El Maquiavelo de León (7 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Uno muy grato fue la recepción de ambos matrimonios, de José Luís y Sonsoles y Miguel Martínez y Marta Adánez, a Felipe González a los pocos días de haber sido elegido el primero secretario general. Zapatero y Espinosa se van quince días de vacaciones al parador de turismo de Mojácar (Almería) a descansar y disfrutar de su triunfo y, según cuenta Campillo, Felipe se desvía de su ruta hacia Marbella, donde ha quedado con Antonio Banderas y Melanie Griffith, y quedan a comer juntos. Zapatero le recibe en casa de los Martínez el 5 de agosto y allí se relamen con un buen gazpacho, ensaladilla rusa y un morcillo de ternera. Otro de sus mejores amigos, y de su padre, desde la más tierna infancia, y compañero en la pesca de la trucha es Jaime González, a quien, antes de llegar a La Moncloa le hizo consejero de la Comisión Nacional de la Energía. Rodrigo Rato, a la sazón vicepresidente económico, se oponía a tal nombramiento: «¿Cómo me queréis meter en la CNE a un ingeniero agrónomo?». Pero Zapatero insistió, y tenía derecho a ello por la cuota que le correspondía al PSOE en el órgano regulador. La verdad es que Jaime González domina la enrevesada cuestión energética y ha hecho un trabajo excelente con criterios progresistas, aunque para ello ha tenido que enfrentarse duramente con Miguel Sebastián, ministro de Industria y Energía.

Un tercer amigo es Ángel Villalba, profesor de instituto; su relación tiene lugar y se desarrolla en el seno del partido, y se inicia en 1983, cuando Zapatero era ya secretario general del PSOE leonés. En 1986 fue designado delegado en León de la consejería regional de Educación y Cultura. Fue el candidato socialista a las elecciones para la alcaldía de León de junio de 1987 que desplazó a Juan Morano, aunque tuvo que ceder el puesto al aliancista José Luís Díaz-Villarig, según lo pactado por Zapatero con Mario Amilivia, presidente de Alianza Popular. Zapatero le ha nombrado presidente de Feve, los ferrocarriles de vía estrecha.

Ninguno de los tres mencionados ha echado raíces en Madrid. Trabajan en la capital, pero siguen viviendo en León. Zapatero ha sido menos generoso con los compañeros castellanos. El cargo más importante ofrecido a los de este grupo es el de secretario de Estado para la Seguridad Social que desempeña el burgalés Octavio Granado, un hombre sumamente competente. Sus mejores amigos castellanos, con los que solía cenar cuando venía a Madrid, siguen en su tierra. Al profesor de instituto palentino Juan Ramón Lagunilla, que fue secretario de organización del PSOE castellanoleonés con Chuchi Quijano, Zapatero le ofreció un puesto en Moncloa, pero sigue en Palencia, desde donde escribe un blog muy visitado. Otro de sus amigos de entonces, Antonio Pérez Solano, que fue diputado por Valladolid, permanece en el consejo consultivo de la región.

III - El Mesías que nadie había anunciado

Se ha convertido en un tópico de general aceptación que José Luís Rodríguez Zapatero es autoritario y presidencialista, que todas las decisiones las toma él en persona, sin dejar margen alguno para sus ministros, a los que trata como si fueran sus secretarios, y a los que elige de forma caprichosa, como quien no da importancia a la cosa, pues su papel es muy limitado.

Todo esto es cierto, pero puede confundir. Dejemos de lado lo de «presidencialista», puesto que ello no es una característica que diferencie a Zapatero de los demás presidentes de la democracia española. El mero hecho de la denominación de «presidente» frente a la tradicional española de «primer ministro» ya indica algo. Aquí lo de «ministro», aunque sea primero, les sonaba a poco a los sucesivos jefes del ejecutivo. Alguno de ellos, concretamente Adolfo Suárez y José María Aznar, han llegado a suplantar o a subordinar, en distintas circunstancias, al jefe del Estado, al Rey Donjuán Carlos, como he narrado en otros libros.

Es frecuente utilizar el término «presidencialista» como reproche, como si representara un abuso de poder, cuando es una característica de nuestra práctica constitucional. La expresión adecuada sería «personalista» o «autoritario»; en ese sentido Zapatero lo es de forma acusada.

La opinión en la que coinciden casi todos los consultados, todos ellos personas que han colaborado con él estrechamente en una u otra época y desde distintas responsabilidades, es que el presidente, más que autoritario, es mesiánico. Pero es un mesías que no había sido anunciado por el profeta Isaías:

Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo al cual se le ha concedido el poder de gobernar, y le darán el nombre de Admirable Consejero del Dios invencible, Padre eterno y Príncipe de Paz, se sentará en el trono de David, extenderá su poder real a todas partes y la paz no se acabará…

Al Mesías leonés no le esperaba nadie, ni siquiera él mismo, hasta que éste no se encontró con su propia gracia. A diferencia de Felipe, que nació divino, Zapatero se lo ha trabajado a conciencia, disfrazado de cordero. No fue profeta en su tierra, León, pero aplastó a todos sus enemigos. Y llegado a Madrid se disfrazó de diputado corriente y moliente durante quince años, hasta que, en el año 2000, el doble milenio, que es una fecha esotérica, vio que su tiempo había llegado y reclamó la corona y la consiguió, aunque con algunas espinas hasta que logró el reconocimiento de su grey, que aceptó que en efecto el mesías se había hecho carne, y se alzó con el poder y la gloria, sin aspavientos, con la mayor naturalidad.

