El Maquiavelo de León (28 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El fracaso en las elecciones municipales y autonómicas de 2007 como candidato a la alcaldía de Madrid lo tiene clavado Miguel como una grandiosa espina. No sólo por el resultado de su intento, el PSOE obtuvo en Madrid el peor resultado de su historia, sino por el episodio de Montserrat Corulla Castro, encausada y encarcelada como testaferro de Juan Antonio Roca. Cuando el candidato del PSOE exhibe una portada de la revista
Época
donde aparecía la foto de Corulla, supuesta amante de Gallardón, como receptora de favores urbanísticos. Fue un error de bulto, pues, afortunadamente, en este país los asuntos de bragueta no se utilizan en las refriegas políticas.

Lo que el candidato socialista pretendía era denunciar las corruptelas municipales y no poner de manifiesto una relación sentimental del alcalde con la bella implicada en la Operación Malaya, pero éste supo dar la vuelta a la situación colocándose como víctima de una intromisión en su vida íntima, lo que le permitió zafarse de la acusación. Uno de los amigos de Zapatero y adversario del ministro, atribuye a Prisa, aliada del alcalde, que se diera tanto aire al asunto:

—Gallardón, que es muy listo y muy taimado, sabe que la acusación que le hace Miguel está bien fundada, que esa señora entra como Pedro por su casa en las dependencias municipales, donde nadie se atreve a negarle nada, y piensa: «Si no derivo este asunto me van a joder vivo. Tengo que dejar caer que es mi querida y que no admito cuestiones personales». Y eso es lo que hace. Y su ariete fue el Grupo Prisa, que fulminó a Sebastián. Y he dejado de comprar
El País
desde entonces.

XIV - Luis del Rivero llama a Moncloa

Consumada la operación Cortina de forma fulminante, en el transcurso de una cena, el mundillo económico espera que el siguiente defenestrado sea César Alierta, el presidente de Telefónica. Sin embargo éste se mueve con pericia, haciendo notar a Zapatero que él no será un problema, tal como cuento en el capítulo dedicado a Javier de Paz. Es el momento elegido por Luís del Rivero para hacerse con el control del BBVA. Quizás contara, como un importante factor que le favorecía, el hecho de que Miguel Sebastián, el influyente director de la Oficina Económica del Presidente, había sido despedido del banco por Francisco González, su presidente. El despido se produjo por las continuadas críticas formuladas por Sebastián, director del servicio de estudios de la entidad, a la política económica de Aznar, y porque en los documentos que emite este servicio defiende la política fiscal propuesta por el PSOE, concretamente la propuesta del «tipo único». En el banco se decía entonces que el problema no era el «tipo único» sino que Miguel se creía un tipo único. Chismorreos de pasillo.

Mientras el BBVA fue presidido por Emilio Ibarra, Sebastián pudo mantener sus heterodoxas tesis sin mayores objeciones, pues al banquero vasco le hacían gracia las brillantes ocurrencias de Sebastián, a quien consideraba un provocador intelectual. Sin embargo, cuando Rodrigo Rato coloca al frente de la entidad fusionada —Argentaría y el BBV— a Francisco González, FG, la situación cambia y, desde luego, al nuevo presidente las libertades que se toma Sebastián no le hacen ninguna gracia.

En aquellos momentos, Zapatero había creado, como he dicho, un grupo de economistas a cuyo frente estaba Jordi Sevilla, un
think tank
encargado de elaborar el programa económico del PSOE de cara a las inminentes elecciones. A los oídos de FG llega el soplo de que Miguel Sebastián y su segundo, David Taguas, forman parte de este grupo, un hecho del que Sebastián había dado cumplida cuenta al anterior presidente, pero no al nuevo.

Ante las protestas del vicepresidente económico, Rodrigo Rato, y del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, Francisco González decide cesar a Miguel Sebastián, con quien llega a un acuerdo conveniente para ambos. Éste cobra la indemnización prevista, en torno a los 100 millones de pesetas, y ambos proceden a un pacto no escrito de no agresión mutua.

Su salida fue pactada, pero no grata para el economista, que había dedicado muchas horas al banco y había sido de gran utilidad a éste con sus informes. Había arreglado, por ejemplo, un difícil asunto en Argentina, que ahorró al banco miles de millones de pesetas, al aconsejar a sus directivos que no acudieran a la opa de un banco francés. José Ignacio Goirigolzarri, «Goiri», el consejero delegado, le había prometido un abultado bonus por ello y el bonus fue el despido. David Taguas le releva como responsable del servicio de estudios, aunque no le reconocen la categoría de director. De hecho le bajan de categoría, compensándole con una subida de sueldo. Se supone que cuando Zapatero gana las elecciones, Sebastián puede recomendar el desplazamiento de su antiguo jefe por razones personales y políticas. Sin embargo, Sebastián asegura con toda firmeza que se opone a esta medida, en razón, justamente, de su pasada relación con el banco. En efecto, la cosa hubiera tenido mala presentación, al generar una apariencia de venganza personal. Sin embargo, no es aventurado suponer que Sebastián simpatizaría con la intentona, y de hecho, se sabe que inició entonces y mantuvo después una relación frecuente con el constructor, con quien comparte sabrosos cocidos de trabajo, al que ambos son aficionados.

