Hilde bebió un trago de Fanta y empezó un panecillo con ensalada de gambas mientras leía la carta sobre el «hombre ordenado», Aristóteles, que había criticado la doctrina de Platón.
Aristóteles señaló que no existe nada en la mente que no haya estado antes en los sentidos, y Platón podría haber dicho que no hay nada en la naturaleza que no haya estado antes en el mundo de las Ideas. En ese sentido, opinaba Aristóteles, Platón duplicaba el número de las cosas».
Hilde no sabía, de hecho, que fue Aristóteles quien había inventado ese juego del «reino vegetal, reino animal y reino mineral».
Aristóteles se propuso hacer una buena limpieza en el cuarto de la naturaleza. Intentó mostrar que todas las cosas de la naturaleza pertenecen a determinados grupos y subgrupos.
Cuando se enteró de la visión que tenía Aristóteles de la mujer se desilusionó y se indignó muchísimo. ¿Cómo podía ser un filósofo tan agudo y a la vez tan idiota?
Sofía se había inspirado en Aristóteles para ordenar su propio cuarto. Y allí, junto a todos los demás trastos, encontró aquella media blanca que había desaparecido hacía un mes del cajón de Hilde! Sofía metió todas las hojas que le había dado Alberto en una carpeta de anillas. «Ya había más de cincuenta páginas». Hilde, por su parte, había llegado a la página ciento veinticuatro pero, claro, ella tenía toda la historia sobre Sofía, además de todas las «cartas del curso» de Alberto Knox.
«El helenismo» se titulaba el siguiente capítulo. Lo primero que sucedió en este capítulo fue que Sofía encontró una postal con la foto de un jeep de las Naciones Unidas. Llevaba el matasellos del Batallón de las Naciones Unidas, del 15 del 6. De nuevo una postal para Hilde, pegada en el cuento en lugar de enviada por correo:
Querida Hilde. Supongo que piensas celebrar tu decimoquinto cumpleaños. ¿O lo harás al día siguiente? Bueno, la duración del regalo no tiene ninguna importancia. De alguna manera durará toda la vida. Te vuelvo a felicitar. Ahora habrás entendido por qué envío las postales a Sofía. Estoy seguro de que ella te las enviará a ti.
P. D. Mamá me dijo que habías perdido tu cartera. Prometo pagar las 150 coronas que perdiste. En el colegio te darán otro carnet escolar, supongo, antes de que cierre por vacaciones,
Mucho cariño de tu papá.
No estaba mal. Significaba que se había ganado 150 coronas.
A lo mejor papá había pensado que sólo con un regalo casero era suficiente.
Resultaba, pues, que también el 15. 6 era el cumpleaños de Sofía. Pero el calendario de Sofía sólo había llegado hasta la primera quincena de mayo. Seria cuando su padre escribió precisamente este capítulo, y entonces habría fechado por adelantado la tarjeta de cumpleaños para Hilde.
Y la pobre Sofía corriendo al centro comercial para encontrarse con Jorunn.
¿Quién era Hilde? ¿Cómo era posible que el padre de esa chica diera más o menos por sentado que Sofía conocería a Hilde? En todo caso no parecía lógico que enviara las postales a Sofía, en lugar de enviarlas directamente a su hija.
También Hilde se sentía elevada por encima de la habitación mientras leía acerca de Plotino.
Digo que hay algo de misterio divino en todo lo que existe. Lo vemos brillar en un girasol o en una amapola. Y también intuimos algo del inescrutable misterio cuando vemos a una mariposa levantar el vuelo desde una rama, o a un pez dorado que nada en su pecera. Pero donde más cerca de Dios podemos estar es en nuestra propia alma. Sólo allí podemos unirnos con el gran misterio de la vida. En muy raros momentos podemos incluso llegar a sentir que nosotros mismos somos el misterio divino.
Hasta ahora esto era de lo más vertiginoso que había leído Hilde. Y al mismo tiempo lo más sencillo: todo es Uno, y ese «Uno» es un misterio divino del que todo el mundo forma parte.
Esto no era en realidad algo en lo que hiciera falta creer. Es así, pensó Hilde. Y cada uno puede interpretar la palabra «divino» como quiera.
Pasó rápidamente al capítulo siguiente. Sofía y Jorunn se iban de excursión con tienda de campaña la noche del 17 de mayo. Luego fueron a la Cabaña del Mayor
Hilde no había leído aún muchas páginas antes de levantarse y dar unos pasos por la habitación con la carpeta de anillas en los brazos.
¡Qué cara! En esa pequeña cabaña del bosque su padre dejó que las dos amigas encontraran copias de todas las postales que él había enviado a Hilde durante la primera parte de mayo. Las copias eran auténticas. Cuando Hilde recibía esas postales de su padre solía leerlas dos y tres veces. Reconoció cada palabra.
