El Maquiavelo de León (14 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

La poca capacidad de Zapatero para gobernar es uno de los puntos en los que insiste el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, en su esfuerzo diario por descalificar al presidente. A ese argumento parecía apuntarse también el consejero delegado de Prisa. Sin embargo, en lo que respecta al atentado de la T-4 la nave capitana del grupo,
El País
hizo compatible su ataque a Zapatero con el apoyo al ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha mantenido desde los tiempos de Felipe González una magnífica relación con estos medios.

Al día siguiente de la publicación del artículo de Juan Luís Cebrián, 17 de enero de 2007, José Luís Rodríguez Zapatero pronunciaba una conferencia en el hotel Ritz de Madrid, organizada por El Foro de la Nueva Economía, a la que acudió Juan Luís Cebrián junto a la flor y nata de la sociedad española.

El consejero delegado de Prisa, que tras la muerte de Polanco ejerce un poder omnímodo en la empresa, estaba sentado en lugar preferente junto al secretario general de UGT, Cándido Méndez, el secretario general de Comisiones Obreras, José María Fidalgo, el secretario de Estado de Comunicación, Fernando Moraleda, Florentino Pérez, presidente de ACS, siempre próximo al poder del signo que fuere, y Emilio Botín, presidente del Banco Santander, quien rara vez se pierde la oportunidad de acercarse al presidente y alabar su obra, como hiciera con sus predecesores. Zapatero se aparecía en el salón rococó, cubierto de elementos dorados como Dios en el Sinaí, mostrando las Tablas de la Ley a los ilustres asistentes al acto. Mientras el presidente cantaba desde el púlpito burgués las excelencias de la economía española, Cebrián mostraba su impaciencia a los compañeros de mesa aludidos, la
creme
de la
creme
del empresariado y de los interlocutores sociales. En un momento determinado no aguanta más y refunfuña: «Qué coñazo, a ver cuándo este tío empieza a hablar de política». En los últimos cinco minutos, «este tío» se refirió a ETA. Entonces pareció tranquilizarse:

«¡Ya era hora!», exclamó sin cuidarse de bajar la voz. Cuando terminó la exposición presidencial, el consejero delegado de Prisa, junto con algunos de sus compañeros de la ilustre mesa se acercan a pegar la hebra con el ilustre conferenciante y éste, sin mediar más palabras le dice a Cebrián:

—Juan Luís, he leído con mucha atención tu artículo de ayer y te tengo que decir una cosa muy seria: siento decirte que no tienes cultura democrática.

Cebrián no esperaba el ataque y no respondió al mismo. Ya lo haría desde su periódico. Los que asistían a la riña se quedaron estupefactos. El presidente, siempre afectuoso, siempre correcto y considerado para el prójimo, tenía también sus «prontos». Y, según me comentaría uno de los asistentes al acto, «sus cojones».

Aquel mismo día Zapatero hablaba con una persona de su entorno que le comentó, con regocijo, el «corte» que le dio al ilustre periodista:

—Si es que es verdad, si es lo que pienso. No tiene cultura democrática. Oye, Cebrián, tú quieres tener el monopolio y no lo vas a conseguir. Y si se cabrea que se cabree, pero ésa no es la España que yo quiero construir.

Años después, cuando se libró la batalla de la TDT para la que el grupo Prisa movilizaría a todos sus efectivos, Zapatero diría ante los miembros de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE: «Quien quiera gobernar que se presente a las elecciones».

Este asunto de la TDT de pago ha sido la culminación, la madre de las batallas entre Zapatero y Cebrián, entre el poder político y mediático. No me voy a extender mucho en este asunto, pues es suficientemente conocido. Simplemente recordaré el fondo de la cuestión y aportaré algunos detalles hasta ahora inéditos.

El jueves 13 de agosto de 2009, en medio de las vacaciones, se reúne el Consejo de Ministros y aprueba un decreto ley por el que se autoriza y regula la televisión digital de pago y se da una subvención de 420 euros para los parados a los que se les hubiera acabado la vigencia del seguro de desempleo. Por ambas decisiones el gobierno de Zapatero pagó un precio muy alto.

La nueva ley arrebataba el monopolio de la tele de pago al grupo Prisa, que cobra una cuota de enganche a dos millones de abonados mas una «taquilla» para cada partido de fútbol emitido en cerrado, así como por la visión de determinadas películas.

El fondo del decreto ley era impecable: acabar con un monopolio y abrir el mercado a más competidores, naturalmente a quien fuera autorizado para ello, pues el mundo televisivo y radiofónico está sometido a licencias de las distintas administraciones públicas y por tanto no es, en puridad de conceptos, un mercado abierto. Al día siguiente del Consejo de Ministros, Mediapro, que había arrebatado a Digital Plus los derechos de transmisión de la liga de fútbol, anunció una agresiva oferta de 15 euros por tres partidos y otras emisoras aceleraron sus planes para competir en un terreno que ofrecía buenas oportunidades. El fondo de la decisión gubernamental era impecable, pero no la forma, el uso del Real Decreto Ley, que sólo puede utilizarse en casos de extrema urgencia y grave necesidad, lo que no era el caso. Lo lógico es que el gobierno hubiera incluido esta materia en la ley audiovisual, que se mandaría al parlamento en el mes de octubre y que sería sometida al trámite parlamentario normal en el que podrían aportar mejoras, o «peoras», todos los grupos del Congreso y el Senado.

