El Maquiavelo de León (2 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

En todo caso, más allá de las habilidades descritas, la figura de Zapatero no se presta al simplismo maniqueo. No es el «Bambi» con el que se le designó inicialmente, pero tampoco el lobo disfrazado de ciervo que pretenden sus adversarios. Quizás habría que clasificarlo como un animal intermedio en el proceso tan sabiamente descrito por Darwin: un «lobambi» perfectamente adaptado a los nuevos tiempos, como se adaptaron en el suyo los anfibios.

Debo aclarar desde el principio que no me he ocupado en abrir un juicio moral a Zapatero, ni mucho menos en facilitarle la autocrítica. Mi perspectiva ha sido la del entomólogo social, si es que existe tal profesión. Me he acercado al personaje, en la medida en que me ha sido posible, deconstruyéndole pieza a pieza, como en
Desmontando a Harry
, la deliciosa película de Woody Allen, aunque de forma menos divertida. He tratado de desmontarle sin más pasión que la que implica la busca de la verdad, que no es poca pasión, pero sin apriorismos políticos, sin suspicacias de tipo generacional, que abundan entre quienes han sido desplazados, pero que no me afectan como mero observador del apasionante espectáculo de la política. El avisado lector ya habrá adivinado que semejante tarea no sería muy productiva sin los testimonios de quienes le conocen, bien por amistad o por haberle acompañado en su itinerario político desde los montes de León al palacio de La Moncloa, en el oeste de Madrid, donde se inicia la A-VI que lleva al viejo reino desde donde vino hace diez años.

El libro está edificado, pues, sobre anécdotas significativas, de las que llevan a la categoría, de las que ayudan a entenderle, dejando fuera el puro cotilleo.

Como el lector se habrá maliciado, este método sólo es viable si no identifico a algunas fuentes. De haber recogido sus opiniones en una grabadora habría salido una obra muy diferente, un canto de salmos, pues no son muchos los que se atreven a decir lo que piensan, sobre todo si siguen ocupando altos cargos públicos, si esperan obtenerlos o, simplemente, si temen las represabas, ya que en lo que coinciden los colaboradores del presidente del Gobierno, incluso los más íntimos, es que José Luís Rodríguez Zapatero es un personaje amistoso y hasta tierno en el trato personal, pero rencoroso en lo político. El que la hace la paga, más tarde o más temprano.

Todos los que llegan a la presidencia del Gobierno tienen alma de
killer
y Zapatero no es una excepción a pesar de su inofensivo aspecto. Como me dice un ex ministro:

—Si él estima que «se la haces», pone tu nombre en la bala. Se toma su tiempo, pero finalmente dispara. Las balas las tiene contadas y no derrocha ninguna. Pero tenlo seguro: ni olvida ni perdona. Finalmente debo avisar contra un error que se presenta con la misma frecuencia que el de su aparente candidez y que está relacionado con ella: me refiero al que cometen quienes le consideran endeble, de poca talla y escasa preparación; el de quienes, en definitiva, piensan que no tiene media hostia política, que lo suyo es suerte y oportunismo puro y duro, sin mezcla de idea alguna. La insoportable levedad del ser, que diría Milán Kundera.

No son pocos los amigos que han coincidido en una reacción, asombrada, cuando les he dicho que estaba escribiendo un libro sobre Zapatero: «Pero, Pepe, ¿tú crees que este hombre da para un libro entero? ¿No bastaría con un folletito?». Espero justificar lo que digo entre mis amigos, conocidos y los lectores, amigos en la distancia. Ese error, el de considerarle poca cosa, lo han pagado José Bono, que le disputó el puesto en el PSOE, y Mariano Rajoy, que lo hizo en dos elecciones generales. En ese error han incurrido gente como Juan Luís Cebrián y, en general, la gente del grupo Prisa, que esperaba poderle manejar sin dificultad, como puede verse en el capítulo: «El día en que Zapatero se la juró a Cebrián». Como dice Juan José Laborda, ex presidente del Senado, que fue su jefe de filas como secretario general de Castilla y León: «España es un país suficientemente complejo como para que ningún idiota pueda llegar a La Moncloa».

Es verdad que no es un ideólogo profundo, ni un dirigente político de los que marcan nuevos caminos a la izquierda; no es en ese sentido un líder histórico de los que jalonan un antes y un después, pero es un político de cuidado, un virtuoso en la cosecha de votos. Es, en resumen, un político puro o un puro político, y en ese terreno es difícil ganarle; por lo que he dicho de su capacidad para los pactos más inverosímiles, para la reconversión de las alianzas y también por su extraordinaria capacidad para sacar nuevos señuelos cuando se le agotan los antiguos. Por lo demás, en su entorno nadie pone en cuestión que es un hombre de izquierdas fiel a unos cuantos principios.