Querida Hilde. Estoy tan a punto de explotar con todos mis secretos relacionados con tu cumpleaños que varias veces al día tengo que frenar el deseo de ir a llamarte por teléfono y contártelo todo. Es algo que crece y crece. Y sabes que, cuando una cosa no hace más que crecer; resulta cada vez más difícil mantenerla escondida...
Sofía recibió una nueva carta del curso de filosofía de Alberto. Trataba de judíos y griegos y de las dos grandes civilizaciones. A Hilde le gustó esta amplia perspectiva de pájaro sobre la Historia. Nunca habían aprendido algo parecido en el colegio. Allí todo eran detalles y más detalles. Al leer la carta tuvo la sensación de que su padre le acababa de dar una perspectiva totalmente nueva de Jesús y el cristianismo.
Le gustó la cita de Goethe que decía que «el que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la oscuridad y sólo vive al día».
El siguiente capítulo empezaba con un trozo de cartulina pegada a la ventana de la cocina de Sofía. Era, evidentemente, una felicitación para Hilde.
Querida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu cumpleaños. Espero que así sea o que si no, al menos, no hayan transcurrido demasiados días. Que transcurra una semana o dos para Sofía no significa necesariamente que transcurra tanto tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan. Entonces nos sentaremos juntos en el balancín mirando al mar, Hilde. Tenemos tantas cosas de qué hablar...
Luego Alberto llamó a Sofía. Era la primera vez que ella oía su voz.
—Suena como a una especie de guerra.
—Lo llamaría más bien una lucha espiritual. Tendremos que llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.
Así fue como Sofía se encontró con Alberto Knox disfrazado de filósofo medieval en la vieja iglesia del siglo —XII.
La iglesia... Hilde miró el reloj. Eran la una y cuarto... Se había olvidado completamente de la hora.
A lo mejor no importaba demasiado que no fuera a la iglesia el día de su cumpleaños pero había algo de ese cumpleaños que la irritaba. Iba a perderse un montón de felicitaciones.
Y de todos modos tendría que escuchar sermones pronto. A Alberto no le costaba ningún trabajo hacer el papel de cura.
Cuando hubo leído el capítulo en el que Sofía había aparecido ante Hildegarda, tuvo que acudir de nuevo a la enciclopedia. Pero esta vez no encontró nada, ni sobre la una ni sobre la otra ¡Típico!. Cuando se trataba de una mujer o de algo femenino la enciclopedia era tan muda como un cráter de la luna. ¿Estaría censurada la enciclopedia por la Asociación de Protección a los Machos, o qué?
Hildegarda de Eibingen había sido predicadora, escritora, médico, botánica e investigadora de la naturaleza. Además podía considerarse «un símbolo de que a menudo las mujeres eran las más realistas, incluso las más científicas, de la Edad Media». Pero ni una palabra en la enciclopedia. ¡Qué vergüenza!
Hilde no había oído hablar nunca de ningún «lado fe-menino» o «naturaleza materna» de Dios. Se llamaba Sophia, pero no se merecía ni un poco de tinta de imprenta.
Lo único que encontró en la enciclopedia fue algo sobre la Iglesia de Sofía en Constantinopla. Se llamaba «Haiga Sofía», lo cual quería decir la «sagrada sabiduría». Esta «sabiduría» había dado nombre a una capital y a un sinfín de reinas, pero no ponía nada sobre ella en la enciclopedia. ¿No era eso censura?
Era verdad que Sofía aparecía ante la «mirada interior» de Hilde. Tenía constantemente la sensación de imaginarse a la chica con el pelo negro.
Cuando Sofía volvió a casa tras haber pasado casi toda la noche en la Iglesia de Maria, se puso delante del espejo de latón que se había traído de la cabaña del bosque a casa.
Vio los nítidos contornos de su propia cara pálida enmarcada por el pelo negro, que no se adaptaba a otro peinado que el de la propia naturaleza, un peinado de pelo lacio. Pero debajo de este rostro también aparecía, como un espectro, la imagen de otra muchacha.
De pronto la muchacha desconocida empezó a guiñarle enérgicamente los dos ojos. Era como si quisiera dar a entender que de verdad estaba allí dentro, al otro lado. Sólo duró unos segundos. Luego desapareció.
Hilde misma había estado delante del espejo exacta mente de la misma manera, buscando la imagen de otra persona. ¿Pero cómo podía saberlo papá? ¿Y no había estado buscando a una mujer de pelo negro? Pues la bisabuela había comprado el espejo a una gitana.
Hilde notó que le temblaban las manos, con las que tenía agarrada la gran carpeta de anillas. Se le ocurrió la idea de que Sofía existía de verdad allí dentro, «al otro lado».
Ahora Sofía soñó con Hilde y Bjerkely. Hilde no la podía ni ver ni oír, pero entonces Sofía encontró la cruz de oro de Hilde en el borde del muelle. Y la misma cruz, con las iniciales de Hilde y todo, apareció en la cama de Sofía cuando se despertó después del sueño.
Hilde tuvo que pararse a pensar ¿No había perdido también la cruz de oro? Se fue a la cómoda y buscó el joyero. La cruz de oro que le había regalado su abuela por su bautizo había desaparecido.
