El mundo perdido (22 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

—¡Doctor Thorne! ¡Suba al coche! —repitió Arby. Thorne, rojo de ira, apretó los puños.

—¿Cómo se las ingenió ese pequeño hijo de puta para llegar hasta aquí? —Le arrancó el micrófono a Eddie de las manos—. ¡Arby, maldita sea…!

—¡Se acerca! —lo interrumpió Arby.

—¿De qué habla? —quiso saber Eddie—. Parece histérico.

—¡Lo veo por la televisión! ¡Doctor Thorne!

—Quizá sea mejor que subamos al Explorer —sugirió Malcolm en voz baja, mirando hacia la selva.

—¿Cómo que en la televisión? —preguntó Thorne, furioso.

—No lo sé, Doc —contestó Eddie—, pero si ha captado algo desde el tráiler, nosotros también podemos verlo. —Encendió el monitor del tablero y observó mientras se formaba la imagen.

—¡Ese muchacho! —protestó Thorne—. Voy a retorcerle el pescuezo.

—Pensaba que te caía bien —observó Malcolm.

—Y así es, pero…

—El caos actúa de nuevo —sentenció Malcolm, sacudiendo la cabeza.

Eddie, mirando el monitor, exclamó:

—¡Mierda!

La pequeña pantalla mostraba un plano superior del poderoso cuerpo de un Tyrannosaurus rex avanzando hacia ellos por el paso de animales. Tenía la piel salpicada de manchas rojizas, exactamente del color de la sangre seca. Bajo el sol que se filtraba a través de las copas de los árboles veían claramente los robustos músculos de sus patas traseras. Se movía deprisa, sin dar la menor señal de temor o indecisión.

Sin apartar los ojos de la pantalla, Thorne ordenó:

—¡Todo el mundo adentro!

Entraron apresuradamente en el Explorer. El tiranosaurio salió del ángulo de visión de la cámara, pero sentados en el Explorer lo oyeron aproximarse. La tierra temblaba bajo ellos y el vehículo se balanceaba ligeramente.

—¿Ian? —dijo Thorne—. ¿Qué debemos hacer?

Malcolm no contestó. Estaba paralizado, con la vista al frente y mirada inexpresiva.

—¿Ian? —repitió Thorne.

En la radio sonó un chasquido.

—Doctor Thorne, ha desaparecido del monitor —informó Arby—. ¿Ahí todavía lo ven?

—¡Dios santo! —exclamó Eddie.

El tiranosaurio irrumpió en el claro con sorprendente prontitud, saliendo del follaje a la derecha del Explorer. Era inmenso, del tamaño de un edificio de dos pisos, y su cabeza se perdía de vista sobre ellos. Sin embargo, pese a sus dimensiones, se desplazaba con una agilidad y rapidez increíbles. Thorne lo contempló expectante y mudo de asombro. Percibía cómo vibraba el vehículo con cada atronadora pisada. Eddie lanzó un suave gemido.

Pero el tiranosaurio no reparó en ellos. Pasó de largo sin aminorar siquiera la marcha. Cuando se adentró de nuevo en la espesura apenas habían tenido ocasión de observarlo. Ya sólo veían la gruesa cola, enorme por su función de contrapeso, que se agitaba de un lado a otro a unos dos metros de altura a medida que el animal caminaba.

«¡Qué rápido! ¡Qué rápido!», pensó Thorne. El gigantesco animal había surgido de entre el follaje, había ocupado totalmente su campo de visibilidad y había vuelto a desaparecer. Thorne no estaba acostumbrado a ver algo tan grande moverse tan deprisa. Ya sólo quedaba la punta de la cola balanceándose en el aire.

De pronto la cola golpeó la parte delantera del Explorer con un sonoro ruido metálico.

Y el tiranosaurio se detuvo.

Oyeron un gruñido grave y vacilante entre los árboles. La cola volvió a mecerse, esta vez con un movimiento de tanteo. No tardó en rozar de nuevo el radiador.

