El Maquiavelo de León (32 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Antes llevaba pelo rizado corto, a lo
garçon
, bastante sencillito, vaqueros normales y corrientes, blusitas y faldas sencillas, bolsos como los que portaba en León, más o menos como los que exhibían sus amigas. Ya fuera con gabardina, con un jersey de cuello alto o con un estilizado traje de fiesta, destacaba por su natural sencillez, un estilo que le sienta muy bien y al que sabe sacar partido.

Y de pronto aparece Benarroch y a los dos meses de pasar por sus manos emerge una Sonsoles luciendo las marcas más celebradas, las firmas más deseadas del mundo, como Dolce & Gabbana, Jill Sander, Etro ojean Paul Gaultier, con prendas que no bajan de los 1.500 euros; en plan posmoderna, vestida de negro, sofisticadísima, una presencia que, por cierto, a su esposo le encanta.

Y la verdad es que Sonsoles Espinosa las luce bien gracias a un cuerpo espigado donde no sobra un gramo de grasa. Mantiene su palmito a raya con sus 48 años muy bien llevados y sus 1,80 metros de altura, gracias a una dieta rigurosa a base de carne a la plancha, pescado al horno, ensaladas y fruta.

Elena Benarroch es un peligro para la estética socialista, pues no es fácil sustraerse a ella. Está, junto con su marido, en todas las salsas y saraos de la moda, del folclore y del pijoteo. Lo estaba con Felipe González, en el Antiguo Testamento, a quien sigue cultivando, y lo está en el Nuevo Testamento, donde se ha apoderado de algunas ministras como Carme Chacón y Trinidad Jiménez, y de la segunda dama. Ella canta por la noche… pero a las ocho de la mañana abre la tienda, pues el negocio es el negocio y ella está siempre al pie del cañón, en la calle José Ortega y Gasset, en la almendra del barrio de Salamanca, impulsando a sus cincuenta empleados. La consigna que les da es de una claridad meridiana: «Cualquier persona que entra en esta tienda es susceptible de gastarse una cantidad indecente de dinero y hay que tratarla siempre bien, tenga el dinero que tenga».

La más famosa peletera española, nacida en Tánger en 1956, es hija de un farmacéutico y está casada con Adolfo Barnatán, nacido en Buenos Aires en 1951, hijo de peleteros, a quien conoció en el Liceo Francés de Madrid después de romper con Miguel Bosé. El peletero era Adolfo, pero la marca es Elena Benarroch, que es una marca pero también una mujer de fuerte personalidad, que se ha convertido en la última musa de la izquierda, situada estratégicamente entre González y Zapatero. Comercializa los pedruscos decorativos del primero, que cuelgan en las orejas con más pedigrí al módico precio de unos 6.000 euros el par. Una de estas joyas fue exhibida por Sonsoles Espinosa en la boda de los príncipes de Asturias.

Es una diligente organizadora de saraos en los que participa preferentemente la
gauche divine
, que ahora en plena laicidad recibe el nombre de «izquierda caviar». Aparentemente bordea la contradicción entre el lujo y la izquierda, desafiando los juicios y prejuicios de los verdes, de los ecologistas que abominan de la industria de la piel. Es como la Mona Jiménez de la izquierda fina, que no da lentejas, sino caviar. Es una paradoja viva que ha conseguido movilizar a González, a los Zapateros, a Carme Chacón, a Loles León, a Pedro Almodóvar, a Isabel Preysler, a Boris Izaguirre, a Lucía y a Miguel Bosé, a Chavela Vargas, a Daniel Barenboim, a flamencos, artistas y gente de las finanzas. A González le organiza esplendorosas fiestas flamencas en Marbella.

Al parecer, una de las pocas ministras de Zapatero que se resistieron a su seducción fue Carmen Calvo. La ex ministra de Cultura cordobesa tenía a gala turnar a sus modistos por orden alfabético.

—Si yo me visto del modisto que a mí me gusta no promociono la moda española. Como ministra me vestía de todos y lo mismo hacía con las películas, el teatro o los libros, porque si la moda es cultura, lo es del mismo modo.

Sonsoles Espinosa, nacida en Ávila, como indica su nombre de pila, aunque trasplantada a León, donde fue destinado su padre, comandante de cuchara, era una señorita de provincias, y lo digo sin la menor intención peyorativa; pero ahora es muy distinta. Quizás haya algo subconsciente en el hecho de que cada vez son más espaciadas sus visitas a León, a pesar de que allí siguen sus amigas de toda la vida. Sus ausencias de León llegan hasta el extremo de que no ha acompañado a su esposo cuando éste se acercaba a su tierra a visitar a su padre. Zapatero la conoció en febrero de 1981, cuando ambos estudiaban en la Facultad de Derecho de León, cuando ella contaba 18 años y estaba en un curso posterior, en segundo y él 20 y cursando tercero de la carrera. Se quedó prendado de ella en el acto.