En mi libro
Las cien caras de Felipe González
, publicado a los dos años de la llegada de Zapatero al poder, todavía eran muchos los socialistas que reconocían a González como divino y a Zapatero como muy humano.

José Bono que, sorprendentemente para los que no dominan la letra pequeña de la lucha política, mostraba más saña contra su supuesto aliado González que contra su adversario Zapatero, me decía:

—El presidente Zapatero pertenece al terreno de los humanos, Felipe al de los divinos. Tú sabes que a Juan Valera le llamaban
el divino
y uno de sus críticos literarios decía: ¿pero cómo va a ser divino si ni siquiera es humano?, pues Felipe es un poco divino y Zapatero es muy humano, dicho sea en favor de Zapatero. Felipe sabe más cosas que Zapatero de política exterior y Zapatero, que está aprendiendo, está más en las cosas concretas que Felipe. Sin embargo, los dos tienen gran interés por la imagen. A Zapatero se le nota y Felipe procuraba que no se le notara.

No menos interesante es lo que me decía en aquellos días José Enrique Serrano, aunque en sentido contrario. Serrano tiene una visión algo diferente sobre la divinidad de ambos personajes:

—Se hacen juicios de valor absolutos en momentos históricos diferenciados. Permíteme la broma en términos muy cordiales: me gustaría saber cuál será el juicio sobre la divinidad o la humanidad de ambos formulada de aquí a ocho años; las circunstancias condicionan mucho. Todo presidente del Gobierno llega a un determinado momento en que se desentiende de lo que son decisiones ordinarias y concentra toda su atención, toda su capacidad de análisis y reflexión en tres o cuatro puntos que son política exterior, defensa, terrorismo en España y las grandes decisiones económicas. Eso normalmente ocurre después de un determinado periodo de gobierno y José Luís lo ha hecho a los cuatro meses de llegar a él. Ha hecho lo que hizo Felipe al cabo de dos años de gobierno, no lo que hizo Aznar, quien a los cuatro meses ya estaba en otra cosa, ya estaba pensando en el mundo. Es verdad que Zapatero no es Felipe. Éste es el constructor del PSOE moderado y a partir de ahí es Dios, efectivamente, por eso todo el mundo le llamaba Dios. Zapatero no ha sido nunca Dios, primero porque no es el constructor del partido moderno, segundo porque gana un congreso por nueve votos de diferencia y tercero porque no tiene historia sobre la que hacerse fuerte, cosa que Felipe sí tenía.

No se han necesitado los ocho años que me pedía Serrano, sino solamente tres desde que celebré aquella entrevista para ver la divinización de Zapatero. Mesías sólo hay uno y, por tanto, una de las obsesiones de José Luís Rodríguez Zapatero ha sido negar la divinidad de Felipe González.

En su papel mesiánico, o quizás adanista, le cuesta situarse como el segundo presidente socialista de la historia de España. Una de sus obsesiones es superar en carisma a Felipe González, a cuya gestión empieza por negarle la condición de socialista para atribuirle la de simple modernizador.

Zapatero ha prescindido de algunos dirigentes del felipato, como es natural, pero no ha procedido a la escabechina que algunos, como Joaquín Leguina y Ramón Jáuregui, denunciaron amargamente, aunque luego este último se hizo muy zapaterista. Ha contado con conspicuos colaboradores de González para puestos eminentes, pero con otros no se ha sentido tan cómodo, como con el propio Leguina, con Carlos Solchaga o Eguiagaray, entre otros.

González había formulado una afirmación muy lúcida, pero que tardó en aplicársela a sí mismo: «El poder se ejerce siempre generacionalmente». En los pasillos del palacio de congresos donde se celebraba el que dio la batuta de mando a Zapatero, Felipe González comenta con Carlos Solchaga:

—Yo creo que la única expectativa razonable para el partido son estos chicos jóvenes, pero Carlos, los van a devorar, este partido se los come.

No conocían bien al leonés. El nuevo líder estimó que era cosa de vida o muerte romper amarras con su antecesor, y ello representaba neutralizar cariñosamente a Felipe y marginar al felipismo y a los felipistas. Sin embargo, conforme fue afianzando su poder, se percató de que el peligro no procedía de la vieja guardia, que ya no tenía nada que rascar, sino de la gente de su propia generación, de los que le habían acompañado en la marcha hacia el poder.

