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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El Maquiavelo de León (27 page)

S: Son chorradas, vamos. Lo que tú necesitas saber para esto… son dos tardes, eh. Esto está «chupao», a no ser que quieras hacer una tesis doctoral.

En ese momento interviene Jesús Caldera, portavoz parlamentario: Caldera: Nada, nada, di que has estado muy bien. Has estado muy bien.

Z: Sí, pero es complicado, ¿tú prefieres que lo entienda? ¿Sabes lo peor de todo esto? Que me gusta.

C: Claro.

S: José Luís, prefiero ser yo quien te sustituya cuando se explican temas económicos a que lo haga Miguel.

Z (entre risas evasivas): ¡Qué cosas dices!

C (dirigiéndose a Sevilla, pero en presencia de Zapatero): Oye, ahora, al acabar, tenemos que ver lo del Pacto de Toledo, ¿eh? Esto no lo tenemos nada atado. Jordi, ¿tú tienes un ratito? Cuando acabemos nos vemos con Griñán [portavoz de la Comisión del Pacto de Toledo sobre las pensiones]. La vamos a liar…

Zapatero no siguió las recomendaciones de Sevilla, sino todo lo contrario. Como he señalado en otro capítulo, no fue Sevilla quien sustituyó a Zapatero, sino que, por el contrario, fue éste quien sustituyó a Sevilla en el pleno del Congreso de los Diputados en el que se presentaban los Presupuestos Generales del Estado. Cuando Jordi Sevilla se levantaba de su escaño para acercarse a la tribuna, Zapatero le hizo una seña para que se sentara e hizo saber que intervendría él. La escena parecía improvisada, pero estaba perfectamente medida y ensayada. Zapatero puede improvisar medidas, pero nunca improvisa en el espectáculo.

El secretario general le había dicho al responsable económico del partido que alguien que aspiraba a ser presidente del Gobierno tenía que superar la prueba de un debate parlamentario. ¿Quién le había escrito el discurso? No lo sé, pues tanto Sebastián como Sevilla se lo atribuyen. El secretario general encargó a Miguel Sebastián la coordinación del programa económico del PSOE y éste formó un grupito privado de economistas, un núcleo ad hoc ajeno a Ferraz, aunque situado en un búnker próximo a la sede socialista en esta misma calle, denominado «Economistas 2004»; se integraron en él expertos que no eran del partido, entre los que destacaba David Taguas, el segundo de Sebastián en el servicio de estudios del BBVA. No sirvió de nada la opinión contraria de Jesús Caldera, que mantuvo siempre una oposición expresada en términos ideológicos en razón del liberalismo del amigo del jefe, pero donde no era difícil detectar celos ante su protagonismo creciente.

Caldera recordaba las posiciones adoptadas por Sebastián desde su despacho de director del servicio de estudios del BBVA, quien llegó a propugnar en 2000 que los pensionistas soportasen el efecto inflacionista del petróleo en sus pensiones y que insistía en la flexibilización del mercado laboral.

Caldera no estaba solo en la oposición a que Sebastián ocupara un puesto tan privilegiado. Antes del verano, cuando Zapatero decidió optar por una serie de asesores externos a la cúpula del partido de cara a la elaboración del programa electoral, apareció entonces el nombre de Miguel Sebastián, junto a otros como el de Pedro Solbes, comisario europeo de Asuntos Monetarios; Carlos Solchaga, ex ministro de Economía del gobierno González; Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ex presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia, y Julio Segura, consejero del Banco de España, entre otros.

Un grupo de miembros de la Ejecutiva se personó ante Zapatero para preguntarle sobre el papel del bancario en el partido. ¿Acaso los asesores iban a relegar a un segundo plano a la Ejecutiva, cuando ellos habían sido elegidos en un congreso?, argumentaron los visitantes. La conciliación entre asesores y dirigentes socialistas no fue tarea fácil. La elección de Miguel Sebastián por Zapatero tiene notables similitudes con la de Felipe González con Miguel Boyer, en ambos casos con la oposición de sus respectivos números dos, en el primer caso de Jesús Caldera, que entonces ocupaba in péctore esa posición, y en el segundo de Alfonso Guerra, que la ocupaba oficialmente. A los dos Migueles les unen planteamientos liberales que producían ictericia a la vieja guardia.