José Luís Rodríguez Zapatero no es, en mi opinión, un ingenuo ni un malvado. Tampoco es más soberbio de lo que fueran José María Aznar y Felipe González. Lo que puede parecer soberbia no es más que la manifestación de su mesianismo. El está convencido de que ha sido ungido con un don especial, que es portador de un destino manifiesto, para cuyo cumplimiento se vale él solo.

Está persuadido de que lo que no han conseguido otros, él lo puede lograr sin esfuerzo, lo que explica que elija tan mal a sus ministros; a él le ha ido muy bien en la vida y cree que puede arreglarlo todo con su varita mágica. Así que estima que puede permitirse ser caprichoso en la elección de sus colaboradores. No es que no sea capaz de formar equipos, como me decían compañeros suyos, es que no lo cree necesario. Quiero, finalmente, compartir una confidencia con mis amables lectores: he podido comprobar cómo gente que en la vida privada son bellísimas personas, que no mienten, ni injurian, ni hacen daño a nadie, honestos ciudadanos que ayudan al prójimo, que se apiadan del menesteroso y que auxilian a un ciego o a una ancianita a cruzar la calle, que considerarían una villanía entrometerse en la vida de los demás, pueden ser también gente que miente, calumnia y utiliza los más feos recursos en la lucha por el poder. Maquiavelo sigue muy vivo y encarnado en la flor y nata de la clase política, y no solo en el de León. Ello explicará las dificultades con que me he enfrentado para dibujar un cuadro coherente de los acontecimientos que me he esforzado en desentrañar, ordenar y encontrarles significado. Me he topado con testimonios contradictorios sobre los mismos hechos, que indicaban que alguien mentía y algunos lo han hecho con el mayor aplomo. Me cuesta creer que alguien engañe con tanto aplomo, pero puedo dejar constancia de ello, especialmente en los capítulos referidos a las operaciones en el mundo de los negocios: BBVA, Endesa, Repsol, etc.

Quiero creer que, en la mayor parte de los casos, mi interlocutor es el primero en engañarse a sí mismo, pues la memoria tiene sus propias leyes y se acomoda a las exigencias del ego. No dudo que, en algunos casos, no ha habido intención de faltar a la verdad, sino de confiarme su verdad.

Confieso que en algún momento he tenido la tentación de ponerme en plan aséptico y recoger simplemente lo que me decía cada cual, pero he rechazado esa tentación, pues creo que debo a mis lectores un puzle completo, una teoría general, aun con los riesgos que ello supone, pues nadie puede entrar plenamente en otra persona.

He creído mi obligación intentar acercarme todo lo posible al personaje a través de las cortinas de humo y de las tintas de calamar que se han interpuesto en mi camino, y que no sólo sabe manejar José Luís Rodríguez Zapatero. Es un hombre público que lleva dirigiendo el timón del Estado cinco años cuando escribo estas líneas, y creo que los lectores tenéis derecho a conocerlo mejor.

Espero que vosotros juzguéis si este hombre, más complejo de lo que aparenta si uno le ve como un simple, pero más sencillo de lo que uno pueda sospechar cuando ha desencriptado algunas claves, da materia suficiente para justificar este libro. En todo caso, muchas gracias por darme la oportunidad de intentarlo.

I - Zapatero como persona

Quizás el enunciado de este capítulo sea redundante. Me recuerda el comentario de Richard Nixon en sus entrevistas con Frost: «¿Nixon como persona? ¿Qué quiere decir eso, que este capítulo contrasta con otro que se titule: “Nixon como gato”?». Sin embargo, y a pesar de mi pavor a las redundancias, he mantenido el título porque hay quien niega al presidente español la condición de «persona», de «persona humana», bien porque estiman que es un político puro, o mejor podría decir un puro político, sin mezcla de humanidad alguna, o bien porque le tachan de «inhumano».

Y es que, a partir de determinado momento, José Luís Rodríguez Zapatero, que como todos los políticos anhela el amor universal, se ve obligado a convivir con una opinión que se ha ido haciendo más crítica conforme transcurre su mandato, y el ciudadano, muchos ciudadanos, estiman que le conocen mejor. En muy poco tiempo ha pasado, en el imaginario público, de tierno Bambi a personaje frío, correoso, oportunista y taimado. Ya veremos lo que hay de cierto en todo esto.

—En cuanto abre la boca —me cuenta un amigo leonés— le urge explicar sus raíces socialistas: su abuelo, capitán de infantería, con pensamientos socialistas, fue fusilado; «esto fue lo que me inclinó, además de la racionalización de la injusticia en la sociedad capitalista», me explicaba. Su padre es un hombre de hondas raíces de izquierda, pero creo que quien más le influye y a quien más se parece es a su madre. La madre era una persona que hacía la mejor tortilla de escabeche del mundo. José Luís siempre la llevaba cuando íbamos a pescar. La quería infinitamente. Quería muchísimo a su madre, y a su padre, pero yo creo que el padre no influye para nada en José Luís. Y su hermano Juan tampoco.

