El Palestino (29 page)

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Authors: Antonio Salas

Es imposible resumir todas las operaciones guerrilleras que Jattab encabezó en Chechenia, pero su fama se extendió rápidamente por toda la Umma, sobre todo después de que Al Jazeera le entrevistase en 2002.
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Estoy dispuesto a aventurar que Ibn Al Jattab generó más bajas al ejército ruso que ningún otro muyahid checheno.

La inteligencia rusa descubrió que Jattab, un hijo tan devoto como Al Zarqaui o como Ilich Ramírez, recibía con frecuencia correo de su madre. En marzo de 2002 interceptaron un paquete que incluía una videocámara Sony, un reloj y una carta. El FSB impregnó la carta con una potente neurotoxina (botulínica) e hizo que el envío llegase a su destinatario a través de un agente infiltrado «prescindible». El infiltrado del FSB, Ibrahim, creía que sus superiores solamente habían abierto la carta para espiar su contenido, y no para envenenarla, de lo contrario habría sabido que lo enviaban a una misión suicida.

En el campamento guerrillero, Jattab se apartó unos metros para leer la carta de su madre y regresó con una palidez cadavérica. Solo quince minutos después cayó muerto por efecto del veneno. El mismo Basáyev, jefe máximo de la guerrilla chechena hasta su muerte a manos del FSB en 2006, ejecutó al momento a Ibrahim. Mediático hasta el final, el vídeo en el que aparece su cadáver recibiendo los honores de los guerrilleros chechenos también dio la vuelta al mundo yihadista. Al Jattab murió ese año, pero desde entonces su nombre se recuerda entre todos los muyahidín como el de un mártir, un héroe del yihad y un modelo para la causa. Y da nombre a un tipo de granada casera, la Jattabka, muy popular entre los guerrilleros chechenos... Su fotografía es una de las imágenes en los perfiles de yihadistas que pueblan Facebook y otras redes sociales.

Supongo que es fácil comprender por qué, entre todos los muyahidín del mundo, el joven converso zaragozano
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escogió precisamente a Al Jattab para una de sus caricaturas yihadistas. Y por qué en algunas mezquitas, todavía hoy, se comentan entre cuchicheos las aventuras del «Che Guevara musulmán». Yo mismo le dediqué en su día un extenso reportaje apologético reproducido en diferentes periódicos latinos y páginas web.
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Lo inquietante es que en algunas mezquitas de Barcelona, Madrid o Málaga, todavía se mantiene su influencia, a través de jóvenes chechenos musulmanes establecidos en España como en el resto de Europa. Uno de ellos, según los informes policiales, formaba parte de la célula de Al Zarqaui en Málaga liderada por mi futuro amigo Abu Sufian. Según algunas fuentes, el MOSSAD le seguía la pista muy, muy de cerca...

Por supuesto, y a pesar de la aureola de leyenda que lo rodea, Al Jattab, como Ilich Ramírez o Al Zarqaui, fue un auténtico asesino. Existen vídeos de las torturas, decapitaciones y ajusticiamientos que realizó personalmente ante la cámara. Y algunas de sus víctimas no eran soldados rusos invasores sino, por ejemplo, seis cooperantes de la Cruz Roja Internacional, a los que asesinó a finales de 1996 alegando que encontraba ofensivas las omnipresentes cruces, distintivo de la organización humanitaria.

¿Cómo es posible llegar a ese grado de violencia irracional en nombre del Islam? Estoy seguro de que la extraordinaria periodista rusa Anna Stepanovna Politkóvskaya jamás intentaría justificar los crímenes de Al Jattab ni de muchos otros guerrilleros chechenos que, con frecuencia, alternaban el saqueo, las violaciones y el terrorismo con la lucha «legítima» por su independencia. Como si hubiese existido alguna guerra en la historia que no implicase las matanzas, violaciones y abusos a inocentes. Pero Anna Politkóvskaya se atrevió a ir más allá que ningún otro periodista ruso a la hora de informar sobre la guerra de Chechenia, y aquello le costó la vida.