—Apenas intercambiaron unas palabras, las suficientes para quedar tocado —cuenta Campillo, su biógrafo—. Le parecía guapa, muy guapa. Una semana más tarde se confirmó el flechazo. La descubrió otra vez en la manifestación contra el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Empezaron a hablar y no lo pensó dos veces: «Para mí». Siguieron hablando. Zapatero, de lo que le gustaba: la política, la poesía, la literatura. Seguro que la estaba aburriendo.

Cuando Zapatero obtiene en 1986, con 26 años de edad, su acta de diputado y se convierte en el más joven de la cámara, su paisano el periodista de
El País
Feliciano Fidalgo le hace una de sus primeras entrevistas en la prensa nacional, y en ella le dice, como ya se ha contado, que el partido es su segundo amor y Sonsoles el primero. Todavía faltaban cuatro años para que el joven diputado la llevara al altar; el noviazgo duró casi nueve, como los de antes. Se casaron por la Iglesia el 27 de enero de 1990, ella de blanco y él con traje oscuro y pajarita. Los dirigentes socialistas suelen casarse por la Iglesia y se empeñan en «compensarlo» reclutando un cura progre y buscando una iglesia en un paraje pintoresco. González y Romero se matrimoniaron en el monasterio de Loreto, en el término municipal de Espartinas, muy cerca de Sevilla, y Zapatero y Espinosa en la ermita de Nuestra Señora de Sonsoles, patrona de Ávila, edificada en una colina a 5 kilómetros de la capital.

La ermita cuenta entre sus atractivos con un cocodrilo disecado de más de tres metros, que desde África le trajo un abulense a la Virgen por haberle salvado de las garras del animal. Es de suponer que Zapatero, que ya entonces sabía que llegaría a presidente de su país, se encomendara al animal que suele infiltrarse en el hábitat político disfrazado de lagarterana.

En ambos casos, en el de González y en el de Rodríguez Zapatero, el motivo invocado ante los amigos y correligionarios para justificar una ceremonia religiosa en contradicción con sus convicciones laicas es el noble propósito de evitar el disgusto de los respectivos padres de las respectivas novias, que, casualmente, en ambos casos eran militares y gente de derechas de toda la vida. Sus hijas Laura y Alba están bautizadas e hicieron la Primera Comunión como Dios manda.

Como cuenta Oscar Campillo, Zapatero, a quien lo único que le interesa en la vida es la política, decidió desde el primer momento que esa chica tímida, incluso algo arisca, pero muy atractiva, sería su mujer para siempre. Una vez decidido ello, resuelta la cuestión, pudo dedicarse a la política con envidiable estabilidad emocional. Una de las ventajas que tiene Zapatero sobre el resto de la grey política es que sabe desconectar y a ello contribuye notablemente la devota actitud enamorada de SonsoIes Espinosa.

Gracias a ella Zapatero puede dormir tranquilamente y descansar en los momentos más duros, que no faltan a quien desempeña tan alta responsabilidad. Ello explica en buena parte sus victorias frente a sus sucesivos adversarios, desde León a Madrid, desde el «pacto de la mantecada» y otros pactos en el borde del precipicio, hasta el palacio de La Moncloa.

Interesa el juicio de su profesor José Manuel Otero Lastres:

—Sonsoles es una buena chica y todos los hombres sensatos se dejan dirigir por las esposas cuando son sensatas, cuando hay amor. Ellos han formado un tándem, pedalean los dos al mismo ritmo, ella le da calma, tranquilidad… no aspira al poder, aunque no lo desdeña, ni mucho menos las consecuencias maravillosas que tiene.

Disfruta Zapatero de una familia estable y acogedora que es esencial en las luchas políticas, pero ello no quiere decir que la imagen familiar que transmite responda a la realidad. Quiere a su mujer y a sus hijas, por supuesto, le encanta estar con ellas y lo hace siempre que puede, pero, insisto, su vida es la política. El compartimenta sus afectos y lo que espera de cada cual, tal como he comentado en otro capítulo, y ello cuenta para los amigos, para los compañeros y para la familia. Cada cual en su apartado, y el cajón familiar le es especialmente querido, como es natural, pero no hay que exagerar ese aspecto en lo que se refiere al día a día, que está absorbido en su mayor parte por la política.

Ya he apuntado lo que decía un amigo común, de Zapatero y mío: «Lo que le cuesta no es quedarse hasta altas horas de la madrugada dándole vueltas a un problema o hablando de política, o en viajes de Estado, lo que le cuesta más es tirarse dos horas en la piscina». La imagen familiar es pura propaganda, un arte que domina a la perfección. Sonsoles Espinosa ha cultivado su imagen de persona discreta y sencilla que sigue haciendo su vida normal, que canta en los coros con su voz de soprano y que no se mete en política. La imagen tiene algo de realidad, pero si ella no pretende meterse en política, su esposo sí la mete, y de la forma más chocante para estos pagos: a la americana.

En efecto, José Luís Rodríguez Zapatero ha sido el único presidente español que ha copiado en alguna medida, en la medida en que esas cosas son posibles en España, el papel que desempeña en Estados Unidos la primera dama. Es el único presidente que ha subido al escenario de los mítines del partido llevando de la mano a su esposa, a pesar de que, como ella explica: «Ni soy militante ni lo seré nunca». No hizo nada semejante Suárez, cuya esposa, Amparo Illana, de Ávila como Sonsoles, era lo más parecido a un ama de casa; no lo hizo, por supuesto, Felipe González, aunque Carmen Romero fuera muy activa en política desde el mismo tiempo en que lo hiciera su esposo; y no lo hizo José María Aznar, aunque Ana Botella fuera más antigua que él en las filas del Partido Popular.

