La otra parte es el mundo de las Ideas, sobre el cual podemos conseguir conocimientos ciertos, mediante la utilización de la razón. Por consiguiente, este mundo de las Ideas no puede reconocerse mediante los sentidos. Por otra parte, las Ideas son eternas e inmutables.
Según Platón, el ser humano también esta dividido en dos partes. Tenemos un cuerpo que «fluye», y que, por lo tanto, está indisolublemente ligado al mundo de los sentidos, y acaba de la misma manera que todas las demás cosas pertenecientes al mundo de los sentidos (como por ejemplo una pompa de jabón). Todos nuestros sentidos están ligados a nuestro cuerpo y son, por tanto, de poco fiar. Pero también tenemos un alma inmortal, la morada de la razón. Precisamente porque el alma no es material puede ver el mundo de las Ideas.
Ya he dicho casi todo. Pero hay algo más, Sofía. ¡Te digo que HAY ALGO MÁS!
Platón pensaba, además, que el alma ya existía antes de meterse en un cuerpo. Érase una vez cuando el alma se encontraba en el mundo de las Ideas. (Estaba en la parte de arriba del armario, junto con todos los moldes para las pastas.) Pero en el momento en que el alma se despierta dentro de un cuerpo humano, se ha olvidado ya de las Ideas perfectas. Entonces, algo comienza a suceder, se inicia un proceso maravilloso. Conforme el ser humano va sintiendo las formas en la naturaleza, va teniendo un vago recuerdo en su alma. El ser humano ve un caballo, un caballo imperfecto, pero eso es suficiente para despertar en el alma un vago recuerdo del «caballo» perfecto que el alma vio en el mundo de las Ideas. Con esto, se despierta también una añoranza de regresar a la verdadera morada del alma. A esa añoranza Platón la llama eros, que significa «amor». Es decir, el alma siente una «añoranza amorosa» por su verdadero origen. A partir de ahora, se vive el cuerpo y todo lo sensible como algo imperfecto e insignificante. Sobre las alas del amor volará el alma «a casa», al mundo de las Ideas, donde será librada de la «cárcel del cuerpo».
Me apresuro a recalcar que lo que Platón describe aquí es un ciclo humano ideal, pues no todos los seres humanos dan rienda suelta al alma y permiten que inicie el viaje de retorno al mundo de las Ideas. La mayoría de las personas se aferra a los «reflejos» de las Ideas en el mundo de los sentidos. Ven un caballo y otro caballo, pero no ven aquello de lo que todos los caballos son solamente malas copias. (Entran corriendo en la cocina y se lanzan sobre todas las pastas, sin preguntarse siquiera de dónde proceden esas pastas.) Lo que describe Platón es el «camino de los filósofos». Su filosofía puede entenderse como una descripción de la actividad filosófica.
Cuando ves una sombra, Sofía, también tú pensarás que tiene que haber algo que la origina. Ves la sombra de un animal. Quizás sea un caballo, piensas, sin estar del todo segura. Luego te giras y ves el verdadero caballo, que es infinitamente más hermoso y su silueta mucho más nítida que la inestable «sombra del caballo». PLATÓN OPINABA QUE, DE LA MISMA MANERA, TODOS LOS FENÓMENOS DE LA NATURALEZA SON SOLAMENTE SOMBRAS DE LOS MOLDES O IDEAS ETERNAS. No obstante, la gran mayoría de los seres humanos está satisfecha con su vida entre las sombras. No piensan en que tiene que haber algo que origina las sombras. Creen que las sombras son todo, no viven las sombras como sombras. Con ello, también se olvidan de la inmortalidad de su propia alma.
El camino que sube de la oscuridad de la caverna
Platón cuenta una parábola que ilustra precisamente lo que acabamos de describir. La solemos llamar el mito de la caverna
La contaré con mis propias palabras.
Imagínate a unas personas que habitan una caverna subterránea. Están sentadas de espaldas a la entrada, atadas de pies y manos, de modo que sólo pueden mirar hacia la pared de la caverna. Detrás de ellas, hay un muro alto, y por detrás del muro caminan unos seres que se asemejan a las personas. Levantan diversas figuras por encima del borde del muro. Detrás de estas figuras, arde una hoguera, por lo que se dibujan sombras flameantes contra la pared de la caverna. Lo único que pueden ver esos moradores de la caverna es, por tanto, ese «teatro de sombras». Han estado sentados en la misma postura desde que nacieron, y creen por ello, que las sombras son lo único que existe.