Por otro lado, el Consejo de Estado, el alto órgano consultivo, al que se había remitido el proyecto de Real Decreto Ley como es preceptivo, había negado el carácter de urgencia del mismo y por tanto aconsejaba su tramitación como ley ordinaria. El dictamen del Consejo de Estado no es vinculante para el gobierno, pero desoír su opinión en asuntos en los que la interpretación de la legalidad no está clara resulta poco presentable. Había otra razón para tomarse el asunto con más calma. No había disponibles en el mercado los aparatos adecuados que necesitaba la nueva modalidad y la industria española no podía producirlos tan repentinamente, lo que hacía temer a los empresarios domésticos que el gobierno recurriera, para salvar la cara, a facilitar las importaciones masivas de otros países, fundamentalmente de China, a donde Sebastián se dirigió durante aquellos días; unos suministros urgentes, sin los controles de calidad precisos, dejando a la industria nacional con sus aparatos al aire. Afortunadamente, las profecías del sector no se cumplieron y el problema se resolvió razonablemente.

Zapatero no podía ignorar que su decisión provocaría una reacción airada por parte del poderoso grupo mediático, el fuego amigo al que se referiría Felipe González cuando Mediapro se quedó con los derechos del fútbol, sin que el gobierno se lo impidiera como pretendía Prisa. Tan era así, y ahí va una de las exclusivas prometidas, que organizó el asunto como si de una operación de comando se tratara, y con el sigilo más absoluto.

La iniciativa la preparó mano a mano con el ministro del ramo, Miguel Sebastián, sin dar cuenta a los demás miembros del gobierno. Es más, contra lo que es habitual, el proyecto no pasó por la Comisión de Subsecretarios, que es el filtro donde la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega analiza las propuestas que el viernes irán al Consejo de Ministros, donde salvo alguna excepción señalada se aprueban sin apenas debate.

El presidente quería asegurarse el máximo sigilo y no se arriesgó a que los subsecretarios informaran a sus respectivos jefes, los ministros, de lo que se preparaba. Esto y el hacerlo por decreto ley, aprobado al amanecer como quien dice, sin dar ocasión a los grupos de intervenir ni a Prisa de presionar, demuestra que Zapatero afrontó el asunto como un formidable reto, un desafío a Cebrián en toda regla. Después, cuando los ministros se enteraron del «marrón» en el Consejo de Ministros que aprobó la norma, reinó la estupefacción y en alguno de ellos la preocupación y la contrariedad. El reto presidencial a Prisa fue mal recibido por la mayoría de los parlamentarios del grupo socialista en el Congreso de los Diputados, pero sólo se permitieron desahogos verbales
sottovoce
. Alfonso Guerra, que se siente maltratado por Prisa desde los viejos tiempos, comentó a un compañero:

—Hay 45 millones de españoles que probablemente sean contrarios a esta norma, pero hay uno que no tiene derecho a oponerse a ella y ese uno se llama Juan Luís Cebrián.

Nadie osó quejarse al presidente, nadie se atreve a llevarle la contraria en nada, pero aquello era tan fuerte que el presidente se sintió obligado a justificar la premura del asunto: «Cebrián lleva tiempo dándonos la vara para que aplacemos el asunto, me ha pedido tiempo para que él pudiera arreglar su problema, el de la deuda de Sogecable que se aproxima a los 6.000 millones de euros, un billón de pesetas, que se dice pronto. Yo he aceptado aplazarlo, pero cuando ya estábamos en ello pidió otro año y después que esperáramos hasta marzo, después que fuera en abril, luego que en mayo y finalmente insistieron en que no lo sacáramos; pero no están ellos solos en el mundo y los Roures, Ramírez, los de Vocento y demás también presionaban en sentido contrario pues también ellos tienen intereses legítimos».

Mi fuente es progubernamental y no he podido contrastarla con Prisa, por lo que la pongo en cuarentena. Desgraciadamente en este asunto no hay forma de confirmar nada que no interese a la editora. Hay que rendirse a la evidencia: los periodistas exigimos transparencia informativa a todo el mundo y contrastar la información a los compañeros, pero la transparencia informativa es inviable cuando un asunto afecta a los intereses de una empresa periodística. Con esas reservas suministro este dato a mis exigentes lectores. De lo que no cabe duda es de que, si Zapatero no podía ignorar semejante reacción, se consideraba fuerte para enfrentarse a ella. Y en efecto así era. Había llegado la hora del pulso definitivo con Prisa. De hecho el presidente entiende la política como pulso o como prueba que debe superar. Es audaz y en algunos casos temerario, como se cuenta en otro capítulo. Por otro lado ha llegado a la conclusión de que ningún grupo mediático, ni siquiera Prisa, tiene ya el poder que detentó en el pasado. Las audiencias están tan troceadas que nadie puede ejercer una influencia decisiva.

