El Maquiavelo de León (34 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El diagnóstico de Joaquín Leguina, el veterano socialista, es más duro. En un artículo publicado en la revista
El Siglo
del 21 de septiembre de 2009, con el título: «La hora de la verdad» afirma: Yo no creo que esos
valientes
opositores internos que
largan
en el periódico ocultando sus nombres preocupen a ZP (verdadero maestro en practicar la limpieza étnica dentro del partido).Es más: pienso que nadie en el Comité Federal se atreverá a plantarle cara, pero la pregunta no es «¿qué hacemos con Zapatero?», sino otra muy distinta: «¿Sobrevivirá el PSOE a Zapatero?».

Hace sólo unos meses alguien le preguntó a José Blanco si el presidente volvería a presentarse y aquél contestó como manda el manual: «Por supuesto que se presentará, es el mejor candidato», etc. En diciembre de 2009, le volvieron a formular la pregunta y la respuesta fue muy distinta y sumamente reveladora: «En 2012 ya se verá». La cuestión le fue formulada al presidente cuando hacía balance del año 2009 y la respuesta fue idéntica a la de Blanco: «Entonces ya se verá». Posteriormente rectificó asegurando que el PSOE no contempla otro candidato.

Estas palabras alentaron el debate en los cenáculos socialistas hasta un extremo que en Ferraz consideraron peligroso. El primero en reaccionar fue José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, quien el 11 de enero en una rueda de prensa calificó el debate de «inadecuado» y de «muy mala leche», enfatizando que «Zapatero va a ser» el que represente al PSOE en las próximas elecciones generales. A los pocos días José Blanco y Leire Pajín insistieron enfáticamente que no se contemplaba otra posibilidad en el partido.

Y es que hace unos meses, o un año, José Luís Rodríguez Zapatero disfrutaba todavía de buena salud política, a pesar de algunas heridas recibidas, como el atentado de ETA de diciembre de 2006, ocasión en la que el presidente apareció bloqueado. Pero el leonés volvió a ganar en 2008, con más escaños que en 2004, y los votos lo curan todo; incluso el fracaso de sus dos grandes proyectos, los objetivos a los que se había lanzado en el convencimiento de que lo que no había resuelto antes ningún gobernante español lo resolvería él con su omnipotente varita mágica: acabar con ETA y resolver el eterno problema de la organización territorial del Estado, especialmente la cuestión catalana. Pero comenzó la segunda legislatura en la que ETA fue eficazmente castigada y la cuestión catalana pasó a segundo plano bajo la amenaza de la crisis económica, que se había convertido en el primer punto del debate electoral. El candidato socialista había ganado en buena medida porque la ciudadanía se siente más segura con Pedro Solbes como director de la economía que con Manuel Pizarra, el responsable de estas cuestiones en el PP de Mariano Rajoy. Sin embargo, Zapatero no enfoca bien la gestión de la crisis, cuya misma existencia niega, y la crisis le coge como un miura resabiado. Y Zapatero reacciona no reaccionando, desde la convicción de que se trata de un simple constipado que se pasa solo.

Zapatero reconoció, en el balance que hiciera de 2009, que no estuvo muy fino en el diagnóstico. Es lo menos que podía reconocer, pero no se puede despachar el asunto como si fuera uno más. Es como decir: sólo me he equivocado en lo más importante, en lo que afecta al empleo y al bienestar de los ciudadanos.

La ciudadanía observa las batallas internas entre Sebastián, que dirige la Oficina Económica de Moncloa, y el vicepresidente económico Pedro Solbes y se muestra escéptica ante la cascada de medidas de escasa coherencia que pronto pasan al olvido y que son sustituidas por otras con idéntico destino.

Zapatero reacciona como suelen hacerlo los gobernantes cuando se sienten tocados: con un reajuste ministerial, sustituyendo fusibles. Pero, como también suele ocurrir en estos casos, una crisis ministerial representa un desgaste para quien gobierna. Al poco tiempo del cambio de ministros, en la Semana Santa de 2009, poco antes de las elecciones europeas que el PSOE pierde, se extiende la sensación de que el gobierno manifiesta síntomas de desgaste. El cese de Pedro Solbes y su sustitución por Elena Salgado no hace más que dramatizar el fracaso. Ha llegado ese momento fatídico para todos los gobernantes en el que perciben con amargura que sus yerros no se perdonan y sus éxitos se olvidan y, lo que es peor, que hasta los éxitos son percibidos como fracasos. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con el buen fin del secuestro del pesquero
Alacranea
por piratas del Indico. ¿Se imagina uno la alternativa en la que no habría que descartar una masacre de los pescadores secuestrados? Más que en el feliz desenlace, la prensa se centró en la descoordinación, que en efecto pudo observarse, entre los distintos ministros con responsabilidad en este asunto: la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega, Miguel Ángel Moratinos, titular de Exteriores; Carme Chacón de Defensa; y Francisco Caamaño de Justicia. Zapatero ha perdido el hechizo que seguía manteniendo hasta no hace mucho y ya se espera poco de él. Es como cuando en un matrimonio los esposos no se aguantan y cada cónyuge convierte en grave cuestión los ronquidos del otro o que salga de la habitación sin apagar la luz. El presidente parece encontrarse en esa etapa por la que han pasado sus antecesores; cuando la derecha utilizaba como argumento básico el «¡váyase señor González!», que es el equivalente al dedicado hoy por Mariano Rajoy al leonés: «Usted no es la solución, usted es el problema». El propio Aznar llegó a reconocer en sus últimos meses de mandato que la gente ya no le aguantaba.