Imagínate ahora que uno de los habitantes de la caverna empieza a preguntarse de dónde vienen todas esas sombras de la pared de la caverna y, al final, consigue soltarse. ¿Qué crees que sucede cuando se vuelve hacia las figuras que son sostenidas por detrás del muro? Evidentemente, lo primero que ocurrirá es que la fuerte luz le cegará. También le cegarán las figuras nítidas, ya que, hasta ese momento, sólo había visto las sombras de las mismas. Si consiguiera atravesar el muro y el fuego, y salir a la naturaleza, fuera de la caverna, la luz le cegaría aún más. Pero después de haberse restregado los ojos, se habría dado cuenta de la belleza de todo. Por primera vez, vería colores y siluetas nítidas. Vería verdaderos animales y flores, de los que las figuras de la caverna sólo eran malas copias. Pero, también entonces se preguntaría a sí mismo de dónde vienen todos los animales y las flores. Entonces vería el sol en el cielo, y comprendería que es el sol el que da vida a todas las flores y animales de la naturaleza, de la misma manera que podía ver las sombras en la caverna gracias a la hoguera.
Ahora, el feliz morador de la caverna podría haberse ido corriendo a la naturaleza, celebrando su libertad recién conquistada. Pero se acuerda de los que quedan abajo en la caverna. Por eso vuelve a bajar. De nuevo abajo, intenta convencer a los demás moradores de la caverna de que las imágenes de la pared son sólo copias centelleantes de las cosas reales. Pero nadie le cree. Señalan a la pared de la caverna diciendo que lo que allí ven es todo lo que hay. Al final lo matan.
Lo que Platón describe en el mito de la caverna es el camino que recorre el filósofo desde los conceptos vagos hasta las verdaderas ideas que se encuentran tras los fenómenos de la naturaleza. Seguramente también piensa en Sócrates, a quien mataron los «moradores de la caverna» porque hurgaba en sus ideas habituales, queriendo enseñarles el camino hacia la verdadera sabiduría. De ese modo, el mito de la caverna se convierte en una imagen del valor y de la responsabilidad pedagógica del filósofo.
Lo que quiere señalar Platón es que la relación entre la oscuridad de la caverna y la naturaleza del exterior corresponde a la relación entre los moldes de la naturaleza y el mundo de las Ideas. No quiere decir que la naturaleza sea triste y oscura, sino que es triste y oscura comparada con la claridad de las Ideas. Una foto de una muchacha hermosa no tiene por qué resultar oscura y triste, más bien al contrario, pero sigue siendo sólo una imagen.
El Estado filosófico
El mito de la caverna de Platón lo encontramos en el diálogo La República, en el que Platón nos proporciona una imagen del «Estado ideal». Es decir, un Estado modelo imaginario, o, lo que se suele llamar, un Estado «utópico». Brevemente, podemos decir que Platón piensa que el Estado debe ser gobernado por los filósofos. Al explicar el por qué, toma como punto de partida la composición del ser humano.
Según Platón, el cuerpo humano está dividido en tres partes: cabeza, pecho y vientre. A cada una de estas partes le corresponde una habilidad del alma. A la cabeza pertenece la razón, al pecho la voluntad, y al vientre, el deseo. Pertenece, además, a cada una de las tres habilidades del alma un ideal o una «virtud». La razón debe aspirar a la sabiduría, la voluntad debe mostrar valor, y al deseo hay que frenarlo para que el ser humano muestre moderación. Cuando las tres partes del ser humano funcionan a la vez como un conjunto completo, obtenemos un ser humano armonioso u honrado. En la escuela, lo primero que tiene que aprender el niño es a frenar el deseo, luego hay que desarrollar el valor, y finalmente, la razón obtendrá sabiduría.
Platón se imagina un Estado construido exactamente de la misma manera que un ser humano. Igual que el cuerpo tiene cabeza, pecho y vientre, el Estado tiene gobernantes, soldados y productores (granjeros, por ejemplo). Es evidente que Platón emplea la ciencia médica griega como ideal. De la misma manera que una persona sana y armoniosa muestra equilibrio y moderación, un Estado «justo» se caracteriza por que cada uno conoce su lugar en el conjunto.
Como el resto de la filosofía de Platón, también su filosofía del Estado se caracteriza por su racionalismo. Es decisivo para crear un buen Estado que sea gobernado por la razón. De la misma manera que la cabeza dirige el cuerpo, tiene que haber filósofos que dirijan la sociedad.
Intentemos una sencilla exposición de la relación entre las tres partes del ser humano y del Estado:
Cuerpo | Alma | Virtud | Estado |
Cabeza | Razón | Sabiduría | Gobernantes |
Pecho | Voluntad | Valor | Soldados |
Vientre | Deseo | Moderación | Productores |
El Estado ideal de Platón puede recordar al antiguo sistema hindú de las castas, en el que cada uno tiene su función determinada para el bien del conjunto. Desde los tiempos de Platón, y desde más antiguo aún, el sistema hindú de castas ha tenido la misma división en tres: la clase dominante (o la clase de los sacerdotes), la casta de los guerreros y la de los productores.