En líneas generales estimo que Zapatero tiene razón, pero se equivocó en un hecho importante: la radio no está troceada sino integrada en unas pocas cadenas y la influencia de la SER en el electorado socialista es fundamental.


El País
sólo llega a un núcleo selecto, nos crea problemas, pero son al nivel de la inteligencia, de un grupo limitado aunque influyente de personas; pero la radio es otra cosa. Con la SER en contra —me decía un miembro de la ejecutiva socialista—, no ganamos las elecciones. Zapatero no podía dar marcha atrás en las decisiones adoptadas, pero se asustó y mandó a un comando especial para ver la forma que tenía de compensar a Prisa, renegando de los principios de «autonomía gubernamental» solemnemente proclamados. A esa Misión envió a Manuel Chaves, José Blanco y a Alfredo Pérez Rubalcaba, dos viejas guardias y su hombre clave, el vicesecretario general del partido. El primer síntoma de que la tregua era efectiva se pudo ver en otra sesión del Foro de la Nueva Economía, que parece el lugar idóneo para el encuentro de Zapatero y Cebrián, con la diferencia significativa de que en esta ocasión quien daba la conferencia era este último y el primero no se encontraba en la sala, aunque sí sus representantes en la tierra.

Había morbo en los reunidos en la barroca sala dorada del hotel madrileño más emblemático. Todo el mundo pensaba que Juan Luís arremetería contra el presidente con más virulencia que en otras ocasiones, pues no se conocían las conversaciones de paz que se acababan de iniciar. No fue así, Cebrián formuló las consabidas críticas al gobierno, pero, aunque le propinó algunos pellizcos, no fue muy duro con su presidente. En su lugar tomó como chivo expiatorio a Miguel Sebastián, quien como ministro de Industria era el responsable directo de la autorización de las TDT de pago.

A finales de noviembre se vio el resultado del tratado de paz, o al menos de la tregua firmada entre el trío aludido y Juan Luís Cebrián. Telefónica volvía a Sogecable —Digital Plus más Cuatro—, de donde salió en mayo de 2008, adquiriendo el 16,79 por ciento de la compañía por una cifra próxima a los 2.000 millones de euros. Eran 500 o 1.000 menos de lo que pedía Cebrián —su valoración no era estrictamente económica y se establecía en la capacidad de presión que pudiera ejercer—, pero mucho más de lo que estaba dispuesto a pagar Telefónica; la operadora, en algún momento de cabreo, había valorado la plataforma digital de Prisa en cero euros, en razón del fuerte endeudamiento de la empresa, su fracaso en la guerra del fútbol y el estancamiento de suscripto res. En los momentos más conciliadores estimaba que no podía pagar por ella más de 1.000 millones de euros. Sin embargo, la capacidad de convicción del gobierno respecto a Telefónica es muy alta y para el gobierno, hacer las paces con Prisa era prioritario.

La solución fue tan satisfactoria que en la copa que por Navidades da el presidente en La Moncloa pudo verse la presencia inusitada en tal ocasión, a la que sólo suelen acudir periodistas de a pie, los «plumillas» de la política, al presidente de Prisa, Ignacio Polanco, y a su consejero delegado, Juan Luís Cebrián. De las malas caras y los editoriales más críticos habían pasado a la más ostentosa cortesanía.

No es la primera vez que Zapatero intenta suavizar las relaciones con el grupo Prisa o que alguien le ofrece intentarlo. El ex ministro de Felipe González, Javier Gómez Navarro, ya lo intentó en el verano de 2007, recién muerto Jesús Polanco, por indicación del presidente del Gobierno, sin conseguirlo. Cebrián, autoridad indiscutible desde la muerte del fundador, se negó al abrazo con el adversario. Zapatero lo tenía claro. «Ya entrará en razón», comentó durante el cafelito de un consejo de ministros.

Lo que es curioso es que nunca intentara la intermediación Felipe González, que es un santo venerado en los altos despachos de la editora. Es verdad que las relaciones de González con Zapatero son manifiestamente mejorables, pero al menos mantienen una apariencia de cordialidad y un compromiso partidario que Felipe exhibe mayormente en las campañas electorales. Pero parece evidente que en esta lucha Felipe ha tomado partido por Prisa, como demostró en el acto celebrado en el Círculo de Bellas Artes cuando se quejó del «fuego amigo», en referencia a la actitud de Zapatero al no hacer algo para que Mediapro no monopolizara los derechos del fútbol.

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