El Maquiavelo de León (9 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

—Hay dos frases que le definen: la primera es «fíate de mí, tú no puedes tener todas las claves, pero fíate de mí». La segunda es «el proyecto ante todo». En cada momento hay que estar donde exige el proyecto, lo que quiere decir: «Donde yo quiero que estéis». Él es jugador de ajedrez y no sólo decide el movimiento de las piezas, sino también si eres caballo, alfil o reina.

Un buen ejemplo es Juan Fernando López Aguilar: Ahora te hago ministro, ahora te mando a Canarias, ahora a Europa… Aguilar no quería ir a Canarias ni atado, pero si aceptas estás en el proyecto y si no… Sin embargo, el Mesías fracasó en sus dos grandes proyectos, el bagaje fundamental con el que entró en La Moncloa: acabar con ETA y arreglar lo del Estatuto de Cataluña. El leonés no dudaba que lo que no había conseguido ninguno de sus antecesores lo conseguiría él con la gorra. El lío del Estatut lleva años coleando en el Tribunal Constitucional; en parte debido a la promesa que hiciera a Pasqual Maragall de aprobar lo que viniera del Parlamento catalán; luego consiguió que se rectificaran algunos planteamientos imposibles de tragar, gracias a uno de esos pactos que se le dan tan bien, con Artur Mas, pero el asunto sigue siendo uno de los mayores problemas para el Estado.

En lo que al fin de ETA se refiere, el resultado está también a la vista, pero sus ojos tardaron en verlo, incluso después de que la banda terrorista pusiera la bomba en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Todavía entonces se negó a romper las conversaciones, hasta que tuvo que ser la propia ETA la que diera por finalizada la tregua.

—Se equivocaría, pero no mintió —estima José Bono—. Estaba convencido de que ETA no quería matar. Pensaba que Otegui no le engañaría. Yo nunca me fié del personaje, Otegui es un mal tipo… que le pregunten a Rupérez… Estoy convencido de que Zapatero pensaba sinceramente que acababa con ETA.

Uno de los pocos diputados díscolos suele ironizar al respecto, parodiando la película
Amanece, que no es poco
: «Todos somos contingentes, sólo tú, José Luís, eres necesario». Y un ministro de su primer gabinete llegaba a comparaciones odiosas: «Él, como Franco, dice: No te metas en política. No lo dice así, pero es el mensaje que reciben los ministros».

Con eso de «no te metas en política, que para eso estoy yo» genera inhibición y cuando surge algún problema, los ministros, los de la Ejecutiva y demás mandarines se ponen de canto, como si la cosa no fuera con ellos.

—Si él lo arregla todo —me decía un ex ministro— me engancho o no me engancho, pero no me siento solidario ni partícipe de nada, lo que conduce a la ineficacia. Con Felipe uno podía tener grandes discrepancias, pero generaba empatía, José Luís no la genera. Si un día cae nadie saldrá en su ayuda.

Un compañero de la Ejecutiva lo dice de forma más dramática:

—Nadie se atreve a contradecirle, pero algún día saldrá toda la rabia, todo el rencor contenido.

IV - Lo importante es el poder, gobernar es secundario

Nicolás Sarkozy le «caló» bien: «Puede que no sea muy inteligente, pero gana elecciones». La frase, como casi todas las que tienen interés, no fue pronunciada para que se publicara; salió de la infracción del
off the record
, de la filtración de un almuerzo en el Elíseo al que el jefe del Estado francés invitó a 12 diputados y a 12 senadores de la República. No fue pronunciada para ser publicada, pero Sarkozy no podía ignorar que es imposible mantener en secreto una confidencia formulada ante dos docenas de parlamentarios.

Parece que a Sarkozy no le importaba demasiado que su juicio trascendiera, pues reforzaba su mensaje ante los franceses como maestro de los políticos europeos, y el presidente francés, como el español, acuñan un concepto similar de la política, en la que predomina la imagen sobre los contenidos. Poco después de aquel almuerzo, el estadista galo visitaba España y los periodistas le preguntaron sobre la frase. El ilustre visitante no se molestó en desmentirla, tirando por elevación: Zapatero y él tenían asuntos más importantes de los que hablar.

Un importante ministro español —la mayoría de los miembros de su último gobierno son extras o artistas de reparto— sin negar la mayor parte del comentario del colega galo, se acogía a la interpretación más positiva de la frase:

