El Maquiavelo de León (15 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

VII - Tres o cuatro principios

Uno de los asuntos más controvertidos es la entidad ideológica de José Luís Rodríguez Zapatero. Los hay que niegan que aporte un proyecto ideológico concreto, más allá de un «vago izquierdismo». Son los que le consideran un político profesional que no se fija mucho en ideologías, los que se agarraron a una declaración que hiciera en su etapa leonesa en una entrevista en la que se definía como «conservador de izquierdas».

Para responder a las descalificaciones que provocó este comentario, matizó su definición tan contradictoria: «Con esa frase quería decir que provengo sentimentalmente, por razones familiares, de esa izquierda que en este país se sitúa en el bando de los que perdieron la guerra, en cuyo lado me siento. Para mí sigue siendo un factor importante la memoria histórica, lo que pasó entre 1936 y 1939 y entre 1939 y 1975. Ésa es la izquierda conservadora de este país y nos está costando asumir que el proyecto socialista necesita una dirección de modernidad, cambiar muchos parámetros ideológicos y superar nuestro propio conservadurismo».

«Memoria histórica y modernidad» son dos de las constantes de su discurso, que toman forma cuando alcanza el gobierno de la nación. La «memoria histórica» se convirtió en ley y es justo señalar que Felipe González no se atrevió a llevarla a cabo. La plasmación de su idea de «modernidad» puede estar reflejada en lo que él llama extensión de derechos sociales como el matrimonio homosexual o la discriminación positiva a favor de la mujer. Sin embargo, en el terreno económico lo que él entiende por «modernidad» tiene un cierto aroma de neoconservadurismo.

Me refiero a las decisiones fiscales adoptadas, como la deducción de 400 euros para pobres y ricos, el «cheque bebé» igual para todos o la supresión del impuesto sobre el patrimonio. Comulgan del principio defendido por el presidente Bush de «devolver dinero del Estado a la sociedad civil». En lo que se refiere al «cheque bebé», un ministro liberal como Miguel Sebastián lo ha tildado en conversaciones con el autor de «medida democristiana».

Hay, sin embargo, quienes están convencidos, con el propio Zapatero a la cabeza, de que él es el primer presidente socialista en la historia de España, atribuyendo a Felipe González la condición de «simple modernizador». De este convencimiento participan personas tan poco sospechosas como Cándido Méndez, secretario general de UGT, o Santiago Carrillo. Como se ve, la modernidad da para todo. La verdad es que la ideología del presidente, más allá de los trazos de brocha gorda, es sumamente ambigua. En todo caso es una ideología variable en razón de sus entusiasmos sucesivos por distintos pensadores, como Pettit, primero y Lakoff en la actualidad. Si uno rastrea su itinerario político en la etapa leonesa se encuentra con algunos hechos contradictorios. Zapatero ha explicado en alguna ocasión su primigenia devoción felipista y ha contado la emoción que le produjo la asistencia a un mitin de González en el verano de 1976, antes de la legalización del PSOE, cuando tenía 16 años, acompañando a su padre, Juan Rodríguez García-Lozano.

Sin embargo, tengo constancia de que Zapatero formó parte del bando de los que se enfrentaron con Felipe en el XXVIII Congreso del PSOE, el del debate sobre el marxismo, en el que el leonés, entonces un jovencito poco conocido, se situó con los críticos Bustelo, Castellano y compañía, quienes, como se sabe, obtuvieron la victoria más pírrica que se conoce tras la del propio Pirro. Felipe dimitió y regresó antes de llegar a la puerta, lo que tardó en hacer una gira triunfal por provincias, elevado a hombros de quienes habían provocado su dimisión, entre los que se encontraba aquel jovencísimo José Luís Rodríguez Zapatero, de 19 años recién cumplidos y uno de militancia en aquel año de gracia de 1979. Y en julio de 1982, en la Escuela de Verano Jaime Vera, pidió la palabra para pedirle a Felipe un giro a la izquierda en su programa electoral. En los años de universidad mantiene posiciones muy radicales. El decano de Derecho, que firmaría el contrato de profesor asociado al término de la carrera, en 1985 le sitúa en las proximidades de gente muy de izquierdas.

—El estaba dirigido por dos personajes: uno que era catedrático de Veterinaria, que se llamaba Justino Burgos González, y un profesor de mi facultad, chileno, Vattier Fuenzalida.

Su profesor le recuerda muy combativo y de verbo radical. Sin embargo, no hay que dar demasiado valor a las actuaciones en aquel foro en el tiempo en que acababa la carrera, un momento de erupción juvenil en los primeros años de la democracia, cuando quien en la universidad no era marxista-leninista o similar era considerado como un reprobo. Cuando en 1988, con 28 años de edad y diez de militancia en el PSOE, una periodista de La
Crónica de León
le pregunta a quién le gustaría parecerse, algo así como qué quiere ser usted cuando sea mayor, José Luís señala a Felipe como el mejor modelo y hace el debido homenaje a Indalecio Prieto, que no comprometía mucho dada su condición de fallecido.