Ciertamente, Felipe González volvió a ganar las elecciones en 1993, cuando se le daba por liquidado, y perdió por muy poco las de 1996. Zapatero también tiene recursos que le pueden valer para recomponer su figura, lo que sería muy posible si se vuelve a generar empleo. Las encuestas vienen dando la victoria al Partido Popular desde hace algún tiempo, pero en general la valoración del leonés, a pesar de todo, sigue aventajando a la del dirigente del primer partido de la oposición. Zapatero, que cuenta con un buen olfato y avezados asesores demoscópicos, está convencido de que mientras sobrepase al gallego en un solo punto tiene asegurada la victoria.

Pepe Blanco tenía razón al afirmar en una reunión celebrada en octubre de 2009, a puerta cerrada, con los secretarios regionales de su partido, que «la crisis por sí sola no tumba a un gobierno». Él puso como ejemplo el triunfo de Ángela Merkel en Alemania, pero no faltan ejemplos en nuestra reciente historia: González sobrevivió a la que se produjo en los primeros años de los noventa, que fue muy dolorosa. Pero lo importante, y eso no lo señala Blanco, es que la gente perciba que el timón del Estado está en buenas manos y que se está haciendo lo que hay que hacer, aunque resulte impopular, y la impresión proporcionada por el gobernante actual difiere mucho de este juicio. Ha calado profundamente en la opinión pública que el presidente improvisa, que va dando palos de ciego y que no está acertando en su política económica, a pesar de haberse implicado personalmente en ella. Zapatero ha mostrado una prodigiosa capacidad para remontar las situaciones más críticas y aún queda tiempo para las elecciones de 2009. Sin embargo, ya hay gente en su partido que empieza a mover el rabo en un intento para situarse en la mejor posición para sucederle. De hecho ya se perciben cinco posibles candidatos y medio para sustituirle: José Blanco, Alfredo Pérez Rubalcaba, Carme Chacón, José Bono y Juan Fernando López Aguilar. El medio sería Patxi López, de quien no consta su pretensión, pero hay quien empieza a predecirle su entrada en el delfinario.

Chacón parecía la predestinada. Como ya he comentado, cuando en julio de 2007 Zapatero cesa a María Antonia Trujillo como ministra de la Vivienda para poner al frente de este departamento a Carme Chacón, vicepresidenta del Congreso de los Diputados, le explica que Carme, mujer, joven y catalana, que cuenta con muchos votos catalanes, sería la designada cuando llegara el momento. Está entre las mejor valoradas en las encuestas del CIS, habiendo superado en alguna de ellas a María Teresa Fernández de la Vega, que había mantenido en cada sondeo de opinión el primer puesto del
ranking
; y el
Wall Street Journal
la eligió como la segunda política no americana con mayor proyección en el mundo. Carme se ha beneficiado de ser la primera mujer en asumir la cartera de Defensa en España.

Pero parece que últimamente la ministra de Defensa ha perdido algo de fuelle. Su imagen se ha popularizado tras visitar a todas las tropas españolas en el extranjero y asistir a los funerales por los soldados muertos en misiones extranjeras. Sin embargo, su popularidad bajó por la forma en que difundió la retirada de Kosovo, comunicándola a los soldados destinados al nuevo país independiente sin que previamente se informara de la decisión a la OTAN. Es probable que el continuo incremento de tropas en Afganistán, aunque esté decidido por Zapatero, no contribuya a mejorar su caché.

Hoy quien puede tener más papeletas es José Blanco, que parece en irresistible ascensión, subiendo peldaño a peldaño: la vicesecretaría general del partido, el primer dirigente que lo vuelve a ocupar después de Alfonso Guerra y más de doce años vacante; el ministerio de Fomento, el departamento que tiene el talonario más abultado. El nuevo titular de Fomento gestiona un presupuesto de más de 30.500 millones de euros, de los que unos 20.000 son inversión directa. Su gestión en el ministerio tiene reconocimiento general y ha actuado con celeridad en las contingencias que arruinaron a su antecesora, como la espantada de Air Comet o las precauciones adoptadas para que las grandes nevadas no alteraran en exceso las comunicaciones.