Del padre, Juan Rodríguez Lozano, se dice que no comulga con todo lo que hace su hijo, aunque obviamente nunca dirá nada que pueda perjudicarle. No obstante, el presidente teme que con su natural espontáneo y bonachón suelte alguna inconveniencia. A raíz de una entrevista que su padre concediera a una revista que disgustó al presidente, aquél se ha comprometido a no dejarse entrevistar sin la aceptación del hijo. La misma práctica es observada rigurosamente por el hermano mayor del presidente.

Según cuentan los periodistas Susana Martín y Aníbal Malvar, cuando el locutor Luís del Olmo celebraba sus 10.000
Protagonistas
desde su Ponferrada natal y pidió al padre del presidente una entrevista, fueron muchas las llamadas necesarias hasta recibir el sí. Moncloa revisó las preguntas y el programa del pregonero del botillo se comprometió a mantener una charla blanda, sin tocar ningún tema espinoso: sólo turismo, costumbres leonesas y poco más. Conrado Alonso Buitrón, guerrista, ya jubilado, que de encarnizado adversario pasó a ser su segundo tras el pacto de la mantecada, tiene una gran opinión del compañero:

—Es austero en todos los sentidos. Nunca se sobrecarga de nada. José Luís salía con lo que a nosotros, el resto de compañeros de partido, nos parecía una ocurrencia caprichosa, pero el tiempo siempre le daba la razón. Si hacía una predicción sobre algo, por disparatado que pareciera, se convertía en verdad. Si insistía en lo que nosotros considerábamos un error político, nos convencía, y a la larga era un acierto. Antes de conocerlo, me habían advertido de que era una persona fría y calculadora que sólo perseguía sus objetivos. Con nosotros, al menos, nunca lo exteriorizó. Más bien fuimos todos tirando de él para que llegara lejos.

Yo confieso que, tras haber entrevistado a un buen número de personas que le conocen bien, he llegado a algunas conclusiones que, naturalmente, como en todo juicio humano, no son definitivas, no agotan al personaje. Una de ellas es que José Luís Rodríguez Zapatero es un político en estado puro, en quien es difícil encontrar rasgos ajenos a este menester.

Es político las 24 horas del día y los 365 días del año; para él la política no es una responsabilidad ni un oficio, sino la vida misma. Alguien, como me decía José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, a quien fuera de la política apenas se le conoce otra vida, aunque lógicamente la tiene. Oscar Campillo, su primer biógrafo, me decía:

—A él no le cansa la política, lo que le fatiga es pasarse dos horas en la piscina con la familia.

Desde esta, perspectiva no está de más que me esfuerce en desentrañar los rasgos humanos del personaje, porque, no me cabe duda, José Luís Rodríguez Zapatero es un ser humano, un ser mesiánico que se considera infalible, pero un ser humano en el sentido estricto de la palabra, pues también el Mesías se hizo hombre.

A lo largo de tantas conversaciones con gente de su entorno me he construido mi propia teoría; puedo adelantar una conclusión al alcance de cualquier mortal: no creo que José Luís Rodríguez Zapatero sea, ni haya sido nunca, un ser ingenuo e indefenso, un Bambi, ni tampoco un malvado; al menos en el plano personal, pues en el de la política, como en el amor, todo vale.

La periodista leonesa Verónica Viñas preguntó en cierta ocasión a Zapatero: «¿De qué le gustaría disfrazarse?». Y Zapatero contestó: «De conde Drácula».

No sé si le gusta la sangre fresca, pero tengo claro que no es ni santo ni demonio, que en este asunto hay división de opiniones entre sus fans y sus detractores. Entre estos últimos ha generado un odio como no ha sufrido presidente alguno. Es un personaje muy complejo, más de lo que parece, aunque como se verá hay quien lo encuentra sin misterio y sostienen que es tal como se nos presenta, que su misterio es que no esconde misterio alguno.

«Los amigos me preguntan: “¿Cómo es en realidad Zapatero?”. Yo siempre contesto lo mismo, porque lo creo así: “Zapatero es como parece”». Así lo entiende la ex ministra de Vivienda de su gobierno y actual presidenta de la Comisión de Medio Ambiente, Agricultura y Pesca del Congreso de los Diputados, María Antonia Trujillo. Su compañera, en el gobierno y en la cesantía, Carmen Calvo, que rigió el departamento de Cultura y que ahora es presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, comparte esta opinión y recurre a Oscar Wilde en apoyo de su tesis: «Sólo un tonto no juzgaría por las apariencias».

Jordi Sevilla, uno de los promotores más notables de Nueva Vía, la plataforma electoral que elevó a Zapatero a la secretaría general del PSOE, observa que su tensión sanguínea, que se sitúa en niveles muy bajos, podría explicar lo que la mayoría, por no decir la unanimidad de los consultados, califica de «frialdad».

—Cuando llevaba una semana en Moncloa —recuerda Sevilla— José Luís me contó que le habían dado un masaje terapéutico y que el masajista se había quedado sorprendido de la poca tensión detectada.

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