El Maquiavelo de León (30 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

Ahora el objetivo de Luís del Rivero se centra en Repsol. El gobierno mira con lupa quién irrumpe en la petrolera con ánimo de hacerse con el control. Respeta la libertad de movimiento del capital, incluso en mayor medida que los gabinetes que le precedieron, pero, como se ha visto, un ministro de Industria, en presencia del director de la Oficina Económica del Presidente, llama a su despacho al presidente de E.ON para decirle:

«Usted no es bien recibido en Endesa» y el director de dicha oficina se desplaza a Roma para que Enel se haga con la compañía. Repsol es para el gobierno aún más sensible que la eléctrica referida y no tiene nada que objetar a que Luís del Rivero se haga con un quinto de la petrolera. El murciano es amigo de Brufau, o mejor dicho, lo era, y Del Rivero está bien visto por el gobierno, al que ha hecho algunos favores, y por Javier de Paz, el correo del zar, a quien no se le escapa ninguna operación financiera en la que el gobierno tenga algo que decir. El control de la petrolera pasa por el murciano y éste es vulnerable en razón de su abultada deuda, cuyo servicio no puede pagar con sólo los dividendos de la compañía, por mucho que fuerce el reparto de beneficios de la misma. Es probable que se vea precisado a vender su paquete o, mejor aún, a controlarla plenamente despidiendo a Antonio Brufau, el gestor desde que La Caixa despidió a Alfonso Cortina. El primer susto del catalán y del ministro de Industria, Miguel Sebastián, se produce cuando Lukoil, la petrolera rusa, intenta controlar Repsol y entra en conversaciones para comprar los paquetes de Sacyr Vallehermoso, la empresa de Del Rivero y el de La Caixa. Sebastián expone su criterio: la libre circulación de capitales está limitada en el caso de Repsol, a la que califica como «la única empresa estratégica que tenemos, cuya españolidad es importante» por dos condiciones. La primera es que la participación extranjera tiene que ser estrictamente financiera; y la segunda, que su proporción debe ser inferior a la que posea cualquier accionista español.

Estas condiciones vetarían la entrada de Lukoil. Sin embargo, el Rey de España está empeñado en quedar bien con Putin, que le facilita magníficas cacerías rusas, y le pide a Zapatero que autorice la entrada de una compañía de un país tan amistoso, y el presidente cambia de opinión y cede en su ambición de conseguir campeones nacionales. Al final, como he señalado, la operación se frustra porque los rusos no están dispuestos a pagar lo que exige el murciano.

El gestor de Repsol respira aliviado, pero el alivio dura poco. Del Rivero ha perdido una batalla, pero no la guerra, y en la compañía temen que esté empeñado en su objetivo máximo: presidir la empresa, desde donde estará en condiciones de fortalecerse y resolver su fuerte endeudamiento.

El murciano actúa ahora con suma habilidad y, de momento, enfoca su campaña mediática en la crítica de la gestión del catalán. Por su parte, éste busca aliados entre los demás accionistas. En principio podría contar con La Caixa, que le puso en tan deseado sillón, pero no está del todo seguro de contar con el presidente de la caja, Isidro Fainé. Quizás pueda contar con los socios argentinos pues, como se sabe, YPF sigue pesando mucho en la combinación Repsol-YPF.

Su gran incógnita es cuál será la posición de Miguel Sebastián en este conflicto. El ministro me la expone:

—Mi criterio es sencillo. Si hay un conflicto entre accionistas que pueda poner en peligro la estabilidad, la españolidad y el futuro de Repsol, yo intervengo como hice con Endesa, donde hubo un conflicto entre Acciona y Enel, que estaba desestabilizando la compañía. Habíamos tenido el incidente de Aseó y tuvimos que intervenir. Ahora me brindo a actuar en Repsol como intermediario. Se lo he dicho tanto a Brufau como a los accionistas. Pero aquí no hay un conflicto entre accionistas, sino entre el accionista y el gestor.

A primeros de diciembre de 2009 el diario
El Mundo
organizó un brillante acto en Nueva York para presentar la extensión de su proyección digital en Estados Unidos. Pedro J. Ramírez consiguió reunir en la gran urbe a la crema del empresariado hispano, a la que no faltó ni Emilio Botín. Al acto asistieron también el ministro Sebastián, Antonio Brufau y Luís del Rivero, entre otros. Los asistentes al brillante acto del que da fe una fotografía espectacular de celebridades del mundo empresarial, se quedaron expectantes e intrigados ante el paseo por la Quinta Avenida de Sebastián con Luís del Rivero.

El ministro resta importancia a este paseo y me asegura que el murciano le vio salir del hotel y se brindó a acompañarle, pero a la gente de Repsol no le llegaba la camisa al cuerpo. Es bien sabida la agilidad de Luís del Rivero para aparecerse ante las autoridades de las que espera algo, como ocurrió en el acto del Ritz en el que intervenía Zapatero, para conocer su opinión sobre Lukoil, tal como he comentado, y sucedía ahora ante Sebastián, de quien depende el éxito de su operación en Repsol. Pero nadie le puede negar que es, con mucho, el primer accionista de la compañía.