En su etapa leonesa, el radicalismo socialista le hacía aparecer como guerrista, pero fueron aires guerristas los que trataron de derrocarle de la dirección capitalina del partido. Fuera como reacción a este envite que culminó en el incidente de las controvertidas acreditaciones falsas, en un congreso muy movido al que me referí en el capítulo «Del pacto de la mantecada a La Moncloa», o fuera por su propia evolución, lo cierto es que cuando los enfrentamientos entre González y Guerra fueron más evidentes, Rodríguez Zapatero apareció en el bando de los renovadores, al lado del entonces secretario general del PSOE de Castilla y León, Jesús Quijano.

Y en el XXXV Congreso pudo hacerse con la palma de la victoria gracias al apoyo de Felipe González y sobre todo de Alfonso Guerra, que no dudó en sacrificar a su candidata Matilde Fernández con tal de que no se hiciera con el partido su demonio personal, José Bono. Es significativo que en dicho congreso, en el que su postura ideológica fue suficientemente ambigua para ser aceptado por todas las tendencias, no lo fuera tanto en lo que se refiere a su visión de la organización del Estado, en sentido más descentralizador que su oponente, el presidente de Castilla-La Mancha.

Ello representa un cambio en sus posiciones iniciales, muy reticentes ante los nacionalistas. En la entrevista que le hizo Feliciano Fidalgo para el diario
El País
cuando Zapatero tenía 26 años y se había convertido en el diputado más joven, se declaraba «patriota, por supuesto» y con «dificultades para comprender algunos nacionalismos».

Esta posición le valió el apoyo de Pasqual Maragall, aunque el voto del PSC estuvo dividido y consta que José Montilla obedeció las instrucciones del aparato a favor de Bono. Curiosamente, el caudillo manchego, hoy presidente del Congreso de los Diputados, considera como dos de los éxitos de Zapatero que él nunca hubiera conseguido la integración del guerrismo y una nueva actitud respecto a los nacionalismos.

Bono aporta una pincelada muy interesante respecto a las bases ideológicas del leonés: «Tiene un proyecto radical en la concepción no marxista del término. Es “radical” en el sentido en que fue el Partido Radical de Alejandro Lerroux».

Bono se refiere a la radicalidad que puede representar una determinada actitud respecto al aborto o a los nacionalistas, asuntos en los que, evidentemente, Bono sostiene actitudes diferentes, aunque su discrepancia al respecto no afecta a la lealtad que siempre ha mantenido ante su antiguo opositor, a quien hoy considera un amigo. La posición de Bono es conocida y me la resume de La siguiente forma:

—Lo que hoy parece predominar es lo identitario, en contra de los planteamientos históricos del socialismo. Yo entro en el socialismo por un planteamiento igualitario, no identitario. Puedo ser discreto y debo ser leal, pero no comprendo del todo a los socialistas que quieren emular a los nacionalistas.

El veterano político manchego me expresa una de las visiones más agudas de la ideología actual de su adversario de antaño y de su jerarquía de valores. En su opinión, Zapatero es:

En los aspectos políticos, radical.

En los asuntos sociales, sindical.

En los aspectos económicos, radical-sindicalista.

—Estas son las alforjas de Zapatero ante la crisis —concluye el presidente del Congreso—, no contrariar a los sindicatos y no disminuir el gasto social. Quizá sea la mejor salida. Es el jefe y él debe marcar el camino.

Habría que añadir su política feminista y de relevo generacional. En lo que a lo primero se refiere, no ha recibido el pleno beneplácito de todas las mujeres a las que ha hecho ministras, que le tachan de «algo superficial». Una de ellas me dice:

—El feminismo es otra cosa; es el impulso de la igualdad de la mujer, pero con eso no viste todos los santos. El presidente improvisa un poco con lo de la mujer. Se ha creído que el feminismo es poner a cuatro chicas monas en el gobierno, pero luego no las deja que vuelen solas. El feminismo debe atravesar toda la acción del gobierno. No basta con la paridad en el gobierno ni con nombrar a una ministra de Igualdad. En lo que se refiere al relevo generacional, como ya adelanté en la introducción, el presidente ha disociado su teoría por una práctica enfocada a eliminar todos los atisbos de posible competencia. Para él lo fundamental es que nadie se le acerque más allá de su peana. Desde esa perspectiva no tiene nada que temer de la vieja guardia ni de los más jovencitos; el peligro procede de la gente de su generación, la generación intermedia.

Debo dejar claro, sin embargo, que la visión «generacionista» del leonés fue auténtica y fundamental en la elaboración de su discurso, no una mera referencia retórica. Su fe generacional la llevaba hasta el extremo de que quería cambiar la Constitución, pues «cada generación tiene derecho a rectificar las reglas de juego».