Su actitud no casa bien con sus esfuerzos por apartar a la familia de la mirada pública. Sonsoles no podía faltar al congreso del que su esposo salió vencedor. Ella le acompañó en los cruciales momentos del recuento de votos, pero le pidió a Begoña, la esposa de su hermano Juan, que la «sacara» del Palacio de Congresos de Madrid, protegiéndola de curiosos y periodistas.

Y le acompañó el domingo 27 de octubre de 2002, veinte años después de la gran victoria de Felipe González, cuando éste escenificó el corte de su coleta dando simbólicamente la alternativa al leonés, que un día antes había sido proclamado candidato a las elecciones generales de 2004 por el Comité Federal, máximo órgano del partido entre congresos. Una emocionante foto para la historia de una familia sin fisuras y de dos generaciones separadas sólo por el tiempo. José Luís Rodríguez Zapatero, «El Leonés», capeó bien, puso algunas banderillas y dio la vuelta al ruedo con el maestro.

Fue también la alternativa de Sonsoles Espinosa. «Sonsoles estaba pendiente de muchos detalles, de que la entrada fuera una entrada adecuada, porque le habían tomado un poco el pelo algunos compañeros de la Ejecutiva, especialmente Pepe Blanco (“Tienes que hacerlo bien, sonríe, camina con naturalidad”) y estaba pendiente un poco de eso —confesó Zapatero a
El Socialista
, el órgano oficial del partido, veinticuatro horas después—. Ella, como siempre, me ve tranquilo, no se preocupa mucho de sí misma y de sus gestos, pero estaba emocionada».

El leonés aclaraba que sus hijas querían estar con su padre, pero comprendieron que «era un poco de lío». Las niñas empezaban a atisbar lo que significaba el trabajo de su padre. «Yo tenía un doble sentimiento al recordar a mi abuelo y pensar en mis hijas», explica Zapatero, que luego habla del triunfo socialista de 1982 que él celebró en su día «en familia, en el ámbito del partido, y muy especialmente con mis padres». Todos sabemos que la mujer de Zapatero tiene un carácter reservado, es discreta, tímida, celosa de su vida privada y hasta ahora no ha demostrado interés alguno por la política. Siempre se ha negado a conceder entrevistas, alegando que a nadie le preocupaba su vida antes de que su marido fuese nombrado secretario general del PSOE, y, que como ella sigue siendo la misma, ahora no tiene por qué despertar interés.

Aunque sigue sin formular declaraciones, ha acudido a los actos de campaña de su marido, ha posado junto a él en actitud cariñosa y ha celebrado pletórica el triunfo de Rodríguez Zapatero, demostrando que forman una pareja unida y feliz que asume junta su itinerario político. Su forma de entender la política se parece mucho a la de las esposas de los presidentes de Estados Unidos o a la que expresa Carla Bruni con Nicolás Sarkozy.

No es de extrañar que Zapatero se llevara a su esposa y a sus hijas a Estados Unidos. Esta visita tuvo, como se sabe, un efecto nocivo de imagen para Zapatero, por el lío que se formó con la foto que la familia se hizo con Barack Obama. Al parecer la idea fue de Sonsoles, pero, obviamente, Zapatero no se opuso a ello.

—Sonsoles es un personaje muy interesante —me comenta uno de los amigos leoneses— es muy independiente y la prueba es que se dedica a lo suyo, tiene su vida, a sus hijas las educa con total libertad, como se ve en la foto.

La «culpa» no es de Sonsoles, sino en todo caso de su esposo, que quizás suponía que podía parar la distribución de la célebre fotografía en la que aparecían las niñas con atuendo gótico, que podría ser un síntoma más de que el síndrome de La Moncloa había hecho mella en él; que se creía inmune como, salvando distancias siderales, se sintió Aznar al casar a su hija en el Monasterio de El Escorial.

Lo cierto es que todo el asunto de la vestimenta de las niñas fue un gran error y así lo entienden los mejores amigos de Zapatero, aunque se perfilan entre ellos dos bandos: el de los que opinan que la culpa es de José Luís y los que sostienen que es de Sonsoles. Los unos aseguran que Sonsoles educa a sus hijas con demasiada Libertad y los otros insisten en que las trata con mano de hierro y que quien no sabe negarles nada es el padre; esta última parece la hipótesis más probable.

—Mi mujer, que es aún más forofa de José Luís que yo mismo —me decía uno de los leoneses que se trajo Zapatero a Madrid— cree que Sonsoles no debió permitir a sus hijas que se vistieran de esa guisa. A mí tampoco me gustó, pero yo la digo: mira, a una chavala de 17 años no se le puede decir eso, se lo puedes decir si tiene 12, o 20, o 25 años, pero a los 17, no.

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