XV - ZP envía a Solchaga, besa a Merkel y se casa con Prodi

La siguiente aventura empresarial de Zapatero fue aún más compleja y tuvo como objetivo Endesa, de donde pretendía despedir a Manuel Pizarro, colocado por José María Aznar. La operación fue compleja, más que nada por la conjunción de chapuzas que se produjo y el amplio elenco de actores que intervinieron: José Montilla, Carlos Solchaga, Pedro Solbes, Miguel Sebastián, Miguel Ángel Fernández Ordóñez y José Manuel Entrecanales, entre otros, en un desunido bando donde nada era lo que parecía. En el otro bando se encontraban, como se recordará, el presidente de Endesa, Manuel Pizarro, la plana mayor del Partido Popular y el alemán Wulf Bernotat, presidente de E.ON. El lector recordará que Gas Natural había lanzado una opa hostil para hacerse con el control de la eléctrica por poco dinero. La oferta era técnicamente correcta: un 20 por ciento sobre la cotización bursátil de Endesa, que es lo habitual, pero era muy insuficiente si se tenía en cuenta el valor intrínseco de la compañía, sus reservas ocultas, y sobre todo sus potenciales resultados, pues la gestión había sido hasta entonces perezosa. Por otro lado el pago que se ofrecía no era totalmente en metálico sino basado en el canje de acciones, con papelitos. Manuel Pizarra reacciona contra la intentona con notable impulso en todos los frentes: jurídicos, políticos y mediáticos. Cuando está a punto de perder la batalla, entre otras razones porque el gobierno, cuyo ministro de Industria y Energía era José Montilla estaba interesado en el éxito de la catalana, Pizarro se alía con Bernotat, con quien acuerda que sea la alemana E.ON la que presente una oferta a un precio muy superior al que ofrecía Gas Natural, y en metálico.

El gobierno se enfrenta entonces a un serio problema, pues según las reglas de la Unión Europea no puede oponerse a que una empresa de la Unión compre una compañía dentro de su territorio. Además el gabinete está dividido: por un lado el vicepresidente económico Pedro Solbes, que ha sido comisario europeo y es sensible a los planeamientos comunitarios, no encuentra razones suficientes para oponerse a la operación. Montilla, por el contrario, vela por los intereses catalanes representados en aquel momento por Gas Natural. Por su parte, Miguel Sebastián apoya a Montilla en su deseo de que la eléctrica siga siendo española.

El presidente de E.ON Wulf Bernotat es recibido por José Montilla en su despacho. El ministro de Industria pide a Sebastián que esté presente en la entrevista. Y Montilla, sin más preámbulos que preguntar al alemán por su salud, le lanza una filípica que concluye con un dictamen inequívoco y escasamente diplomático:

—Bernotat, ustedes no son bienvenidos.

Y Bernotat le contesta con cierta chulería y se despide con sequedad:

—Esto no va a quedar así.

El alemán pide entonces una entrevista con el vicepresidente Solbes. Éste le cita a las cinco de la tarde en su despacho, pero, a eso de las cuatro, el ministro recibe una llamada de Bernotat:

—Lo siento mucho, vicepresidente, pero el presidente del Gobierno me ha citado a las cuatro de la tarde por lo que me será imposible estar a las cinco en su despacho.

Zapatero le había dicho a Sebastián que recibiría al presidente de E. O N lo que éste había desaconsejado: «Ni se te ocurra recibirlo, José Luís». Pero el presidente, siempre confiado en sus artes de seducción le recibe a solas.

Bernotat se queja con dureza y amargura:

—Presidente, debo decirle con el mayor respeto que no entendemos nada. Hemos venido aquí lealmente, pagando el doble al accionista de lo que ofrecía Gas Natural; nos hemos comprometido a mantener la política estratégica de Endesa, y en vez de decirnos que gane el mejor, nos encontramos con una reacción hostil, con que ustedes nos dicen que no somos bienvenidos, que no nos quieren aquí. Venimos de un país amigo, somos todos de la unión monetaria europea, donde se supone que hay libertad de movimiento de capitales. ¿Por qué nos hacen esto? ¿Cómo puedo entenderlo?

Respuesta de Zapatero:

—Lo lamento mucho, Wulf, pero no hemos podido hacer otra cosa. Son ustedes muy bienvenidos y espero que podamos desarrollar otros proyectos. En todo caso, haga usted el favor de ir a hablar con Miguel Sebastián, a ver si se puede hacer algo. Sebastián le explicará con más detalle cuál es la situación.

Era un día en el que se celebraba un importante partido de la Copa de Europa en el estadio Santiago Bernabéu. Terminado el partido, le recibe Miguel Sebastián. Cuando la secretaria abre la puerta del despacho del director de la Oficina Económica, al alemán se encuentra, estupefacto, con que acompañan a éste Antonio Brufau y Luís Suárez de Lezo. El primero es presidente de Repsol por la voluntad de La Caixa, que a su vez es el accionista de referencia de Gas Natural, el adversario de EON en los intentos de quedarse con Endesa. El segundo es secretario del consejo de administración y vocal de la comisión delegada de la petrolera.