Pese a ser considerada una traidora a su país por informar descarnadamente sobre los abusos, asesinatos y torturas salvajes cometidos por las tropas rusas en Chechenia, sus reportajes primero y sus libros después son fundamentales para comprender la escalada de violencia irracional entre rusos y chechenos. Y el papel de los voluntarios muyahidín en el conflicto. Politkóvskaya publicó numerosos libros, como
Chechenia, la deshonra rusa
,
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Diario ruso
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o
Terror en Chechenia
.
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Todos ellos reportajes desgarradores, con testimonios espeluznantes de la brutal represión rusa a la población chechena. Exactamente la justificación que necesitaban los muyahidín como Al Jattab para desatar toda su furia yihadista sobre los rusos.

Tras sufrir el desprecio del Kremlin, el descrédito profesional, detenciones, acoso y numerosas amenazas, finalmente el 7 de octubre de 2006 fue asesinada a balazos en el ascensor de su domicilio en Moscú. La muerte de Polit kóvskaya, que aún no ha sido resuelta, supuso un escándalo internacional, similar al envenenamiento con polonio del ex teniente coronel del KGB Alek sandr Litvinenko, el 23 de noviembre de 2006. Litvinenko también denunció los abusos de Putin en Chechenia,
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e incluso se atrevió a sugerir que el atentado terrorista que desató la guerra chechena fue obra de los servicios secretos rusos.
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Litvinenko, cristiano ortodoxo durante toda su vida, se había convertido al Islam después de un viaje a Israel y había solicitado el estatus de refugiado político en Londres, desde donde continuaba investigando el asesinato de Politkóvskaya y denunciando las manipulaciones del conflicto checheno. Pero eso no evitó que fuese alcanzado por el polonio-210 que envenenó su organismo hasta matarlo lentamente en Inglaterra. En 2007, el cineasta Andrei Nekrasov presentó un excepcional documental:
El caso Litvinenko
, que había realizado durante varios años de trabajo, imprescindible para comprender este siniestro asunto.
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«¡Este tío es el Cubano!»

Por supuesto, en el evento organizado por la embajada de Rusia, en el Seminario Permanente de Estudios sobre Terrorismo, de la Fundación José Ortega y Gasset, en mayo de 2006, no se habló de Al Jattab, ni de los asesinatos de Politkóvskaya y Litvinenko. El programa de conferencias, presidido por el mismísimo embajador ruso en Madrid Alexander L. Kutnezsov, y por el famoso espía y viceministro de Asuntos Exteriores, ex agente del KGB y director de FSB Anatoly Safonov, tenía otros contenidos, todos ellos muy interesantes, aunque no siempre los conferenciantes rusos, evidentemente afines a la política del Kremlin, coincidían con los de los expertos españoles. De hecho, llegó a producirse una animada e interesante polémica entre el veterano Miguel Ángel Bastenier, a quien he disfrutado en varios cursos similares, y Alexei Sazonov, portavoz de la política rusa al respecto. Durante su conferencia, Sazonov había hecho un llamamiento a la prensa española para que no se hiciese eco de las reivindicaciones de los rebeldes chechenos. Sazonov nos reprochaba a los informadores españoles que, al hablar de las horribles cosas que sucedían en Chechenia, utilizásemos términos como
insurgentes
o
rebeldes
, en lugar de la expresión
terroristas
. Y, para ilustrar su discurso, comparaba a los rebeldes chechenos, musulmanes, con ETA. Miguel Ángel Bastenier, por el contrario, defendió enérgicamente el derecho a la información, y las diferencias de fondo del conflicto vasco con la situación de guerra asimétrica de Chechenia, protagonizando ambos un animado debate que se contagió a los alumnos del curso. Yo archivaría ese diploma junto con montones de diplomas y títulos similares de cursos de árabe y terrorismo, que no podía colgar en ningúna pared.