Instalado en su búnker, Sebastián se dedica prioritariamente a lanzar mensajes a los medios de difusión en la línea crítica que expuso ante Zapatero en su primera entrevista.
El País
le califica de «ministro de Economía en la sombra». La entrevista que este diario le hizo el domingo 21 de septiembre de 2003 levantó halagos y ampollas. «Sin una sólida propuesta económica, no hay programa», expuso en esa entrevista el coordinador del programa económico socialista y dio a entender que nada de ello se había hecho en los últimos tres años, justamente los que llevaba Zapatero de secretario general y Jordi Sevilla de secretario de economía.

El Mundo
cree ver en la elección de Sebastián y en su propuesta económica un «giro al centro», y en los sectores mas izquierdistas del PSOE se encienden las alarmas; hay quien llega a apuntar que casi no existían diferencias con el plan económico del PP; y un dirigente del Partido de los Socialistas Catalanes se pregunta: «¿Cómo puede decir que es “un técnico sin vocación política” el coordinador económico del programa electoral del PSOE?».

Pero a partir de entonces la palabra de Miguel Sebastián es la Biblia para el leonés. Es brillante, elegante, le explica bien las cosas de la economía, ha viajado mucho y además domina el inglés. Aunque parezca mentira, el dominio de la lengua de Shakespeare ha obnubilado a los presidentes de la democracia, pues todos ellos han sufrido esta carencia.

La clase política se divide en dos categorías: la de los que saben inglés y la de todos los demás, una división que se corresponde con la que puede hacerse entre
los viajados
y los
sedentarios
. En cierta manera, puede aplicárseles lo que me decía Antonio Garrigues un día que admiré su competencia:

—Mira, Pepe, los abogados se distinguen en dos clases: los que saben Derecho y los que sabemos inglés. Los que sabemos inglés tenemos el negocio hecho.

Todas las multinacionales acudían a Garrigues.

Rodríguez Zapatero habla francés, más o menos, como Felipe González, y ha iniciado muchas veces el aprendizaje del inglés, como José María Aznar; «una asignatura pendiente» a la que ha dedicado numerosos intentos. Incluso llegó a ausentarse de los maitines de Ferraz alegando que no podía faltar a las clases de inglés que recibía cada día a las nueve y media de la mañana. Naturalmente nadie se tragó semejante explicación y sus compañeros lo tomaron como la típica escapada del jefe para zafarse de los navajazos que entonces se intercambiaban Blanco y Caldera.

Cuando el PSOE ganó las elecciones, y antes de que el leonés tomara posesión de las llaves de La Moncloa, le ofreció a Sebastián, que se había convertido en uno de sus mejores amigos, la vicepresidencia económica; el madrileño fue vicepresidente por un día, aunque no llegara a aparecer su nombramiento en el Boletín Oficial del Estado. Las elecciones se habían celebrado el domingo y el lunes Miguel habló con un par de personas a quienes les ofreció puestos en el nuevo gobierno, según me cuenta Jordi Sevilla. El martes Pedro Solbes no sabía nada. Telefonea a Jordi Sevilla, que fue su jefe de gabinete, desde Bruselas, para felicitarle, y le dice que lo que a él le gustaría es ser embajador ante la OCDE, en el convencimiento de que no podría seguir de comisario en la Unión Europea; suponía que Zapatero colocaría en su puesto a Joaquín Almunia o a Juan Manuel Eguiagaray.

El miércoles Solbes vuelve a llamar a Sevilla para informarle de que Zapatero le ha ofrecido la vicepresidencia y que Felipe le había recomendado que aceptara el puesto. Sevilla le pregunta, suspicaz:

«¿Sólo la vicepresidencia o también el Ministerio de Economía y Hacienda?». Y Solbes le contesta «Pues, la verdad, no se me ha ocurrido preguntarle». Sevilla no podía creer que Zapatero no le hubiera ofrecido un ministerio a Sebastián.