Fuentes próximas a Bernotat me transmiten el estupor de éste cuando ambos personajes, el ministro y el presidente de la petrolera, tratan de convencerle de por qué no intenta la compra de Iberdrola. En Repsol no niegan dicha entrevista, aunque desmienten categóricamente que existiera tal recomendación. Señalan que tanto Brufau como Suárez de Lezo estaban viendo el partido por televisión con Sebastián y una secretaria cuando se anunció la llegada del alemán y que la charla fue muy informal y que todos se esforzaron con la mejor voluntad en expresar a Bernotat su deseo de llegar a algún tipo de acuerdo, en la cesión de activos de Endesa o en cualquier otro terreno, incluida la colaboración con Gas Natural.

Sebastián no recuerda que estuviera acompañado por los directivos de Repsol y asegura que trató de suavizar el efecto de la conversación del alemán con Montilla y la dureza de la charla no menos dura que aquél había mantenido con el presidente. «Le expliqué que se había metido en un conflicto político doméstico interno español y que lo mejor era que optara por la vía amistosa», recuerda el ministro.

Un consejero de la CNE, organismo al que le parecía infinitamente mejor la solución de EON que la de Enel, se queja:

—Sebastián es el artífice del «pacto de Acciona», de la desorbitada regulación de las renovables, que es un derroche. Por el ministerio de Industria pasan Montilla y Clos, pero se hace lo que dice Sebastián, que les cortocircuita. Solbes tenía razón al quejarse; Sebastián se reunía con las empresas y con el sector en la Oficina Económica del Presidente y ejercía de ariete. Ahora ya lo hace como ministro y eso es lo normal.

¿Connivencias interesadas? No lo creo. ¿Prepotencias o vanidades del poder? No las excluyo, aunque no me parece el factor fundamental. Es peor que todo eso: son ocurrencias, chapuzas, en definitiva meteduras de pata más que de manos. Lo que me parece más verosímil es que se dijeran: «Vamos a echar de aquí a todos estos que hemos heredado del PP y, por una vez, seamos nosotros los que marquemos la pauta en estas empresas».

Así están las cosas cuando Solchaga es contactado desde el ministerio de Hacienda para sondear a los invasores alemanes sobre su disposición a vender, después de la opa, algunos de los activos de Endesa a la española Gas Natural. De esta manera el mercado interior de electricidad guardaría un equilibrio con tres grandes empresas, Iberdrola, Endesa y Gas Natural, la participación del capital español en su conjunto sería mayor y el accionista de Endesa no se vería privado de los beneficios de la prima ofrecida por E.ON en la opa. Refrendado el encargo por el presidente del Gobierno, al cabo de algunas semanas Solchaga, en consulta permanente con el ministro Montilla, alcanza un entendimiento con Bernotat, que es aprobado por el ministro y el gobierno. Sin embargo, pocos días después, Montilla da marcha atrás y comienza una enorme presión sobre algunos miembros de la Comisión Nacional de la Energía (CNE) para que ésta informe, por razones estratégicas, en contra de la operación de compra de Endesa por parte de EON.

Todo esto sucedió, aparentemente, en unas pocas semanas, en la mayor de las discreciones, aunque al final empezó a filtrarse la presencia de Solchaga en algún tipo de intermediación entre las autoridades españolas y los eventuales compradores alemanes.

Cuando se le pregunta por esto a Carlos Solchaga no desmiente ni confirma esta versión de los hechos, y lo que sí niega son los rumores malintencionados de que alguna vez hubiera percibido pagos procedentes de EON por sus servicios.

Pero además de los actores aludidos: Zapatero, Solbes, Montilla y demás, intervino también la gente de la Comisión Nacional de la Energía (CNE), que dirige la socialista Maite Costa, en cuyos medios he obtenido informaciones complementarias aunque no me autorizan a nombrar a nadie de la casa.

En Alcalá, 47, la sede de la CNE, un hermoso palacete situado entre el Banco de España y el Ministerio de Hacienda, había unanimidad entre los técnicos en que la mejor solución era la de EON, pero entre los consejeros socialistas se entendía que el gobierno no consideraba las razones técnicas o comerciales, sino que respondía a un reto político. Bernotat era el «caballo blanco» de Manuel Pizarro, la última maniobra en la resistencia contra el gobierno en la que se había enrolado el Partido Popular.

Maite Costa había recibido instrucciones, tanto de José Montilla como de Miguel Sebastián, de oponerse a la entrada de EON. El ministro de Industria había, pues, cambiado de opinión después de haber refrendado las conversaciones con Solchaga. El cambio de opinión se había producido en un fin de semana y no es irrelevante el hecho de que a la sazón se encontrara en la capital catalana y que pudiera hablar con la gente de Gas Natural.

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