Hasta ese momento no había mirado la mesilla de noche. ¡Había un gran paquete! Envuelto en un precioso papel azul celeste y con cinta roja de seda. ¡Tenía que ser un regalo de cumpleaños!
—¿Sería el regalo? ¿Podría ser el gran REGALO de papá, ese que había estado envuelto en tanto misterio? Papá había hecho un montón de extrañas insinuaciones en las postales. Pero se había «impuesto a sí mismo una severa censura».
El regalo era algo que «crecía y crecía» había dicho en una postal. Luego había insinuado algo sobre una chica a la que pronto conocería, y a la que le había mandado copia de todas las postales. Hilde había intentado preguntárselo a su madre, pero ella tampoco tenía ni idea.
Lo más raro de todo fue un comentario acerca del regalo sobre que tal vez «pudiera compartirse con otras personas». Por algo trabajaba para las Naciones Unidas. Una de las ideas fijas —tenía muchas— del padre de Hilde era que las Naciones Unidas deberían tener una especie de responsabilidad de gobierno sobre todo el mundo. «Ojalá las Naciones Unidas logren algún día unir a la humanidad», había escrito en una de las postales.
¿Podría abrir el paquete antes de que mamá subiera con panecillos y bebida, el regalo y las banderitas? Suponía que sí, pues si no, no lo habrían dejado en su mesilla.
Hilde cruzó el cuarto de puntillas y cogió el paquete de la mesilla. ¡Pesaba un montón! Encontró una tarjetita: «A Hilde, en su decimoquinto cumpleaños, de papá».
Se sentó en la cama y comenzó a quitar cuidadosamente la cinta roja. Luego quitó el papel.
¡Era una carpeta grande de anillas!
¿Ese era el regalo? ¿Ese era el regalo del que tanto se había hablado? ¿Ese era el regalo que había «crecido y crecido» y que además podía compartirse con otros?
Una rápida ojeada reveló que la carpeta estaba llena de hojas escritas a máquina. Hilde conocía el tipo de letra de la máquina de escribir que papá se había llevado al Líbano.
¿Le había escrito un libro entero?
En la primera hoja ponía con letras mayúsculas escritas a mano: EL MUNDO DE SOFÍA.
Un poco más abajo en la página ponía escrito a máquina:
LO QUE ES EL SOL PARA LA TIERRA NEGRA,
LA VERDADERA ILUSTRACIÓN LO ES PARA
EL AMIGO DE LA TIERRA.
N. F. S. Grundtvig
Hilde pasó la hoja. En la parte superior de la siguiente página comenzaba el primer capítulo, cuyo título era: «El jardín del Edén». Se acomodó en la cama, apoyó la carpeta contra las rodillas y comenzó a leer.
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.
Hilde continuó leyendo y pronto se olvidó de todo. Se olvidó incluso de que era su cumpleaños. No obstante, de vez en cuando un pensamiento lograba meterse entre las líneas de lo que estaba leyendo.
¿Papá había escrito una novela? ¿Por fin se había puesto a escribir su gran novela? ¿La había acabado en el Líbano? Se había quejado muchas veces de que el tiempo se hacia muy largo en aquellas latitudes.
También el padre de Sofía estaba viajando. ¿Sería ella la chica a la que Hilde conocería...?
Cuando había conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo, entendía realmente lo enormemente valiosa que es la vida... ¿De dónde viene el mundo?... Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible como pensar que el mundo había existido siempre?
Hilde seguía leyendo. Confundida, daba saltos en la cama cuando leía que Sofía Amundsen recibía postales del Líbano. «Hilde Møller Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del Trébol, 3... »
Querida Hilde. Te felicito de corazón en tu decimoquinto cumpleaños. Como puedes ver quiero hacerte un regalo con el que podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía. Resulta más fácil así. Con todo cariño, papá.
¡Ese granuja! Hilde siempre había pensado que papá era un tunante, pero ahora se había superado a sí mismo. En lugar de adjuntar esta postal al paquete la había incorporado al mismo libro-regalo.
Pero la pobre Sofía estaba totalmente confusa.
¿Por qué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofía cuando estaba clarísimo que iba destinada a otra persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba «más fácil así»? Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
Exactamente, ¿cómo iba a hacerlo?
Hilde dio la vuelta a la página y comenzó a leer el segundo capitulo. Se titulaba «El sombrero de copa». Luego venía una larga carta que la misteriosa persona había escrito a Sofía. Hilde contuvo el aliento.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí...
«Sofía se sentía agotada. » Así se sentía también Hilde. Papá no sólo le había escrito un libro para su decimoquinto cumpleaños, sino que había escrito un libro extraño y misterioso.
Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy grande, este truco dura muchos miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su piel nacen todas las criaturas humanas. De esa manera son capaces de asombrarse por el imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran cada vez más en la piel del conejo, y allí se quedan...
No sólo era Sofía la que tenía la sensación de encontrarse en un lugar muy dentro de la piel del conejo blanco. Hoy Hilde cumplía quince años. También tuvo la sensación de que había llegado la hora de decidir por qué camino seguiría gateando hacia arriba.
Leyó acerca de todos los filósofos de la naturaleza. Hilde sabía que su padre se interesaba por la filosofía. Había escrito en el periódico que la filosofía debería ser una asignatura más en la escuela. «¿Por qué se debe incluir la asignatura de filosofía en el nuevo plan de estudios?», se titulaba el artículo. Papá también había sacado el tema en una reunión de padres de la clase de Hilde. A ella le había dado mucha vergüenza.
Miró el reloj. Eran las siete y media. Afortunadamente, su madre tardaría otra hora en subir con la bandeja del cumpleaños; en ese momento no había nada que le interesara más que Sofía y todas aquellas preguntas filosóficas. Leyó el capitulo que se titulaba «Demócrito». Primero se planteaba a Sofía una pregunta para que la meditara: ¿por qué las piezas del lego son el juguete más genial del mundo? Luego encontró un «sobre amarillo grande» en el buzón.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en la naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía, por lo tanto, que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e invisibles, cada una de ellas eterna e inalterable. A estas piezas más pequeñas Demócrito las llamó átomos.
Hilde se indignó al leer que Sofía encontró su pañuelo rojo de seda debajo de la cama. ¡Conque ése era el camino que había tomado su pañuelo! ¿Pero cómo puede desaparecer un pañuelo simplemente para entrar en un cuento? Tendría que estar también en otro sitio.
El capitulo sobre Sócrates comenzó cuando Sofía leyó «unas líneas sobre el batallón noruego de las Naciones Unidas en el Líbano» en un periódico. ¡Típico de su padre! Le obsesionaba mucho que los noruegos no mostraran más interés por la labor de paz llevada a cabo por los cascos azules de las Naciones Unidas. Si a nadie más le interesaba, por lo menos debía interesarle a Sofía. De esta manera papá se inventaba una especie de atención por parte de los medios de comunicación.
No pudo evitar una sonrisita al leer una «P. D. » en la carta del profesor de filosofía a Sofía:
Si encontraras un pañuelo rojo de seda, ruego lo guardes bien. De vez en cuando, objetos de este tipo se cambian por error en colegios y lugares así, y ésta es una escuela de filosofía.
Hilde oyó ruidos en la escalera. Seguramente era su madre que venía con la bandeja del cumpleaños. Antes de que llamara a la puerta, Hilde tuvo tiempo de leer que Sofía había encontrado en el lugar secreto del jardín la cinta de vídeo de Atenas.
—¡Cumpleaños feliz cumpleaños feliz, te deseo querida Hilde, cumpleaños feliz! —mamá empezó a cantar va en la escalera.
—Adelante —dijo Hilde, mientras leía que el profesor de filosofía había empezado a hablar a Sofía directamente desde la Acrópolis. Era casi idéntico al padre de Hilde, con la «barba negra muy aseada» y la boina azul.
¡Felicidades, Hilde!
—Hmm...
—Pero, Hilde, ¿qué te pasa?
—Ponlo allí si quieres.
—¿No vas a... ?
—¿No ves que estoy ocupada?
—¡Pensar que tienes ya quince años!
—¿Has estado en Atenas, mamá?
—No, ¿por qué?
—Es curioso que los viejos templos aún estén allí. Tienen 2. 500 años. El más grande se llama «Morada de la Virgen».
—¿Has abierto el regalo de papá?
—¿Qué regalo?
—Por favor, Hilde, levanta la vista de una vez. Estás como enloquecida.
Hilde dejó caer la carpeta sobre sus rodillas.
Su madre se inclinó sobre la cama. En la bandeja traía una vela encendida, panecillos con mantequilla y una Fanta. También había un paquetito en la bandeja.
—Mil gracias, mamá. Eres un encanto, pero, ¿sabes?, no tengo mucho tiempo.
—Pero si no tienes que estar en la iglesia hasta la una.
Por fin Hilde se dio cuenta de verdad de dónde estaba, y por fin la madre puso la bandeja en la mesilla.
—Perdóname, estaba completamente absorta en esto.