Repentinamente el follaje crujió y se agitó a su izquierda. La cola desapareció. Porque el tiranosaurio, comprendió Thorne, se disponía a regresar.

Salió nuevamente de la selva y se dirigió hacia el vehículo. Deteniéndose justo enfrente, volvió a gruñir —un sonido grave y retumbante— y movió ligeramente la cabeza de izquierda a derecha para inspeccionar aquel extraño objeto. A continuación se inclinó, y Thorne vio que el tiranosaurio tenía algo entre las fauces; vio las patas de una criatura colgando a ambos lados de la boca. Un enjambre de moscas zumbaba en torno de la cabeza del tiranosaurio.

—¡Carajo! —gimió Eddie.

—Silencio —susurró Thorne.

El tiranosaurio resopló y observó el Explorer. Se inclinó más aún e inspiró repetidas veces, desplazando gradualmente la cabeza a cada inhalación. Thorne se dio cuenta de que olfateaba el radiador. Se movió a un lado y husmeó las ruedas. A continuación alzó despacio la enorme cabeza hasta que sus ojos quedaron a ras del capó. Los contempló oblicuamente a través del parabrisas. Parpadeó. Tenía la mirada fría de un reptil.

Thorne habría jurado que los miraba uno por uno. Con su hocico chato empujó el vehículo por un costado, balanceándolo ligeramente, como si comprobase su peso, como si evaluase a un adversario. Thorne agarró el volante firmemente y contuvo la respiración.

De pronto dio un paso atrás y se colocó otra vez frente al Explorer. Les dio la espalda y levantó la cola. Lentamente retrocedió, y oyeron que la cola arañaba el techo. Las patas traseras se aproximaron, y el tiranosaurio se sentó en el capó, inclinando el vehículo con su descomunal peso hasta que el paragolpes tocó el suelo. Al principio no se movió; simplemente permaneció allí sentado. Al cabo de un momento empezó a contonearse con un rápido movimiento, haciendo chirriar el metal.

—¿Qué demonios es esto? —exclamó Eddie.

El tiranosaurio se irguió de nuevo y el Explorer recuperó bruscamente su posición normal. Thorne vio una sustancia blanca y espesa diseminada por el capó. De inmediato el tiranosaurio se apartó de ellos, se alejó por el paso de animales y desapareció en la selva.

Al cabo de un momento surgió otra vez de entre el follaje por detrás del Explorer y atravesó el claro. Rodeó el supermercado, pasó entre dos cabañas y se perdió de vista.

Thorne miró a Eddie, que señaló a Malcolm con la cabeza. Malcolm no se había dado vuelta para ver cómo se alejaba el tiranosaurio. Seguía tenso, con la mirada al frente.

—¿Ian? —dijo Thorne, tocándole el hombro.

—¿Se fue? —preguntó Malcolm.

—Sí. Se fue.

Ian Malcolm se relajó e inclinó los hombros. Exhaló lentamente y dejó caer la cabeza hacia adelante. Respiró hondo y levantó otra vez la cabeza.

—Hay que reconocerlo —afirmó—: estas cosas no se ven todos los días.

—¿Te encuentras bien? —se interesó Thorne.

—Sí, sí. Estoy bien. —Se llevó la mano al pecho y se palpó el corazón—. Claro que estoy bien. Al fin y al cabo éste era pequeño.

—¿Pequeño? —repitió Eddie—. Si eso le parece pequeño…

—Sí, para un tiranosaurio era pequeño. Las hembras son mucho más grandes. Los tiranosaurios presentan un dimorfismo sexual: las hembras son más grandes que los machos. Según se cree, se encargaban ellas de la caza. Pero puede que tengamos la oportunidad de verlo nosotros mismos.

—Un momento —saltó Eddie—. ¿Cómo está tan seguro de que era un macho?

Malcolm señaló el capó del vehículo, donde la sustancia blanca empezaba a desprender un olor acre.

—Ha marcado el territorio —explicó Malcolm.