Es difícil moverse con seguridad en este asunto, pues las visiones que proporcionan unos y otros, en el Ministerio de Industria y en el BBVA, son contradictorias. Del Rivero avala, en conversación con el autor, la versión de Sebastián. Sin embargo, cuando Del Rivero se entrevista con el consejero delegado del BBVA, José Ignacio Goirigolzarri, para informarle de la operación en marcha, le asegura que Zapatero, Sebastián y Solbes la apoyan.

La idea no parte de Moncloa, sino de Luís del Rivero, el ambicioso constructor murciano, pero lo segundo que hace éste es recabar el apoyo de Moncloa. Lo primero es informarle a José María Aznar, por medio del amigo de ambos Juan Abelló, y obtenido supuestamente su plácet, intenta valerse del apoyo gubernamental.

En efecto, Abelló había hablado con José María Aznar y le había dicho: «Mira presidente, el gobierno está decidido a echar a Paco y, antes de que nos pongan a un socialista de presidente, mejor es que lo sea uno de los nuestros». Abelló salió de la entrevista convencido de que el ex presidente apoyaba la operación.

En realidad, según me cuentan fuentes próximas al ex presidente, éste escuchó impasible a su amigo, quien interpretó el silencio como asentimiento. La versión parece verosímil para quienes han tenido tratos con él. Concretamente sus amigos le llaman cariñosamente «Franquito», un mote que le puso no menos cariñosamente Manolo Pizarro, porque Aznar, como el Caudillo, se sume en profundos silencios y nunca dice lo que realmente piensa.

Entonces el constructor se dirige a Moncloa —reconoce que habló con Teresa Fernández de la Vega dos veces y niega que hablara con Zapatero en aquel momento—, y en Moncloa le remiten a Miguel Sebastián, director de la Oficina Económica, y sólo entonces se le encamina hacia Solbes. Si Del Pavero no tuviera intenciones de conseguir apoyo político se habría dirigido directamente al ministro de Economía o al gobernador del Banco de España.

La politización del asunto desde su origen ofrece pocas dudas, pero la iniciativa no partió del gobierno, aunque éste viera la operación con buenos ojos, pues, como ya he dicho, Zapatero antes de alcanzar el poder había dicho que esperaba la dimisión de los presidentes colocados por José María Aznar. «Yo no estoy en la política y no actúo desde una óptica política», arguye el constructor. Del Rivero, en efecto, ve la operación de acuerdo con su propio interés, desde la perspectiva del hombre de negocios, como es natural.

Luís del Rivero, hombre muy arraigado en Murcia, donde sus ancestros ocuparon puestos de relevancia —su abuelo fue presidente de la Diputación— fue directivo de Alianza Popular en esta región, de la mano de Juan Ramón Calero, y obviamente su ideología es de derechas, pero hace tiempo que dejó la política y ahora muestra su admiración tanto por Zapatero como por Felipe González y por José María Aznar. Luís del Rivero está muy lejos del socialismo. Sin embargo, se comprende que un gran constructor tiene que estar con quien mande, sin enemistarse con quien pueda mandar en el futuro, pues esto de la democracia tiene el inconveniente de la alternancia en el ejercicio del poder. El murciano ha cuidado el mantenimiento del equilibrio político por el medio que tiene un gran empresario: una filial para ti, compañero de la derecha, y otra para ti, amigo de la izquierda; un puesto de consejero para ti y otro para tu adversario y… todo lo que quiera para el que viene en nombre del gobierno.

Y en efecto, al socialista Pedro Pérez le hizo presidente de Itínere, la autopistera que luego vendió a La Caixa; a Luís Carlos Croissier, que fuera ministro con Felipe González y primer presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, le hizo consejero de Repsol YPF y de Testa, filial de patrimonio del grupo Sacyr Vallehermoso. Por el flanco derecho nombró consejero de esta empresa al ex consejero de la Comunidad de Madrid Luís Eduardo Cortés; y a Rafael Arias Salgado, ministro de Aznar, le proporcionó una poltrona en el consejo de administración de Itínere. Del Rivero es un hombre agradecido y no olvida que Arias Salgado le firmó la concesión para construir y explotar una de las autopistas radiales de peaje de Madrid.

Un hombre amigo del murciano y de Sebastián me asegura que don Luís no hace ni hará nada sin llamar a Moncloa. Del Rivero no oculta, en la conversación que mantuve con él, que en este asunto pueden cruzarse distintas facetas, pero que él sólo puede hablar desde su perspectiva, estrictamente económica.

—La realidad —me dice, filosófico—, es un icosaedro que tiene veinte caras; o si quieres un dodecaedro que tiene doce caras pentagonales muy bonitas; yo te hablo de uno de los doce pentágonos, que es nuestro pentágono empresarial. Pero no se me oculta que hay otros once pentágonos, otras once caras: mediáticas, políticas, sociales… y ahí yo no puedo entrar.