—Lo que ha querido decir Sarkozy es que cuando los socialistas franceses, tan profundos, tan intelectuales, tan talentosos, están a la greña perdiendo votos por las esquinas, Zapatero, sin tantos alardes ni pretenciosas proclamaciones ni sutilezas doctrinales, va ganando elección tras elección; mientras tanto, al dirigente socialista del país vecino, Lionel Jospin, le chupaba la oreja el dirigente de la ultraderecha Le Pen. Y no digamos nada de la Ségoléne, que va de lista y pierde. Como decía antes, el presidente del Gobierno español y el jefe del Estado francés son de la misma carnada. Ambos son especímenes típicos de una n de masas. Forman parte de la sociedad de Internet, de los mensajes simples y de la aversión a un compromiso ideológico serio. A esta nueva carnada pertenecen, aunque con matices diferenciales, no sólo los aludidos, sino también Barack Obama, por arriba, y Silvio Berlusconi, por lo más bajo. Todos ellos son virtuosos en el uso de los gestos y de la propaganda. Actúan pensando en los titulares de los medios y en su traducción en votos. El objetivo supremo es alcanzar y mantenerse en el poder; lo que se haga con él es secundario. «Lo importante —dijo Sarkozy en la citada comida— es ser reelegido. Mirad a Berlusconi. Lo ha logrado tres veces».

En este enfoque agrario de la política, en la habilidad para cosechar votos, el jefe del ejecutivo español puede dar lecciones al presumido colega francés. Tiene más entrenamiento en la disciplina, como demostró a lo largo de dos décadas de actividad política en León. Esta es, naturalmente, mi opinión, basada en numerosos testimonios socialistas; de ella discrepa José Bono:

—No creo lo que dices, que está para ganar votos y que la gobernación es secundaria; y no lo digo por agradarle, sino porque lo creo. Su instinto de supervivencia no es sólo electoral, sino ideológico y… gubernamental. El, cada día que se levanta, igual que tú te levantas y respiras, trabaja para mantener al gobierno. Probablemente es su primera obligación. Y de ahí se deducen muchas cosas, porque mantener el gobierno cuando no se tiene mayoría absoluta exige pactos y alianzas. De todo lo que tú estás escribiendo yo te diría: el Zapatero político que tú vas a describir, probablemente diferiría mucho de un Zapatero con mayoría absoluta. Es decir, si el presidente no estuviera condicionado por las coaliciones que ha de hilvanar para mantener la estabilidad, otro gallo cantaría. Felipe tenía un olfato electoral de primera magnitud. Zapatero quiere ganar, como es lógico, pero su preocupación principal es mantener la estabilidad del gobierno… a veces tengo la sensación de que sus ministros están encantados con serlo, pero para que ellos sean ministros alguien tiene que ganar las elecciones y mantener las mayorías parlamentarias. Zapatero se ocupa mucho de ello.

La opinión de Bono tiene mucho valor, pero la mayoría de los consultados me han expresado una opinión más crítica. Predomina la idea de que este hombre, que ha vivido de la nómina del PSOE desde que salió de la universidad, que no ha trabajado en su vida en un trabajo de verdad, es un virtuoso en el arte de mantenerse en el machito contra viento y marea y ha superado muchos vientos y no pocas mareas, sosteniéndose a flote a veces por la diferencia de un voto. Es perito en mañas y en los pactos más inverosímiles, alguno contra natura, como el que estableció cuando presidía el PSOE leonés con Mario Amilivia, el célebre «alcalde de la gomina» del Partido Popular. Aunque el pacto de los pactos fue el llamado «de la mantecada», por celebrarse en Astorga, que fue cuando más cerca estuvo de la defenestración. En el último momento Zapatero sorprendió a todos pactando con los enemigos más encarnizados, con los que habían promovido la rebelión contra él.

Es, en definitiva, un profesional de la política, a pesar de la crítica que había hecho a la profesionalidad política. «La profesionalización obstaculiza la renovación necesaria y conduce al conservadurismo de izquierda; el PSOE corre ese riesgo por exceso de profesionalización», declaró al periodista leonés Feliciano Fidalgo. Diga lo que diga, es un profesional de la política y en ello coinciden los correligionarios y los adversarios, según han expresado al autor sus paisanos, incluidos los que le son más adictos.

De su propensión a los pactos, desde que se hizo con la secretaría general del PSOE, sabemos todos. Entonces no le importó la crítica de sus compañeros y el disgusto de Felipe González, que no entendía una forma de oposición tan amable.

También son conocidos, y no me voy a extender en ellos, los pactos que enhebró cuando alcanzó el gobierno de la nación. Fueron aquéllos acuerdos de supervivencia, que nadie en su partido censuró por estimarlos necesarios al no conseguir éste la mayoría absoluta. Alguno de ellos, sin embargo, levantó ampollas en otros dirigentes políticos que se consideraron engañados, como es el caso de Artur Mas, presidente de la formación catalana Convergencia i Unió, con quien pactó una salida para el Estatuto de Cataluña, que tal como salió de las manos de Pasqual Maragall resultaba inviable. Artur Mas me expresa su decepción por la falta de palabra del presidente y me asegura que ha recibido una lección que no olvidará.

