El Maquiavelo de León (11 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Cierta progresía le aplaude, pero no así otra gente de izquierdas consciente de que la bandera representa a todo un pueblo y no sólo al presidente Bush. Por supuesto, la derecha le machaca. En Washington, el presidente americano toma nota y se la guarda. ¿Un tremendo error?

¿Una muestra de un doctrinarismo inmaduro por parte de quien pretende ser una alternativa de gobierno? ¿Una provocación? ¿Una grosería innecesaria? Nada de eso.

Una amiga de José Luís Rodríguez Zapatero me aclara el enigma:

—De error nada, y mucho menos de precipitación o doctrinarismo. José Luís había calculado perfectamente las consecuencias de su acto y no se le ocultaba el calibre de las críticas que provocaría, ni el hecho de que tales críticas estaban justificadas y que él mismo las haría si hubiera sido el adversario quien cometiera semejante desliz. No se quedó sentado por la indignación que le producía la invasión de Irak, no lo hizo movido, o mejor parado, por una cuestión de principio ante la que uno no tiene derecho a calibrar las consecuencias; él es la más fría de todas las personas que he conocido y jamás hace nada impulsivamente. Sencillamente se quedó con el culo pegado a la silla porque lo prioritario para él, en aquellos momentos, eran los titulares de la prensa; superar la «barrera mediática», que es tarea ardua cuando uno está en la oposición, y sobre todo cuando aún no le toman a uno suficientemente en serio. Estaba falto y ansioso de titulares y dispuesto a asumir todos los riesgos precisos para ocupar el arranque de los informativos de radio y televisión y las primeras páginas de los periódicos. Y consiguió su propósito. José Bono, presidente del Congreso de los Diputados por la gracia de José Luís Rodríguez Zapatero, tiene a gala no haber hablado nunca mal del presidente del Gobierno, ni en público ni en privado. La verdad es que puedo dar fe de ello. Le está sinceramente agradecido, porque, a pesar de su negativa a ser candidato a la alcaldía de Madrid, le consiguió un puesto de tanto lucimiento, la tercera autoridad de la nación. Explico esto para que lo que viene a continuación no se interprete como una crítica, sino como una mera descripción del estilo de Zapatero y de las diferencias que pueden observarse con el de Felipe González.

—En la Ejecutiva que presidía Felipe —recuerda Bono— las reuniones se extendían a lo largo de seis u ocho horas. Ahora duran hasta el minuto necesario para entrar en los telediarios. Y lo comprendo, estamos en una sociedad mediática y Zapatero no quiere perder la vez. Desde que, en el año 2000, se instala en Ferraz, moderniza el estilo mediático en la sede socialista, que tanto Felipe como Almunia habían descuidado. González confiaba en su telegenia, y con razón, y Joaquín Almunia sabía que cualquier intento en adquirirla sería en vano. El nuevo inquilino de la madrileña calle de Ferraz concede una extraordinaria importancia a la imagen y pide ayuda a Miguel Barroso y a José Miguel Contreras, los Migueles; y a Alfredo Pérez Rubalcaba, un genio reconocido en esta asignatura.

Según dice Felipe González, en privado naturalmente:

—Alfredo es de los pocos tíos que conozco que todavía sigue creyendo que la información es poder, pero el poder ya no es la información, sino saber qué hacer con tanta información. Pero Rubalcaba también sabe qué hacer con la información y cómo utilizar a quien la proporciona.

—A mí me ha llamado muchas noches —me dice un ministro— para decirme que
El País
va a sacar tal cosa, habla con Menganito para parar el golpe.

Un día había quedado yo en la redacción del periódico con un compañero para irnos a cenar. Como mi amigo se retrasara en exceso se acercó a mí para disculparse:

—Perdona, Pepe, ya hemos cerrado, pero falta el «cierre Rubalcaba». Y es que Alfredo tema que echar una ojeada a los titulares antes de que el periódico quedara listo para imprimir. Los Migueles y Alfredo compiten en el asesoramiento mediático al nuevo secretario general y éste aprueba cum laude la disciplina de cómo conducirse ante las cámaras de la televisión.

Zapatero no olvidará uno de los asertos de Rubalcaba: «No digas ninguna frase que no quepa en un titular».

Pronto, Zapatero, que ya había mostrado sus dotes en León, alcanzará una categoría superior: la de conducirse adecuadamente en la capital del reino. Llegará a ser un maestro en la materia, pero siempre ha reconocido en Rubalcaba la categoría de maestro de maestros, desde que, nada más ingresar en el Comité Federal, se adscribió a la secretaría de prensa que desempeñaba el incombustible cántabro.

El leonés pasa en poco tiempo de alumno a maestro. En la primera cita acordada con José María Aznar, dedica mis tiempo a estudiar minuciosamente en qué escalón del acceso al palacete de La Moncloa debe situarse para que se destaque que es más alto que el presidente, que a preparar el contenido de la entrevista.