Señaló la carpeta y prosiguió:
—Es de papá...
—¿Qué es lo que ha escrito? Yo estaba tan ilusionada como tú. Y no he podido sacarle a tu padre una palabra sensata en meses.
Por alguna razón Hilde se sintió de pronto un poco tímida.
—Ah, es sólo un cuento.
—¿Un cuento?
—Sí, un cuento. Y luego un libro de filosofía. Bueno, algo así.
—¿No vas a abrir mi paquete?
Hilde no podía establecer diferencias entre sus padres, de modo que también desenvolvió el paquete de la madre. Era una pulsera de oro.
—¡Qué preciosidad! ¡Muchísimas gracias!
Hilde se levantó y abrazó a su madre. Se quedaron un rato sentadas charlando.
—Ya puedes marcharte —dijo de pronto Hilde—. En este momento está en lo alto de la Acrópolis, ¿sabes?
—¿Quién?
—Ni idea. Sofía tampoco lo sabe. Eso es precisamente lo interesante.
—Bueno, tengo que ir a la oficina. Come un poco, hija. Tu vestido está colgado abajo.
Por fin. La madre desapareció por la escalera. Lo mismo ocurrió con el profesor de Sofía, bajando las escaleras de la Acrópolis. Se colocó en el monte del Areópago, y un poco más tarde apareció en la vieja plaza de Atenas.
Hilde se sobresaltó cuando los viejos edificios se levantaron de repente de las ruinas. Una de las ideas fijas de su padre era que todos los países de las Naciones Unidas deberían unirse para construir una copia exacta de la antigua plaza de Atenas, donde se pudiera trabajar en cuestiones filosóficas y además en actividades de desarme. Un gigantesco proyecto de este tipo uniría a la humanidad, pensaba él. «Ya sabemos construir plataformas petrolíferas y naves espaciales. »
Luego leyó acerca de Platón. «Sobre las alas del amor velará el alma “a casa”, al mundo de las Ideas, donde será librada de la “cárcel del cuerpo”. »
Sofía se había metido por el seto siguiendo a Hermes, pero él pronto desapareció. Después de haber leído sobre Platón ella se adentró más en el bosque y llegó a una cabaña junto a un pequeño lago. Allí había colgada una pintura de Bjerkeley. Por la descripción resultaba evidente que tenía que ser la Bjerkely de Hilde. También había allí un retrato de un señor llamado Berkeley «¿No resultaba curioso?»
Hilde dejó la voluminosa carpeta sobre la cama, se acercó a la librería y miró en una enciclopedia que le habían regalado en su decimocuarto cumpleaños. Berkeley... ya.
Berkeley, George (1685-1753), filósofo inglés, obispo de la ciudad de Cloyne. Niega la existencia de un mundo material fuera de la conciencia del hombre. Nuestras sensaciones están producidas por Dios. B. es también famoso por su crítica a las ideas generales abstractas. Obra principal: Tratado concerniente a los principios del conocimiento humano (1710)
Pues si, era curioso. Hilde se quedó unos instantes de pie, pensando, antes de volver a la cama y a la carpeta.
De alguna manera era su padre el que había colgado los dos cuadros. ¿Podía haber otra conexión aparte del parecido de nombres?
Entonces Berkeley era un filósofo que negaba la existencia de un mundo material fuera de la conciencia del hombre. ¡Qué cosas tan raras se podían afirmar! Pero no resultaba siempre tan fácil refutar aquellas afirmaciones. La descripción encajaba muy bien en el mundo de Sofía, sin embargo. Pues sus «sensaciones» habían sido provocadas por el padre de Hilde.
Se enteraría mejor cuando leyera más. Hilde se rió cuando leyó que Sofía vio el reflejo de una chica que le guiñaba los dos ojos. Parecía como si la muchacha del espejo guiñara los ojos a Sofía. Era como si quisiera decir: te veo, Sofía. Estoy aquí, al otro lado.
Encontró su monedero verde, con el dinero y todo. ¿Cómo había ido a parar allí?
¡Tonterías! Durante un instante Hilde había pensado que Sofía realmente lo había encontrado. Pero también intentó identificarse con Sofía para sentir cómo habría sido todo aquello para ella. Para ella todo era muy misterioso y muy enigmático.
Por primera vez Hilde sintió un verdadero deseo de encontrarse cara a cara con Sofía. Tenía ganas de hablar con ella sobre la explicación de todo esto.
Pero Sofía tendría que salir de la cabaña antes de ser cogida en flagrante. El bote estaría flotando en el agua, claro. Papá no podía dejar de recordarle la vieja historia del bote.