Hoy en día, es probable que llamáramos al Estado de Platón Estado Totalitario. Pero merece la pena señalar que él opinaba que las mujeres podían ser gobernantes del Estado, igual que los hombres, precisamente porque los gobernantes gobernarían el Estado en virtud de su razón. El pensaba que las mujeres tienen exactamente la misma capacidad para razonar que los hombres, si reciben la misma enseñanza y son liberadas de cuidar a los niños y de las tareas domésticas. Platón quería suprimir la familia y la propiedad privada para los gobernantes y soldados del Estado. Y la educación de los niños era algo tan importante que no podía ser confiada a cualquiera. Tendría que ser responsabilidad del Estado educar a los niños. (Fue el primer filósofo que habló en favor de un sistema público de guarderías y colegios.)
Tras haber vivido unas grandes desilusiones políticas, Platón escribió el diálogo Las leyes, en el que describe «el Estado legal» como el segundo mejor Estado. Ahora se muestra partidario de la propiedad privada y las ataduras familiares. De esa manera, se reduce la libertad de la mujer. Pero dice que un Estado que no educa ni entrena a sus mujeres es como un ser humano que sólo hace ejercicio con el brazo derecho.
Por regla general, podemos decir que Platón tenía una visión positiva de las mujeres, al menos si tenemos en cuenta la época en la que vivió. En el diálogo El banquete, es una mujer, Diótima, la que proporciona conocimientos filosóficos.
Ése fue Platón, Sofía. Durante más de dos mil años, la gente ha discutido y criticado su extraña teoría de las Ideas. El primero fue su propio alumno en la Academia. Su nombre era Aristóteles, el tercer gran filósofo de Atenas. ¡No digo nada más!
Mientras Sofía había permanecido sentada en un tocón leyendo sobre Platón, el sol se había levantado por el este, tras las colinas cubiertas de árboles La esfera solar se había asomado por el horizonte, precisamente cuando estaba leyendo que Sócrates subía de la caverna y que se le arrugaba la frente por la intensa luz, al aire libre.
Sofía casi tenía la sensación de haber ascendido, ella misma, de una gruta subterránea. Al menos, le pareció ver la naturaleza de un modo totalmente nuevo, tras haber leído sobre Platón. Se sentía como si hubiera sido daltónica. Había visto sombras, pero no las ideas claras.
No estaba muy segura de que Platón tuviera razón en todo lo que había dicho sobre las eternas imágenes modelo, pero le parecía un pensamiento muy hermoso el que todo lo vivo fuera una copia imperfecta de los moldes eternos del mundo de las Ideas. Porque ¿no era cierto que todas las flores y árboles, seres humanos y animales eran imperfectos?
Todo lo que veía a su alrededor era tan bonito y estaba tan vivo que tuvo que restregarse los ojos. Pero nada de lo que veía permanecería. Y, sin embargo, dentro de cien años estarían aquí de nuevo las mismas flores y animales. Aunque cada flor y cada animal fueran en cierto modo borrados y olvidados, alguien se «acordaría» de qué aspecto tenía todo.
Sofía miró fijamente la obra de la creación. De repente, una ardilla saltó sobre el tronco de un pino. Dio un par de vueltas, antes de desaparecer entre las ramas.
¡A ti te he visto antes!, pensó Sofía. Naturalmente sabía que no era la misma ardilla que había visto en la otra ocasión, pero si el mismo «molde». A lo mejor Platón tenía razón en que ella había visto una vez la «ardilla eterna» en el mundo de las Ideas, antes de que su alma se fuese a morar a un cuerpo.
¿Podría ser que hubiera vivido antes? ¿Había existido su alma antes de tener que llevar un cuerpo a rastras? ¿Sería verdad que llevaba dentro un lingote de oro, una joya por la que no pasaba el tiempo, es decir, un alma que le seguiría viviendo cuando su cuerpo un día envejeciera y muriera?
... la muchacha del espejo guiñó los dos ojos...
Sólo eran las siete y cuarto. No había que darse prisa para llegar a casa. La madre de Sofía dormiría aún un par de horas; los domingos se hacia siempre la remolona.
¿Debería internarse más en el bosque para ver si encontraba a Alberto Knox? ¿Pero por qué el perro le había gruñido así?
Sofía se levantó del tocón y comenzó a andar por el sendero por el que Hermes se había alejado. En la mano llevaba el sobre amarillo con todas las hojas sobre Platón. Por un par de sitios el sendero se dividía en dos, y en esos casos, seguía por el más ancho.
Por todas partes piaban los pájaros, en los árboles y en el aire, en arbustos y matas, muy ocupados en el aseo matinal. Ellos no distinguían entre días laborables y días festivos, ¿pero quién había enseñado a los pájaros a hacer todo lo que hacían? ¿Tenían un pequeño ordenador por dentro, «un programa de ordenador» que les iba diciendo lo que tenían que hacer?
Una piedra rodó por un montículo y bajó a mucha velocidad por la vertiente entre los pinos. El bosque era tan tupido en ese lugar que Sofía apenas veía un par de metros entre los árboles.