Su jugada ha sido habilísima, dejando correr el estereotipo de que ha hecho la revolución generacional cargándose a la vieja guardia, cuando lo que puede verse si uno cuenta el número y la calidad de los caídos, es que a quienes ha eliminado es a los suyos, a los cuarentones que le llevaron al poder. Lo de la vieja guardia no es más que una inteligente puesta en escena; una operación genial que, sin duda, el Maquiavelo florentino hubiera aplaudido con entusiasmo.

Ya he apuntado que en mi libro
Las mil caras de Felipe González
aseguraba que el nuevo líder del PSOE era como Herodes pero al revés, que en lugar de matar a los niños menores de dos años lo había hecho con los mayores de 45. Cuando yo escribí esto el comentario era acertado, pero la estrategia del nuevo dirigente cambió sobre la marcha en razón de su olfato infalible para sostenerse en el poder.

Entonces el peligro estaba en la vieja guardia que, acostumbrada al estilo de González, no podía entender el del leonés. El nuevo líder quería afirmarse matando al padre y marcar distancias con el felipismo, que había quedado averiado en los últimos tiempos de González. La juventud de la nueva etapa socialista era, como la paridad de sexos en el gobierno, además de una necesidad sentida, un argumento de
marketing
y una baza frente a una derecha que se había rejuvenecido con Aznar, pero que había envejecido tras ocho años de gobierno.

Pasados algunos años desde la publicación de dicho libro, conforme Zapatero se fue afianzando en el poder fue recuperando más vieja guardia y cargándose a los de la Nueva Vía; ha salvado a los niños y a los ancianos y ha acabado con los maduros y suficientemente preparados. Hoy sus tres vicepresidentes, Teresa Fernández de la Vega, Elena Salgado y Manuel Chaves, son sexagenarios y sexagenario era Pedro Solbes, su primer vicepresidente económico. Cuando Zapatero inicia su periodo de presidente de turno de la Unión Europea, a los primeros que llama a Moncloa es a Felipe González y a Pedro Solbes. Es también Zapatero quien eleva a Joaquín Almunia a la comisaría de la Competencia, la más importante de la Comisión Europea. Ha puesto el leonés al frente del Congreso de los Diputados a José Bono, la tercera autoridad del país, que en el XXXV Congreso encarnaba al viejo aparato socialista; antes había ocupado ese puesto el vieja guardia Manuel Marín; ha colocado al frente del Senado, la cuarta autoridad nacional, a Javier Rojo, también sexagenario; uno de sus principales ministros, Alfredo Pérez Rubalcaba, es otro de los más claros referentes de la vieja guardia; su jefe de gabinete, con quien trabaja puerta con puerta, es José Enrique Serrano, que también ocupó este cargo de suma confianza con Felipe González. No hay que olvidar que para ponerle a su vera en el palacio de La Moncloa tuvo que cargarse a uno de su generación, José Andrés Torres Mora.

Ocupan puestos importantes en el partido Álvaro Cuesta y Ramón Jáuregui, entre otros. Hay que recordar asimismo como una prueba más de la leyenda de la purga de la vieja guardia que Zapatero situó de número uno del grupo socialista en el Parlamento Europeo a José Borrell, lo que le valió el alto honor de presidir tan señera institución. A ese respecto debo reconocer que el presidente mostró altura de miras, pues en la refriega entre Borrell y Almunia por la candidatura a la presidencia del Gobierno, Zapatero había apostado decididamente por el vasco.

Es verdad que ha dejado fuera a uno de los felipistas más valiosos, a Carlos Solchaga, pero no lo ha hecho con criterio generacional, sino por su postura crítica respecto a su política. Hay otros ex ministros de Felipe con los que no ha contado, como Carmen Alborch, Juan Manuel Eguiagaray o Jerónimo Saavedra, pero no se le puede pedir que coloque a todos los ex ministros eternamente. Los últimos nombramientos no pueden ser más significativos: Virgilio Zapatero, vieja guardia y guerrista de pro, es gracias a él, vicepresidente de Caja Madrid, y Alberto Oliart, que no es socialista pero sí simpatizante, es el nuevo presidente de Radiotelevisión Española.

Coincido pues plenamente con la opinión que me aporta Carmen Calvo:

—En realidad José Luís a quien se ha cargado es a los maduritos, a la gente de su edad. Ha fusilado, metafóricamente, a la cohorte intermedia: a Jesús Caldera, a Juan Fernando López Aguilar, a María Antonia Trujillo, a Cristina Narbona, a Magdalena Álvarez, a Jordi Sevilla, a José Antonio Alonso. Se ha rodeado de la corte mayor que no le puede hacer sombra, que está amortizada, y de los jóvenes que le adoran, que le reverencian… Es una política de personal de dudosa eficacia.

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