pronunciarla palabra fatídica «crisis». Estábamos en una simple desaceleración, en un decrecimiento del ritmo de crecimiento que pronto daría paso a la normalidad, a la vuelta a los grandes crecimientos del PIB, a una economía dinámica que nos había permitido adelantar a Italia, alcanzar al Reino Unido y que pronto nos situaría por delante de Alemania.

No era entonces consciente de que esta visión, o mejor dicho esta falta de visión, constituiría el principio del fin de su buena estrella. Cuando no tuvo más remedio que aceptar la realidad, asumió personalmente la dirección de la economía ninguneando a Pedro Solbes, su vicepresidente y ministro de Economía, que había contribuido a su triunfo en 2008.

Cuando la tensión con éste se le hizo insoportable, le cesó y nombró a Elena Salgado, poco predispuesta a llevarle la contraria. Alfredo Pérez Rubalcaba y José Enrique Serrano, viejos amigos de Salgado, que se habían confabulado para promoverla a este puesto desde el final del primer mandato de Zapatero, cuando se suponía que Solbes abandonaría el cargo, logran convencer al presidente. Con Elena el presidente no tendría problema alguno.

Y en efecto, Pedro Solbes había dicho en público y privado que su compromiso concluía en 2008; sin embargo, continuó en las circunstancias de todos conocidas: por pública petición de José Luís Rodríguez Zapatero en un mitin electoral. El presidente se dio cuenta de lo que le debía y le situó entre los grandes del gobierno durante quince días. A partir de entonces lo olvidó.

Una persona de la confianza del ministro le había comentado:

«Pedro, esto te lo hará pagar —en referencia al ruego que le hiciera en público de que continuara—. Y, en efecto, no le volvió a hacer caso. De los ocho debates parlamentarios que se hicieron sobre economía, siete los ha protagonizado el presidente y en las reuniones que éste celebró con los banqueros, la ausencia del ministro de Economía fue lacerante». Y Carlos Solchaga declaró a la revista
Vanity Fair
que él no habría aguantado lo que soportó Solbes. Lo dijo sin menoscabo del ministro, sino todo lo contrario, tal como me resalta Solchaga:

—A Pedro le vi el otro día, cuando coincidimos los cuatro ministros de Economía en la presentación del libro de Guillermo de la Dehesa. Tenemos muy buena relación y él sabe que cuando yo digo eso no le estoy minusvalorando, al contrario, estoy diciendo que es un santo varón. Yo no hubiera aguantado lo que él; yo tengo más mala leche; en política hay que tener algo de mala leche, en el sentido de que hay cosas que no debes aguantar, no porque te creas más que nadie sino por lo que representas.

Evidentemente, las razones de discrepancia entre el presidente y su hombre para la economía eran más profundas que las que pudieran deducirse del resentimiento por deberle el triunfo en 2008. Zapatero, siempre aconsejado por Miguel Sebastián, estaba en contra de la visión demasiado ortodoxa de su ministro en un momento de crisis excepcional en la que Zapatero no compartía, entre otras cosas, el sagrado horror al déficit de Solbes. Lo que tuvo que tragar este hombre desde que dijo aquello de «ya no tenemos margen», refiriéndose al gasto público, hasta que vio cómo el déficit cabalgaba desbocado sin poder impedirlo. La explicación que se dio tras su cese es que se necesitaba un ritmo más veloz. En una entrevista para la revista
El Siglo
, Jordi Sevilla, que todavía era un diputado importante como presidente de la Comisión Mixta para el Cambio Climático, comentó: «Había una distinta percepción de lo que hacía falta entre el anterior ministro y la actual. Por eso, seguramente se produjo el cambio de gobierno. El nuevo ritmo que, dijo Zapatero, quería imprimir con el nuevo gobierno, seguramente significaba desbloquear cosas que estaban bloqueadas. La pregunta es, ¿estaban bien bloqueadas?». Y Sevilla hacía a continuación una dura crítica. Según el diputado, los grupos de poder más importantes del país, banca, constructores, eléctricos, «están más cómodos con este gobierno que con el anterior».

Desprenderse de Solbes no era tarea fácil, pues significaba un reconocimiento del fracaso de la política económica. Antes de cesarle «pasó» de él, excluyéndole de la adopción de decisiones. Me recordaba al Rey cuando en 1980 estaba deseando que se fuera Suárez, y como no sabía cómo hacerlo, procedía a mandarle mensajes subliminales y a ponerle a parir con todos los que le visitaban. Alguno de los comentarios de Zapatero sobre su ministro trascendió, como cuando el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso de los Diputados, Joan Ridao, declaraba en
El Mundo
que Zapatero le dijo que Solbes «era el problema».

Solbes, que en un principio no daba importancia a los desaires del presidente, no tiene más remedio que darse por enterado del ninguneo a que es sometido y está cada día más decidido a marcharse. Sin embargo, quería irse discretamente, sin dar un portazo. Lo había hablado con el jefe, pero no habían acordado una fecha precisa para el relevo. Nunca dijo «me voy el mes que viene», me comenta un colaborador suyo. Ni Zapatero le dio una señal precisa al respecto.