En realidad, un Mesías no necesita ser autoritario; es, simplemente, consciente de que es imprescindible, de que él y sólo él tiene todas las soluciones. Zapatero cree saberlo todo y poderlo todo para arreglar los asuntos más peliagudos.

—Muestra una confianza en sí mismo sin límites. Piensa que, sea cual fuere el problema que se presente, tiene la formación y los criterios suficientes para resolverlo. Cree que sabe de todo. Es como un niño. Los niños no saben dónde está el límite y creen que pueden volar como Supermán.

Esta reflexión es de un ministro del antiguo régimen, de Felipe González, que mantiene buena relación con el Nuevo Testamento de Rodríguez Zapatero.

El y sólo él creía que ganaría las elecciones de 2004, al primer intento. Hay un detalle que prueba que nadie en su partido compartía su optimismo. Muere la madre de Zapatero, a quien éste adoraba y que dio a José Luís mucho de su código genético, más que su padre. Pues bien, al entierro sólo acuden José Bono, presidente de Castilla La Mancha; Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, y Tini Areces, presidente del Principado de Asturias. Ello da idea de la escasa fe de su tropa en la victoria socialista. Sin embargo, según ha proclamado Zapatero en varias ocasiones, él no tenía ninguna duda. Uno de sus paisanos, que ocupa un alto cargo nacional, lo corrobora:

—Sí, hombre, su mujer se lo decía a la mía. Me decía «he estado hablando con Sonsoles y da por seguro que irá a Moncloa». Mesianismo, providencialismo, fe infinita en su misión histórica, llámenlo como quieran, pero el significado es el mismo. La realidad es que hasta el último momento, tras la torpe utilización que Aznar hiciera de la masacre de Atocha, a lo más que se aspiraba en las filas del PSOE era a que el PP no repitiera mayoría absoluta.

Hay, sin embargo, quien piensa que Zapatero no era así antes y atribuye ciertas manifestaciones de mesianismo al ejercicio del poder, lo que pudiera explicarse por el síndrome de La Moncloa. José Manuel Otero Lastres, que fue su profesor de Derecho Mercantil y que sigue siendo amigo suyo, asegura que no escucha críticas, pero que no hay que atribuirlo al llamado síndrome de La Moncloa, sino simple y llanamente, el síndrome del poder que afecta a todos los que ocupan el cargo:

—Si uno es presidente del Gobierno está siempre abrumado por su responsabilidad y es lógico que se rodee de personas que le aligeren la carga. Uno necesita pelotas que le alaben todo lo que hace. A los críticos les tolera dos veces, quizás tres, pero a la cuarta pierde todo interés por escucharles y lo justifica de mil maneras: «Este me envidia», «este otro no ha conseguido lo que quería», o «aquél no tiene los datos de que yo dispongo». Al hinchapelotas lo aguanta durante algún tiempo, pero llega un momento en que no lo soporta. A partir de entonces, lo que le importa es quién le da su opinión, no la razón de los juicios que le transmite. Si quien opina es amigo, las da por buenas. Si se las dice alguien que no es incondicional, no las escucha, le resbalan. Al hinchapelotas lo excluye como a un adversario.

Su antiguo profesor dice esto desde su propia experiencia, pues él es uno de los pocos que le dice en todo momento lo que piensa. Desde esa perspectiva es lógico que se haya traído de León a sus amigos; gente leal, pero no siempre la más valiosa. Su profesor le dijo un buen día: «Te voy a dar un consejo de amigo y por favor no lo olvides: rodéate al menos de una persona que te diga siempre la verdad. Que no te adule».

—ZP no tiene ningún Pepito Grillo, los despide —el comentario es de un veterano diputado— Alfonso Guerra se le acerca de vez en cuando y le hace suaves observaciones críticas, pero ZP no escucha. Es autista. No es un síndrome de la segunda legislatura. Ha sido siempre así. Lo que sí tiene son unos
jesuseros
, según expresión que pido en préstamo a José Bono: esos que cuando estornuda el jefe siempre dicen «¡Jesús!».

Su profesor no es el único que le ha aconsejado que al menos tenga a alguien que le diga siempre la verdad.

En la sesión de investidura, Carmen Calvo, su primera ministra de Cultura, le regaló un cuento edificante de Stefan Zweig. Es una historia situada en Oriente que narra cómo un príncipe deviene en mendigo y de esta forma se da cuenta de que lo único verdaderamente importante no es el poder, sino lo que uno lleva dentro. Carmen Calvo, al ver los ojos que le ponía se dijo: «Chica, esto va a ser muy duro».

Duró tres años, que fueron de un constante tira y afloja, porque Calvo no se cortaba un pelo y él, en su primera legislatura, trataba de llegar con todos sus ministros hasta el final de la misma. Un día, tomando un café con él, éste le dijo:

—Dicen que tengo baraka.

Y ella le contestó con una pregunta:

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