José Manuel Otero Lastres, profesor de José Luís Rodríguez Zapatero en la Universidad de León, un gallego de tomo y lomo, se expresa con meridiana claridad, sin circunloquios galaicos:

—José Luís está convencido de que su misión es ganar elecciones, más que llevar adelante un determinado proyecto político. Creo que no tiene claro cuál es la misión de un presidente: si es gobernar para todos los españoles o si es gobernar para mantenerse en el poder. El está en el poder por el poder. No quiere hacer nada que sea impopular, aunque sea necesario, y así lo ha demostrado en la gestión de la crisis económica. El testimonio del ilustre profesor, que ahora compatibiliza su cátedra en la Universidad de Alcalá de Henares con un próspero despacho mercantil cerca de la Castellana de Madrid, tiene especial interés porque fue uno de los primeros que pronosticó que su alumno llegaría a presidente del Gobierno. Otero, que concilia los ejercicios aludidos de profesor y asesor mercantil con el de novelista de éxito, sigue siendo amigo de su ex alumno, continúa frecuentándolo, en persona o por medio del correo electrónico.

No es, pues, hombre que respire por herida alguna. Quiere de verdad a su ex alumno José Luís, de quien recibió, como he dicho, el mejor homenaje que puede recibir un profesor: «Manel, de ti he aprendido a ser persona», y es uno de los pocos que se atreve a hablarle con sinceridad. No teme las represalias ni espera nada del poder, por lo que puede permitirse libertades de expresión.

Más del 90 por ciento de los testimonios que he recogido del entorno amistoso y político del presidente coinciden en el diagnóstico: Está para ganar votos, para ejercer el poder y, lo que no es asunto baladí en la minoría parlamentaria que tiene, mantener la continuidad de su gobierno pactando con quien tenga que pactar, incluido el diablo. Las tareas típicas de la gobernación, el proyecto político propiamente dicho, es para él secundario, además de variable en razón de la optimización de la cosecha de votos y de los necesarios equilibrios para mantenerse en el primer sillón del país.

Un ex ministro me lo dice de forma más castiza: —Es uno de los personajes que he conocido con un sentido del poder más puro, del poder por el poder. En ese sentido es un político en estado puro. La gobernación como la ha entendido tradicionalmente este partido se la suda. Últimamente prolifera esta forma de entender la política a todos los niveles. Te pongo un ejemplo, cuando Alfredo Sánchez Monteseirín ganó la alcaldía de Sevilla me confesó: «He ganado las elecciones y ahora no se qué hacer con el poder adquirido». Zapatero te puede decir una cosa y la contraria en el plazo de una semana y sin pestañear. Él no deja nunca de pensar en la traslación de sus decisiones en votos y este pensamiento le orienta en los nombramientos y en los ceses. Un ministro, además de valioso y dócil, puede aportarle votos—. Cuando Zapatero cesó a su primera ministra de la Vivienda, la extremeña María Antonia Trujillo, la dijo:

«Tu cese no se debe a que esté descontento con tu gestión. Pero las encuestas me obligan a hacer cambios». Instantes después le adelantó que su sucesora sería Carme Chacón y que había que ganar en Cataluña. Por cierto, que en conversaciones sostenidas con los ministros cuando Zapatero les explicó aspectos de la remodelación insinuó que apostaba por la catalana para sucederle cuando él se retirara. Desde entonces han pasado muchas cosas, como veremos cuando, en otro capítulo, hablemos de quienes tienen esperanzas en sucederle. Si a María Antonia Trujillo la cesó para preparar el camino de Carme Chacón, como colaboradora en la cosecha de votos y quién sabe si como sucesora, en sentido contrario, Zapatero no se atrevió a despedir a María Teresa Fernández de la Vega en la segunda legislatura, tal como deseaba, porque estimaba que «Teresa es muy popular» y cesándola podría perder votos. Y, por supuesto, fue el cálculo que hiciera al pedir a Pedro Solbes que continuara al frente de la economía, en lugar de poner a quien él deseaba poner, a Miguel Sebastián, que era entonces su favorito. Y en efecto, la victoria aplastante de Solbes en el combate televisivo que sostuvo con un Pizarro inseguro y sin alternativa, contribuyó más que ningún otro factor al segundo triunfo de Zapatero en las urnas. Por cierto, éste nunca perdonaría a Solbes haberle tenido que rogar en público que continuara en el gobierno. Si difícil le resulta olvidar los agravios, más le cuesta soportar los favores.

Los ministros saben que en los consejos, que habitualmente se celebran los viernes, lo importante no son las decisiones tomadas que se remiten al Boletín Oficial del Estado, sino el café con pastas que se sirve antes de que los ministros se sienten en torno a la mesa y los pinchos de tortilla a los que se abalanzan cuando se levantan de ella. Durante ambos piscolabis con los que se inicia y se clausura la reunión del gobierno, los ministros tienen ocasión de charlar informalmente con «José Luís» o con «el jefe», como le llaman según la mayor o menor confianza con el susodicho, lo que no todos consiguen entre semana. Es el momento también de mover el rabo en torno al ministro o a la ministra de Economía, para convencerla de que se saque del bolso o del bolsillo unos euros más para sus respectivos departamentos.

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