Es evidente que el martes, tras darle vueltas con la almohada, Sebastián le dijo al presidente que lo había pensado mejor y que no era el hombre idóneo para la vicepresidencia. Su renuncia es todavía un misterio. Hay quien dice que temió que las resistencias, que con toda seguridad se producirían en el partido, podrían perjudicar a su amigo el presidente, pero el asunto sigue ofreciendo dudas razonables. La explicación que me da Sebastián es la siguiente:

—En efecto, fui vicepresidente de economía in péctore el lunes, pero rechacé la oferta por varios motivos. Primero, porque no me consideraba preparado; segundo, porque mi compromiso con Zapatero terminaba en marzo de 2004. Cuando me fui del BBVA y me encontré con él le había advertido: «Yo estoy contigo hasta marzo, porque yo no quiero estar en la política». Yo estaba seguro de que perdería y a él no le cabía duda de que ganaba, pero en todo caso mi decisión de abandonar la política a partir de las elecciones estaba tomada y por ello no quise ir en las listas.

Y en la noche electoral el triunfador le comunica:

—Te voy a anunciar como ministro de Economía. A partir de ahora eres vicepresidente económico porque yo no me puedo ocupar de eso y confío en ti, yo tengo que poner toda mi atención en el terrorismo, en sacar las tropas de Irak; tengo mucho lío.

Y Sebastián le aclara:

—Ya hablaremos; espero convencerte de que mi nombramiento puede perjudicarte, no creo que sea lo mejor para ti.

Lo que uno dice, aunque no mienta, y estoy seguro de que Sebastián no lo hace, siendo verdad no suele ser toda la verdad, por lo que el asunto aún tiene incógnitas. Como sigue planteándolas si fue él quien se ofreció como candidato a la alcaldía de Madrid o se lo pidió Zapatero. Sebastián promete contarlo cuando escriba sus memorias.

El caso es que éste convence al jefe de que podía ser más eficaz dirigiendo la Oficina Económica, que había caído en desuso en la Presidencia tras los escándalos producidos por las críticas de su responsable, Pepe Barea, a ciertas decisiones de José María Aznar. Sebastián consigue que, por el contrario, la oficina tenga una gran dotación de medios materiales y de personal y mete en ella a buenos profesionales, que después ocuparían cargos importantes en distintos ministerios, y coloca de segundo suyo a David Taguas.

La Oficina Económica se convierte en un Ministerio de Economía bis, no por el número de funcionarios, sino por el de sus mandarines y expertos, por la masa encefálica concentrada en palacio. Como era de esperar las tensiones entre Sebastián y Sevilla no eran nada comparadas con las que se producirían entre Pedro Solbes y Miguel Sebastián y entre los altos mandos de los organismos que respectivamente dirigían. Las malas lenguas sostienen que en la segunda legislatura Miguel había caído en desgracia, o que al menos las relaciones con el presidente no eran las mismas que fueron en la primera; que Zapatero estaba molesto por una serie de errores que le había hecho cometer su inspirador económico. Fue nombrado, sin embargo, titular de un ministerio muy potente, el de Industria, Turismo y Comercio. De caer en desgracia nada, pero sí parece cierto que ya no ejerce sobre el presidente la ascendencia que tuvo; ello puede atribuirse, entre otras cosas, a que el presidente sabe ahora mucha más economía, goza de mayor experiencia de gobierno y ha podido afinar su criterio para distinguir las ideas brillantes de Sebastián de sus ocurrencias, no menos brillantes, pero con las que te puedes dar un buen coscorrón.

Uno de los amigos, muy amigo y paisano del presidente, me explica:

—La relación de Zapatero con su círculo de amigos no es circular, sino elíptica; en realidad él se maneja como el sol con su sistema planetario: unas veces está uno más cerca del sol y otras veces se aleja, pero no de forma definitiva. A Sebastián le reprocha haberle metido en ciertos charcos, pero no olvida que le ha dado ideas y le ha abierto muchas puertas. Pero José Luís yo creo que no se olvida de cuando Sebastián le dice «oye que me presento en Madrid».