Y en el primer debate del estado de la nación en el que interviene como líder de la oposición se pasa tres días estudiando con su equipo de imagen los vídeos de debates anteriores, para decidir la camisa que debía ponerse, elegir la corbata adecuada y memorizar dónde ponía los énfasis en sus fiases, qué gestos adoptaría en cada una de ellas y demás elementos de su representación. «No improvisa nada —me comenta un ex ministro suyo— puede improvisar medidas, pero no gestos. Cumple a rajatabla el guión de la escena tal como ha sido planificada». Para el contacto con el mundo del cine, José Luís Rodríguez Zapatero se vale de la ayuda de Miguel Barroso, que disfruta de buenos contactos con la industria. Si la prensa es importante, el mundo del cine fascina al joven secretario general. En realidad él tiene una visión cinematográfica de la política y le gusta tratarse con actores y directores. José Manuel Otero Lastres aporta su teoría al respecto:

—Los provincianos tenemos admiración por lo de Madrid, donde todo tiene una dimensión a la que no estamos acostumbrados en provincias. En Madrid vive la gente que cuenta, sobre todo la gente del teatro, del cine, de la ópera; las celebridades más brillantes y glamourosas que sólo conocemos por la televisión. A José Luís, concretamente, le fascinan los del cine porque están expuestos a la luz pública. El cree que su afinidad le da muchos votos. Su visión de la política es cinematográfica, incluso en lo que a las ideologías respecta. Le interesan las marcas, las etiquetas. Se siente sinceramente de izquierdas, pero comulga con la izquierda del
glamour
, no con la izquierda de la reflexión profunda.

—¿Prefiere, entonces a la
gauche divine
?

El profesor lo niega con un movimiento de cabeza.

—No, no, no, nada de eso. La
gauche divine
es de otra época, eran intelectuales que se proclamaban radicales, pero que no eran más que arregla-mundos de café. Gente que hablaba, hablaba, hablaba, o escribía y escribía… José Luís es de otra moda, no comulga con ideas, sino con etiquetas, con mensajes simplificadísimos. A él no le va un intelectual de izquierdas profundo como Saramago, que no vale para el mundo de gestos que vivimos. Él prefiere relacionarse con gente como Javier Bardem, que, zas, le da la imagen instantánea de hombre de izquierdas. José Luís es de izquierdas por sentimientos y no como resultado de una profunda reflexión.

Esta fascinación de ZP por la gente del cine llega a extremos que pueden parecer increíbles: la actriz Icíar Bollaín comentó en cierta ocasión que acababa de tener un hijo y que le había costado «un ojo de la cara». Esa frase le decidió a poner en marcha el llamado cheque bebé, una gratificación de 2.500 euros para los recién nacidos, un subsidio que no se limitaría a las familias de rentas más bajas, sino que beneficiaría a todas, incluidas las de los artistas. El llamado «cheque bebé» podría calificarse en justicia «cheque Bollaín».

En esta medida, que costó al erario público mil millones de euros, junto a las que la acompañaron, la también indiscriminada desgravación de 400 euros para todo el mundo, está en la base del gran agujero fiscal que el presidente tuvo que cubrir con más impuestos, dejándose en la operación jirones de popularidad.

Por causa del cine ha cesado a dos ministros de cultura: Carmen Calvo, que tuvo que hacer frente a una huelga del sector en junio de 2007, y César Antonio Molina, que según los cineastas les humilló; y ha puesto al frente del departamento a la directora de la Academia de Cine. Directamente, el sindicato al poder.

Carmen Calvo cayó tras una entrevista que
El País
publicó a doble página, referida básicamente a la ley del cine. En un mitin del PSOE en la plaza de toros de Vista Alegre, a la que parecen estar abonados los socialistas, intervino Rosa María Sarda y pidió a la vicepresidenta del Gobierno que desautorizara a Calvo.

El titular de dicha entrevista recogía, como ya dije, una frase de la ministra: «Todos se han portado con mucha deslealtad». Carmen Calvo se queja de que cuando estaba negociando la ley del cine, detrás de ella estaban otros y otras reuniéndose con el sector cinematográfico. Poco después vino el cese.

—¿Por qué dije que todos eran unos desleales? —me pregunta retóricamente—, porque nadie quiso tomarse en serio hacer todo lo que había que hacer en este asunto. Al gobierno le faltaba veteranía. La veteranía te da asumir el hecho de que «lo primero es antes», como dicen los flamencos. Lo primero son los ciudadanos y el programa que se somete a éstos, que es un contrato. Los celos, las vanidades, los cargos… deben estar subordinados. Pero no al revés, como pasó entonces. Calvo no lo dice, pero en lo que a la ley del cine se refiere la estaba puenteando Teresa Fernández de la Vega, que, en efecto, durante aquellos días celebraba, como ya se apuntó, reuniones paralelas con la industria del cine.

El cese de Molina fue también solicitado por el gremio cinematográfico y se debió a su supuesto menosprecio a las pretensiones de los cineastas españoles. Zapatero cortó por lo sano y recurrió para sustituirle a la presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, Ángeles González-Sinde, que es como poner a un cleptómano de recaudador, recibida de uñas por miles de internautas que la apodaron «González-Sindescargas».