Entonces también había perdido la cruz. ¡Vaya! ¿Pero cómo podía saberlo su padre si ni ella misma lo sabía?
Y aún había algo más: al parecer, Sofía había soñado que el padre de Hilde volvía del Líbano. Pero todavía faltaba una semana. ¿Sería el sueño de Sofía una profecía? ¿Querría decir su padre que cuando él volviera también Sofía, de alguna manera, estaría allí? Había escrito algo sobre que Hilde iba a tener una nueva amiga.
En una visión inmensamente clara pero también tremendamente breve, Hilde se sintió convencida de que Sofía era algo más que papel y tinta de imprenta. Existía.
...desde cómo se hace una aguja hasta cómo se funde un cañón...
Hilde había empezado a leer el capítulo sobre el Renacimiento cuando de pronto oyó la puerta de abajo. Miró el reloj. Eran Las cuatro.
La madre subió la escalera corriendo y abrió la puerta.
—¿No has estado en la iglesia?
—Sí, sí.
—Pero... ¿con qué ropa?
—Con la que llevo ahora.
—¿En camisón?
—Mmm... he estado en la Iglesia de María.
—¿La Iglesia de Maria?
—Es una vieja iglesia de la Edad Media.
—¡Hilde!
Dejó la carpeta y miró a su madre.
—Me olvidé de la hora, mamá. Lo siento, pero estoy leyendo algo apasionante, ¿sabes?.
La madre no pudo sino sonreír;
—Es un libro mágico, —añadió Hilde.
—Bueno, bueno. Y una vez más: felicidades, Hilde.
—¡No sé si soporto ya más felicitaciones!
—Pero yo no... Bueno, me voy a acostar un rato, y luego haré una cena estupenda. He comprado fresones.
—Yo seguiré leyendo.
La madre desapareció y Hilde siguió leyendo.
Sofía acompañó a Hermes a través de la ciudad. En el Portal de Alberto encontró una nueva postal del Líbano fechada el 15. 6.
De pronto entendió el sistema de las fechas. Las Postales fechadas antes del 15 de junio eran «copias» de postales que Hilde ya había recibido. Las que llevaban la fecha de hoy sólo le llegaban mediante la carpeta de anillas.
Querida Hilde. Sofía está llegando a casa del Profesor de filosofía. Ella pronto cumplirá quince años, pero tú ya los cumpliste ayer ¿O es hoy, Hildecita? Si es hoy será muy adentrado el día...
Hilde leyó cómo Alberto explicaba a Sofía el Renacimiento y la nueva ciencia, los racionalistas del siglo XVII y el empirismo británico.
Reaccionó varias veces al encontrarse con nuevas postales y felicitaciones que su padre había pegado a las narraciones. Había conseguido que esos comunicados se cayesen de cuadernos, apareciesen en el interior de un plátano y se metieran dentro de un ordenador. Sin costarle el más mínimo esfuerzo conseguía que Alberto tuviera lapsus al hablar y llamara Hilde a Sofía. El colmo era que hubiera hecho hablar a Hermes: «¡ Felicidades, Hilde!».
Hilde estaba de acuerdo con Alberto en que se estaba pasando al compararse a si mismo con Dios y con la providencia divina. ¿Pero con quién estaba realmente de acuerdo en ese caso? ¿No era su padre el que había puesto esas palabras de reproche, o de reproche hacia él mismo, en boca de Alberto? Llegó a pensar que la comparación con Dios no era tan mala a pesar de todo. Su padre era más o menos un dios omnipotente para el mundo de Sofía.
Cuando Alberto estaba a punto de empezar a hablar de Berkeley Hilde estaba tan expectante como lo había estado Sofía. ¿Qué pasaría ahora? Desde hacía tiempo se veía venir que algo muy especial iba a suceder cuando llegaran a este filósofo que había negado la existencia de un mundo material fuera de la conciencia del hombre. Pues Hilde ya había consultado la enciclopedia.
Empezó con que estaban delante de la ventana viendo que el padre de Hilde había enviado un avión con una cinta donde ponía «Felicidades» y que surcaba el aire. Al mismo tiempo empezaron a aparecer «nubes negras en la lejanía».
«Ser o no ser» no es, pues, toda la cuestión. Otra cuestión es qué somos. ¿Somos personas reales? ¿Nuestro mundo está compuesto por cosas verdaderas, o estamos rodeados de conciencia?
No era de extrañar que Sofía comenzara a morderse las uñas. Hilde nunca había tenido ese vicio pero en ese momento no se sentía muy- valiente ella tampoco.
Y resultó que: «... para nosotros esa “voluntad o espíritu” que causa “todo en todo” también podría ser el padre de Hilde».
¿Quieres decir que ha sido como una especie de Dios para nosotros?
—Sin modestia, sí. ¡Pero debería darle vergüenza!
—¿Y qué pasa con Hilde?
—Ella es un ángel, Sofía.