A pesar de que en 2006 el impulso con el que muchos policías y espías españoles se habían volcado en su formación sobre yihadismo terrorista comenzaba a perder fuelle, y cada vez eran menos los funcionarios que acudían a este tipo de cursos, yo continuaba coincidiendo con algunos viejos amigos. Y viviendo algunas anécdotas increíbles. Una de las más extraordinarias se produjo precisamente en este curso.

Juanma, compañero de David Madrid, es uno de los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) con el que coincidí más veces en este tipo de cursos. Pero en esta ocasión venía acompañado de dos colegas, también funcionarios del CNP. Las charlas se impartían en el local del Instituto Ortega y Gasset, en la calle Fortuny de Madrid, y entre sesión y sesión los alumnos disfrutábamos de un tiempo de descanso y un café en el jardín del instituto. Yo intentaba aprovechar esos minutos, casi arañando los segundos, para repasar mis apuntes de árabe, adelantar trabajo o hacer llamadas. Pero esa tarde me interrumpió la voz de Juanma, que, dándome unos toquecitos en el hombro, me saludaba cordialmente:

—¡Toni, tú también aquí! ¡No te pierdes uno!

Al girarme para estrechar la mano del policía, descubrí a sus dos compañeros. Y uno de ellos me miraba con los ojos abiertos como platos, mientras balbuceaba algo, dando pie a un absurdo diálogo de besugos entre los tres policías:

—¡Hostia, pero si es el Cubano! —decía el policía que me miraba con ojos de búho—. Pero ¿tú conoces a este tío, Juanma?

—¿Cómo que cubano? —intervino el segundo policía, al que yo no conocía—. Pero ¿no ves que es árabe?

—¿Qué decís? —repuso Juanma—. Ni cubano ni árabe, es español. Y sí, claro que lo conozco. ¿Por qué dices eso?

—Porque yo me pasé varios días siguiendo a este tío en Barcelona —respondió el primer policía—, durante las manifestaciones del
black block
contra la Europa del Capital.

Supongo que a estas alturas ya debería estar acostumbrado a las increíbles cabriolas del destino, pero cosas como esta continúan sorprendiéndome. En 2002 había realizado una infiltración en movimientos de extrema izquierda, que algún día relataré en detalle. En aquella ocasión había adoptado la identidad de un cubano, en realidad un español que había vivido en Cuba muchos años y había llegado de La Habana para unirse a la revolución anticapitalista en Barcelona. Y durante varios meses frecuenté las casas okupas, el movimiento antifa y las manifestaciones anticapitalistas.

En aquella ocasión mi contacto había sido un viejo amigo, colaborador del CESID de la época, que llevaba algún tiempo infiltrado en los movimientos de ultraizquierda catalanes. De hecho, había llegado a asistir a las famosas movilizaciones de Génova, un año antes, que dieron la vuelta al mundo. De su mano me introduje en aquellos movimientos anticapitalistas, e incluso me apunté a unos talleres de artes marciales y técnicas de lucha, en el centro okupa El Forat de la Vergonya, donde se nos enseñaba cómo enfrentarnos cuerpo a cuerpo a los policías antidisturbios. Talleres que no me sirvieron de nada ya que, evidentemente, recibí más de un porrazo de la policía en dichas manifestaciones, al encontrarme en cabeza de
manifa
con los componentes del
black block
.