—¿Y qué? Puede que las hembras también marquen…

—Muy probablemente, sí —lo interrumpió Malcolm—. Pero sólo los machos poseen glándulas olorosas anales. Y ya has visto cómo lo ha hecho.

Eddie contempló disgustado el capó.

—Espero que podamos quitar la mancha —comentó—. Traje algunos disolventes, pero no contaba con… bueno, perfume de dinosaurio.

Volvió a oírse el chasquido de la radio.

—Doctor Thorne —dijo Arby—. ¿Doctor Thorne? ¿Todo en orden?

—Sí, Arby. Gracias a ti —contestó Thorne.

—¿Qué esperan entonces? ¿Doctor Thorne? ¿No ha visto al doctor Levine?

—Todavía no. —Thorne buscó el receptor en el cinturón, pero había caído al suelo. Se inclinó y lo recogió. Las coordenadas de Levine habían cambiado—. Se está moviendo…

—Ya sé que se está moviendo. ¿Doctor Thorne?

—Sí, Arby —respondió Thorne. Al cabo de un instante añadió—: Un momento. ¿Cómo sabes que se está moviendo?

—Porque lo veo —replicó Arby—. Va en bicicleta.

Kelly apareció en la parte delantera del tráiler bostezando y apartándose el pelo de la cara.

—¿Con quién hablas, Arb? —preguntó. Mirando el monitor, agregó—: ¡Qué fantástico!

—Accedí a la red del Enclave B —anunció Arby.

—¿Qué red?

—Una red de radio de ámbito local, Kel. Por alguna razón aún funciona.

—¿En serio? Pero cómo…

—¡Chicos! —reprendió Thorne por la radio—. Si no les importa, estamos buscando a Levine.

Arby agarró el micrófono.

—Va en bicicleta por un camino de la selva. Es muy empinado y estrecho. Creo que tomó el mismo camino que el tiranosaurio.

—¿El qué? —inquirió Kelly.

Thorne puso el vehículo en marcha y se alejó de la central eléctrica en dirección al poblado. Pasó ante el surtidor de nafta y después entre las cabañas. Tomó por el mismo camino del tiranosaurio. El paso de animales era bastante ancho y fácil de seguir.

—Esos chicos no deberían estar aquí —dijo Malcolm, preocupado—. No es seguro.

—Ahora poco podemos hacer al respecto —repuso Thorne. Accionó el micrófono—. Arby, ¿aún ves a Levine?

El Explorer traqueteó al atravesar lo que en otro tiempo fue un jardín y continuó por detrás de la residencia del director. Era un edificio de dos pisos de estilo colonial con balcones de madera en todo el segundo piso. Al igual que las otras casas, estaba abandonado.

—Sí, doctor Thorne —contestó Arby por la radio—. Lo veo.

—¿Dónde está?

—Sigue al tiranosaurio. En la bicicleta.

—¡Sigue al tiranosaurio! —repitió Malcolm con un suspiro—. No debería haberme metido en esto con él.

—En eso estamos todos de acuerdo —coincidió Thorne. Aceleró y cruzó por una brecha el muro de piedra que aparentemente delimitaba el perímetro del complejo.

—¿Lo ve ya? —preguntó Arby.

—Todavía no.

El camino se estrechó gradualmente a medida que serpenteaba ladera abajo. Tras una curva vieron de repente un árbol caído que obstruía el paso. En su franja central el tronco estaba desprovisto de ramas, según cabía suponer a causa del continuo paso de animales grandes por encima.

Thorne frenó a corta distancia del árbol. Se bajó y fue a la parte trasera del Explorer.

—Doc, déjeme ir a mí —sugirió Eddie.

—No —repuso Thorne—. Si algo pasara, sólo tú serías capaz de reparar el equipo. Eres más importante, sobre todo sabiendo que los niños están aquí.

Detrás del Explorer, Thorne desenganchó la motocicleta de los soportes y la dejó en el suelo. Después de comprobar la carga de la batería, la empujó hasta la parte delantera del vehículo.