Los círculos bien informados esperan que tras el final de la presidencia española de turno de la Unión Europea, en junio de 2010, Zapatero remodele su gabinete para mejorar su imagen de cara a las elecciones municipales, autonómicas y catalanas que se celebrarán en 2011, así como de cara a las generales que habrá un año después. En dichos círculos se apunta que ese sería el momento en el que José Blanco se hiciera cargo de la vicepresidencia que hoy desempeña Teresa Fernández de la Vega. Sería el siguiente escalón hacia La Moncloa. José Blanco, que dejó de ser «Pepiño», un alias un tanto displicente, al tiempo que Zapatero perdió el de «Bambi», nueve años después de su llegada al primer círculo de poder en el partido ha roto las escépticas previsiones que se hacían sobre su futuro. Hoy no sólo controla con autoridad el amplio y complejo mapa interno del PSOE, sino que en el recorrido no ha perdido la confianza del jefe. Y esto último, hablando de Zapatero, es mucho decir.

Y ello a pesar del gran accidente del «tamayazo», por el que Simancas perdió la comunidad de Madrid por la traición de José Luís Balbás. No hay que olvidar que «los balbases» contribuyeron de forma notable a que Zapatero consiguiera elevarse a la secretaría general del partido, aunque luego a la hora de seleccionar la Ejecutiva, Zapatero, avergonzado de tan ominosa compañía, se negara a que ninguno de ellos ingresara en ella.

Su padre fue peón caminero y trabajó durante toda su vida en la delegación de Lugo como empleado del ministerio que ahora dirige su hijo. «Siento una profunda emoción», afirmaba el flamante ministro al respecto en una entrevista concedida a
El País
. Y añadió: «Tengo una sensibilidad especial por las infraestructuras, por ser bastante conocedor de la realidad de nuestro país por haber tenido un contacto muy directo con los territorios como consecuencia de las funciones que he venido desarrollando».

Es esta condición de político «con agenda territorial» la que, según las fuentes consultadas, ha jugado en favor de Blanco, tanto para conseguir su actual cartera de ministro como, previamente, para no «perder comba» con Rodríguez Zapatero. «El presidente es un hombre de partido y, al contrario de Felipe, siempre ha ejercido de secretario general», afirma un alto cargo de la actual Administración para explicar el mantenimiento de la cercanía con Blanco.

Así, el hoy vicesecretario general del PSOE nunca ha faltado a las reuniones de estrategia política en Moncloa. El presidente ha requerido siempre los datos y la visión del gallego para todo tipo de asuntos, incluidos los más cruciales de su mandato, sin exceptuar la negociación con ETA.

Zapatero tiene también en mucha estima sus habilidades demoscópicas. Blanco ha «clavado» los resultados desde el congreso que consagró al primero, con algunas excepciones como la muy dolorosa de las últimas elecciones gallegas, en su propia tierra. Además, Pepe Blanco hizo suya desde el primer momento la apuesta del presidente por los jóvenes, como demostró promoviendo a su más estrecho colaborador, Oscar López, de 27 años cuando llegó al partido, a la secretaria general del PSOE en Castilla y León y, nadie lo duda, a candidato a la presidencia de la Junta. Algo parecido puede decirse de la promoción del joven Antonio Hernando a la Ejecutiva en el puesto de secretario de ciudades y política municipal. Una de las críticas con las que ha sido recibido José Blanco como ministro de Fomento desde la derecha mediática ha sido su supuesta escasa preparación. El gallego ya ha respondido que, aunque no terminara la carrera de Derecho que inició en la UNED en su juventud, ha hecho «un máster en dirección de empresas gestionando un gran partido como el PSOE».

Sus fans en el partido le comparan con Indalecio Prieto, aunque salvando las distancias. Prieto, que también procedía de familia obrera, sólo pudo cursar estudios elementales y tuvo que ganarse la vida como vendedor, botones y ordenanza, antes de convertirse, al igual que ahora Blanco, en ministro de Obras Públicas y de ocupar otras responsabilidades muy importantes en los gobiernos de Azaña, de Largo Caballero y de Juan Negrín.

Uno de sus flancos débiles es la pugna con Tomás Gómez, el dirigente del Partido Socialista de Madrid, en la que el ex alcalde de Parla ha encontrado el apoyo del presidente del partido, Manuel Chaves, y de la secretaria de organización y amiga desde la infancia de Rodríguez Zapatero, Leire Pajín. El asunto no superaría los límites de un desigual pulso entre el «superministro» y la históricamente inestable federación madrileña, si no fuera porque Gómez «es cosa del jefe», como no dudan en explicar desde el entorno de Zapatero. El secretario general del Partido Socialista de Madrid (PSM), preocupado por el acoso permanente del poderoso vicesecretario general, se dirigió directamente al presidente y éste le animó a seguir adelante, «siempre que no me involucres a mí en el asunto, querido Tomás, que ahora sólo estoy para la presidencia de Europa». Y en efecto, Zapatero hizo todo lo posible para que nada le erosionara su presidencia, de la que esperaba conseguir telediarios glamourosos en los que aparecería codeándose con los poderosos de Europa y del mundo. En esa consideración se negó a que se decida quienes serán los candidatos que el partido presentará a las elecciones municipales y autonómicas hasta que concluya su mandato europeo; una indefinición que irritó a Tomás Gómez, que necesitaba una decisión temprana para enfrentarse con más autoridad a su poderosa adversaria, Esperanza Aguirre.

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