Su elección se entendió como una «provocación» por su intervención en la última ceremonia de entrega de los Goya, siendo todavía presidenta de la Academia de Cine, en la que afirmaba que «tenemos que seguir peleando para que las descargas ilegales no nos hagan desaparecer, para que nuestros administradores comprendan que en el negocio de la Red no pueden ganar sólo las operadoras de ADSL, mientras que quienes proporcionamos los contenidos perdemos». La asociación de internautas la denunció al entender que existía un «grave conflicto de intereses» por ser juez y parte en la concesión de ayudas a empresas y sociedades de la industria del cine en las que la ministra o sus familiares «tienen intereses».

—Estoy convencido —me dice un dirigente socialista leonés— de que José Luís mira a Hollywood, observa cómo la gente de
glamour
ha peleado contra George Bush y él también quiere beneficiarse de su pequeño Hollywood español. José Luís Rodríguez Zapatero fue el natural beneficiario de la lucha de los cineastas hispanos contra José María Aznar, como el presidente norteamericano Barack Obama, su ídolo, su escudo, su reliquia laica, se ha beneficiado del gran Hollywood. En realidad Barack Obama representa para él la gran estrella americana y un ejemplo a seguir.

El presidente de Estados Unidos es, sin duda, un artista del espectáculo, aunque sus mensajes suelen tener más contenido que el de su adorador hispano. A ZP no le interesa tanto la opinión política de Barack Obama, ni mucho menos su discurso ideológico, como su sabiduría en la forma en que se expone ante los focos. Y cuando las dificultades de ZP crecen, como en los momentos que escribo, en el que dejo al presidente cuestionado por la forma en que gestiona la crisis económica, Obama adquiere para él el valor que tuvo el brazo incorrupto de Santa Teresa para Francisco Franco, salvando todas las distancias en el tiempo y en los personajes.

Como ocurre en el campo de la política económica, en la que nada se hace sin permiso de la clientela sindical, en la cultural lo que importa es el beneplácito del mundillo del cine. Y la verdad es que este mundillo y el de la cultura habían cerrado filas con él, contribuyendo a su campaña electoral, con el manifiesto de la «zeja» en referencia a la forma característica de sus cejas en acento circunflejo o en consonancia con el logo de Citroën, y con otras muestras de apoyo.

En efecto, en febrero de 2008 diversos artistas «progres» como Joan Manuel Serrat y Miguel Bosé grabaron un vídeo en el que aparecían colocando el dedo índice sobre el ojo para imitar la ceja de Zapatero, que se presentaba en la campaña publicitaria como «ZP», abreviaturas de «Zapatero Presidente». La letra zeta se convirtió en una nueva forma de culto a la personalidad.

Ahora parece que el entusiasmo del mundo de la cultura con el de la «zeja» es perfectamente descriptible por distintos motivos, entre los que destaca la marcha atrás del gobierno ante la virulenta reacción provocada por un proyecto de su ministra madrina, que pretendía cortar Internet a quienes se bajen productos culturales sin pagar. Zapatero desmintió públicamente las afirmaciones de su ministra de Cultura al afirmar: «No se va a cerrar nada, ninguna página web ni ningún blog». Finalmente se llegó a una decisión razonable, al confiar a la Audiencia Nacional la decisión de cerrar una página de la Red. El Maquiavelo leonés siempre piensa en cómo puede transformar sus contactos con la gente de la cultura en votos o en una buena opinión del gremio. Y, en efecto, un grupo de 25 escritores, músicos, escultores y pintores de su tierra firmaron un manifiesto de apoyo al dirigente socialista. Entre ellos estaban el cantante Amancio Prada, el pintor Benito Escarpizo, los poetas Antonio Gamoneda y Luís Artigues, los escultores Amancio González, Jesús Trapote y Juan Carlos Uñarte, el director de cine y del Festival de Cine de Astorga, Luís Miguel Alonso Guadalupe, y el periodista y escritor Miguel A. Nepomuceno. En el mitin de inicio de la primera campaña electoral, aplaudían desde las primeras filas las escritoras Josefina Aldecoa y Soledad Puértolas; los cantantes Joaquín Sabina y Víctor Manuel; las actrices Loles León, Emma Suárez, Candela Peña y María Barranco y el director de teatro Gerardo Vera, entre otros.

En la conmemoración del cuarto centenario de la publicación de
El Quijote
contó con el escritor José Saramago; el hispanista Ian Gibson; los académicos Emilio Lledó y Francisco Rico; el compositor Cristóbal Halffter; los cineastas Manuel Gutiérrez Aragón, José Luís García Sánchez, la presidenta de la Academia de Cine, Mercedes Sampietro; los directores de teatro José Luís Gómez y José Carlos Plaza y el actor Juan Luís Galiardo, además de la bailaora Cristina Hoyos, que ha asistido a numerosos actos en apoyo del socialista.

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