La dimisión estaba en el aire, pero a Solbes le sorprende cuando le comunican que es cosa hecha, de forma que le dice a un alto cargo de su ministerio:

—La verdad es que no sé si me he ido o me ha echado.

No obstante, sus antiguos colaboradores prefieren apuntarse a la hipótesis de que está contento, que quería marcharse, que había comprado los billetes de avión para reunirse con su hija, técnica comercial del Estado residente en la India, etc.

Es una actitud comprensible, pues la mayoría de los colaboradores de Solbes, con la notable excepción de David Vegara, secretario de Estado de Economía, que salió del ministerio de forma airada, continuaron con Elena Salgado, su sucesora, y ansiaban ver una armonía entre las políticas de ambos, que no existía ni por el forro. El equívoco lo aclaró el ex ministro a los siete meses de abandonar la antigua Aduana de la calle Alcalá, hoy Ministerio de Hacienda.

El cesante, que había tranquilizado de forma un tanto malvada a su sucesora cuando se produjo el relevo, «no te preocupes, Elena, que todo se aprende», mostró toda su irritación en unas palabras
off the record
. El ministro hizo un comentario a un periodista de
El Mundo
en Gotemburgo (Suecia), con la petición de que no lo publicara, pero que el periódico lo sacó en primera página, del que se desprendía una descalificación frontal a Salgado. Solbes decía en dicha charla informal: «Han hecho las cosas que yo no quería hacer», refiriéndose obviamente a Elena Salgado. Como ya he comentado, hay que agradecer a los micrófonos abiertos inadvertidamente y a las indiscreciones la verdad de las cosas, que raramente son como se presentan.

De hecho, Zapatero había asumido la cartera de ministro de Economía, quizás siguiendo el consejo del presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, quien se mostraba como su más apasionado fan: «Tú eres —le dijo en un acto público, aunque en un corrillo pequeño— el gran presidente que necesitábamos. ¿Para qué necesitas un ministro de Economía?». Hay que recordar que Botín, de quien se asegura que gana en todas las elecciones, fue de los pocos empresarios que asistió a un acto de la campaña electoral de Zapatero y se fotografió con él a pesar de que los sondeos no le eran propicios; y fue el primer gran empresario que apoyó públicamente al nuevo gobierno tras el 14 M. Voy a contar una anécdota muy reveladora: Elena Salgado veranea habitualmente en Comillas. En el verano de 2009 —había sido nombrada vicepresidenta en abril— cena con unos amigos. Uno de ellos, industrial conocido, hace un análisis duro de la situación económica:

—Elena, los empresarios estamos muy preocupados… ¿No vais a hacer reformas estructurales, que te aseguro son absolutamente necesarias? ¿Qué pensáis hacer contra la crisis?

Respuesta de la vicepresidenta:

—Bueno sí, le hemos dado muchas vueltas, pero al final nos vamos a dejar guiar por la intuición del presidente. José Luís es una persona muy intuitiva y siempre acierta. Su intuición le dice que hay que dejar pasar el tiempo, así que no vamos a hacer nada.

Zapatero se había limitado a tomar una serie de medidas dispersas, poco cohesionadas, al hilo de lo que hacían otros presidentes, pero su filosofía básica era esperar a que escampara. La verdad es que esta conducta fue aconsejada por Miguel Sebastián, su gurú económico en todo momento, tanto cuando dirigía la Oficina Económica de Presidencia, como cuando se dedicaba a luchar por el Ayuntamiento de Madrid, cuando volvió a la universidad, o finalmente, en la actualidad como ministro de Industria. Sebastián le había convencido de que la crisis sólo era un resfriado del que uno se cura sin medicación, porque lo mismo dura con medicinas que sin ellas.

En la misma opinión se acomodaba Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el gobernador del Banco de España. David Taguas, como director de su oficina, había recibido la instrucción del jefe de que se reuniera con «MAFO» cada dos semanas y Taguas le había avisado de la burbuja inmobiliaria.

—Estás equivocado, David —le aseguró el gobernador con su consabida contundencia— estamos iniciando un nuevo ciclo expansivo. A partir de entonces Taguas se negó a visitar al gobernador. No obstante, había otros economistas de su confianza, además del director de su oficina, que le bombardearon con mensajes sobre la gravedad de lo que venía. Zapatero estuvo, pues, bien informado, pero prefirió situarse en el optimismo, pensando que de otra forma agravaría el problema.

En el mes de agosto de 2007 Zapatero celebró un almuerzo discreto en La Moncloa, en el que participaba David Taguas, y el presidente, impresionado por los informes que éste le suministraba, hizo venir urgentemente a Miguel Sebastián, que estaba en sus casa de Almería, y a Javier de Paz, a quienes exigió explicaciones. Taguas le propone una gran rebaja fiscal y ayudas al sector inmobiliario para que no se pare del todo, lo que apoya Miguel Sebastián.

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