Nuestras reuniones las controlaban al milímetro los diferentes servicios infiltrados en aquellos movimientos. Hasta tal punto que, en una reunión del comité que debía organizar las acciones en una de aquellas multitudinarias manifestaciones, descubrí con asombro que prácticamente todos los asistentes éramos infiltrados. A aquella asamblea del «comité de acciones» asistíamos siete personas, y nada más llegar reconocí a un antiguo conocido, funcionario de prisiones y colaborador del Cuerpo Nacional de Policía, que evidentemente también estaba infiltrado y que no me reconoció con mi nuevo
look
antisistema. Mi amigo, infiltrado para el CESID, identificó además a un colaborador de los Mossos d’Esquadra y a otro de la Guardia Civil. Con lo cual, solo quedaban dos auténticos anticapitalistas. Todos los demás miembros del comité éramos infiltrados. En otras palabras, detrás de todas las acciones aprobadas al menos en esa reunión estaban en realidad los servicios policiales que después deberían reprimirlas. Y la prensa, o sea, yo, que debería informar sobre ellas. Da que pensar, ¿no?

Sospecho que no era la única vez que ocurría algo parecido. Y cuando esto ocurre, solemos ser los infiltrados los que, para reforzar nuestra falsa identidad, hacemos las propuestas más violentas y agresivas. De hecho, tengo razones para sospechar que los responsables de los violentos talleres de artes marciales antipoliciales a los que yo asistí en el centro social okupa del Forat de la Vergonya eran miembros del servicio secreto cubano y/o español. Merecería la pena reflexionar en profundidad sobre esto. ¿Podría ocurrir algo parecido en las mezquitas europeas?

Durante aquellos días, en los que mi álter ego cubano se mostraba como un activo participante en todas las actividades antifascistas y anticapitalistas en Barcelona, Girona, Madrid, Compostela, etcétera, fui interceptado en varias ocasiones por los Mossos d’Esquadra y agentes del CNP en Girona y Compostela respectivamente. Y justo en Santiago de Compostela, por primera y única vez hasta ahora, mi infiltración se iba al garete porque los agentes de policía, al detenernos a un grupo de manifestantes radicales y registrarnos, descubrían mi equipo de cámara oculta. Sin embargo, en Barcelona solo me había percatado de que un coche, sin distintivos, me seguía en algunos desplazamientos por la ciudad. Y, acrobática cabriola del destino, ahora tenía frente a mí al policía responsable de seguirme durante aquellas semanas, que siempre me había conocido como el Cubano. Cuando Juanma le sacó de su error, los ojos se le abrieron aún más que al encontrarme en el curso de terrorismo organizado por la embajada rusa.

Terroristas en patera rumbo a Europa

Cuando se lo conté al agente Juan, que también había mostrado interés por el yihadismo terrorista en Rusia, sus carcajadas podrían haberse escuchado en Moscú. La anécdota de los tres policías discutiendo sobre mi nacionalidad, si cubana, árabe o española, le pareció desternillante, pero nosotros teníamos cosas más urgentes que tratar. Esa noche cenaríamos juntos para contrastar ideas porque, según Juan, de la misma forma en que Chechenia se había convertido a finales de los noventa en un nuevo Afganistán, África sería en un futuro próximo pieza clave en el yihad del siglo
XXI
.

En realidad, la especialidad del agente Juan son las mafias del tráfico de seres humanos. Además de diseñar sistemas de espionaje electrónico indetectables, y de los que nada estoy autorizado a revelar por el momento, él mismo se había desplazado a África, donde había escogido cuidadosamente a sus primeros «agentes»; hombres y mujeres capaces de jugarse la vida en cualquier punto del continente negro al que Juan decidiese enviarlos, para obtener información que fuese útil al gobierno de España sobre los traficantes de seres humanos. Jóvenes marroquíes, argelinos o subsaharianos, dispuestos a desplazarse a Senegal, Mali, Níger o Argelia si Juan se lo ordenaba, para obtener matrículas, teléfonos o nombres de los traficantes, y averiguar lugares, fechas o cargamentos de las próximas pateras y cayucos que intentarían llegar a Europa. Después, desde un ordenador, redactaban sus notas informativas utilizando un sistema de encriptado indescifrable, diseñado por el propio Juan, que tramitaba esa información a un supercomputador blindado en todos los sentidos, donde mi amigo cruzaba datos de unos y otros, y redactaba sus informes finales para los responsables de los servicios de información españoles.

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