Y otro amigo, también muy amigo, me da una visión bastante verosímil:

—Cuando tú eres muy amigo de una persona conoces lo bueno y lo menos bueno. Pero sigues teniendo por él una gran estima. Puede que hace cinco o diez años le encargara cosas que hoy no le encarga, que considera que no es el más adecuado para hacerlas. Cuando más conoces a la gente, haces una evaluación de lo que te puede hacer… Si hay alguien que puede pasar dos o tres días en Murcia porque está allí ZP y se encuentra a gusto con él, ése es Miguel. Si hay alguien con quien puede hablar y reírse un rato, ése es Miguel. Si hay alguien a quien él respeta en el plano intelectual, es Miguel.

Zapatero formuló toda una declaración de amor en una entrevista al director de
El País
en 2007. «En mi trayectoria al frente del PSOE, si tuviera que elegir a tres personas, incluso a dos, por sus cualidades, uno sería Miguel Sebastián», le dijo a Javier Moreno, el director del rotativo. En todo caso, sí pueden observarse diferencias entre las dos etapas de Sebastián: cuando dirigía la Oficina Económica del Presidente y ahora como ministro de Industria, Energía, Comercio y Turismo. Es un ministerio importante, por donde pasa una buena parte de la política económica, pero su influencia en Zapatero era mayor desde la dirección de dicha Oficina.

—Yo creo —me dice un alto cargo del ámbito económico— que Miguel ha hecho más daño desde la Oficina del Presidente que como ministro. No porque invadiera competencias de Economía, sino de Economía* de Industria, de Trabajo y de todos los demás. De ello se dio cuenta el propio José Luís, de que eso no podía seguir así; la prueba es que en el primer Consejo de Ministros ordinario de la segunda legislatura, en abril de 2008, año y medio después de su nombramiento, cesó a David Taguas, que era el álter ego de Miguel, a quien éste dejó al frente de la oficina, y ha puesto a una persona de perfil diferente, a Javier Vallés, discreto y eficiente.

A pesar de que Zapatero ha rebajado el rango de dicha oficina, me asegura gente de palacio que el presidente hace más caso de Valles que de su antecesor.

Su gestión como ministro de Industria no está mal valorada, y en ella el titular de este departamento que abarca tantos terrenos no ha dudado en entrar en asuntos que podrían quemarle. Tomó decisiones acertadas respecto al sector automovilístico, promoviendo, como un predicador inspirado, el coche eléctrico y reactivando en la medida de lo posible, que no era mucha, este sector en el que España ocupa un lugar de vanguardia en el mundo, que proporciona muchos puestos de trabajo de forma directa y en la industria auxiliar, y que representa uno de los primeros renglones de exportación: un 80 por ciento de lo que producen las fabricas instaladas en España se vende fuera de nuestro país. Hay una excepción: la política energética, en la que ha favorecido en exceso a las compañías eléctricas. Los directivos de estas compañías están encantados con su ministro y me dicen que es el mejor del ramo de la historia de España, lo que indica que en algo se ha equivocado el ministro. Dicha política le ha valido críticas en la izquierda, en algunos organismos estatales como la Comisión Nacional de la Energía (CNE), y en otras industrias que tienen que pagar la factura eléctrica a precios superiores a los que resultarían de una política mejor diseñada. En un momento determinado, Sebastián recibe instrucciones de consensuar, en la medida de lo posible, sus opiniones con las que sostiene Jaime González, consejero de la CNE, leonés y buen amigo del presidente. Comen juntos muchas veces y hablan muchísimo; comidas con Miguel, con gente de su gabinete y con su secretario de Estado, Pedro Marín; a veces se une Carlos Ocaña, secretario de Estado de Presupuestos; o David Vegara, que ocupa el mismo cargo en Economía. Comidas de larga sobremesa, cordiales pero durísimas en el enfrentamiento dialéctico, que no logran eliminar las discrepancias; pero en última instancia manda el ministro. Entre González y Miguel Sebastián, ambos amigos del presidente, no hay buena relación y menos lo es la que aquél mantiene con Pedro Marín.

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