—Dame ese rifle —pidió a Malcolm. Éste le entregó el arma, y Thorne se la colgó al hombro. A continuación tomó unos auriculares del tablero y se los colocó en la cabeza, prendiéndose en el cinturón la caja de la pila y ajustándose el micrófono a la altura de la boca. Después dijo:

—Ustedes vuelvan al tráiler y cuiden a los niños.

—Pero Doc… protestó Eddie.

—Hagan lo que les digo —ordenó Thorne, y levantó la motocicleta para pasarla sobre el árbol caído. La dejó al otro lado y luego saltó él. Entonces advirtió que el tronco estaba también impregnado de la secreción blanquecina y acre del tiranosaurio; se había manchado las manos. Lanzó una mirada interrogativa a Malcolm.

—Marcó el territorio aclaró Malcolm.

—Estupendo —se lamentó Thorne—. Estupendo.

Después de limpiarse las manos en el pantalón subió a la motocicleta y se alejó.

Las ramas le azotaban los hombros y las piernas mientras avanzaba por el sendero tras los pasos del tiranosaurio. El animal no podía estar muy lejos, pero aún no lo veía. Aceleró la marcha.

La radio crepitó.

—¿Doctor Thorne? —dijo Arby—. Ahora lo veo a usted.

—Muy bien respondió Thorne.

La radio volvió a crepitar.

—Pero ya no veo al doctor Levine informó Arby con voz inquieta.

La motocicleta eléctrica era muy silenciosa, sobre todo cuesta abajo. Un poco más adelante el paso de animales se bifurcaba. Thorne se detuvo y se inclinó para inspeccionar la tierra lodosa. Las huellas del tiranosaurio se desviaban por el ramal izquierdo. Vio asimismo la fina huella dejada por la bicicleta; doblaba también a la izquierda.

Thorne siguió por el camino de la izquierda pero más despacio. Después de recorrer unos diez metros pasó junto a la pata de alguna criatura parcialmente devorada. Debía de llevar allí un tiempo, porque estaba cubierta de gusanos blancos y moscas. Con el calor, el penetrante hedor de la descomposición resultaba nauseabundo. Siguió adelante y se cruzó con el cráneo de un enorme animal que aún llevaba adheridos al hueso trozos de carne y piel verde; también lo envolvía un enjambre de moscas.

—Acabo de pasar restos de animales comunicó por el micrófono.

La radio crepitó y esta vez habló Malcolm:

—Me lo temía.

—¿A qué te refieres? —preguntó Thorne.

—Es posible que haya un nido —explicó Malcolm—. ¿Viste el animal que el tiranosaurio sostenía entre las fauces? No lo había devorado. Es muy probable que fuese comida para su nido.

—Un nido de tiranosaurios… —murmuró Thorne.

—Yo andaría con cuidado —aconsejó Malcolm.

Thorne apagó el motor y bajó en punto muerto hasta el pie de la ladera. Al llegar a terreno llano se bajó. Percibió vibraciones en el suelo y oyó un rumor grave procedente de la maleza, como el ronroneo de un gran gato salvaje. Thorne miró alrededor. No encontró el menor rastro de la bicicleta de Levine.

Thorne descolgó el rifle del hombro y lo agarró con manos sudorosas. El ronroneo se repitió con variable intensidad. Había algo extraño en aquel sonido. Al cabo de un momento Thorne comprendió qué era. Procedía de más de una fuente: varios animales grandes ronroneaban tras el follaje justo enfrente.

Thorne se agachó, arrancó un puñado de hierba y lo soltó en el aire. La hierba volvió hacia sus piernas: el viento soplaba de frente. Se deslizó entre la vegetación.

Se encontraba rodeado de grandes helechos y espeso follaje, pero a unos metros veía el resplandor del sol en un claro. El ronroneo era más sonoro. Le llegó también otro ruido, un agudo chirrido semejante al de un engranaje oxidado.

Thorne vaciló. Por fin, muy lentamente, apartó una hoja de helecho. Y miró asombrado.

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