Y añade una constatación irónica:

—¿Estaba el gobierno en la operación? pues en razón de los resultados más valdría que hubiera estado la oposición. El otro gobierno, cuando quiso poner a Pepito en un sillón, lo puso.

Luís del Rivero tiene una buena relación con Zapatero, como cuento en otro capítulo, con Miguel Sebastián y con Teresa Fernández de la Vega, pero tiene un problema: despidió a Elena Salgado de su empresa, donde la vicepresidenta dirigía una de sus filiales, Vallehermoso Teleco. A este respecto
El Confidencial
, que dirige Jesús Cacho, publicó una información según la cual el presidente de Sacyr la había echado con cajas destempladas: «¡A esa roja la quiero fuera!».

El presidente de Sacyr Vallehermoso niega esta leyenda, que pudiera tener su origen en directivos de la antigua Vallehermoso, y responde a mi pregunta sobre dicho despido con humor:

—Ya me dirás cómo se compadecen las cosas que decís los periodistas: que yo juego al mus todos los días con el presidente del Gobierno y que digo «esa roja, fuera». Yo creo que Elena Salgado me está agradecida, primero porque salió bien de un puesto que no se justificaba, pero sobre todo porque gracias a ello es hoy vicepresidenta del Gobierno. No creo que tenga queja de mí, pero no me extraña que haya gente interesada en meterme en bochinches con ella. En efecto, Del Rivero despidió a Salgado, con quien llegó a un acuerdo al respecto, pero no pronunció las palabras que le atribuye
El Confidencial
de Cacho. Elena dirigía Vallehermoso Telecomunicaciones, cuyo objeto social era un tanto retorcido: se trataba de aprovechar la venta de casas de la urbanizadora para colocar un teléfono u otros aparatos de telecomunicaciones a sus propietarios. Cuando Sacyr compra Vallehermoso cierra dicha filial, que no tenía mucho sentido en la entidad fusionada, y le ofrece a Salgado otro puesto, que ella no admite al no estar relacionado con las telecomunicaciones que ella domina.

—Fuimos a Moncloa a ver qué les parecía —me resume Luís del Rivero— en el otoño de 2004, y nos pasaron a Sebastián. Este me asegura que recibe al constructor, le escucha, pero se lava las manos como Pilatos, pues se sentía incomodo por su pasada relación con el banco y le encomienda a Pedro Solbes, Caifás, el sumo sacerdote:

—Vete a Economía, que este tema no es mío.

Y al parecer, según otras fuentes, Caifás dice que sí, porque si Caifás no hubiera dicho que sí, Abelló hubiera seguido de consejero del Santander y la operación no hubiera continuado. Si dimitió es porque alguien le animó a hacerlo.

Luís del Rivero se dirige a Pedro Solbes, según las indicaciones del director de la Oficina Económica.

—Fuimos a ver al vicepresidente cinco personas de Sacyr y los amigos que nos acompañaban en la operación: Santiago Ibarra, hermano mayor de Emilio, el anterior presidente y el mayor heredero de los fundadores del BBVA; Matías Cortés, Demetrio Carceller, Juan Abelló y yo. Le fuimos a informar de nuestros planes y el ministro nos buscó rápidamente una cita con el gobernador. Nos recibió Caruana, tomó nota y no nos prometió nada. Nos fuimos y, a partir de entonces, empezaron a decir que era un tema político y se lanzó una formidable campaña mediática. Al gobernador no le pareció significativa una participación del 5 por ciento cuando todo el consejo tenía el 0,8. Sus razones tendría. He procurado contrastar lo que pasó en la intentona fallida del murciano por hacerse con el control del BBVA desde las perspectivas de sus principales protagonistas. Por lo que he podido averiguar, el asalto al banco transcurrió como sigue: Estamos en noviembre de 2004, Luís del Rivero telefonea a Francisco González, pero éste está fuera de España, así que se dirige al consejero delegado, José Ignacio Goirigolzarri, Goiri para el mundo financiero, que encuentra su apellido impronunciable:

«José Ignacio, quiero verte para un asunto muy importante». Goiri quiere saber algo más, pero Del Rivero sólo hace una vaga referencia a su interés por entrar en el banco y le invita a pasarse por su despacho, que está a unos pasos de la torre del banco en el Paseo de la Castellana. El consejero delegado comete, aparentemente, un error: accede a visitar a Del Rivero en su cuartel, en lugar de decirle que si quiere algo, lo suyo es que el constructor acuda a su despacho. Este supuesto error dará pie a sospechas sobre la lealtad de Goiri, sobre todo cuando hay gente que le dice a FG que su consejero delegado había dicho a Del Rivero: «O yo soy presidente o no apoyo la operación». González ha manifestado reiteradamente que estuvo seguro de la fidelidad de su segundo en todo momento, pero no hace mucho que le despidió proporcionándole una divina indemnización. En opinión de Del Rivero no hubo tal error:

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